Mensaje 33
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Lectura bíblica: Mr. 10:32-52
En este mensaje seguiremos estudiando Marcos 10:32-52, que constituye la última sección de este evangelio que trata del servicio evangélico del Salvador-Esclavo. Abarcaremos tres asuntos: el Señor sube a Jerusalén y revela Su muerte y Su resurrección por tercera vez (Mr. 10:32-34), enseña en cuanto al camino que lleva al trono en el reino de Dios (Mr. 10:35-45) y viene a Jericó y sana al ciego Bartimeo (Mr. 10:46-52).
En Mr. 10:35 Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron al Señor Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos”. Cuando El les preguntó qué que rían que hiciera por ellos, contestaron: “Concédenos que en Tu gloria nos sentemos el uno a Tu derecha, y el otro a Tu izquierda” (Mr. 10:36-37).
Los dos hermanos habían seguido al Señor Jesús desde el principio, pues sólo Pedro y Andrés habían sido llamados antes que ellos. No obstante, a pesar de llevar más de tres años siguiendo al Señor, todavía estaban ciegos y necesitaban más sanidad, la sanidad específica del órgano visual. Juan y Jacobo no veían a Cristo, Su muerte ni Su resurrección. El Señor les había hablado tres veces en cuanto a Su muerte, pero debido a que estaban ciegos no pudieron entender lo que les decía.
En 10:46 dice que el Señor y Sus discípulos vinieron a Jericó, un lugar de maldición. Su ida allí fue conforme a la voluntad de Dios.
Marcos 10:32 dice: “Iban por el camino subiendo a Jerusalén, y Jesús iba delante de ellos; y ellos estaban asombrados, y los que iban atrás tenían miedo”. El Señor caminaba con valentía al frente de los discípulos, y ellos se asombraron y hasta tuvieron miedo. Mientras iban por el camino, el Señor les dijo que subía a Jerusalén a fin de sufrir una muerte que todo lo incluye, una muerte que le pondría fin a los discípulos y los introduciría en la resurrección. Como dijimos anteriormente, debido a que los discípulos estaban ciegos, no entendieron lo que el Señor les decía acerca de Su muerte, pese a que era la tercera vez que se los revelaba.
Antes de llegar a Jerusalén, una ciudad de paz, ellos vinieron a Jericó, una ciudad de maldición, y encontraron cerca de ahí a un ciego, lo cual es muy significativo: “Y al salir de Jericó El y Sus discípulos y una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino” (10:46). Este ciego, como el que vemos en 8:22, tipifica a uno que ha perdido la visión interior, uno que ha sido cegado espiritualmente (Hch. 26:18; 2 P. 1:9).
Podemos decir que la ceguera es la peor de las maldiciones. Estar ciego es estar bajo maldición. Además, la ceguera está relacionada con la oscuridad, y la oscuridad proviene del pecado y de la muerte. Así que, la ceguera alude a las tinieblas, las cuales se componen del pecado y de la muerte. Donde hay ceguera, hay tinieblas, y donde hay tinieblas, hay pecado y muerte.
A pesar de que los discípulos habían seguido al Señor por más de tres años, el capítulo diez muestra que todavía seguían ciegos, lo cual quiere decir que estaban en tinieblas y bajo el efecto del pecado y de la muerte. Necesitaban recibir una clara visión de lo que el Señor Jesús haría en Jerusalén, necesitaban ver que El entraría en la muerte y le pondría fin a la maldición. Su muerte eliminaría la ceguera, las tinieblas, el pecado y la muerte, y también introduciría a las personas en la resurrección. Por consiguiente, fue la providencia de Dios la que trajo al Señor y Sus discípulos a Jericó, el lugar donde se encontraba un ciego.
El caso de Bartimeo, el mendigo ciego, muestra que todos los discípulos estaban ciegos, y la ambición que tenían de obtener una posición era señal de ello e indicaba que todavía se hallaban bajo maldición. El hecho de que vinieran a Jericó, una ciudad de maldición, inmediatamente después de que Juan y Jacobo pidieran sentarse el uno a la derecha y el otro a la izquierda del Señor en Su gloria, fue algo verdaderamente significativo.
Cuando Jacobo y Juan pidieron sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda del Señor, El les preguntó: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que Yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado?” (v. 38). Ya vimos que tanto la copa como el bautismo se refieren a la muerte del Salvador-Esclavo (Jn. 18:11; Lc. 12:50). La copa indica que Su muerte era la porción que Dios le dio y que El tomó para redimir a los pecadores para Dios, y el bautismo denota que Su muerte fue ordenada por Dios como el camino que tuvo que pasar para efectuar la obra redentora de Dios a favor de los pecadores.
En 10:40 el Señor dijo a Juan y a Jacobo: “El sentaros a Mi derecha o a Mi izquierda, no es Mío darlo, sino que es para quienes está preparado”. El Señor parecía decir: “Ustedes piden ser sentados a Mi izquierda y a Mi derecha. Pero yo no tengo la posición para darles tal lugar, pues Yo mismo soy un esclavo. Ustedes deben preguntarle a Mi Amo en cuanto a esto. No vengan a Mí con tal petición. Yo soy un esclavo y no puedo hacer nada al respecto”.
El Señor, con lo que respondió a Juan y a Jacobo, dejó en evidencia la ambición y la independencia de ellos. Al mismo tiempo, Su respuesta dejaba implícito que El dependía totalmente del Padre, quien era Su Amo. Puesto que no actuaba independientemente del Padre, no tenía la postura para darle ninguna posición a nadie. Como esclavo, El sabía que sólo el Padre podía hacerlo. Además, la respuesta sabia del Señor implicaba que los discípulos estaban en tinieblas, que no sabían lo que pedían. Al hacer tal petición, traspasaron su límite; fueron demasiado lejos.
Ya vimos que en el versículo 38 el Señor preguntó a Jacobo y a Juan que si podían beber la copa que El bebería y ser bautizados con el bautismo con que El sería bautizado. Cuando ellos le dijeron que podían, El añadió: “La copa que Yo bebo, la beberéis, y con el bautismo con que Yo soy bautizado, seréis bautizados” (v. 39). El Señor parecía decirles: “¿Saben ustedes qué denota la copa? La copa denota muerte, y El bautismo también. ¿Saben cuál es la porción que les corresponde? Su porción no es una posición, sino la muerte. Ustedes quieren una posición, pero eso no es lo que necesitan. Deben darse cuenta de que les ha sido preparada, no una posición, sino una porción: Mi muerte. Yo tengo que morir, y ustedes deben morir conmigo. Esta muerte también es un bautismo, un proceso por el cual tengo que pasar, y ustedes lo pasarán juntamente conmigo. Yo no tengo posiciones que darles, porque no tengo derecho a hacerlo. Lo que necesitan es asumir su posición y pasar por este proceso de muerte, al cual hacen alusión la copa y el bautismo”.
¿Cuál es la porción suya en la vida de iglesia hoy? ¿Tener alguna posición? ¿Ser anciano, o líder de un grupo de servicio? Todos debemos comprender que nuestra porción en la vida de iglesia es la muerte. Necesitamos beber la copa de la crucifixión, la copa que nos pone fin. Nuestra porción en la vida de iglesia no es una posición; es la muerte. ¿Quiere usted ser un anciano? Si es así, necesita que se le de fin. ¿Quiere usted ser líder de un grupo de servicio? Necesita ser aniquilado. Nuestra porción en la vida de iglesia es la aniquilación; no es recibir una posición.
En la iglesia tenemos la muerte, no sólo como una porción que debemos beber, sino también como un proceso que debemos pasar. Como personas que están en la vida de iglesia, experimentamos el bautismo de la muerte del Señor; pasando por el largo proceso de muerte.
Cuando algunos oyen acerca de la porción y el proceso de muerte que se experimentan en la vida de iglesia, tal vez digan: “Hermano Lee, eso nos atemoriza; sus palabras nos aterran”. No obstante, yo no soy el primero en hablar de la copa y el bautismo de muerte. Fue el propio Señor Jesús el que dijo que debemos beber Su copa y ser bautizados con Su bautismo. Como vimos, esto se le dijo a Juan y Jacobo, los hijos del trueno, quienes querían sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda del Señor. El Señor parecía decirles: “Ustedes no saben lo que piden. En lugar de estar a Mi derecha y a Mi izquierda, necesitan estar en Mi tumba. En lugar de ascender a Mi derecha o a Mi izquierda, serán sepultados conmigo. Tengo que beber la copa, y esta copa también la beberán ustedes. Seré bautizado en el proceso de muerte, y ustedes también participarán del mismo. Sin pasar por este proceso, no podrán entrar en Mi resurrección”.
Ya vimos que Cristo es el reemplazo único y que seremos reemplazados por El. Pero este reemplazo requiere que pasemos por el proceso de Su muerte. Además, para entrar en el reino de Dios, debemos beber la copa de Su muerte. Tanto la copa como el bautismo se refieren a la muerte de Cristo. Necesitamos tomar la copa y pasar por el proceso.
Muchos cristianos hoy pasan por alto lo que se enseña en Marcos 10, a saber, que la muerte de Cristo es la porción que debemos beber y el proceso que debemos pasar. Por lo general, los creyentes consideran que Marcos 10 es un capítulo de historias. Pero lo que ahí consta no es un relato de meras historias. En él, el Señor revela qué es la vida del reino y cuál es el camino para entrar en él.
El camino que conduce al reino consiste en tomar la muerte de Cristo como porción y experimentar el proceso de muerte. Esto equivale a identificarnos con la muerte de Cristo. Nuestro testimonio debe ser que cada día bebemos Su muerte y pasamos por el proceso de la misma. Entonces podremos decir: “Ahora ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí. Bebo de Su muerte, la cual me pone fin, y ando en el proceso de Su muerte”. Al tomar esta porción y pasar por este proceso, estamos en resurrección, y en ella ya no vivimos nosotros, sino Cristo.
Todos los discípulos, representados por los dos hijos del trueno, necesitaban ser sanados de su ceguera. Cerca de Jericó, se encontraron a un mendigo ciego, Bartimeo. Marcos 10:47 dice: “Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a clamar y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Muchos le reprendían y le decían que se callase. Pero él clamaba mucho más, diciendo: “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!” (v. 48).
Entonces Jesús se detuvo y dijo: “llamadle”. Aunque muchos reprendían al mendigo ciego y miserable, el Salvador-Esclavo les mandó que lo llamaran. Una vez más el Señor expresó Su humanidad en Su conmiseración y compasión para con los desdichados. Bartimeo entonces, arrojando su capa, se puso en pie de un brinco y vino a Jesús (v. 50).
El Señor Jesús le dice: “¿Qué quieres que te haga?” (v. 51). ¡Qué amor tan ilimitado el que le mostró al necesitado! Este amor expresó la humanidad del Salvador-Esclavo en un grado inimaginable.
El ciego dijo al Señor: “Raboni, que reciba la vista”. El Señor le dijo: “Vete, tu fe te ha sanado” (v. 52). Bartimeo recibió la vista inmediatamente y siguió al Señor.
Si leemos detenidamente 10:35-52, veremos que los dos hijos del trueno eran uno con el mendigo ciego. Nuestra base para decir esto es que el Señor les preguntó lo mismo tanto a Jacobo y a Juan como a Bartimeo: “Qué quieres que te haga” (vs. 36, 51). Según la perspectiva del Señor, los hijos del trueno se encontraban en la misma condición que el mendigo pobre. Pero existía una diferencia considerable: Jacobo y Juan mendigaban lo indebido, pero Bartimeo, lo debido. Jacobo y Juan pedían ser sentados el uno a la derecha del Señor y el otro a Su izquierda, pero Bartimeo pedía ser sanado de su vista.
Creemos que, según el significado espiritual, la sanidad de Bartimeo equivalía a la sanidad de Jacobo, Juan y los demás discípulos. El Señor no les dio una posición, el uno a Su derecha y el otro a Su izquierda, pero sí estuvo dispuesto a sanarlos de su ceguera. El sabía que había venido para ser la luz del mundo. Así que, estuvo dispuesto a darle vista a los ciegos.
Marcos 10:50, refiriéndose al ciego Bartimeo, dice: “Arrojando su capa, se puso en pie de un brinco y vino a Jesús”. Arrojar la capa significa que a esa persona no le interesa una posicion. Una capa o uniforme significa posición, como en el caso de un policía o una enfermera. Cuando el policía sale de trabajar, se quita el uniforme. En el caso de Bartimeo, el arrojó su capa, lo cual muestra que la posición no le interesaba; lo único que deseaba era ver. Así que, cuando oyó que Jesús lo llamaba, inmediatamente arrojó su capa y fue al Señor para recibir la vista.
En principio, todos, los que estamos en la vida de iglesia, debemos arrojar nuestras “capas”. Si usted ve la función de anciano como una posición, debe arrojar esa capa. De igual manera, los que quieren ser líderes de los grupos de servicio deben arrojar la capa del liderazgo. Debemos arrojar todas las capas de posición y sólo interesarnos por recibir la vista espiritual. Al igual que Bartimeo, todos necesitamos la vista.
Podemos decir que el Señor Jesús murió para que los que creen en El reciban la vista, y al morir nosotros con El, salimos de nuestra ceguera y entramos en la resurrección del Señor. Luego, en resurrección, recibimos la vista.
La sanidad narrada al final del capítulo diez fue el último milagro de sanidad que relata el Evangelio de Marcos. El último milagro de sanidad fue la sanidad de la ceguera. Estoy muy agradecido con el Señor de que me haya sanado por completo de mi ceguera. ¡Aleluya, recibí la vista! No me interesa ninguna “capa”, ninguna posición.
Los seguidores del Señor, después de ser sanados de la ceguera en Marcos 10, estaban preparados para entrar en la muerte del Señor. Al entrar con El en Su muerte, también podrían entrar en Su resurrección.
El hecho de que el Señor Jesús no fuera el único en pasar por la muerte para estar en resurrección y ascensión debe dejar una profunda impresión en nosotros. Todos Sus seguidores entrarían con El en la muerte a fin de entrar también en Su resurrección y Su ascensión. En Marcos 16 se presenta una escena gloriosa en la cual todos los seguidores del Señor entran en Su ascensión al pasar por Su muerte y Su resurrección. Al llegar al final del capítulo diez, los discípulos estaban facultados y preparados para pasar por la muerte y la resurrección a fin de estar con el Señor en Su ascensión.
En su experiencia espiritual, ¿ha llegado usted al final del capítulo diez? ¿Ya experimentó la última sanidad: la de la ceguera? ¡Alabado sea el Señor que podemos decir que hemos sido sanados de nuestra ceguera! ¡Aleluya que ya no tenemos ceguera, tinieblas, pecado ni muerte! Ahora estamos preparados para entrar junto con el Salvador-Esclavo en Su muerte, pasar por Su resurrección y entrar en Su ascensión.