Mensaje 44
(3)
Lo primero que experimentamos mientras seguimos al Señor hacia la gloria es el rechazo, posteriormente, sufrimos escasez en lo necesario para vivir. Después de esto viene la tormenta a medio camino (Mt. 14:22-33). La tormenta del capítulo catorce indica que en la senda por la que seguimos al Rey rechazado, siempre hallaremos problemas. Desde el final del capítulo trece hasta el fin del dieciséis suceden muchas cosas negativas. Hablando en términos humanos, mientras seguimos al Rey rechazado por el sendero hacia la gloria no hay nada bueno. Pareciera que todo es un problema. ¿A usted le gusta el rechazo? ¿Le gusta sufrir carencia de lo más básico para vivir? ¿Le agrada enfrentar una tormenta a medio camino en alta mar? Si en nuestro camino no encontramos rechazo, escasez ni tormentas, tenemos indicio de que no estamos realmente en la senda que conduce a la gloria, porque si lo estuviéramos, enfrentaríamos problemas y dificultades.
El versículo 22 dice: “En seguida Jesús hizo a los discípulos entrar en la barca e ir delante de El a la otra orilla, mientras El despedía a las multitudes”. Inesperadamente el Señor pidió a Sus discípulos que salieran. El no fue con ellos, sino que los hizo salir por barca porque quería más tiempo para orar al Padre en privado. Como lo indica el versículo 23, El subió al monte a orar. Antes de que el Señor los enviara, los discípulos disfrutaron de lo provisto por el Señor. La escasez había resultado en una experiencia muy agradable. Los discípulos estaban felices disfrutando lo que el Señor les había abastecido. Si nosotros hubiéramos estado allí, ciertamente habríamos estado gozosos. Creo que Pedro debe haber hablado mucho acerca de lo que el Señor había hecho. El debe haber dicho: “¿Juan, no es maravilloso? ¡Mira lo que el Señor hizo con sólo cinco panes y dos pequeños peces!” Entonces parece como si el Señor respondiera: “No habléis, subid a la barca y adelantaos al otro lado. Yo sé que habéis pasado un tiempo muy agradable, pero ahora debéis iros”. Ellos deben haber dicho: “Pero Señor, ¿no irás con nosotros?” Luego, el Señor debe haber respondido: “No, vosotros idos solos, Yo voy a la montaña a orar”. En muchas ocasiones, inmediatamente después de haber tenido un placentero disfrute del Señor, El inesperadamente nos pide que lanchemos al mar y luego nos deja. Esta es una descripción de la situación actual. El Señor se ha ido a la montaña, a los cielos. Sin embargo, ha ordenado que Su iglesia avance en el mar, donde a menudo soplan vientos contrarios y azotan tormentas.
El versículo 23 dice: “Una vez despedidas las multitudes, subió al monte, a solas, a orar; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”. Manteniendo Su posición de hombre (4:4), el Rey celestial, como Hijo amado del Padre (3:17), necesitaba orar a solas a Su Padre que está en los cielos, para ser uno con El y tener Su presencia en todo lo que hacía en la tierra con miras a establecer el reino de los cielos. Esto lo hizo en un monte, no en el desierto, separado de toda la gente, incluso de Sus discípulos, para tener contacto con el Padre a solas.
El versículo 24 dice: “Y la barca ya estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario”. Sin lugar a dudas el Señor se dio cuenta de que la barca estaba en apuros a causa de la tormenta. Cuando El urgió a los discípulos a subir a la barca y adelantarse, anticipó que se aproximaba una tormenta. Sin embargo, no fue con ellos, sino que se apartó al monte a orar. Hoy el Señor Jesús se encuentra en la montaña, esto es, en los cielos (Ro. 8:34; He. 7:25), y la iglesia se encuentra navegando en el mar. A diario nos enfrentamos con vientos contrarios. Desde el día en que llegamos a Anaheim, los vientos contrarios no han dejado de soplar. No hemos tenido un solo día en calma. La barca de la iglesia es azotada constantemente. Pero, al fin de cuentas, esto es nuestro destino. El hecho de que el Señor esté en los cielos orando por nosotros es una fuente de aliento y ánimo. No importa la fuerza de los vientos contrarios porque sabemos que el Señor se encuentra en la montaña orando por nosotros. La tormenta no está bajo el control del enemigo, sino bajo los pies del Señor.
No debemos temer a los vientos contrarios; no vale la pena preocuparnos por ellos. Los que están cerca de mí pueden afirmar que no importa lo que suceda, yo no tengo temor alguno. Mi esposa puede dar testimonio de que cada noche duermo profundamente y que todas las tardes tomo una buena siesta, sin ninguna preocupación. En ocasiones mi esposa se sorprende porque no me preocupo por los problemas. Como tengo tantas cosas que hacer, estoy obligado a descansar bien. Y ya que nuestro destino depende del Señor, no es necesario estar temerosos de nada. Los vientos contrarios y la oposición están bajo los pies del Señor. El está en una montaña alta orando e intercediendo por nosotros. El sabe lo fuertes que son los vientos, pero El se mofa de los vientos y parece decir: “Vientos débiles, vosotros no significáis nada para Mí. ¿Qué es lo que tratáis de hacer? No podéis perjudicar a Mi iglesia. Los que están en la barca son Mis seguidores; de hecho, no son otra cosa que Yo mismo. Aunque estoy aquí en los cielos, también estoy con ellos”. ¡Qué maravillosa descripción de la montaña, de las adversas olas, de los vientos contrarios, y de la pequeña barca en medio del mar! En realidad los vientos y las olas ayudan para nuestro bien. ¿No cree usted que la oposición obra para nuestro provecho? ¡Ciertamente lo hace! En Anaheim hemos visto cuánto provecho nos ha traído la oposición.
Algunos me han condenado por afirmar que yo no creo que Jesucristo esté en los cielos. Ellos me acusan por inclinarme por la vida interior, y por decirles siempre que no vean hacia los cielos sino al Cristo que está dentro de ellos. La verdad es que debemos mirar en dos direcciones. Primero debemos ver al Señor que está dentro de nosotros y decir: “Oh Señor Jesús, ¿estás contento de morar en mí? ¿Te gusta este lugar?” Todos nosotros debemos darnos cuenta de que Cristo vive en nosotros. Para poder disfrutarle tenemos que darnos cuenta de que El mora en nosotros. Si se encontrara lejos, no podríamos disfrutarle. Por otro lado, para confiar en el Señor, debemos ver que El mora también en los cielos donde está sentado con autoridad e intercede por nosotros. El pronto regresará. ¡Aleluya porque El está en nuestro interior y también en los cielos intercediendo por nosotros! Si vemos esto, ninguna tormenta nos preocupará ni angustiará, pues tendremos la seguridad de que la barca es Suya, de que la iglesia es Suya. El mar no puede dañar la barca; por el contrario, le es de ayuda. Como veremos en seguida, los vientos y las olas le dieron a Pedro una gran lección.
“Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar” (v. 25). La guardia romana observaba cuatro vigilias nocturnas de tres horas cada una, del ocaso hasta el alba. La primera vigilia era la vigilia de la tarde, la segunda, la vigilia de la media noche, la tercera, la vigilia del canto del gallo, y la cuarta, la vigilia matutina (Mr. 13:35). La cuarta vigilia probablemente se extendía desde las tres hasta las seis de la mañana.
El versículo 25 dice que el Señor vino a Sus discípulos caminando sobre el mar. Mientras ellos se angustiaban por las olas, el Señor caminaba sobre el mar. Esto testifica que El es el Creador y el Soberano del universo (Job 9:8).
Cuando los discípulos vieron al Señor venir sobre las aguas, gritaron de miedo, pues creyeron que era un fantasma (v. 26). “Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo, soy Yo, no temáis!” (v. 27). El Rey celestial infundió ánimo a Sus discípulos con Su presencia. Cuando ellos lo confundieron con un fantasma, El los calmó diciendo: “Soy Yo”.
El versículo 28 dice: “Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a Ti sobre las aguas”. Cuando el Señor le dijo: “Ven”, Pedro descendió de la barca, y “andaba sobre las aguas e iba hacia Jesús” (v. 29). Sólo Pedro era tan atrevido para hacer esto. Dudo que alguno de nosotros hubiera sido tan audaz como Pedro. Realmente fue un milagro que Pedro caminara sobre las aguas. El caminó sobre las aguas por fe. Ejercer fe es actuar basado en la palabra del Señor. Tener fe no significa que somos capaces de hacer algo, ni que tomemos una decisión de ir en cierta dirección. Ejercer fe simplemente significa que aunque podamos ser muy débiles, somos osados para actuar confiando en la palabra del Señor. El Señor dijo a Pedro: “Ven”, y Pedro obedeció esa palabra, actuó creyendo en ella, y caminó sobre el mar. No nos analicemos si tenemos o no fe, si lo hacemos, nuestra fe se esfumará de inmediato. No debemos preguntarnos: “¿Mi fe es lo suficientemente fuerte? ¿Es adecuada?” Si nos hacemos este tipo de pregunta, nos hundiremos inmediatamente en el mar.
El versículo 30 relata la experiencia de Pedro: “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame!” Pedro descendió de la barca y anduvo sobre el mar por fe en la palabra del Señor (v. 29); sin embargo, cuando vio el fuerte viento, su fe se esfumó. Debía haber andado por fe en la palabra del Señor sin mirar las circunstancias (es decir, sin andar por vista). Mientras seguimos al Señor debemos andar por fe y no por vista (2 Co. 5:7). Cuando Pedro clamó por ayuda: “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (v. 31). Puesto que el Señor dijo a Pedro: “Ven” (v. 29), Pedro debió haberse apoyado en esa palabra y no debió haber dudado. Así que, el Señor le reprendió. La fe viene de la palabra del Señor y se apoya en ella. Mientras tengamos la palabra del Señor, sencillamente debemos creer en ella y no dudar.
Ninguna tormenta debe preocuparnos porque estamos en la barca, la cual es Su iglesia. Aunque no podamos ver al Señor, ni sintamos que está con nosotros, podemos estar seguros de que El se encuentra en la montaña intercediendo por nosotros. Incluso es posible que ya se encuentre en camino a la barca. No debemos preocuparnos, así se encuentre en la montaña intercediendo, o venga caminando sobre el mar hacia nosotros. En ocasiones no sólo experimentamos paz interior en medio de la tormenta, sino que aun podemos obedecer Su palabra de caminar sobre las olas. Cuando recibamos tal palabra, simplemente debemos obedecerla y caminar sobre el mar tormentoso. Que la persecución y la oposición no nos angustien. Confiando en la palabra del Señor, podemos caminar hacia El, aun cruzando todo tipo de oposición y andando sobre ella; ésta es ejercitar la fe.
No debemos culpar a Pedro por faltarle la fe, pues de entre todos los discípulos que se encontraban en la barca él fue el primero en disfrutar la presencia del Señor. Algunos de nosotros somos muy lentos y tímidos. No debemos criticar a otros por ser tan rápidos. En ocasiones es necesario ser rápidos. ¿Qué prefiere usted, ser como Pedro o como Tomás? Pedro fue atrevido, pero Tomás fue tímido y cauteloso. En las iglesias hay muchos cautelosos y precavidos. Pero Pedro no era así; tan pronto como oyó una palabra del Señor, descendió de la barca y caminó sobre el mar. Sin embargo, los cautelosos tal vez digan: “Pero Pedro tuvo que clamar al Señor que lo salvara. Nosotros no tenemos necesidad de clamar pidiendo ayuda, estamos más seguros aquí en la barca”. Sí, están seguros en la barca, pero no están en la presencia del Señor. Ustedes no son como Pedro quien fue el primero en regresar a la presencia del Señor.
Pedro ocasionó muchos problemas. Los que son rápidos siempre causan problemas, en cambio el tímido nunca causa nada. Tal vez los tímidos nunca causen problemas, pero tampoco traen consigo la presencia del Señor. Pareciera que con los tímidos nunca ocurre nada. Pasa año tras año y todo permanece en calma. Pero aquellos que son como Pedro siempre están provocando problemas. Tal vez causen problemas pero finalmente son rescatados por el Señor, y de este modo son introducidos en Su presencia. Algunos de ustedes, cautelosos, necesitan provocar un problema de vez en cuando, entonces clamarán al Señor para que los salve y entrarán así a Su presencia. ¿Quién cree que disfruta más al Señor, los cautelosos o los rápidos? Seguramente la respuesta es que los rápidos lo disfrutan más. No obstante, los tímidos pueden decir: “Durmamos, tarde o temprano el Señor Jesús vendrá, no es necesario que saltemos a las aguas, que causemos problemas y luego tengamos que clamar para ser rescatados. No necesitamos ser tan rápidos para entrar a la presencia del Señor. Si tomamos las cosas con calma, tarde o temprano el Señor vendrá”. En cierto sentido los cautelosos están bien y los que son como Pedro están mal, pero los audaces tienen más disfrute del Señor que los tímidos. No obstante, al final, la presencia del Señor no estuvo únicamente con Pedro, sino con todos los demás discípulos en la barca.
El versículo 32 dice: “Y cuando ellos subieron a la barca, cesó el viento”. Este fue un milagro, y éste no sólo testifica que el Señor es el Soberano de los cielos y de la tierra, sino que también se preocupa por las angustias que Sus seguidores sufren al seguirle por el camino. Cuando el Señor está en nuestra barca, el viento cesa. La narración de los dos milagros mencionados en este capítulo implica que, después de que Cristo fue rechazado por los religiosos y los políticos, El y Sus seguidores se encontraban en un lugar desierto y en un mar tempestuoso. No obstante, cualquiera que fuese la situación, El podía suplir la necesidad de ellos y sostenerlos mientras pasaban por las aflicciones.
La presencia del Señor hizo que la tormenta cesara. Yo he experimentado esto en muchas ocasiones. No puedo decirle a usted cuántas tormentas he enfrentado durante los pasados cincuenta años. Pero finalmente cada tormenta cesó. Ninguna duró más de tres o cinco años. Tres o cinco años realmente no es mucho tiempo. Para el Señor son sólo unos cuantos minutos, pues para El, mil años son como un día. No se alarme, pues toda tormenta cesa.
Después de que el Señor hizo que el viento cesara, “los que estaban en la barca le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios” (v. 33). Reconocer que el Señor es el Hijo de Dios es comprender que El es igual a Dios (Jn. 5:18), lo cual indica que los discípulos reconocieron la divinidad del Señor (Mt. 1:23; 3:17).
En Mateo 14:22-33 vemos un cuadro de nosotros mismos. Algunos somos como Pedro, rápidos y atrevidos, quienes siempre causemos problemas, y otros somos como Tomás, tímidos, cautelosos y adormecidos. Es posible que los tímidos murmuren de los atrevidos, diciendo: “El hermano fulano de tal es muy impulsivo; yo no estoy de acuerdo con eso. El está completamente mal, mientras que yo soy muy sobrio y cauteloso”. Conozco muy bien la situación en las iglesias con respecto a los rápidos y los cautelosos. Conozco a los rápidos y osados que siempre están ocasionando problemas, y conozco a los cautelosos que jamás causan ningún conflicto. Simpatizo con los cautelosos, pero no estoy de acuerdo con ellos porque son tan precavidos que nunca motivan a nadie ni provocan nada. La gente necesita ser incitada a caminar sobre las olas para ser así introducidos a la presencia del Señor. Aquellos que hacen esto son los que traen al Señor a la barca. Ningún cauteloso, tímido, lento ni precavido ha traído al Señor alguna vez a la barca. Cuando todos son cautelosos, el Señor tiene que venir a la barca por Su propia iniciativa, y cuando esto sucede, El encuentra a todos los cautelosos dormidos, a nadie halla velando en espera de El. Después de despertar de su adormecimiento, los cautelosos dirán: “¡Señor, Tú estás aquí, qué bueno, gloria a Dios por esto! Ahora es hora de regresar a dormir”. Aquellos que son lentos y precavidos nunca ocasionan ningún problema. Debemos ser más rápidos y osados. Sin embargo, al descender de la barca y caminar sobre el mar rápidamente y con atrevido, debemos hacer cuatro cosas: primeramente, debemos actuar basados en la palabra del Señor, y no por nuestra propia iniciativa; después, debemos ir directamente al Señor; en tercer lugar, nuestra meta debe ser que entremos en Su presencia; y por último, debemos regresar a la barca. Si atendemos estas cuatro directrices, estaremos en lo correcto, aun cuando aparentemente no lo estemos.
Después de que Jesús y Sus discípulos vinieron a Genesaret los hombres de aquel lugar trajeron ante el Señor a todos los enfermos. El versículo 36 dice: “Y le rogaron que les dejase tocar solamente los flecos de Su manto; y todos los que lo tocaron, quedaron totalmente sanos”. El poder sanador no salió del interior de Cristo, sino de los bordes de Su manto. El manto del Señor representa las obras justas de Cristo y los flecos representan el gobierno celestial (Nm. 15:38-39). La virtud que produce el poder sanador procede de las obras de Cristo, las cuales son gobernadas por los cielos. Conforme a Números 15, los flecos del manto representan la virtud del pueblo de Dios, el cual se conduce conforme a Sus regulaciones. Los flecos eran hechos de cinta azul, lo cual revela que Su andar diario era regulado por la norma celestial, como lo indica el color azul, un color celestial. Cuando Jesús estaba en la tierra como hombre, se condujo de esta manera. Su andar diario era regulado por los mandamientos celestiales de Dios. Por lo tanto, había en El una virtud que podía fluir y sanar a otros.
La sanidad que encontramos en la vida de iglesia, no brota principalmente del ser interior del Señor Jesús, sino principalmente de la virtud de la vida humana del Señor. En la vida de iglesia experimentamos la presencia del Señor aunque estemos en el mar, en medio de la tormenta y de los vientos contrarios. Su presencia propicia que Su virtud fluya y así llegue a la gente enferma para así sanarla. Este tipo de sanidad es diferente de las sanidades milagrosas realizadas mediante Su poder divino. El manto del Señor no representa Su divinidad, sino las obras justas de Su humanidad. Su humanidad llevaba los bordes azules, que indican que Su vida estaba regulada por la norma celestial, lo cual produce una virtud capaz de sanar toda enfermedad. Esta virtud se expresa solamente por medio de la vida apropiada de iglesia, donde Jesús está presente.
Apocalipsis 22:2 dice que las hojas del árbol de la vida son para la sanidad de las naciones. En tipología el fruto del árbol de la vida representa la vida divina del Señor, y las hojas del árbol representan Sus hechos humanos. El fruto, la vida divina del Señor, nos nutren; y las hojas, los hechos humanos del Señor, sanan los demás. En el cielo nuevo y la tierra nueva las hojas del árbol de la vida serán para la sanidad de las naciones, esto quiere decir que la virtud de la humanidad de Cristo sanará a la gente. En la narración de Mateo, después de que la barca llegó a su destino, la virtud de las obras humanas del Señor llegaron a ser tan prevalecientes que cualquier tipo de enfermedad era sanada. De la misma manera hoy, cuando vivimos en la vida apropiada de iglesia con la presencia del Señor, entre nosotros se encuentra la humanidad elevada de Jesús, la cual tiene la virtud representada por los flecos del manto de Cristo. Si nosotros llevamos una vida de iglesia apropiada y vivimos por Cristo, expresaremos Su humanidad elevada. Esta es la clase de vida que tiene la virtud y el poder que sana a los que están a nuestro alrededor.
En tipología, la tierra visitada por el Señor después de que la barca arribó a la orilla, es una figura del milenio, pues en el milenio habrá una sanidad total. Sin embargo, la sanidad que habrá en el milenio puede ser experimentada hoy. La gente de la iglesia debe tener un anticipo del milenio. Debemos expresar la humanidad elevada de Jesús para tener la virtud que puede sanar a aquellos que nos rodean. Que otros sean sanados significa que su carácter corrupto es cambiado. Aquellos que se encuentran alrededor de la vida de iglesia se hallan en tinieblas y corrupción. Si en la iglesia expresamos la humanidad elevada de Cristo, el poder sanador fluirá a ellos y aun sanará a otros cristianos.