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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 21

LA PROMULGACION DE LA CONSTITUCION DEL REINO

(9)

  En este mensaje llegamos a la cuarta sección de la promulgación dada por el Rey en el monte, Mt. 6:1-18, donde habla de las obras justas del pueblo del reino.

V. CON RESPECTO A LAS OBRAS JUSTAS DEL PUEBLO DEL REINO

A. El principio: no hacer las obras justas delante de los hombres

  En 5:17-48 vimos la ley complementada y cambiada. En estos versículos todas las leyes nuevas del reino de los cielos sacan a la luz y exponen nuestro mal genio, nuestra concupiscencia y nuestro ser natural. Por lo tanto, en estos versículos no somos exhortados a resolver el problema de nuestra conducta externa, sino de nuestro enojo, nuestra concupiscencia y nuestro ser natural, los cuales están profundamente escondidos dentro de nosotros.

  Mateo 6:1 dice: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa ante vuestro Padre que está en los cielos”. La justicia mencionada en este versículo denota las obras justas, como por ejemplo el dar limosnas, mencionado en los versículos del 2 al 4; la oración, hallada en los versículos del 5 al 15; y el ayuno, encontrado en los versículos del 16 al 18. Sin lugar a dudas estos versículos hablan de las obras justas del pueblo del reino. Sin embargo, en realidad exponen el yo y la carne. Nosotros tenemos algo en nuestro ser que es peor que el enojo y la lujuria. Todo el mundo sabe cuán fea es la lujuria, pero muy pocos cristianos saben cuán feos son el yo y la carne. Por supuesto, las palabras “yo” y “carne” no se usan en estos versículos. Aun así, tanto el yo como la carne están expuestos aquí. En estos dieciocho versículos el Señor usa tres ejemplos —el dar limosnas, la oración y el ayuno— para revelar en qué forma nosotros estamos llenos del yo y de la carne.

  La carne del hombre, la cual procura gloriarse, siempre quiere hacer obras justas delante de los hombres para recibir las alabanzas de ellos. Pero a los ciudadanos del reino, quienes viven en un espíritu desprendido y humilde y que andan con un corazón puro y sencillo bajo el gobierno celestial del reino, no se les permite hacer nada en la carne para ser alabados por los hombres, sino que deben hacerlo todo en el espíritu para agradar a su Padre celestial.

  Para los ciudadanos del reino, Dios no sólo es su Dios, sino también su Padre. No sólo fueron creados por Dios, sino también regenerados por el Padre. No sólo tienen la vida humana natural y creada, sino también la vida divina espiritual y no creada. Por eso, la nueva ley del reino, promulgada por el Rey en el monte, se les da con el fin de que ellos la guarden no por su vida humana caída, sino por la vida divina y eterna del Padre, no para obtener gloria de los hombres, sino para recibir la recompensa del Padre.

  Con respecto a cada uno de los tres ejemplos, el Señor usa la palabra “secreto” (vs. 4, 6, 18). Debemos hacer nuestras obras justas en secreto, porque nuestro Padre está en secreto. En el versículo 4 el Señor dice que nuestro Padre ve en secreto. Los ciudadanos del reino, como hijos del Padre celestial, deben vivir en la presencia del Padre y desear Su presencia. Todo lo que hacen en secreto para el reino del Padre, El lo ve en secreto. El hecho de que el Padre celestial vea en secreto, debe servir como incentivo para que hagan sus obras justas en secreto. En este versículo el Señor también dijo que el Padre nos pagará. Tal vez esto ocurra en esta era (2 Co. 9:10-11) o en la era venidera como recompensa (Lc. 14:14).

  Al hacer nuestras obras justas en secreto efectivamente damos muerte al yo y a la carne. Si a las personas de la sociedad actual no se les permite hacer gala de sus obras justas, no las harán. Mientras tengan la oportunidad de exhibir sus obras justas, las hacen con mucho gusto. Esta es la práctica deplorable del cristianismo degradado actual, especialmente en lo tocante a la consecución de fondos, pues proporciona una oportunidad excelente para que los donantes hagan ostentación. Cuanto más grande sea el despliegue público, más dinero estarán dispuestos a dar. Indudablemente, presumir así proviene de la carne. Dar limosnas a los pobres para mostrar cuán generoso sea uno no tiene nada que ver con el enojo, la lujuria, ni el ser natural, sino con el yo, con la carne. Hacer ostentación de esta manera es simplemente jactarse. Por lo tanto, para nosotros los ciudadanos del reino un principio fundamental con respecto a las obras justas consiste en nunca presumir. Tanto como sea posible, debemos escondernos, mantenernos encubiertos, y actuar en secreto. Debemos mantenernos tan escondidos que, así como lo dice el Señor Jesús, nuestra mano izquierda no sepa lo que hace nuestra mano derecha (v. 3). Esto significa que no debemos dejar que los demás sepan lo que estamos haciendo. Por ejemplo, si usted ayuna por tres días, no demude su rostro ni ponga cara triste; al contrario, dé la impresión de que no ayuna para que el ayuno sea en secreto. No ayune en la presencia de los hombres, sino en la presencia secreta de su Padre celestial. Hacer esto es inmolar el yo y la carne.

  Exhortamos a los santos para que funcionen en las reuniones de la iglesia. Sin embargo, existe el peligro de que nosotros funcionemos con el fin de presumir, o sea, que actuemos delante de los hombres para que nos vean. Si usted considera su propia experiencia, se dará cuenta que de las diez veces que usted ha funcionado, tal vez nueve de éstas las ha hecho con ostentación, lo cual glorifica el yo y la carne. Pero la constitución del reino celestial no cede un centímetro a nuestro enojo, a nuestra lujuria, ni a nuestro ser natural; tampoco cede terreno a nuestro yo, ni a nuestra carne. Por la misericordia y la gracia del Señor, debemos actuar en secreto tanto como sea posible. Siempre tratemos de hacer en secreto las cosas que agradan a Dios y son justas para con los hombres. No dejemos que otros sepan de ellas; simplemente debemos hacer nuestras obras justas en la presencia de Dios.

  Nuestro Padre ve en secreto. Al orar a solas en el cuarto, nadie puede verlo a usted, pero su Padre celestial lo ve. No ore en la esquina de la calle ni en las sinagogas donde lo verán los hombres, sino en secreto para ser visto por su Padre, quien ve en secreto. Luego usted también recibirá de El una respuesta en secreto. Me preocupo de que muchos de nosotros sólo tengamos experiencias públicas y no tengamos ninguna experiencia en secreto. No sólo el Padre ve nuestras experiencias, sino que todos los demás las ven también. Esto indica que no rechazamos el yo ni repudiamos la carne. Siempre debemos hacerlo todo de manera que constantemente rechacemos el yo y repudiemos la carne. Si es posible, hágalo todo en secreto, sin dar oportunidad al yo ni ceder ningún terreno a la carne.

  Aunque el Señor habla acerca de la recompensa (vs. 1, 5), lo importante aquí no es la recompensa, sino el crecimiento en vida. Los santos que crecen públicamente no crecen de manera saludable. Todos necesitamos algún crecimiento en vida que sea en secreto, algunas experiencias secretas de Cristo. Necesitamos orar al Señor, adorarlo, tocarlo y tener comunión con El en secreto. Quizás ni el que sea el más íntimo con nosotros sepa ni entienda lo que estamos haciendo. Necesitamos las experiencias secretas del Señor porque éstas matan nuestro yo y nuestra carne. Aunque el enojo y la lujuria son feos, lo que más impide que nosotros crezcamos en vida es el yo. El yo se manifiesta mayormente en el hecho de que disfrute hacerlo todo de manera pública, es decir, en la presencia de los hombres. Al yo le gusta hacer las obras justas delante de los hombres. Todos debemos confesar que, sin excepción, tenemos semejante yo. Los que siempre quieren actuar de tal modo, haciendo un despliegue público, están llenos del yo, es decir, de la carne. Al yo le encanta glorificarse, y a la carne le gusta que los demás la miren con aprecio. Probablemente usted nunca ha oído un mensaje basado en estos versículos, el cual trataba del yo y de la carne. Cuando llegamos a esta porción de la Palabra, es necesario ver que expone nuestro yo y nuestra carne.

  Repito que lo crucial aquí no es la recompensa, sino el crecimiento en vida. Aquellos santos que sólo saben exhibir el yo y la carne no crecerán en vida. El verdadero crecimiento en vida corta el yo. Si el yo y la carne han sido cortados en algunas personas, tal vez podrían hablar de sus obras. No obstante, digo esto con mucho cuidado. No es saludable exponer nuestras obras justas. Por el contrario, debemos orar mucho, y al mismo tiempo no dejar que los demás sepan cuánto oramos, lo cual es sano. Si usted ora todos los días sin decírselo a otros ni dejar que ellos lo sepan, esto indica que usted es sano y que está creciendo. Sin embargo, supongamos que usted siempre les habla a otros acerca de cuánto ora. Si lo hace, no sólo perderá su recompensa, sino que también no logrará crecer en vida ni será sano. Todos debemos confesar que tenemos el yo sutil, la carne sutil, dentro de nosotros. Todos tenemos esta debilidad. Cuando oramos a solas en nuestra habitación, con frecuencia deseamos que otros nos oigan. Del mismo modo, hacemos nuestras obras justas con la intención de que los demás las vean. Dichos deseos e intenciones no son sanos; indican que no estamos creciendo en vida. Haciendo un despliegue público delante de los hombres nunca nos ayudará a crecer en vida. Si quiere usted crecer y ser sano en la vida espiritual, debe inmolar el yo con respecto a las obras justas. Sin considerar la clase de obras justas que hacemos, si consiste en dar cosas materiales a los santos, orar, ayunar, hacer algo que agrada a Dios, debemos hacer todo lo posible por hacerlas en secreto. Si nuestras obras justas se hacen en secreto, podemos estar seguros de que estamos creciendo en vida y somos sanos. Pero cuando hacemos ostentación y mostramos nuestras obras justas, no somos sanos. Dicha exhibición estorba en gran manera el crecimiento en vida.

  El universo indica que Dios está escondido, que Dios es secreto. Aunque El ha hecho muchísimas cosas, la gente no percibe que El las ha hecho. Aunque hemos visto las cosas que El ha hecho, ninguno de nosotros lo ha visto jamás, porque El siempre está escondido, siempre es secreto. La vida de Dios tiene una naturaleza muy secreta y oculta. Si amamos a otros por nuestra propia vida, esta vida procurará exhibirse delante de los hombres. Pero si amamos a otros por el amor de Dios, este amor siempre permanecerá escondido. A nuestra vida humana le gusta hacer una exhibición, le gusta manifestarse, pero la vida de Dios siempre se esconde. Un hipócrita es el que manifiesta algo exteriormente sin poseer nada interiormente. Todo lo que tiene, se manifiesta para que todos lo vean; en éste no se puede encontrar una realidad interior. Esto es absolutamente opuesto a la naturaleza de Dios y a Su vida escondida. Aunque Dios tiene mucho interiormente, sólo un poco de ello se manifiesta. Si vivimos por esta vida divina, puede ser que oremos mucho sin hacer saber a otros cuánto hayamos orado. Es posible que demos muchísimo a otros, sin que otros sepan cuánto damos. Tal vez ayunemos con frecuencia, pero tampoco este hecho es conocido por otros. Quizás tengamos mucho interiormente, pero muy poco se manifestará. Esta es la naturaleza del pueblo del reino manifestada en sus obras justas.

  Esto difiere mucho de la naturaleza de la gente mundana. Cuando las personas mundanas donan cien dólares, lo anuncian, dando la impresión de que han dado una cantidad mucho más grande. Pero cuando nosotros los cristianos demos cien dólares, es mejor que sólo hagamos saber a otros que hemos dado unos diez centavos. Hacemos más de lo que sea visto por otros. Nunca podremos dar así en nuestra vida natural. Es posible sólo en la vida divina, la cual no se goza en exhibirse. Este es el punto crucial de esta porción de la Palabra.

  Si tomamos en serio el hecho de que somos el pueblo del reino, tenemos que vivir por la vida escondida de nuestro Padre. Es menester que no vivamos por nuestra vida natural, la cual siempre se exhibe. Si vivimos por la vida escondida del Padre, haremos muchas cosas sin hacerlas saber a otros. Más bien, todo lo que hagamos será en secreto, escondido de los ojos de los demás. Las biografías de muchos santos revelan que hacían ciertas cosas en secreto, las que no se dieron a conocer sino hasta después de su muerte. Esto es correcto. He conocido a varios santos queridos quienes han hecho cosas para el Señor, la iglesia, y los santos, pero todo en secreto; nunca desearon exhibirse o hacer saber a otros lo que habían hecho. Estas obras fueron hechas en conformidad con la naturaleza del Padre y según Su vida secreta y escondida.

B. En cuanto a las limosnas

1. No tocar trompeta

  Mateo 6:2 dice: “Cuando, pues, des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen toda su recompensa”. Ciertamente el espíritu del pueblo del reino, un espíritu gobernado por los cielos, los restringe y les impide tal jactancia carnal.

  Cuando yo estaba en cierta denominación, el platillo de la ofrenda circulaba durante el culto dominical de la mañana. En aquel tiempo, monedas de cobre o plata se usaban en vez de papel. Algunas personas colocaban sus donaciones en el platillo de tal modo que llamaban la atención para sí. Eso fue una exhibición del yo. Por supuesto, no decían nada. Simplemente dejaban caer ruidosamente las monedas en el platillo. Al hacerlo, tocaban trompeta delante de sí. Cuando ponían las contribuciones en la tabla de anuncios en el vestíbulo, el que había dado más era el primero en la lista, y el que dio menos era el último. Si el que había dado más hubiera sido el último en la lista, probablemente no hubiera dado tanto después.

  Por esta razón, nosotros los que estamos en las iglesias no apuntamos lo que los santos han dado. El dinero se pone en las cajas de ofrenda, y no queda oportunidad para que el yo o la carne sea glorificado. Sin embargo, el uso de cheques plantea un problema. En nuestra práctica de la vida de iglesia en China hace muchos años, no usábamos con frecuencia los cheques. Pero no quiero ser legalista al decir que debemos usarlos no. Todo depende de nuestro motivo y nuestra actitud. No digo que los santos no deban usar los cheques. El principio fundamental consiste en que no damos con la intención de hacer alarde o de recibir gloria de los hombres; al contrario, lo hacemos todo en secreto en la presencia de nuestro Padre celestial. En este asunto, usted sabe cuál es su motivo y su actitud.

2. No dejar saber a la izquierda lo que hace la derecha

  El versículo 3 dice: “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”. Estas palabras indican que, en cuanto sea posible, las obras justas del pueblo del reino deben guardarse en secreto. Lo que ellos hacen en su espíritu bajo el gobierno celestial para agradar solamente a su Padre, no debe ser estorbado por su carne, la cual procura con avidez ser alabada por el hombre.

3. Dar limosnas en secreto

  En el versículo 4 el Rey dijo: “Para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. El pueblo del reino vive por la vida divina del Padre y anda conforme a su espíritu. Por eso, a ellos se les exige hacer obras buenas en secreto, y no en público. Hacer un despliegue público no corresponde a la naturaleza misteriosa y escondida de la vida divina.

C. Con respecto a la oración

1. No hacer un despliegue público

  Al orar, así como al dar limosnas, los ciudadanos del reino no deben hacer un despliegue público. El versículo 5 dice: “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen toda su recompensa”. Si uno ora con el fin de procurar las alabanzas de los hombres, es posible ganar una recompensa de parte de los hombres, pero no recibir una respuesta del Padre. Así que es una oración vana.

2. Orar en secreto

  Nuestra oración debe hacerse en secreto. En el versículo 6 el Rey decretó: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. El pueblo del reino debe obtener cierta experiencia de orar en su habitación privada, comunicándose con el Padre celestial en secreto, disfrutando en secreto al Padre y recibiendo de El alguna respuesta secreta.

3. No repetir palabras inútiles

  Al orar, no debemos repetir palabras inútiles. El versículo 7 dice: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”. Sin embargo, no quiere decir que no debemos repetir una oración. El Señor repitió Su oración en Getsemaní (26:44), el apóstol Pablo hizo la misma oración tres veces (2 Co. 12:8), y la gran multitud en el cielo alabó a Dios con aleluyas repetidas veces (Ap. 19:1-6). Este versículo quiere decir que no debemos repetir palabras inútiles, no debemos usar vanas repeticiones.

  El versículo 8 dice: “No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Aunque nuestro Padre Dios sabe de nuestra necesidad, es preciso que le pidamos, porque el que pide recibe (7:8).

4. El ejemplo de oración

  En los versículos del 9 al 13 encontramos el ejemplo de oración. Sin embargo, no es el ejemplo para todas las oraciones. La oración presentada en Mateo 6 es totalmente diferente de la oración enseñada en Juan. En Mateo 6 no se nos dice que oremos en el nombre del Señor, pero en los capítulos del catorce al diecisiete de Juan, el Señor Jesús nos dice repetidamente que oremos en Su nombre. La diferencia se debe a que la oración aquí en Mateo no está relacionada con la vida, sino con el reino. En este breve ejemplo de oración, el reino se menciona al menos dos veces. El versículo 10 dice: “Venga Tu reino”, y el versículo 13 dice: “Porque Tuyo es el reino”. La oración presentada en Juan, por otra parte, está relacionada con la vida. Orar en el nombre del Señor no está relacionado con el reino, sino con la vida. Orar en el nombre del Señor significa que somos uno con el Señor. Al orar al Padre, somos uno con el Señor. Así que, oramos en Su nombre. Orar en el nombre del Señor es en realidad orar en la persona del Señor. Oramos con El en un nombre y en una vida. Por lo tanto, somos uno con El en vida al orar a Dios el Padre. Pero, como hemos visto, la oración en Mateo 6 es totalmente diferente, pues es una oración del reino.

  Si usted desea orar en vida, tiene que ir al Evangelio de Juan. Es necesario que permanezca en el Señor y sea uno con El. Tiene que permanecer en su espíritu y orar en unidad con El. Esto es lo que significa orar en Su nombre. Pero la oración presentada en Mateo 6 tiene que ver con el reino. En otras palabras, es una oración de guerrear, una oración que se usa en la guerra contra el enemigo de Dios para el reino de Dios.

  El versículo 9 empieza con las palabras: “Pues, oraréis así”. La palabra “así” no significa “recitar”. En los Hechos y en las epístolas no se encuentra un ejemplo de recitación. Sin embargo, en ciertas denominaciones cristianas hoy en día esta oración se recita todos los domingos durante el culto de la mañana. Cuando yo era joven recité esta oración muchas veces en una denominación. Esto no quiere decir que aquellos que recitan esta oración no son sinceros al hacerlo. Sin lugar a dudas ha habido un buen número de personas que sinceramente han repetido esta oración.

a. Orar pidiendo que el nombre de Dios sea santificado

  En el ejemplo de oración que el Señor modeló para nosotros, las primeras tres peticiones implican la Trinidad de la Deidad. “Santificado sea Tu nombre” principalmente está relacionado con el Padre, “venga Tu reino” con el Hijo, y “hágase Tu voluntad” con el Espíritu, todo lo cual se está cumpliendo en esta era, y será cumplido en la era venidera del reino, cuando el nombre de Dios será glorioso en toda la tierra (Sal. 8:1), el reinado sobre este mundo pasará a Cristo (Ap. 11:15), y la voluntad de Dios se cumplirá.

  El versículo 9 dice: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre”. Ahora el nombre de Dios no es santificado; al contrario, es profanado y usado de manera común. Los incrédulos preguntan: “¿Qué es Dios? ¿Quién es Dios?” Las personas hablan de Jesucristo de la misma forma en que hablan de Platón o Hitler, haciendo común el nombre del Señor Jesús. Pero nosotros sabemos que el día vendrá, durante el milenio, cuando el nombre de Dios será santificado. Pero, antes de aquel entonces, el nombre de nuestro Padre es totalmente santificado en la vida de iglesia de hoy. No invocamos al Padre ni hablamos el nombre del Señor de manera común. Más bien, cuando decimos: “Padre” o “Señor”, santificamos estos nombres santos. Así que necesitamos orar: “Oh Padre, santificado sea Tu nombre”.

b. Orar pidiendo que el reino de Dios venga

  El versículo 10 dice: “Venga Tu reino”. Aunque el reino está presente en la vida de iglesia hoy, la manifestación del reino ha de venir todavía. Por lo tanto, debemos orar pidiendo que venga el reino. El asunto del reino está claramente relacionado con Dios el Hijo.

c. Orar pidiendo que la voluntad de Dios se haga en la tierra

  El versículo 10 también dice: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Después de que Satanás se rebeló (Ez. 28:17; Is. 14:13-15), la tierra cayó en la mano usurpadora de Satanás. De este modo, la voluntad de Dios no pudo hacerse así en la tierra como en el cielo. Por consiguiente, Dios creó al hombre con la intención de recobrar la tierra para Sí (Gn. 1:26-28). Después de la caída del hombre, Cristo vino para traer el dominio celestial a la tierra, para que ésta fuese recobrada para el derecho de Dios, a fin de que Su voluntad fuese hecha así en la tierra como en el cielo. Es por eso que el nuevo Rey, con Sus seguidores, estableció el reino de los cielos. El pueblo del reino debe orar por esto hasta que la tierra sea completamente recobrada para la voluntad de Dios en la edad del reino venidero.

  Cuando el nombre del Padre sea santificado, el reino del Hijo haya venido, y la voluntad del Espíritu se haya hecho así en la tierra como en el cielo, se manifestará el reino. Pero nosotros quienes estamos en la realidad del reino hoy en día debemos orar por estas cosas.

d. Orar pidiendo que Dios nos dé el pan nuestro de cada día

  El versículo 11 dice: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Esta oración lo incluye todo. El ejemplo de oración primero se ocupa del nombre de Dios, Su reino y Su voluntad; en segundo lugar, se ocupa de nuestra necesidad, revelando que en esta oración guerrera, el Señor sigue cuidando de nuestras necesidades. Según el versículo 11 debemos pedir “hoy” nuestro “pan de cada día”. El Rey no quiere que Su pueblo se preocupe por el mañana (v. 34); El sólo quiere que oren con respecto a las necesidades de cada día. La expresión “pan de cada día” indica el vivir por la fe. Los ciudadanos del reino no deben vivir de lo que han guardado; más bien, por la fe deben vivir sustentados por el suministro diario de parte del Padre.

e. Orar pidiendo que Dios perdone nuestros pecados

  El versículo 12 dice: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. En tercer lugar, el ejemplo de oración se ocupa de las fallas del pueblo del reino delante de Dios y de sus relaciones con los demás. Ellos deben pedir al Padre que perdone sus deudas, sus fallos y sus transgresiones, así como perdonan sus deudores para mantener la paz. El versículo 12 indica que en esta oración de guerra debemos admitir y confesar nuestras deficiencias, errores y maldades. Puesto que debemos a otros, tenemos que pedir al Padre que El nos perdone como también nosotros perdonamos a otros por el bien del Padre.

f. Orar pidiendo que Dios nos guarde de la tentación y nos libre del maligno

  El versículo 13 dice: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del maligno”. En cuarto lugar, el ejemplo de oración se ocupa del pueblo del reino con respecto a cómo se enfrentan con el enemigo. Ellos deben pedir al Padre que no los meta en tentación, sino que los libre del maligno, Satanás, el diablo. Recordemos, el Rey fue conducido a la tentación. A veces el Padre nos introduce en una situación donde somos puestos a prueba y tentados. Por lo tanto, al orar al Padre, debemos reconocer nuestra debilidad y decir: “Padre, soy muy débil. No me metas en tentación”. Esto implica que usted confiesa su debilidad. Si usted no reconoce su debilidad, probablemente no orará de este modo. Por el contrario, tal vez le parezca que usted es fuerte. En ese momento el Padre le meterá en una prueba para mostrarle que usted no es fuerte en absoluto. Por lo tanto, es mejor que nuestra oración indique al Padre que conocemos nuestra debilidad. Debemos decir: “Padre, estoy completamente consciente de que soy débil. Por favor, no me metas en tentación. No es necesario que Tú lo hagas, Padre, porque reconozco mi debilidad”. Nunca diga para sí: “Pase lo que pase, tengo confianza de que puedo estar firme”. Si ésta es su actitud, prepárese para ser conducido al desierto donde se confrontará con la tentación. En lugar de tener esta actitud, ore pidiendo que el Padre no le meta en tentación, mas que lo libre del maligno.

g. Reconocer el reino de Dios, Su poder y Su gloria

  Conforme a este ejemplo de oración, el pueblo del reino debe reconocer el reino de Dios, Su poder y Su gloria. El versículo 13 también dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria por todos los siglos. Amén”. El reino es la esfera en la cual Dios ejerce Su poder para poder expresar Su gloria.

5. La condición necesaria para orar: perdonar a otros sus ofensas

  Los versículos 14 y 15 revelan que la condición necesaria para orar consiste en que perdonemos a otros sus ofensas. Estos versículos dicen: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. “Porque” indica que las palabras de los versículos 14 y 15 es una explicación de la razón por la cual el pueblo del reino debe perdonar a sus deudores (v. 12). Si ellos no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco les perdonará sus ofensas su Padre celestial, dando por resultado que su oración será frustrada.

D. Con respecto al ayuno

  En los versículos del 16 al 18 el Rey habla acerca del ayuno. En vez de mostrar a los hombres que ayunamos, debemos hacerlo en secreto. El versículo 16 dice: “Y cuando ayunéis, no seáis como los hipócritas que ponen cara triste; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen toda su recompensa”. Ayunar no es abstenerse de comer; es ser incapaz de comer por sentirse desesperadamente obligado a orar por ciertas cosas. También es una expresión de humillarse al buscar la misericordia de Dios. Dar limosnas es entregar lo que tenemos derecho a poseer, mientras que ayunar es renunciar a lo que tenemos derecho a disfrutar.

  Los versículos 17 y 18 dicen: “Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. Esto indica que el ayunar, así como el dar limosna y el orar, deben hacerse en secreto y no delante de los hombres. El Padre lo ve en secreto y El nos recompensará.

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