Mensaje 51
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Los capítulos del Mt. 18; Mt. 19; Mt. 20 forman una sección distinta que presenta las relaciones que existen entre los ciudadanos del reino. En los capítulos anteriores vimos la promulgación de la constitución del reino de los cielos efectuada por el Rey, el ministerio del Rey y la revelación del misterio del reino. También vimos la senda que conduce a la gloria, y los asuntos prácticos que siguieron a la transfiguración del Señor. Ahora debemos ver la relación que existe entre los ciudadanos del reino, es decir, cómo deben relacionarse los unos a los otros en el reino. Este es un asunto muy práctico. No es algo doctrinal, como la constitución del reino, ni es profético, como el misterio del reino. En particular, el capítulo dieciocho nos muestra cómo debemos vivir y actuar en el reino de los cielos, esto es: que debemos ser como niños (Mt. 18:2-4); que no debemos hacer tropezar a otros ni ser un tropiezo para ellos (Mt. 18:5-9); que no debemos menospreciar a ningún creyente por más pequeño que éste sea (Mt. 18:10-14); que debemos escuchar a la iglesia para no ser condenados por ella (Mt. 18:15-20); y que debemos perdonar sin límite a nuestros hermanos (Mt. 18:21-35). Todo esto indica que para entrar en el reino de los cielos debemos ser humildes y no menospreciar a ningún creyente, sino amar a nuestros hermanos y perdonarlos.
Antes de estudiar Mt. 18:1-20, debemos tener una vista general de estos tres capítulos, los cuales abarcan cinco asuntos. El primero es el orgullo. Si queremos relacionarnos con otros de una manera apropiada en el reino, es necesario que el Señor toque nuestro orgullo. Debemos ser humildes, y ninguno de nosotros es humilde por naturaleza. Toda persona caída es orgullosa. En el pasado algunos hermanos y hermanas me dijeron que sus esposos o esposas eran humildes. Pero más tarde esos hermanos y hermanas tuvieron que admitir que sus esposos o esposas en realidad no eran tan humildes. Algunos de los hermanos que me habían dicho que sus esposas nunca les habían dado ningún problema, más tarde volvieron a mí con lágrimas hablándome de los problemas que tenían con sus esposas. En realidad no existe ninguna persona humilde.
Estar en el reino es un asunto corporativo. Sin embargo, siempre que nos reunamos como una compañía, habrá dificultades. Esta es la razón por la que ciertos jóvenes no quieren casarse. Pero aunque el matrimonio les ocasione problemas, los jóvenes deben casarse. Debido a la dificultad de estar juntos, Mateo incluye estos capítulos, pues tratan de nuestras relaciones unos con otros. No tenemos otra opción en cuanto a este asunto. Si yo pudiera elegir, prefería estar solo, dedicar toda mi vida a orar, y esperar a solas a que el reino llegue. Pero fuimos predestinados para estar juntos. Sin embargo, al estar juntos, el orgullo es el primer problema.
El segundo problema es nuestra incapacidad para perdonar a otros. El tema del perdón es presentado en la segunda mitad del capítulo dieciocho. Todos debemos aprender a perdonar a los demás, lo cual es un disfrute para ninguno de nosotros. Muy dentro de nuestro corazón no queremos perdonar a los demás.
Según la Biblia, perdonar es olvidar. Para nosotros perdonar a una persona puede significar que simplemente no nos importa cierta ofensa en particular. No obstante, seguimos recordándola. ¡Cuán difícil es olvidar una ofensa hecha en contra de nuestra persona! Aparte de la misericordia y la gracia del Señor, recordaríamos las ofensas de los demás por toda la eternidad. Pero cuando Dios perdona, El olvida por completo. Hebreos 10:17 dice: “Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades”. Perdonar algo absolutamente, es olvidarlo. Nuestro Padre que está en los cielos nos ve como si nunca hubiéramos pecado, porque El ha perdonado y olvidado todos nuestros pecados. Pero cuando nosotros perdonamos una ofensa, a menudo les recordamos a los otros dicha ofensa. Por ejemplo, una hermana diría tal vez: “Los ancianos me trataron mal; sin embargo, yo los perdono, pero permítanme contarles un poco de lo que sucedió”. Perdonar genuinamente quiere decir que nos olvidamos por completo de la ofensa.
La raíz de nuestra indisposición en cuanto a perdonar a otros radica en nuestro carácter, en nuestro mal genio. No importa cuán amables podamos ser, tenemos un carácter que se enoja. La razón por la cual nos ofendemos se debe a este carácter. Yo puedo golpear una silla una y otra vez, pero la silla nunca se ofenderá, porque no tiene carácter, no tiene persona. Pero si lo golpeo a usted, rápidamente se ofenderá debido al mal genio que queda escondido en su interior. Todos estamos sujetos a este mal genio. En ocasiones, cuando he ofendido a un hermano, él ha dicho que tal ofensa no tiene importancia, pero en realidad todos le damos importancia cuando nos ofenden. Tal vez nuestra reacción exterior muestre otra cosa, pero en nuestro interior el mal genio es el mismo. Debido a éste nos es difícil perdonar a los demás.
Este carácter natural se pone de manifiesto principalmente entre esposos y esposas. Yo siempre les aconsejo a las hermanas jóvenes a no ofender a sus esposos. Si lo hacen, será difícil para éstos perdonar tal ofensa. Aunque su esposo le diga a usted que ya la ha perdonado, muy profundamente no lo ha hecho. Todo hombre tiene una naturaleza que le lleva a ofenderse fácilmente, especialmente por su esposa. Las mujeres comúnmente se quejan de sus esposos. La razón por la que hay tantas separaciones y divorcios es por las quejas de las esposas y por la incapacidad de los esposos para perdonar. Hermanas, hagan lo posible por no quejarse de su esposo. Si él llega tarde, olvídense de ello. No hagan ninguna insinuación al respecto. Hermanos, les aconsejo que no hagan caso de las quejas de su esposa. Aconsejo a las hermanas que no se quejen y a los hermanos que no se ofendan.
Ya tratados los temas del orgullo y de la incapacidad para perdonar a otros, llegamos al problema de la concupiscencia, que se aborda en el capítulo diecinueve. En la constitución del reino de los cielos se trata completamente el asunto de la concupiscencia. También el capítulo trece, cuyo tema es el misterio del reino de los cielos, trata este problema. La concupiscencia es un gran problema para los ciudadanos del reino. Muchas separaciones y divorcios son ocasionados por la concupiscencia. Por lo tanto, en el capítulo diecinueve el Señor Jesús tocó este asunto. Aparte de la gracia del Señor ninguno de nosotros puede vencer la concupiscencia.
El cuarto problema es el del amor a las riquezas. Es muy difícil que un hombre rico entre en el reino de los cielos, es aun más difícil que pasar un camello por el ojo de una aguja. Las riquezas presentan una gran frustración para la vida del reino. Este problema también se trata en la constitución del reino de los cielos, así como en la parábola del sembrador, en el capítulo trece.
El último problema que debemos enfocar es el de la ambición, el cual se menciona en el capítulo veinte. La esposa de Zebedeo tenía la ambición de que sus dos hijos disfrutaran de una alta posición en el reino; así que, ella dijo al Señor: “Di que estos dos hijos míos se sienten uno a Tu derecha y otro a Tu izquierda en Tu reino” (Mt. 20:21). El Señor le contestó que no sabía lo que pedía. Mateo narra la historia de la esposa de Zebedeo haciendo esta petición por sus hijos, pero Juan no la incluye, porque su evangelio no se ocupa de las relaciones del reino. Mateo sí describe este suceso porque en el reino existe el problema de la ambición por obtener una posición.
La ambición ha sido un problema tanto en el Oriente como en el Occidente. Muchas veces cuando los ancianos fueron designados en las iglesias, otros hermanos se ofendieron porque ellos mismos no fueron los designados. Aunque, a lo más, una iglesia necesita tres o cuatro ancianos, el número de hermanos que se han designados como candidatos para ser ancianos pueden sumar más de quince. Si esos hermanos oraron o no acerca de ser designados como ancianos, yo no lo sé. En cambio, estoy seguro de que esperaban ser designados. Cuando se dieron cuenta de que ellos no fueron los designados como ancianos, empezaron a hablar negativamente de la iglesia, simplemente porque no recibieron la posición que deseaban. Hemos encontrado este problema en la iglesia en Taipéi, una iglesia con más de 20,estudio-vida-de-biblia/estudio-vida-de-mateo miembros. Cada vez que se abría una nueva reunión de hogar, existía la necesidad de designar a dos o tres hermanos y hermanas responsables para encargarse de los asuntos prácticos de dicha reunión de hogar. Casi en cada ocasión que se nombraban los líderes, alguna hermana se ofendía porque ella no quedó entre los designados. Debido a que se ofendían, dejaban de reunirse por algún tiempo. Esto expone el problema de la ambición.
Estos tres capítulos abarcan los cinco asuntos mencionados. Abordan completamente el asunto del orgullo, el mal genio natural, la concupiscencia, el amor a las riquezas y la ambición. Todos estos problemas se encuentran dentro de nosotros. Si entramos en las profundidades de estos capítulos, ciertamente seremos tocados. De hecho, nos daremos cuenta de que somos personas llenas de orgullo, y que el enojo se encuentra oculto en nuestra naturaleza, en nuestro carácter. No importa cuán pacientes tratemos de ser, el enfado queda profundamente arraigado en nuestro carácter. Esto es lo que causa que difícilmente perdonemos a otros. Además, somos perturbados por la concupiscencia y por el amor al dinero, los cuales dañan igualmente la vida del reino. Finalmente, nos encontramos con el problema de la ambición. Mateo a propósito presenta estos cinco problemas en su evangelio para mostrarnos que debemos guardarnos de ellos si queremos estar en el reino. El orgullo, el enojo, la concupiscencia, las riquezas y la ambición, son todos “escorpiones”. Necesitamos un insecticida divino para matar estos “escorpiones”. Bajo la inspiración de Dios, Mateo escogió varios casos y los puso juntos con el fin de exponer estos problemas. Ahora necesitamos considerarlos uno por uno.
En la vida del reino la humildad se requiere (Mt. 18:1-4). En principio, todos los ciudadanos del reino deben ser como niños. Ser humilde es ser como un niño pequeño. Si no somos humildes, o seremos ofendidos por otros, u ofenderemos a otros; es decir, que, o tropezaremos con ellos o nosotros los haremos tropezar. Todos los tropiezos son ocasionados por el orgullo. Si no fuéramos orgullosos, no encontraríamos ningún tropiezo. El hecho de que podemos tropezar o ser ofendidos demuestra que somos orgullosos. Si un niño es ofendido, en unos cuantos minutos olvidará tal ofensa. Pero una vez que los adultos son ofendidos, ellos tropiezan por causa de su orgullo. Además, el tropiezo que nosotros causamos a otros, también proviene de nuestro orgullo.
Es un asunto muy delicado hacer tropezar a alguien. El versículo 6 dice: “Y cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en Mí, más provechoso le sería que se le colgase al cuello una gran piedra de molino, y que se le hundiese en lo profundo del mar”. En los versículos de esta porción el Señor nos advierte que debemos resolver este asunto de los tropiezos. Si la mano, el pie, o el ojo, nos son ocasión de tropezar, debemos tratar con éstos de una manera determinante; de otra forma, no llevaremos una vida apropiada del reino. A fin de llevar una vida del reino apropiada, es necesario que seamos humildes. Entonces no tropezaremos ni haremos tropezar a nadie. Toda causa de tropiezo debe ser abandonada.
No importa cuán pequeños seamos, somos preciosos a los ojos de Dios el Padre, y El cuida de nosotros. A El no le agrada ver a nadie tropezar. Nosotros ofendemos muy fácilmente a esos pequeñitos a quienes el Padre cuida. Además, cuanto más pequeños nosotros seamos, con más facilidad tropezaremos. Si queremos evitar tropezar y hacer tropezar a otros, tenemos que ser humildes. La humildad nos rescatará.
El versículo 15 dice: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando a solas tú y él; si te oye, has ganado a tu hermano”. En esta sección también vemos la manera de relacionarnos con un hermano que nos ofende. Si un hermano peca y nos ofende, debemos primero ir a él en amor y señalarle su ofensa.
El versículo 16 dice: “Mas si no te oye, toma contigo a uno o dos más, para que por boca de dos o tres testigos conste toda palabra”. Si el hermano no le escucha a usted, no debe desecharlo; por el contrario, debe ir a él con uno o dos testigos, deseando que el hermano los escuche y sea rescatado.
El versículo 17 dice: “Si rehusa oírlos a ellos, dilo a la iglesia”. Si un hermano peca, primero debemos reconvenirle a solas con amor (v. 15), luego, por medio de dos o tres testigos (v. 16), y finalmente, con autoridad mediante la iglesia (v. 17).
La última parte del versículo 17 dice: “...y si también rehusa oír a la iglesia, tenle por gentil y recaudador de impuestos”. Si un creyente rehusa oír a la iglesia, perderá la comunión de ésta, y será como un gentil o pagano, como un recaudador de impuestos, un pecador, quien está fuera de la comunión de la iglesia. El gentil o recaudador de impuestos no tiene comunión en la vida del reino, ni en la vida de iglesia. Considerar a alguien un gentil o un recaudador de impuestos no significa que lo excomulguemos, sino que él ha sido considerado como uno que está cortado de la comunión de la iglesia. La excomunión se menciona en 1 Corintios 5. La iglesia debe excomulgar a fornicarios e idólatras. Pero al hermano ofensor que no escuche ante dos o tres testigos, no necesariamente requiere ser excomulgado. A pesar de que la situación con él sea desagradable, no debemos ubicarlo en la misma categoría de los fornicarios e idólatras. El es cortado de la comunión de la iglesia para que la pérdida de dicha comunión lo anime a arrepentirse y a restaurar su comunión con la iglesia.
Al tratar con tal hermano ofensor debemos ejercer la autoridad del reino. Debido a que la iglesia hoy es débil, no se da cuenta de la necesidad de ejercitar esta autoridad. El hermano mencionado en esta porción de la Palabra, primero ofende a otros, y luego se rebela. Primero causa la ofensa, y después no oye al que ha ofendido, ni a los dos o tres testigos, ni aun a la iglesia; en consecuencia, cae en rebelión. Ya que él se rebela contra la iglesia, ésta debe ejercer su autoridad para atar y desatar. Lo ata mientras esté en rebelión y lo desata cuando se arrepienta. En el versículo 18 atar significa condenar y desatar significa perdonar. Debido a que este hermano rebelde no escucha a la iglesia, ésta debe ejercer la autoridad del reino para atarle hasta que se arrepienta. Pero cuando se arrepienta, la iglesia debe ejercer de nuevo la autoridad del reino para perdonarle y restaurarle en la comunión de la iglesia.
Al tratar con el hermano ofensor, debemos hacerlo con mucha oración y en unanimidad. En el versículo 19 dice: “Otra vez, de cierto os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos”. Hablando con propiedad, la palabra “pedir” aquí se refiere a la oración relacionada con el hermano que rehusa oír a la iglesia. Si oramos conforme a la promesa del Señor, nuestra oración ciertamente será contestada, y lo hace posible que el hermano ofensor sea recobrado.
Todo lo anterior debe ser hecho en la presencia del Señor. Si intentamos ejercer la autoridad del reino fuera de la presencia del Señor, no se producirán los resultados esperados. El versículo 20 indica que es necesaria la presencia del Señor: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”.
El versículo 17 dice: “Si rehusa oírlos a ellos, dilo a la iglesia”. La iglesia revelada en Mateo 16:18 es la iglesia universal, la cual es el Cuerpo único de Cristo; mientras que la iglesia revelada aquí, es la iglesia local, la cual es la expresión del Cuerpo único de Cristo en cierta localidad. El capítulo dieciséis se relaciona con la edificación universal de la iglesia, mientras que el capítulo dieciocho tiene que ver con la práctica local de la iglesia. Ambos pasajes revelan que la iglesia representa el reino de los cielos, y como tal tiene la autoridad para atar y desatar.
Para estar en el reino de los cielos de una manera práctica debemos estar en la iglesia local. De acuerdo con el contexto del capítulo diecisiete, tanto la realidad como la factibilidad del reino residen en la iglesia local. En un capítulo que trata de las relaciones que se tienen en el reino, el Señor habla acerca de la iglesia. Esto demuestra que el sentido práctico del reino hoy se encuentra en la iglesia local. Sin la iglesia local, es imposible tener la factibilidad y la realidad de la vida del reino. Muchos cristianos hoy hablan acerca de la vida del reino, pero sin la práctica local de la vida de iglesia, este hablar es vano.
En el capítulo dieciséis el Señor reveló la iglesia universal. Pero la iglesia universal requiere el sentido práctico de la iglesia local. Sin la iglesia local, no se podría experimentar de manera práctica la iglesia universal; en cambio, sería solamente algo teórico. La iglesia local es la realidad tanto del reino como de la iglesia universal.
Muchos cristianos piensan que en tanto dos o tres se reúnan en el nombre del Señor y cuenten con Su presencia, ellos son la iglesia y están en la realidad de la iglesia. Pero si leemos esta porción de la Palabra cuidadosamente, nos daremos cuenta de que los dos o tres mencionados en el versículo 20 no son la iglesia. Estos dos o tres son los dos o tres mencionados en el versículo 16. Ellos pueden reunirse en el nombre del Señor, pero no son la iglesia; porque si existe algún problema, todavía necesitan decírselo a la iglesia (v. 17). Si estos dos o tres fueran la iglesia, no habría necesidad de que ellos llevaran el problema a la iglesia. El hecho de que ellos todavía necesitan decírselo a la iglesia, demuestra que ellos no son la iglesia, sino solamente parte de ella. Ellos pertenecen a la iglesia y son miembros de ésta, pero no podemos decir que ellos son la iglesia.
No debemos pensar que los dos o tres que se reúnen en el nombre del Señor y con Su presencia son la iglesia. Si creemos esto, entonces sería posible que una iglesia local formada por trescientos miembros, pudiera dividirse en cien iglesias locales, en donde cada grupo de dos o tres pensaría que son una iglesia. ¡Qué confusión sería esto! Dos o tres pueden reunirse en el nombre del Señor, y el Señor puede verdaderamente estar en medio de ellos, pero esto no quiere decir que ellos sean la iglesia.
La iglesia tiene la autoridad, y nosotros debemos escucharla y someternos a ella. Si no nos sometemos a la iglesia, estamos acabados en cuanto al reino, porque la vida del reino es una vida de sumisión a la iglesia.
El contexto de Mateo 18 indica que la realidad de la iglesia es la presencia del Señor, la cual es, a su vez, la autoridad de la iglesia. La iglesia debe asegurarse de tener la presencia del Señor como su realidad; de otra forma, no tiene una autoridad genuina. La autoridad verdadera y práctica de la iglesia es la presencia del Señor. Si alguien no quiere obedecer a la iglesia, en realidad se rebela contra la presencia del Señor. La iglesia tiene la base para ejercer autoridad en la presencia del Señor sobre cualquier caso de rebelión.
El factor básico que causa problemas en la iglesia es el orgullo, y éste es lo que incita a un hermano a que ofenda al otro que viene a él en amor; es lo que causa que no esté dispuesto a oír a los dos o tres ni aun a la iglesia; y es el orgullo el que también ocasiona que se rebele contra la iglesia misma. Todos debemos dar muerte al “topo” de nuestro orgullo. Debemos ser humildes y siempre escuchar y someternos a ella. Que el Señor nos conceda Su misericordia en este asunto.