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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 19

LA PROMULGACION DE LA CONSTITUCION DEL REINO

(7)

  En este mensaje llegamos a Mt. 5:31-48, el cual trata de cuatro leyes. En los versículos del Mt. 21-30 el Señor habló de dos leyes complementadas, la ley acerca del asesinato y la ley acerca del adulterio. Pero las cuatro leyes halladas en esta sección, las leyes acerca del divorcio, del juramento, de resistir el mal y de amar a nuestros enemigos, han sido cambiadas. Lo que el Rey decretó en los versículos del 21 al 30 como nueva ley del reino, complementa la ley de la vieja dispensación, mientras que lo que el Rey proclamó en los versículos del 31 al 48 como nueva ley del reino, cambia la ley de la vieja dispensación.

F. Con respecto al divorcio

1. La ley antigua: divorciarse con una carta

  Primero tomaremos en cuenta el cambio de la ley que trata del divorcio. El versículo 31 dice: “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé carta de divorcio”. De acuerdo con la ley antigua, un hombre podía divorciarse de su esposa simplemente al darle la carta. Se dispuso la ley de la vieja dispensación con respecto al divorcio a causa de la dureza del corazón del pueblo, pero no concordaba con el designio original de Dios (Mt. 19:7-8). El nuevo decreto del Rey restaura el matrimonio a lo que era en el principio, a lo que Dios había planeado (19:4-6).

2. La nueva ley: no divorciarse a no ser por causa de fornicación

  El versículo 32 dice: “Pero Yo os digo que todo el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio”. El lazo matrimonial sólo puede ser roto por la muerte (Ro. 7:3) o la fornicación. Por lo tanto, divorciarse por cualquier otra razón equivale a cometer adulterio.

  Según lo dicho por el Señor Jesús, la única causa del divorcio es la fornicación. Sólo dos cosas pueden romper el lazo matrimonial: la muerte de uno de los cónyuges o la fornicación, el adulterio. Si uno de los cónyuges comete adulterio, el lazo del matrimonio se rompe. Este es el principio. Por lo tanto, el Señor Jesús dijo que no debe de haber divorcio a no ser por causa de la fornicación. Pero uno no debe aprovecharse de esto de modo que tenga excusa para casarse de nuevo simplemente porque un acto de fornicación fue cometido. Esto también es un asunto de motivo. Si es posible, el cónyuge que causó la ofensa debe ser perdonado. Sin embargo, es otra cosa si el culpable no quiere arrepentirse y vive en esa clase de pecado o se casa con otra persona. En tal caso, el lazo matrimonial se rompe, y el otro cónyuge está libre.

  En Su designio original con respecto al matrimonio, Dios ordenó que hubiera una esposa para un esposo. Pero por causa de la debilidad de los hijos de Israel y de la dureza de su corazón, cuando la ley fue dada, Moisés dio al hombre permiso para divorciarse de su esposa con carta de divorcio. Pero ahora, con la venida del reino de los cielos, esta ley ha sido cambiada, y el matrimonio ha sido restaurado a lo que Dios dispuso originalmente. En el principio Dios no creó dos o tres Evas para Adán a fin de que éste tuviera uno o más divorcios. No. Sólo había un esposo y una esposa. Por esto, el Señor Jesús como Rey del reino celestial restablece el matrimonio a como era en el principio.

  Ahora yo quisiera decir algo a los jóvenes. En este país hay una gran cantidad de divorcios cada año. Incluso algunos se han casado varias veces. ¡Cuán deplorable es esto! Ningún hijo de Dios debe divorciarse nunca. Esto es muy serio. Divorciarse y casarse de nuevo significa cometer adulterio. En el mensaje anterior vimos cuán serio es el adulterio. Es por esta razón que quisiera dar una advertencia a los jóvenes quienes todavía no se han casado: no se casen de manera ligera, ni se apresuren. Deben orar al Señor y esperar hasta que El les dé una dirección clara. Nunca deben dejarse llevar por sus lujurias o sus deseos. Si lo hacen, se arrepentirán de ello más tarde, porque las lujurias y los deseos no duran. Antes de casarse deben mantener los ojos abiertos para considerar el asunto cuidadosamente. Pero ya casados, tienen que cerrar los ojos. Hay un refrán que dice que el amor ciega a uno, pero el matrimonio abre los ojos. No obstante, nosotros necesitamos cambiar este refrán. Nuestros ojos deben estar abiertos antes del casamiento y cerrados después. Ustedes los jóvenes, antes de casarse, pidan al Señor que El les dé ojos para ver todos los aspectos de la situación. Pero después de casarse, ustedes necesitan cerrar los ojos y ser ciegos. Es necesario ser una esposa ciega o un esposo ciego, quien siempre considera a su esposo o a su esposa muy querido. Si lo hacen, no se divorciarán.

  Me sorprende cuando me entero de un hermano y una hermana que se casaron después de conocerse por muy poco tiempo. Uno no debe casarse de manera apresurada ni de repente. Ningún casamiento apresurado proviene de la dirección del Señor. Si hay un asunto que requiere la oración, es el matrimonio. Y si hay algo por causa del cual uno necesita presentarse al Señor, es el matrimonio. Preséntese al Señor junto con la persona con quien se va a casar, ofreciéndose en el altar como holocausto al Señor con respecto a su matrimonio futuro. Después de presentarse al Señor, busque Su dirección y espere en El un período de tiempo. Le exhorto a que espere por lo menos un mes. No se apresure. Como un hombre anciano con mucha experiencia, le doy el consejo de no darse prisa en este asunto. Incluso si se casa un año después, no hará mucha diferencia. Si el matrimonio con cierta persona es del Señor, El la guardará para usted. Uno no necesita apresurarse. Además, no escoja usted mismo, no haga su propia elección. Esté contento con la voluntad del Señor y con Su medida del tiempo. Esto le guardará de la posibilidad de divorciarse.

  Repito, cuando uno ya está casado, tiene que ser ciego. Benditos los cónyuges ciegos. La esposa que trata de obtener una visión clara con respecto a su esposo, sufrirá, pero la que no trata de ver muy claramente, disfrutará de la vida. Para ella, el cielo es azul, el sol brilla y el aire es fresco. Ella no procura encontrar los defectos de su esposo; puede simplemente alabar al Señor por causa de su esposo.

G. Con respecto a dar juramentos

1. La ley antigua: no quebrantar sus juramentos, sino cumplir al Señor sus juramentos

  El versículo 33 dice: “Además, habéis oído que fue dicho a los antiguos: No quebrantarás tus juramentos, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Esta es la ley antigua acerca de dar juramentos.

2. La nueva ley: no jurar de ninguna manera

  En los versículos del 34 al 36 vemos la nueva ley del Señor con respecto a jurar: no jurar de ninguna manera. La nueva ley del reino prohíbe que el pueblo del reino jure con respecto a cualquier asunto, por el cielo, por la tierra, por Jerusalén ni por su cabeza, porque ni el cielo, la tierra, Jerusalén ni nuestra cabeza están bajo nuestro control, sino bajo el control de Dios. No debemos jurar por el cielo o por la tierra porque no son nuestros. Del mismo modo, no debemos jurar por Jerusalén porque, por ser ciudad del gran Rey, no es nuestro territorio. Incluso no debemos jurar por nuestra cabeza, porque no podemos “hacer blanco o negro ni un solo cabello”. Todas estas cosas —el cielo, la tierra, Jerusalén, e incluso los cabellos de nuestra cabeza— no están bajo nuestro control. No somos nadie ni controlamos nada.

  En el versículo 37 el Señor dice: “Sea, pues, vuestra palabra: Sí, sí; no, no; porque lo que va más allá de esto, procede del maligno”. La palabra del pueblo del reino necesita ser sencilla y veraz: “Sí, sí; no, no”, sin tratar de convencer a otros con muchas palabras. Nuestras palabras deben ser breves y claras. Aquellos que son honrados no hablan mucho. Debemos guardarnos de los que hablan mucho: es posible que sean mentirosos. Los mentirosos hablan demasiado, dando muchas razones y excusas. Pero una persona honrada es breve, por lo general. Además, debemos darnos cuenta de que hablar mucho en la presencia de Dios no alegra al Señor. Cuando acudimos al Señor, debemos acercarnos en honradez, diciéndole cosas de manera breve.

  En el versículo 37 el Señor dice que todo lo que va más allá del simple sí o no es del maligno. Ahora llegamos a un punto crucial: el maligno puede estar presente en nuestro hablar. Cuando hablamos más palabras de las que son necesarias, aquellas palabras no provienen de nosotros, sino del diablo, el maligno. Esto indica que el maligno está con nosotros en nuestro hablar. Esto es especialmente cierto en la vida matrimonial. Aunque no hablemos mucho con otros, es fácil que los esposos y las esposas hablen excesivamente. Si usted quiere evitar un matrimonio pobre, no permita que usted y su cónyuge hablen con lengua suelta entre sí. ¡Esté alerta! Mientras usted habla, es posible que el maligno esté con usted. Estas no son palabras mías, sino las del Señor. Lo dicho por el Señor en este versículo indica enfáticamente que el maligno busca la oportunidad para expresarse a través de nuestro hablar excesivo. No diga mucho; simplemente diga lo necesario y no continúe más. Si usted va más allá de lo necesario, el maligno será expresado. Si toma mi consejo, usted será un esposo o una esposa muy feliz, pero si habla demasiado, tendrá dificultad, pues sus palabras excesivas abrirán el pozo del abismo sin fondo y permitirán que los demonios salgan. Debemos aprender a hablar sólo lo que es necesario. Nunca trate de convencer a otros con muchas palabras. Palabras convincentes no son confiables; más bien, son mentiras que provienen del maligno.

H. Con respecto a resistir al que es malo

1. La ley antigua: ojo por ojo, diente por diente

  Ahora llegamos a la tercera ley que el Señor cambió, la ley acerca de resistir al que es malo. El versículo 38 dice: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente”. Esta es la ley antigua.

2. La nueva ley: no resistir

  En el versículo 39 el Señor dice: “Pero Yo os digo: No resistáis al que es malo; antes bien, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”. La nueva ley es no resistir al que es malo. En este versículo el Señor dijo que cuando alguien nos abofetee en la mejilla derecha, debemos volverle la otra también. Hacer esto significa que uno no resiste. El versículo 40 dice: “Y al que quiera litigar contigo y quitarte la túnica, déjale también la capa”. Si alguien le reclama la túnica, una prenda interior, debe darle la capa también. Esto comprobará que no hay resistencia en usted. En el versículo 41 el Señor dice: “Y a cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos”. Volver la otra mejilla a aquel que le abofetea, dejarle también la capa a aquel que litiga con uno, ir la segunda milla con aquel que le obliga a ir una, todo esto comprueba que el pueblo del reino tiene el poder para sufrir y ser manso en vez de resistir y que también tiene el poder para andar no en la carne, ni en el alma para sus propios intereses, sino en el espíritu para el reino.

  Supongamos que alguien viene a usted y quiere su camisa, y usted le da su chaqueta también. Tal vez usted tiene lo suficiente para darle diez chaquetas. La cuestión aquí no tiene que ver con el hecho de que su condición financiera permita que usted le dé su chaqueta, sino con el hecho de que su temperamento lo permita. Si alguien insiste en que le dé a él su camisa, es posible que usted se enoje. Por lo tanto, no tiene que ver con una camisa, ni con una chaqueta, sino con el temperamento de usted. Es el mismo principio con ser abofeteado en la mejilla derecha o con verse obligado a andar una milla.

  Resistir pidiendo ojo por ojo significa que usted está desahogando su cólera. En este versículo el Señor dice que no debemos dar rienda suelta a nuestro mal genio. En vez de desahogar “el topo pequeño” de nuestro mal genio, debemos matarlo. No trate con la persona que exige algo de usted; haga algo con su propio mal genio. Su adversario no es su problema, sino su mal genio. El Señor permite que alguien exija de usted la túnica como prueba para exponer dónde está usted, a fin de demostrar que “el topo pequeño” de su mal genio todavía está oculto en usted. Somos un pueblo espiritual, el pueblo del reino, pero nuestro mal genio todavía está oculto en nosotros y necesita ser expuesto. Los que exigen algo de usted exponen este “topo”. Si alguien insiste en que usted le dé la túnica, es posible que usted diga: “¡No le debo nada! ¿Por qué viene usted a mí?” No eche la culpa a la persona exigente, pues el Señor le envió, sino mate “el topo” de su mal genio. En vez de exhibir su enojo, dígale: “Puesto que usted quiere mi camisa interior, le dará a usted mi chaqueta también”. Esto comprueba que su mal genio ha muerto. Todos los ciudadanos del reino deben decir: “Sin considerar cuántas cosas injustas exige usted de mí, mi enojo no se ha despertado. Todavía le amo y estoy dispuesto a compartir con usted todo lo que tengo; si quiere mi camisa, alegremente le dará mi chaqueta también”. Tal es la actitud que siempre debe mantener el pueblo del reino.

  Repito, la cuestión aquí no tiene nada que ver con el dinero, sino con nuestro mal genio. Todos los asuntos mencionados en los versículos del 39 al 41 están relacionados con nuestro mal genio. Los millonarios pueden regalar miles de dólares, pero a menudo exhiben su ira ante un taxista sobre unos veinticinco centavos. El dinero no significa nada; es una cuestión del mal genio. Nosotros los ciudadanos del reino debemos estar por encima de nuestro mal genio.

  El Señor dice en Mateo 5:42: “Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le des la espalda”. Dar al que pida y no volver la espalda demuestra que los ciudadanos del reino no están ni preocupados ni poseídos por las cosas materiales. No obstante, la verdadera cuestión no es la riqueza material. Dar a los que pidan, a los que quieran tomar prestado, toca nuestro propio ser. El Señor no dice que no debemos discernir y que debemos comportarnos de manera necia con respecto a las posesiones materiales, pero sí nos dice que debemos estar por encima de lo material y de nuestro mal genio. Nunca debemos dejar que estas cosas inciten nuestro enojo ni debemos ser afectados por lo material. Esta es la actitud vencedora del pueblo del reino. Al decir esto no queremos decir que hemos de ser generosos de más o descuidados en el manejo del dinero. Aunque uno puede ser muy cuidadoso al gastar el dinero, estará por encima de las posesiones materiales y de su mal genio cuando ocurra lo descrito en el versículo 42; ninguna demanda incitará su enojo. La ley antigua no tocó el enojo del pueblo ni su corazón, pero la nueva ley, la ley cambiada, toca nuestro mal genio así como nuestro corazón.

I. Con respecto a los enemigos

1. La ley antigua: amar al vecino y odiar al enemigo

  Ahora llegamos a la última ley que el Señor cambió, la que tiene que ver con el enemigo. Mateo 5:43: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo”. Hablando en términos legales, la ley antigua es recta y justa; pues un buen vecino es digno de nuestro amor y un enemigo merece nuestro odio. Por lo tanto, amar al vecino y aborrecer al enemigo es recto y justo.

2. La nueva ley: amar a los enemigos y orar por los perseguidores

  Mateo 5:44 dice: “Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”. De nuevo, esto toca nuestro ser. La razón por la cual amamos a nuestros vecinos es que nos parecen buenos. Aunque los vecinos corresponden a nuestros sentimientos, los enemigos no lo hacen. Al contrario, incitan nuestro mal genio. Por lo tanto, lo de amar a nuestros enemigos es una prueba. Al leer los capítulos cinco, seis y siete de Mateo, usted verá que esta constitución celestial no da lugar a nuestro ser natural, ni siquiera un centímetro. Por el contrario, mata todos los microbios que están en nosotros. Aborrecemos a nuestros enemigos porque no concuerdan con nuestra preferencia natural, y amamos a nuestros buenos vecinos porque están de acuerdo con nuestra preferencia natural. Si el Señor dispusiera que usted tuviera solamente vecinos buenos, usted se comportaría como ángel y diría: “Señor, te doy gracias porque Tú me has dado vecinos muy agradables”. Mas el Señor nunca dispondrá que usted tenga solamente vecinos simpáticos. Por lo menos algunos de ellos serán dificultosos, y el Señor los usará para exponer lo que está en usted. Tal vez El le pregunte a usted si ama a estos vecinos dificultosos. Quizás usted diga que le es muy difícil amarlos. La razón por la cual le es difícil a usted es porque ellos van en contra de su persona y de sus sentimientos naturales. Esta es una prueba que demuestra si usted vive por sí mismo o por Cristo. A veces Cristo ama a los enemigos de usted más que a sus vecinos, y usted tiene que hacer lo mismo. Pero esto no es un acto externo.

  Todas estas leyes tocan nuestro ser y nos ponen en la cruz. El único mandamiento que trata del divorcio basta para crucificar a todos los cónyuges. Además, la palabra acerca de decir sí y no también nos clava en la cruz. Se puede decir lo mismo acerca de no resistir al que es malo y especialmente acerca de no aborrecer a nuestros enemigos. Todas estas leyes matan nuestro hombre natural, nuestro gusto natural y nuestro mal genio.

a. Comportarnos como hijos del Padre celestial

  Mateo 5:45 dice: “Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. El título “hijos de vuestro Padre” demuestra claramente que los ciudadanos del reino, los que en este versículo son el auditorio que escucha la promulgación del nuevo Rey en el monte, son los creyentes regenerados del Nuevo Testamento. Como hijos de nuestro Padre, debemos tratar a los que son malos e injustos así como tratamos a los buenos y justos (v. 45), amar no sólo a quienes nos aman, sino a quienes no nos aman (v. 46), y saludar no sólo a los hermanos, sino a los demás también (v. 47).

  El versículo 45 también dice que el Padre “hace salir Su sol sobre malos y buenos, y ... hace llover sobre justos e injustos”. Hacer llover sobre justos e injustos es algo que ocurre en la era de la gracia, pero en la era venidera, la del reino, la lluvia no vendrá sobre los injustos (Zac. 14:17-18).

  En el versículo 46 el Señor hace la pregunta: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los recaudadores de impuestos?” Los ciudadanos del reino, quienes observan la nueva ley del reino en su realidad, recibirán una recompensa en la manifestación del reino. La recompensa difiere de la salvación. Es posible que algunos sean salvos, sin estar calificados para recibir una recompensa.

b. Ser perfectos como el Padre celestial

  El versículo 48 dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Los ciudadanos del reino son perfectos como su Padre celestial en el sentido de que son perfectos en Su amor. Ellos son los hijos del Padre y poseen la vida y la naturaleza divinas del Padre. Por lo tanto, tienen la capacidad de ser perfectos como el Padre. El requisito de la nueva ley del reino es mucho más alto que el de la ley de la dispensación antigua. Sólo se puede satisfacer dicho requisito por la vida divina del Padre, y no por la vida natural. El reino de los cielos exige lo más alto, y la vida divina del Padre constituye el suministro superior que plenamente satisface este requisito. Los Evangelios primero presentan, en el Evangelio de Mateo, el requisito más alto del reino de los cielos y por último nos proporcionan, en el Evangelio de Juan, el suministro superior de la vida divina del Padre celestial para que vivamos la vida del reino de los cielos. El requisito de la nueva ley del reino en los capítulos del cinco al siete de Mateo es en realidad la expresión que brota desde el interior de los ciudadanos del reino, los regenerados, desde su vida nueva, la vida divina. Este requisito, al abrir el ser interior de los regenerados, tiene como fin mostrarles que pueden llegar a un nivel muy alto.

  Todos los requisitos de estas leyes cambiadas revelan cuánto puede hacer por nosotros esta vida divina que está en nosotros. Estas leyes no sólo exigen algo de nosotros, sino que también nos revelan, nos muestran, que la vida divina incluso puede hacernos perfectos así como nuestro Padre celestial es perfecto. Tenemos en nosotros esta vida que perfecciona. Tenemos una vida cuya naturaleza es divina, de modo que nos puede hacer perfectos así como nuestro Padre celestial.

  Hemos visto que de acuerdo con el versículo 45 el Padre hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Primero el Padre hace salir Su sol sobre malos y luego sobre buenos. Si usted fuera el Padre, ¿haría salir el sol sobre los malos primero o sobre los buenos? Ciertamente primero usted haría salir el sol sobre los buenos. Este versículo también dice que el Padre hace llover sobre los justos y sobre los injustos. Fíjese que la secuencia en esta porción del versículo es diferente. Esto indica que a los ojos del Padre celestial no hay diferencia en hacer salir el sol sobre los malos primero y luego sobre los buenos y hacer llover sobre los justos primero y luego sobre los injustos.

  Vamos a aplicar esto a la manera en que tratamos a nuestros hijos. Incluso al tratar a nuestros propios hijos, tenemos nuestras preferencias. Esto muestra cuán naturales somos. Supongamos que alguien tenga tres hijos. Uno de sus hijos puede ser muy amable, otro travieso y el otro, neutral. Día a día estos tres le exponen, revelando cuánto le disgusta el travieso y cuánto le echa la culpa. Aunque no le cae bien, el Padre celestial le ama más que al que es amable. El travieso es el que ha sido enviado por el Padre para exponer nuestras preferencias naturales.

  Nosotros también tenemos nuestra preferencia natural en la vida de iglesia. A nosotros nos encantan los hermanos que son tiernos y las hermanas que son simpáticas. Deseamos que todos los hermanos y hermanas sean así. Pero esto es un sueño, pues siempre habrá algunos que nos molesten. Consideremos el problema de las deficiencias entre los ancianos. Muchos hermanos son simpáticos y tiernos, pero no tienen la capacidad para ser ancianos. Sin embargo, es posible que los capacitados sean bastante ásperos. Dios usa esto para exponer nuestra preferencia natural.

  Ahora entendemos la implicación y el significado de las palabras que el Señor habló en los versículos del 31 al 48. No es simplemente una cuestión de amar de manera superficial a nuestro enemigo. Al contrario, tiene que ver con que nuestro ser natural sea expuesto. Después de haber sido expuestos nosotros, diremos: “Señor, ten misericordia de mí. ¡Cuánto necesito que Tú me liberes! Quiero permanecer cerca de Ti y confiar en Ti. Entonces seré perfecto así como mi Padre”.

  No reciba la palabra del Señor como si fuera una enseñanza acerca de cómo debe comportarse. Esto no dará resultados. El Señor habló estas palabras con la intención de tocar nuestro ser, nuestra preferencia natural, y para exponer lo que somos y adonde vamos. Cuando hemos sido expuestos y sojuzgados, daremos la plena oportunidad a la vida divina para que viva en nosotros. Esto nos hará perfectos así como nuestro Padre celestial es perfecto. No podemos imitar al Padre. Cuando yo era joven, me enseñaron en el cristianismo que nuestro Padre celestial ama a los que son malos, y que nosotros debemos amar a nuestros enemigos así como nuestro Padre los ama. Aunque esto nos parece bien, en realidad es como si tratáramos de enseñar a un mono a comportarse como una persona. Usted tal vez pueda enseñar a un mono a actuar como si fuera un caballero benigno. Sin embargo, el mono no lo podrá hacer porque no es hijo de ese señor. Nosotros somos hijos de nuestro Padre celestial. Por lo tanto, la vida y la naturaleza del Padre están en nosotros. Los enemigos externos, los que nos ponen bajo obligación, los que se nos oponen, exponen qué tipo de personas somos. Puesto que exponen nuestro ser natural, nosotros aprendemos a no confiar más en nosotros mismos y, en vez de esto, a acudir al Padre dándonos cuenta de que tenemos Su vida y Su naturaleza dentro de nosotros. Al ser expuestos así llegamos a ver que nosotros debemos permanecer cerca de El y vivir por Su vida y por Su naturaleza. De este modo seremos perfectos así como nuestro Padre celestial. Esta es la vida del reino, el vivir del reino.

  Muchos cristianos, al entender mal estos versículos, los reciben como si fueran instrucciones acerca de cómo comportarse. Esta es la razón por la cual muchos se han desanimado y dicen: “Es demasiado para nosotros. Estamos muy lejos de la meta, y no podemos cumplir con ella”. Lo dicho aquí no es una palabra común del Señor Jesús; más bien, es la constitución del reino celestial. Debido a que nosotros somos el pueblo del reino, Su pueblo, no debemos dudar que podremos cumplir con estos requisitos. Tenemos en nuestro ser la vida del reino y podemos cumplir con estas leyes, no por nosotros mismos, sino por la vida y naturaleza del Padre. Por lo tanto, debemos darle gracias a El, porque ha dispuesto que muchas cosas molestas se presenten en nuestro ambiente con el fin de tocar nuestro ser y exponer la clase de personas que somos para que seamos plenamente sojuzgados y nos volvamos a El, permanezcamos cerca de El, confiemos en El y vivamos por El. Entonces seremos los verdaderos ciudadanos del reino, los que poseen la vida del reino, la cual nos proporcionará el debido vivir en el reino. Esto es el reino de Dios en la tierra ahora y es la vida adecuada de iglesia.

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