Mensaje 50
Inmediatamente después de que se narra la transfiguración del Señor sobre el monte alto, se halla el relato de cómo el Señor sanó a una persona endemoniada (Mt. 17:14-21). Después de esto el Señor habló a Sus discípulos por segunda vez acerca de Su crucifixión y resurrección (Mt. 17:22-23). Luego tenemos el suceso acerca del pago del impuesto para el templo, que era un medio siclo (Mt. 17:24-27). Al leer el capítulo diecisiete, es posible que no sea difícil de entender la relación que existe entre todos estos eventos. Si hemos de entender el Evangelio de Mateo, debemos recordar que este evangelio reúne diferentes hechos con el fin de revelar una doctrina. Aunque los tres discípulos, quienes representaban a todos los demás discípulos, habían presenciado la miniatura de la manifestación del reino, aún existía la necesidad de los siguientes tres asuntos: la sanidad de la persona poseída por un demonio de epilepsia; la revelación de la crucifixión y resurrección del Señor; y el pago de medio siclo a los recaudadores de impuestos.
Hemos dicho que la venida del reino en Mateo, del capítulo dieciséis, el versículo 28, al capítulo diecisiete, el versículo 2, no fue la venida plena del reino, sino solamente una miniatura o anticipo de éste. Las profecías relacionadas con la manifestación del reino aún no se han cumplido. Cuando nos salimos de la esfera de la transfiguración, de la atmósfera de la manifestación del reino, nos encaramos con el poder de las tinieblas que prevalece fuera del reino. La posesión demoníaca representa el poder de las tinieblas. En la esfera de la transfiguración del Señor se halla la gloria, pero fuera de esta esfera está el poder de las tinieblas. Mientras estamos disfrutando la transfiguración sobre el monte alto, hay otros que se encuentran en el valle atormentados por la posesión demoníaca. Durante el tiempo de conferencias o entrenamientos, tal vez tengamos la sensación de que nos encontramos sobre el monte de la transfiguración, pero cuando regresamos a casa, comprendemos que el poder de las tinieblas aún está a nuestro alrededor. Para enfrentar el poder de las tinieblas necesitamos ejercitar la autoridad del Rey celestial (17:8). La única manera en que podemos ejercitar esta autoridad es orar y ayunar. El Señor, como Rey celestial, tiene tal autoridad; en cambio, nosotros tenemos necesidad de orar y aun ayunar para ejercer dicha autoridad.
En Mateo 17:22 y 23 el Señor dijo a Sus discípulos: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y le matarán, y al tercer día resucitará”. Cuando los discípulos oyeron esto, “ellos se entristecieron en gran manera”. La transfiguración sobre el monte alto no fue la transfiguración en plenitud. Cristo aún tenía que pasar a través de la muerte y entrar en la resurrección. Mateo dice específicamente que los discípulos, “se entristecieron en gran manera”. De acuerdo con el concepto de Pedro, Jacobo y Juan, el Cristo que había sido transfigurado sobre el monte alto no necesitaba ser crucificado. Así que, ellos podían haber dicho: “Cristo ya fue transfigurado. ¿Por qué aún necesita pasar por la muerte y la resurrección?” Debido a que ellos tenían un concepto erróneo, se entristecieron grandemente por la palabra del Señor.
Es posible que nosotros también tengamos momentos cuando experimentamos un anticipo de la transfiguración. Sin embargo, después de eso, todavía tenemos que descender de la montaña y llevar la cruz ante nuestro esposo o esposa. No importa cuán excelente pueda haber sido la experiencia de la transfiguración, aún necesitamos quedar sometidos a la obra aniquiladora de la cruz. Al llevar la cruz, pasamos de la crucifixión a la resurrección. Tal es la relación que existe entre estas tres secciones de Mateo.
A menos que recibamos luz del Señor, es difícil ver la relación que existe entre los versículos del 1 al 23 y los versículos del 24 al 27. En los versículos del 24 al 27 tenemos el caso de pagar medio siclo a los recaudadores de impuestos, lo cual es una prueba que determina si sabemos cómo aplicar la revelación y la visión con respecto a Cristo. En el capítulo dieciséis Pedro recibió una clara visión de parte del Padre celestial con respecto a que Cristo fuese el Hijo del Dios viviente. Desde ese momento en adelante Pedro estaba seguro de que Cristo era el Hijo del Dios viviente. Después de esto, en lo alto de un monte, el contempló la visión del Cristo manifestado como tal Hijo del Dios viviente. De manera que, él recibió tanto la revelación como la visión. Es posible tener una revelación sin tener una visión. Lo que Pedro recibió del Padre celestial en el capítulo dieciséis fue meramente una revelación, pero en el capítulo diecisiete él vio al Hijo de Dios manifestado y expresado a través del hombre Jesús de Nazaret. Nada pudo haber sido más claro que esta revelación y visión.
Sin embargo, Pedro tenía que pasar por una prueba con respecto a la aplicación de esta revelación y visión. Recibir la revelación y ver la visión es una cosa, pero aplicarlas de una manera práctica es otra. Por ejemplo, probablemente todos nosotros hemos recibido la revelación, de Gálatas 2:20, de que fuimos crucificados con Cristo, y que ahora El vive en nosotros. Quizás aun el más débil de entre nosotros haya recibido dicha revelación. No obstante, cuando el esposo o la esposa nos hace pasar una dificultad, ¿todavía podemos decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”? Cuando uno tiene problemas con su esposo o esposa, la revelación de haber sido crucificado con Cristo y de que Cristo vive en uno, puede desvanecerse. Pocos de los que hemos recibido esta revelación la aplican prácticamente en asuntos de su vivir diario. Pedro pudo haber sido así. El pudo haber dicho: “Yo recibí la revelación de que Jesús es el Hijo del Dios viviente, y lo vi transfigurado sobre la montaña. Esto es muy claro para mí. Tal vez usted no ha visto esta visión, pero yo sí”. El hecho de que Pedro haya recibido la revelación y haya visto la visión fue maravilloso. Pero después era necesario que los que cobraban los impuestos le pusieran a prueba.
El versículo 24 dice: “Cuando llegaron a Capernaum, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto para el templo, y le dijeron: ¿Vuestro maestro no paga el impuesto para el templo?” Este era un impuesto que se cobraba a todo judío para el templo, y que equivalía a medio siclo (Ex. 30:12-16; 38:26). Cuando le hicieron a Pedro esa pregunta, él de inmediato contestó que sí. Pedro no sabía cómo aplicar la revelación y la visión y, por tanto, quedó expuesto. Sobre el monte de la transfiguración Pedro oyó la voz de los cielos que le mandaba escuchar a Cristo (17:5). Si él lo hubiera recordado, le habría remitido a Cristo la pregunta de los cobradores de impuestos, para así conocer Su respuesta. Pero él mismo les contestó en lugar de escuchar lo que Cristo diría. Sobre la montaña, Pedro había escuchado al Padre decir: “Este es Mi Hijo, el Amado, en quien Me complazco, a El oíd”. En ese tiempo Pedro hablaba demasiado y era reprendido por ello. Cuando los cobradores de impuestos le preguntaron si el Señor pagaba los impuestos del templo, él seguía hablando demasiado y sin vacilar les contestó. Si él hubiera aprendido la lección, habría dicho: “Caballeros, permítanme ir a El y escucharlo; necesito preguntarle si El paga o no el medio siclo. Yo no tengo derecho para decir nada”. Sin embargo, Pedro no contestó de esta manera, y él fue expuesto por esta prueba. Sucede lo mismo con nosotros hoy. Después de una conferencia o un entrenamiento, tal vez proclamemos que nunca seremos los mismos, pero les aseguro que cuando regresemos a casa, seremos exactamente los mismos. Pero no debemos permitir que esto nos desanime.
Los versículos 25 y 26 dicen: “Y al entrar él en casa, Jesús se le anticipó, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quién cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos”. Los que cobraban el impuesto para el templo vinieron a Pedro porque él era muy prominente, como la nariz en nuestra cara. Todos los rápidos, los atrevidos, son la “nariz” de la vida de iglesia. Siempre que la iglesia pasa por una prueba, la “nariz” es la parte que sale herida, porque es la primera en golpearse en las cosas. Como Pedro siempre sobresalía, se metía en problemas. Después de decir a los cobradores de impuestos que el Señor Jesús sí pagaba el medio siclo, Pedro entró en la casa. Pero como dice en el versículo 25, “Jesús se le anticipó”. Pedro era muy rápido, pero el Señor es soberano y no le permitió hablar más. Sobre la montaña Pedro fue interrumpido por una voz proveniente del cielo, y en la casa, el Señor lo detuvo. Pedro había hablado presuntuosamente; así que, el Señor lo detuvo y lo corrigió antes de que se precipitara para hablar.
El Señor le preguntó a Pedro que si los reyes de la tierra cobraban los tributos o impuestos de sus hijos o de los extraños. Los hijos de los reyes siempre están exentos de pagar tributos o impuestos. El pueblo de Dios pagaba medio siclo para el templo. Cristo, por ser el Hijo de Dios, estaba exento de pagar este impuesto. Esto era contrario a lo que Pedro acababa de contestar acerca de este particular.
Pedro había recibido la revelación de que Cristo era el Hijo de Dios (16:16-17), y había visto la visión del Hijo de Dios (17:5). Pero ahora, en la aplicación de lo que había visto, él fue puesto a prueba por la pregunta de los cobradores de impuestos. Pedro se equivocó en su respuesta porque olvidó la revelación y la visión que había recibido. Olvidó que el Señor era el Hijo de Dios, y que, como tal, no tenía que pagar el impuesto para la casa de Su Padre. Cuando el Señor preguntó a Pedro si los reyes de la tierra cobraban los tributos de sus hijos o de los extraños, Pedro contestó: “De los extraños”. Doctrinal y teológicamente Pedro contestó correctamente. Cuando el Señor le dijo: “Luego los hijos están exentos”, Pedro seguramente fue estremecido. Parece como si el Señor le estuviera diciendo: “Pedro, ¿ya te olvidaste de la revelación de que Yo Soy el Hijo? Sobre el monte alto tú me viste como soy, el Hijo”. El medio siclo no era un impuesto pagado a ningún gobierno secular, sino que era cobrado con el propósito de suplir los gastos del templo de Dios, la casa de Dios en la tierra. De acuerdo con Exodo 30 y 38, cada judío tenía que pagar medio siclo como contribución al mantenimiento de la casa del Señor. Pero como Jesús era el Hijo de Dios, no era necesario que pagara dicho tributo. Cuando el Señor dijo que los hijos estaban exentos, El indicaba que El, como Hijo de Dios, estaba exento de pagar ese impuesto. Después de escuchar esto, Pedro no supo qué decir. El simplemente debe haber estado de acuerdo y dicho: “Sí, los hijos están exentos. Ya que Tú eres el Hijo de Dios, estás exento de este pago”. Señor, perdóname por haber contestado en la forma en que lo hice. Olvidé la revelación y la visión. Yo recibí la revelación y vi la visión de que Tú eres el Hijo de Dios, pero cuando vino la prueba, me olvidé de todo ello. Señor, por favor, perdóname”.
En el versículo 27 dice: “Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por Mí y por ti”. Después de convencer a Pedro de que El no tenía que pagar el medio siclo, el Señor, como el Legislador del Nuevo Testamento, el Moisés de hoy, mandó que Pedro lo pagara en Su lugar. El Señor hizo esto a propósito para enseñar a Pedro que, en la economía neotestamentaria de Dios El tiene la preeminencia. El es el único que tiene la posición para hablar y dar un mandato, ni Moisés ni Elías ni Pedro, ni ningún otro.
Después de callar a Pedro, el Señor, el profeta del Nuevo Testamento, el Elías de hoy, le dijo que fuera al mar a pescar, y que al hacerlo encontraría una moneda con la cual pagaría el impuesto. Esta profecía se cumplió. Sin lugar a dudas, a Pedro le molestó tener que ir a pescar y esperar hasta que apareciera un pez con un estatero. Mientras el Señor corregía y enseñaba a Pedro, suplía la necesidad de éste. El Señor siempre nos disciplina de esta manera.
Cuando Pedro contestó que sí, el Señor dijo que no. Pero cuando Pedro quedó convencido de que el Señor no tenía que pagar el impuesto, el Señor le dijo que lo pagaría. Tal vez Pedro estaba a punto de ir tras los cobradores del impuesto a decirles que el Señor estaba exento de pagar dicho tributo. Pedro puede haber estado pensando esto cuando el Señor le encargó que pescara un pez que tendría un estatero en la boca, y que pagara con dicha moneda el impuesto requerido. El impuesto debía ser pagado para no ofender a los demás. Es imposible subyugar al Señor Jesús. Cualquier cosa que El diga está siempre correcta, y todo lo que nosotros propongamos a El, siempre está equivocado. Cristo es el Moisés de hoy; El establece las leyes. Cuando El dice que sí, así lo es; y cuando dice que no, la respuesta es no. Lo que nosotros digamos no significa nada; es lo que El dice lo que cuenta. El significado de la visión en la cima del monte, es que sólo debemos escuchar al Señor Jesús y a nadie más; incluyéndonos a nosotros mismos. Es Cristo y no Moisés el que dice que sí o que no. Acerca del mismo asunto el Señor puede decir que sí a otro y que no a usted. Si El hace esto, no argumente con El.
Cuando Pedro tuvo que ir a pescar para obtener la moneda, aprendió la lección. ¿No cree usted que Pedro estaba molesto por tener que ir a pescar? Es cierto que sí lo estaba. Aunque el Señor Jesús es amable y misericordioso, aquel que no quiebra la caña cascada y que no apaga el pábilo que humea, en ocasiones nos disciplina de una manera dura. Cuando el Señor encargó a Pedro que pagara el tributo del templo, no metió la mano a su bolsa para sacar un estatero a fin de dárselo a Pedro. Si El hubiera hecho esto, todo habría sido muy fácil para Pedro. Un estatero había sido preparado para el Señor, pero Pedro tenía que ir a pescarlo. Me pregunto cómo debe haberse sentido Pedro. ¿Estaría sonriendo o lamentándose? Yo creo que mientras Pedro estaba pescando, estaba triste y afligido. Si yo hubiera sido Pedro, habría dicho al Señor: “Señor, ya que Tú puedes sacar una moneda de la boca de un pescado, ¿por qué no simplemente buscas en Tu bolsillo y me das una?” ¿Por qué lo haces tan difícil? Ahora tengo que descender hasta el mar y pescar. Tal vez una tormenta venga mientras estoy pescando. Señor, si Tú deseas hacer un milagro, ¿por qué no lo haces aquí mismo?” No obstante, Pedro había aprendido una gran lección, pues en lugar de decir una sola palabra, simplemente hizo lo que el Señor le mandó.
No creo que el pez viniera inmediatamente; más bien, pienso que el Señor, quien es soberano, mantuvo al pez apartado de Pedro por un tiempo. Así que Pedro esperaba sin ver ninguna señal del pescado. Mientras esperaba, pudo haberse reprendido a sí mismo y dicho: “¿Por qué tuve qué contestar tan precipitadamente? No debí haber respondido a esos cobradores de impuestos. Ni Jacobo ni Juan se metieron en problemas. Pero debido a que yo soy tan atrevido y precipitado, me metí en este lío”. Finalmente, el pescado con la moneda mordió el anzuelo. Esto fue suficiente para cubrir el impuesto del Señor y de Pedro.
El relato aquí es muy simple, pero muy rico en lo que da a entender. Aquí se implica que Cristo es el Profeta, ya que El dijo a Pedro que fuera a pescar y que el primer pez que atrapara traería un estatero en su boca. ¿No fue esa una profecía? La profecía del Señor fue muy práctica y se cumplió exactamente como El lo dijo. Así que, la experiencia que Pedro tuvo aquí comprobó que el Señor es el verdadero Elías a quien debemos oír. Esta historia también da a entender que el Señor es el Moisés de hoy. No depende de nosotros decir que sí o que no, sino completamente de El. Nosotros simplemente debemos hacer todo lo que El diga. Además, nunca debemos hacer lo que El no nos pida hacer.
Por medio de este suceso, Pedro fue puesto a prueba para que aprendiera cómo aplicar la revelación y la visión acerca de Cristo. Mediante esta experiencia él llegó a aprender lo que significa “a El oíd”. Comprendió que no necesitaba escuchar a Moisés ni a Elías, sino únicamente a El. Para nosotros hoy, Cristo es nuestro Moisés y nuestro Elías. El es nuestro Legislador actual y viviente y también nuestro Profeta. Todo lo que El nos diga es la ley, o sea, la ley de vida. Además, lo que El dice es la profecía actual para aplicarse prácticamente a nuestra situación presente. Esta no es meramente una historia, sino una lección para Pedro y también para todos nosotros.