Mensaje 59
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Lectura bíblica: Mr. 8:27-31; 9:30-31; 10:32-34; Jn. 20:31; 2 Co. 1:21-22; Gá. 2:20
El Evangelio de Marcos es la biografía de una persona que llevó una vida conforme a la economía neotestamentaria de Dios. Si queremos conocer esta biografía debemos comprender cada uno de sus detalles. Damos gracias al Señor de que el resto del Nuevo Testamento, en especial las epístolas de Pablo nos ayudan a interpretarlos. Los mensajes dados en el estudio-vida de dichas epístolas también contribuyen al entendimiento de la biografía que presenta el Evangelio de Marcos, la cual consiste en una vida que concuerda con la economía neotestamentaria de Dios y que la cumple.
En uno de los mensajes anteriores subrayamos que en Marcos 8 se presenta una revelación de Cristo, Su muerte y Su resurrección. Las epístolas de Pablo también hacen este énfasis. De hecho, en un solo versículo, Filipenses 3:10, se habla de estos tres aspectos: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. En este versículo se aprecia la persona de Cristo, Su muerte y Su resurrección.
En mensajes recientes estudiamos los primeros cuatro capítulos del Evangelio de Marcos. Vimos que cuando el Señor Jesús fue bautizado, el Espíritu de Dios descendió sobre El. Desde ese momento, según consta en los capítulos uno y dos, el Señor llevó una vida en la que predicó el evangelio, enseñó la verdad, echó fuera demonios, sanó enfermos y limpió leprosos. Además, trajo el perdón a las personas y las condujo a que le disfrutaran como justicia exteriormente y como vida interiormente. También las llevó a un estado de satisfacción y liberación. Además, el Señor Jesús llevó una vida unida a Dios, ató al enemigo de Dios y no permaneció en la relación de la vida natural, sino en la vida espiritual.
En el capítulo cuatro el Señor revela el significado de la vida que llevó en los tres capítulos anteriores, el cual consiste en que El es el Sembrador que se siembra en las personas. Como tal, se sembraba en todo aquel que tocaba, y de esta manera introducía el reino, el cual crecería, se desarrollaría y maduraría hasta convertirse en una cosecha.
En los capítulos del uno al tres del Evangelio de Marcos se ven cuatro casos de sanidad: se sana a la suegra de Simón, quien tenía fiebre (1:30-31); se limpia al leproso (1:40-45); se sana al paralítico que fue llevado al Señor (2:1-12); y se sana al hombre que tenía la mano seca (3:1-6). Estos casos describen la condición espiritual en la que nos encontrábamos antes de ser salvos. Eramos personas que tenían fiebre, y nuestra “temperatura” era demasiado alta. Hoy, todo ser humano tiene esta enfermedad. También éramos leprosos, es decir, inmundos, sucios y estábamos contaminados por completo. Además, como personas no salvas, éramos paralíticos; totalmente incapaces de caminar o de obrar para Dios. También teníamos seca una mano. Así que, éramos enfermos de fiebre, leprosos contaminados, paralíticos impotentes y personas que tenían seca una mano, que no podían obrar. Aunque el Evangelio de Marcos presenta estas sanidades como cuatro casos separados, en términos espirituales ellos describen la condición de todo ser humano, retratan la condición de cada persona.
¿Había visto usted que en el Evangelio de Marcos tenemos un representante? Se trata de Pedro. Según se narra en este evangelio, él fue el primero en ser llamado por el Señor y el que, habiendo sido llamado, tomó la iniciativa en todo, incluso hasta para negar al Señor Jesús. Incluso podemos decir que en cierto sentido fue crucificado antes que el Señor. Después que el Señor resucitara, fue el nombre de Pedro el que mencionó el ángel: “Pero id, decid a Sus discípulos, y a Pedro, que El va delante de vosotros a Galilea” (16:7).
Puesto que en este evangelio Pedro es nuestro representante, podríamos tomar todos los casos descritos en él y denominarlos: Pedro. El primer caso de sanidad fue el de su suegra, lo cual es muy significativo. En un sentido espiritual, todos los casos presentados en Marcos tienen que ver con Pedro, lo cual significa que él era el que estaba enfermo de fiebre, y él era también el ciego Bartimeo que estaba a la puerta de Jericó. Pedro necesitaba ser sanado de su fiebre y su ceguera.
Los cuatro casos de sanidad contenidos en los capítulos del uno al tres figuran en la misma categoría: la de sanidades generales. Después del capítulo cuatro, el Señor Jesús realiza algunas sanidades adicionales, pero éstas, de órganos específicos: el órgano auditivo, el órgano parlante y el órgano visual, los cuales son imprescindibles para relacionarnos con los demás. Si estamos sordos, mudos o ciegos, ¿cómo podríamos relacionarnos con las personas? Esto sería imposible, ya que no podríamos oír, hablar ni ver. Pedro, nuestro representante, fue sanado de su fiebre, su lepra, su parálisis y de su debilidad; pero aun así no podía oír, hablar ni ver.
Después de los cuatro casos de sanidades generales, tenemos otros cuatro donde se sanan órganos específicos. En 7:31-37 se ve la sanidad de un hombre sordomudo; en 8:22-26, la sanidad del ciego en Betsaida; en 9:14-29, la sanidad de un muchacho que tenía un espíritu mudo; y en 10:46-52, la sanidad del ciego Bartimeo. En estos cuatro casos se sanan tres órganos particulares: el auditivo, el parlante y la visión.
Examinemos brevemente los dos casos en los que se sana la ceguera. Vinieron ellos a Betsaida; y trajeron un ciego al Señor Jesús. “Tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le impuso las manos, y le preguntó: ¿Ves algo?” (8:23). El hombre levantó los ojos y dijo: “Veo hombres; como árboles los veo que andan” (v. 24). Luego, el Señor le puso otra vez las manos sobre los ojos, y “el hombre miró fijamente; y fue restablecido, y comenzó a ver todas las cosas con claridad”. ¿No es éste un cuadro de nuestra condición espiritual? Cuando vimos al Señor por primera vez, no fue con claridad. No veíamos lo espiritual tal y como era. Luego, al relacionarnos más con El, comenzamos a ver claramente todas las cosas.
El segundo caso de sanidad de la ceguera es el del ciego Bartimeo. Cuando el Señor le preguntó qué quería que le hiciera, el ciego le dijo: “Raboni, que reciba la vista” (10:51). Y Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha sanado. Y en seguida recibió la vista, y seguía a Jesús en el camino” (v. 52). Este es el último caso de sanidad que se narra en el Evangelio de Marcos.
Nuestra relación con Dios, en términos espirituales, depende del órgano auditivo, el órgano parlante y el órgano de la vista. Si no podemos oír la palabra de Dios, hablarle, ni recibir Su visión, no es posible relacionarse con El. Si ésta fuera nuestra situación, al presentarnos delante de Dios seríamos como un ídolo mudo. Así que, necesitamos que nuestros órganos sean sanados: el oído, el habla y la vista.
El Nuevo Testamento revela que nosotros estábamos muertos espiritualmente y que el Señor Jesús nos dio vida. Al venir El a nosotros y sembrarse en nuestro ser, fuimos vivificados. Posteriormente fuimos sanados de nuestra fiebre, lepra, parálisis y debilidad.
¡Alabado sea el Señor que nos dio vida, que nos regeneró! No obstante, es posible que aun después de ser regenerados, seamos personas sordas, mudas y ciegas que necesitan sanidad específica. ¿Acaso no fue ésta su experiencia con el Señor? Puedo testificar que éste fue mi caso. Yo fui regenerado en 1925, pero fue hasta 1932 que mis oídos comenzaron a oír la voz de Dios, que mis ojos comenzaron a recibir Su visión y que mi boca fue abierta para hablar por El. Alabo al Señor que por Su misericordia hoy puedo oír, hablar y ver.
Es necesario que entendamos claramente las dos categorías de sanidad vistas en Marcos. Los cuatro casos incluidos en la primera categoría tienen que ver con el hecho de que se nos vivifica, mientras que los cuatro casos de la segunda categoría, con la restauración de órganos cruciales: el auditivo, el parlante y la visión, los cuales son órganos espirituales necesarios para relacionarnos con Dios.
En 5:21-43 vemos que el Señor sana a la mujer que tenía un flujo de sangre y resucita a una niña. En el caso de la mujer se ve el desvanecimiento de la vida. Puesto que dicho caso es combinado con el de la hija del principal de la sinagoga, puesto que los doce años de la enfermedad de la mujer equivalen a la edad de la muchacha, y dado que las dos son mujeres, una mayor y la otra menor, estos casos pueden considerarse la experiencia completa de una sola persona. Según esta perspectiva, la muchacha nació, por así decirlo, con la enfermedad mortal de la mujer, y murió de ella. Cuando el Salvador sanó a la mujer, la joven muerta resucitó.
En 7:24-30 se narra el caso de la expulsión de un demonio de la hija de la mujer sirofenicia. En 7:26 dice que “la mujer era griega, y sirofenicia de nación”. Ella era siria de lengua y fenicia de origen (Hch. 21:2-3), y puesto que los fenicios eran descendientes de los cananeos, ella era cananea (Mt. 15:22). Es difícil determinar cómo llegó a ser griega, si por religión, matrimonio o algún otro factor. Aunque ella era una gentil triple, ante los ojos de Dios era “una perrilla” amada por El (vs. 28-29).
Si vemos estos casos en conjunto y entendemos que ellos presentan un cuatro de Pedro, el cual nos representa, nos daremos cuenta que él fue totalmente sanado y restaurado. En Hechos 2 vemos a un Pedro que no sólo estaba vivo sino, que era fuerte en vida y en la capacidad de oír, hablar y ver.
En 7:1-23 el Señor Jesús puso de manifiesto la condición del corazón del hombre. En esta sección de Marcos, el Señor es un cirujano que abre nuestro interior y pone de manifiesto su verdadera condición. En 7:20 dice: “Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre”. Posteriormente da una lista de algunas de las cosas malas que proceden “del corazón de los hombres” (vs. 21-22). Después de esto concluye diciendo: “Todas estas maldades de dentro proceden, y contaminan al hombre” (v. 23). Todos debemos ver la condición interna del hombre; debemos comprender que en el corazón del hombre caído no hay nada bueno.
Después de que se saca a relucir la condición del corazón, se ven dos casos de alimentación: la alimentación de los gentiles como perrillos que estaban debajo de la mesa (7:27-30) y la alimentación de los cuatro mil (8:1-9). En 7:27 el Señor Jesús dijo a la mujer sirofenicia: “Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos”. La mujer le contestó: “Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos” (7:28). Los judíos eran considerados como hijos de Dios, mientras que los gentiles son presentados como “perrillos”; no como perros salvajes, sino como pequeñas mascotas, como perrillos que están debajo de la mesa familiar. Mientras los hijos comían en la mesa, los perrillos mascotas yacían debajo de ella esperando que cayeran algunas migajas, las cuales llegaban a ser su porción. En esto vemos que el Señor no sólo es el pan de los hijos, el cual está sobre la mesa, sino también las migajas que caen debajo de ella; El es la porción de los “perrillos”, los gentiles.
En 8:1-9 se alimenta a los cuatro mil. Después de que la gente comió y se sació: “recogieron de lo que sobró de los pedazos, siete canastas” (v. 8).
En 8:27—9:1 se revela a Cristo, Su muerte y Su resurrección. Antes de esa ocasión, el Señor Jesús no se había revelado a Sus discípulos. Ellos le seguían ciegamente sin comprender quién era El. Luego, al final del capítulo ocho, el Señor los tomó consigo fuera de la religiosa atmósfera de Jerusalén y los trajo a la esclarecida atmósfera de Cesarea de Filipo. Y en el camino les preguntó: “¿Quién dicen los hombres que soy Yo?” (8:27). Ellos respondieron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas” (v. 28). Entonces el Señor les preguntó: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy?” (v. 29). Pedro tomó la palabra y declaró: “¡Tú eres el Cristo!” El vio que Jesús era el Cristo. Inmediatamente después, el Señor les habló acerca de Su muerte y Su resurrección. Así que, en estos versículos se halla la crucial revelación de la persona, la muerte y la resurrección de Cristo.