Mensaje 59
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Después de que el Señor Jesús fue examinado por los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo acerca del origen de Su autoridad, los discípulos de los fariseos juntamente con los herodianos lo interrogaron acerca del tributo que debía pagarse al César (Mt. 22:15-22). Los herodianos eran partidarios del régimen del rey Herodes y le ayudaron a implantar las costumbres griegas y romanas en la cultura judía. Por lo general, estaban del lado de los saduceos y se oponían a los fariseos, pero aquí se unieron a los fariseos con la intención de enredar al Señor Jesús.
Los herodianos se oponían a los fariseos porque éstos eran muy conservadores, mientras que los herodianos eran modernos, tomando partido con los saduceos quienes también eran modernistas en su forma de pensar. Sin embargo, en esta ocasión los herodianos y los fariseos conspiraron para atrapar al Señor Jesús. Ellos esperaban que El cayera en su enredo. En el versículo 17 dijeron al Señor: “Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito pagar tributo a César, o no?” Esta era verdaderamente una pregunta capciosa. Todos los judíos se oponían a dar tributo al César. Si el Señor Jesús hubiera dicho que era lícito hacer esto, habría ofendido a todos los judíos, que seguían a los fariseos. Pero si hubiera dicho que no era lícito, los herodianos, quienes apoyaban al gobierno romano, habrían tenido una base sólida para acusarle. El hecho de que tuvieran que pagar tributo al César era muy desagradable para los judíos; en efecto, lo odiaban. En especial los fariseos estaban en contra de ello. Sin embargo, los herodianos estaban de acuerdo con pagar impuestos al gobierno romano. Así que, uno de los dos partidos se oponía a este asunto y el otro estaba a favor. Según su concepto, ya sea que el Señor contestara a la pregunta afirmativa o negativamente, ellos esperaban que El cayera en la trampa.
No obstante, el Señor Jesús es muy sabio y sabe cómo actuar con cada persona y en cada situación. En el versículo 19 El dijo: “Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario”. El Señor no mostró la moneda romana, sino que les pidió que ellos le mostraran una. Por poseer una de las monedas romanas, ellos fueron sorprendidos. Al presentarle la moneda, ellos ya habían perdido el caso.
Los versículos 20 y 21 dicen: “Y les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Entonces les dijo: Devolved, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. Pagar a César lo que es de César es darle tributo conforme a sus reglamentos gubernamentales. Y dar a Dios lo que es de Dios es pagarle el medio siclo conforme a Exodo 30:11-16, y ofrecerle todos los diezmos conforme a Su ley. Los judíos se encontraban bajo dos autoridades, la autoridad política de Roma, y la autoridad espiritual de Dios. En Jerusalén no sólo estaba el gobierno romano, sino también el templo de Dios. Por esta razón, los judíos tenían que rendir tributo a ambos sistemas, al gobierno romano y al templo de Dios. Así que, el Señor les dijo que devolvieran a César lo que era de César, y a Dios lo que era de Dios. Esta respuesta asombró a los fariseos y a los herodianos, y ellos fueron derrotados.
En Mateo 22:23-33 vemos que el Señor fue probado también por los saduceos. Los saduceos eran los antiguos modernistas quienes no creían ni en los ángeles ni en la resurrección (Hch. 23:8). Ellos eran exactamente como los modernistas y los que se aferran al alto criticismo de hoy, quienes no creen en las Escrituras, en los ángeles ni en los milagros. Aquellos modernistas antiguos se le acercaron al Señor con una pregunta referente a la resurrección. Tal parecía que ellos eran muy listos, pues plantearon al Señor el caso de una mujer que se había casado con siete hermanos, quienes habían muerto uno tras otro, y le preguntaron: “En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?” (v. 28). Desde el punto de vista humano esta era una pregunta difícil de contestar. Sin duda los fariseos, los antiguos fundamentalistas, habrían tenido dificultad para contestarla. Pero el Señor Jesús les dio una respuesta clara.
El versículo 29 dice: “Entonces, respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, por no conocer las Escrituras ni el poder de Dios”. Una cosa es conocer las Escrituras, y otra es conocer el poder de Dios. Necesitamos conocer ambos. Conocer las Escrituras aquí se refiere a conocer los versículos del Antiguo Testamento relacionados con la resurrección, y conocer el poder de Dios se refiere a conocer el poder de la resurrección. En Su respuesta a los saduceos, el Señor hizo cuatro cosas: primero, los condenó; en segundo lugar, los reprendió; en tercer lugar, les dio una enseñanza; y en cuatro lugar, con Su respuesta los dejó sin habla. Los condenó al decirles que estaban errados. Todos los modernistas están engañados y, por eso, merecen ser condenados. Los modernistas de hoy deben ser condenados por negar la resurrección, los ángeles y los milagros. Cuando yo era joven, tales enseñanzas se esparcían en China. Por ejemplo, los modernistas decían que las aguas del Mar Rojo no fueron divididas y que el pueblo de Israel no cruzó por la tierra seca. Ellos decían que un fuerte viento sopló en las aguas poco profundas del mar permitiendo así que el pueblo cruzara hacia el otro lado. ¡Qué enseñanza tan demoníaca! Los modernistas antiguos, al igual que los de hoy, pensaban que son muy listos, pero en realidad estaban engañados. Por eso, el Señor los reprendió al decirles que no conocían las Escrituras ni el poder de Dios.
Después de que el Señor condenó y reprendió a los saduceos, le dio una enseñanza. En el versículo 30 El dijo: “Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles en el cielo”. Esto quiere decir que en la resurrección no habrá varón ni hembra. Por lo tanto, no habrá matrimonio. Esto se llevará a cabo por el poder de Dios. Aquellos que niegan la resurrección no conocen el poder de Dios.
Con el fin de ayudar a los saduceos a conocer las profundidades de la verdad contenida en las Escrituras, el Señor dijo: “Pero con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: ‘Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Puesto que Dios es el Dios de los vivos y es llamado “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”, Abraham, Isaac y Jacob, quienes murieron, serán resucitados. De este modo el Señor Jesús explicó las Escrituras, no sólo conforme a la letra, sino también conforme a la vida y al poder contenidos en ellas.
Aprecio mucho la forma en que el Señor interpretó la Biblia. El dijo que Dios era el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Si no fuera a haber resurrección en el futuro, entonces Dios sería un Dios de muertos. Pero el hecho de que Dios sea Dios de vivos, y el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, prueba que Abraham, Isaac y Jacob resucitarán. Si ellos no han de ser resucitados, entonces ¡cómo podría Dios ser un Dios de vivos? Esta es la forma genuina, honesta, viviente y confiable de presentar una exposición de la Biblia. Al dar a los saduceos esta respuesta tan clara, el Señor los dejó sin habla.
Cuando los fariseos oyeron que el Señor había hecho callar a los saduceos, se reunieron para planear lo que debían hacer en seguida. Entonces uno de ellos, un intérprete de la ley, tentó al Señor haciéndole una pregunta acerca del gran mandamiento de la ley. Un intérprete de la ley era alguien versado en la ley de Moisés, un erudito en la interpretación de la ley del Antiguo Testamento. El Señor dijo que el gran y primer mandamiento era amar al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente (vs. 37-38). Entonces dijo: “Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas”. Tanto el mandamiento de amar a Dios como el de amar a nuestro prójimo tiene que ver con el amor. El espíritu de los mandamientos de Dios es el amor.
En todas estas pruebas el Señor Jesús fue interrogado con respecto a cuatro cosas: la religión, la política, las creencias y la ley. En cuanto a la religión, se le preguntó acerca de la fuente u origen de Su autoridad en las actividades religiosas. Con respecto a la política se le interrogó acerca del pago de tributos al gobierno romano. En cuanto a Su creencia, se le pidió que dijera lo que creía acerca de la resurrección. Y referente a la ley, le preguntaron cuál era el gran mandamiento. En todos estos cuatro aspectos aquellos que probaron al Señor Jesús quedaron maravillados sin tener nada más que decir.
El Señor, después de haber sido examinado, hizo una pregunta a los fariseos. Los versículos 41 y 42 dicen: “Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?” Durante la última visita de Cristo a Jerusalén, el centro del judaísmo, El fue rodeado por los principales sacerdotes, los ancianos, los fariseos, los herodianos y los saduceos, y un intérprete de la ley (Mt. 21:23–22:46), quienes intentaban enredarlo con enigmas y preguntas capciosas. Primero, los principales sacerdotes, que representaban la autoridad de la religión judía, y los ancianos, que representaban la autoridad del pueblo judío, le preguntaron acerca de cuál autoridad tenía (21:23). Ellos formularon la pregunta conforme a su concepto religioso. En segundo lugar, los fariseos, quienes eran los conservadores, y los herodianos, quienes eran celosos por la política, le hicieron una pregunta relacionada con la política. En tercer lugar, los saduceos, que eran los modernistas, le preguntaron con respecto a las creencias fundamentales. En cuarto lugar, un intérprete de la ley que se creía recto, le hizo una pregunta acerca de la ley. Luego Cristo, después de contestar sabiamente todas las preguntas, les hizo una pregunta acerca de Sí mismo. Esta es la gran pregunta. Los interrogantes que ellos presentaron tenían que ver con la religión, la política, las creencias y la ley. Pero la pregunta que El hizo tenía que ver con el Cristo, quien es el centro de todas las cosas. Ellos conocían la religión, la política, las creencias y la ley, pero no prestaban atención al Cristo. Así que, El les preguntó: “¿Qué pensáis acerca del Cristo?” Todos debemos contestar esta gran pregunta.
La gente hoy tiene muchas preguntas, pero todas sus preguntas pueden clasificarse en cuatro categorías: la religión, la política, las creencias y la ley. Tal como en los tiempos antiguos, la gente de hoy se interesa por estas cuatro cosas, y no por Cristo. Ellos simplemente no tienen ningún concepto acerca de El. Pero Dios se centra en Cristo, y el enfoque de Cristo queda en Sí mismo. Por lo tanto, El les preguntó: “¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?” Esta pregunta se refiere a la Persona de Cristo, la cual es un misterio, el asunto más asombroso en todo el universo.
La Cristología es el estudio de la Persona de Cristo. A partir del segundo siglo en adelante, los maestros cristianos han debatido entre sí con respecto a la Cristología. Hoy la batalla entre nosotros y nuestros opositores también se relaciona con este asunto. Por ejemplo, uno de nuestros principales opositores enseña que Cristo no está en nosotros, sino que simplemente tiene un representante en nosotros que es el Espíritu Santo. Según él, Cristo está a la diestra de Dios en el tercer cielo, y el Espíritu Santo está representándolo en nosotros. Este concepto está relacionado con el triteísmo, esto es, la enseñanza de que los tres de la Deidad son tres individuos distintos. Aquellos que enseñan que Cristo sólo está representado en nosotros por el Espíritu Santo en realidad tienen tres Dioses. Muy dentro de su ser, la mayoría de los cristianos inconscientemente tiene este concepto. Recientemente, algunos opositores han dicho que la divinidad de Cristo está en el creyente, pero que Su humanidad está en los cielos. ¡Qué ridículo es esto! Ahora ellos no sólo tienen tres Dioses, sino también dos Cristos, un Cristo material y uno espiritual. Estos conceptos tan peculiares son el resultado de nuestra mentalidad caída. ¡Qué horrible es separar la humanidad de Cristo de Su divinidad! Esto muestra el hecho de que la pregunta acerca de la Persona de Cristo sigue siendo una pregunta de suma importancia.
Cuando el Señor hizo esta pregunta a los fariseos, ellos respondieron que Cristo era hijo de David (v. 42). Sin duda, esta respuesta era correcta, pues concordaba con las Escrituras. Entonces el Señor les dijo: “¿Pues cómo David en el espíritu le llama Señor, diciendo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a Tus enemigos bajo Tus pies’? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?” (vs. 43-45). La pregunta aquí es ésta: ¿cómo puede ser que un tatarabuelo pudo llamarle Señor a su tataranieto? A esta pregunta los fariseos no supieron qué responder. Cristo, como Dios, en Su divinidad, es el Señor de David; pero como hombre, en Su humanidad, El es el Hijo de David. Los fariseos solamente tenían la mitad del conocimiento bíblico con respecto a la Persona de Cristo, o sea, que El era el Hijo de David según Su humanidad. Pero no tenían la otra mitad, la que trataba de Su divinidad como Hijo de Dios. La mención del espíritu en el versículo 43 indica que Cristo sólo es conocido por nosotros en nuestro espíritu y por medio de la revelación que Dios nos da (Ef. 3:5).
El versículo 46 dice: “Y nadie le podía responder palabra; ni se atrevió nadie después de aquel día a preguntarle más”. Esta gran pregunta que Cristo hizo con respecto a Su maravillosa Persona, hizo callar a todos Sus opositores. Los fariseos habían estudiado el Antiguo Testamento, y ellos habían visto claramente que Cristo era el Hijo de David, pero no veían que Cristo era también el Hijo de Dios.
Aun aquellos que reconocían que Cristo era tanto el Hijo de Dios como el Hijo de David, han argumentado acerca de Sus dos naturalezas, tratando de determinar si estaban separadas o mezcladas. En lugar de argumentar acerca de la Persona de Cristo, deberíamos decir: “¡Aleluya, tenemos una Persona que es misteriosa y gloriosa! El es tan maravilloso que no podemos entenderlo adecuadamente”. Consideremos Isaías 9:6, que dice: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado ... y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Nos tomará una eternidad entender este versículo. Cristo es un niño, pero a la vez es el Dios fuerte. El es el Hijo, pero aun es llamado el Padre eterno. No piense que puede entender a Cristo adecuadamente hoy, pues El es tan maravilloso y excede por mucho a nuestra comprensión. Nosotros ni siquiera nos entendemos completamente a nosotros mismos. ¿Cómo podríamos entender adecuadamente a Cristo, quien es la corporificación misma del Dios Triuno?
¡Cuán maravilloso es nuestro Cristo! El es tanto Dios como hombre, tanto el Hijo de Dios como el Hijo de David. Además, El está en los cielos, como también en nosotros. El está dentro y fuera, en lo alto y en lo bajo, El es lo más grande y lo más pequeño. ¡Oh, Cristo lo es todo! Necesitamos conocerlo hasta tal grado. Entonces diremos: “Señor Jesús, no puedo agotar el conocimiento de Ti. Señor, Tú eres el único justo. Si existe un Dios, ese debes ser Tú. Si existe un ser humano genuino, ése tienes que ser Tú. Señor, Tú eres el Salvador, el Redentor, la vida y la luz”. Hoy tenemos que conocer cuán insondable es el Señor Jesús como el Hijo de David y el Hijo de Dios. Tanto la experiencia como el conocimiento acerca de El son inagotables. Ya que Cristo es todo-inclusivo, el disfrute de El es inagotable.
No nos debemos dejar atrapar por la trampa satánica de debatir acerca de la Persona de Cristo. Pensar que conocemos todo acerca de la Persona de Cristo es un indicio de que hemos sido ya enredados. Aunque podemos conocer a Cristo, no podemos entenderlo totalmente. Sabemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que El es llamado también el Padre, porque la Biblia así nos lo dice, pero no podemos comprenderlo adecuadamente. También sabemos que Cristo es el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, y que El tiene tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana mezcladas como una sola Persona. De modo que, El es una Persona con dos naturalezas y dos vidas. Sin embargo, esto excede a nuestra capacidad para entenderlo cabalmente. Nosotros simplemente creemos todo lo que la Biblia dice y le alabamos al Señor por ser tan maravilloso. Debemos adorarle, recibirle, disfrutarle y experimentarle como la Persona más maravillosa de todo el universo.