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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 68

UNA PRUEBA PARA EL PUEBLO Y EL ESTABLECIMIENTO DE LA MESA

  No es muy sencillo entender el tema doctrinal que Mateo presenta en su evangelio. Muchos toman este evangelio simplemente como un libro de cuentos; sin embargo, éste no es un libro de historias, sino un libro cuyo tema son las enseñanzas del reino de los cielos. Si deseamos tocar las profundidades de este evangelio, tenemos que aplicar este concepto en cada capítulo. En los capítulos del veintiséis al veintiocho, no podemos encontrar la expresión “el reino de los cielos”; no obstante, el contenido de estos capítulos está relacionado con el reino de los cielos. Si invertimos tiempo en la presencia del Señor escudriñando el significado de estos capítulos con relación al reino de los cielos, El nos lo revelará.

I. REVELA POR ULTIMA VEZ SU CRUCIFIXION, LA CUAL CUMPLIO EL TIPO DE LA PASCUA

  Mateo 26:1-2 dice: “Y aconteció que cuando Jesús terminó todas estas palabras, dijo a Sus discípulos: Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”. La conjunción “y” al inicio del versículo 1 une el capítulo veintiséis con los capítulos veinticuatro y veinticinco, los cuales hablan de la profecía con respecto a los judíos, los creyentes y los gentiles. Inmediatamente después de declarar esta profecía del reino, el Señor dijo a Sus discípulos que en dos días vendría la Pascua y que el Hijo del Hombre sería entregado para ser crucificado. La palabra del Señor aquí significa que Su crucifixión sería el cumplimiento de la Pascua; esta Pascua sería la última. La fiesta de la Pascua había sido celebrada por más de quince siglos, pero ahora estaba a punto de ser anulada y, en cierto sentido, reemplazada. Al unir la Pascua y la crucifixión del Hijo del Hombre, el Señor daba a entender que Su crucifixión sería el cumplimiento de la Pascua, y que El mismo era el Cordero pascual.

  La Pascua tipificaba a Cristo (1 Co. 5:7). Cristo fue hecho el Cordero de Dios para que Dios no nos juzgara a nosotros, los pecadores, según es tipificado por la Pascua en Exodo 12. A fin de cumplir el tipo, Cristo como Cordero pascual tuvo que ser inmolado el día de la Pascua.

  Según el tipo presentado en Exodo 12:3-6, el cordero pascual tenía que ser examinado durante los cuatro días que precedían a la Pascua. Antes de la crucifixión, Cristo fue a Jerusalén por última vez, seis días antes de la Pascua (Jn. 12:1), y de la misma manera fue examinado algunos días por los líderes judíos (Mt. 21:23-46; 22:1-46). No se encontró en El mancha alguna, y quedó demostrado que El era perfecto y que era apto para ser el Cordero pascual por nosotros.

II. UNA PRUEBA PARA TODA LA GENTE

  Como Cordero pascual, Cristo fue una prueba para toda la humanidad. A través de los siglos Cristo ha sido constantemente tal prueba para todos. No podemos tener una actitud neutral respecto a El; más bien, lo que nosotros somos, será probado por El. Estamos obligados a reaccionar hacia El, y esa reacción revelará nuestra actitud respecto al Cordero pascual.

A. Cristo fue aborrecido por los religiosos fanáticos

  Los versículos del 3 al 5 indican que los religiosos fanáticos aborrecían a Cristo. En efecto, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo tuvieron consejo entre sí para prenderle con engaño y matarle. ¿Puede usted creer que la religión conspiró para matar al Señor Jesús? El versículo 5 dice: “Pero decían: No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo”. Finalmente, bajo el arreglo soberano de Dios, ellos mataron al Señor Jesús durante la fiesta (27:15), para que se cumpliera el tipo. Esto indica que la crucifixión de Cristo se efectuó bajo la mano soberana de Dios a fin de cumplir el tipo de la Pascua. La primera clase de gente, los religiosos fanáticos, fueron puestos en evidencia por su odio hacia el Señor Jesús.

B. Amado por los discípulos

  Aunque los religiosos aborrecían al Señor Jesús, Sus discípulos lo amaban (vs. 6-13). Dos de los que amaban al Señor eran Simón el leproso y María, la mujer que derramó el ungüento sobre Su cabeza. Un leproso representa a un pecador (8:2). Simón debe de haber sido un leproso que fue sanado por el Señor. Así que, por agradecimiento al Señor y por amor a El, preparó una fiesta (v. 7) en su casa para el Señor y Sus discípulos con el fin de disfrutar Su presencia. Un pecador salvo siempre hace eso. Simón debe de haber sabido que la muerte del Señor estaba próxima. Probablemente se dio cuenta de que ésa era la última oportunidad que tenía para expresar su amor al Señor; por tanto, aprovechó la ocasión para disfrutar otro tiempo amoroso de comunión íntima con el Señor. El abrió su casa, preparó una fiesta, e invitó al Señor y a todos aquellos que le amaban.

  Los versículos 7 y 8 dicen: “Se acercó a El una mujer, con un frasco de alabastro de ungüento de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de El, mientras estaba reclinado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se indignaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio?” Los discípulos consideraban que la ofrenda de amor que María hizo al Señor era un desperdicio. Durante los veinte siglos pasados, miles de vidas preciosas, tesoros del corazón, puestos altos y futuros brillantes han sido “desperdiciados” en el Señor Jesús. Aquellos que lo aman así, lo encuentran digno de ser amado de esta manera y merecedor de dicha ofrenda. Lo que han derramado sobre El no es un desperdicio, sino un testimonio fragante de Su dulzura.

  En el versículo 11 el Señor dijo a los discípulos indignados: “Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a Mí no siempre me tendréis”. Esto indica que debemos amar al Señor y aprovechar toda oportunidad para expresarle nuestro amor.

  El versículo 12 dice: “Porque al derramar este ungüento sobre Mi cuerpo, lo ha hecho para Mi sepultura”. María recibió la revelación de que el Señor iba a morir, según lo que El dijo en Mateo 16:21; 17:22-23; 20:18-19; 26:2. Así que, aprovechó la oportunidad para derramar sobre el Señor lo mejor que ella tenía. Amar al Señor al grado de darle lo mejor que tenemos, requiere que tengamos una revelación respecto a El.

  Al igual que Simón, María probablemente pensó que ésa sería su última oportunidad de ungir el cuerpo del Señor a fin de prepararlo para la sepultura. En cierto sentido, María sepultó al Señor Jesús antes de que fuera crucificado. ¡Qué contraste tan grande había entre los líderes religiosos que aborrecían al Señor y procuraban matarle, y aquellos que le amaban y que procuraban aprovechar toda oportunidad para expresar su amor por El! Yo creo que los otros discípulos, como Pedro, Jacobo y Juan, no entendieron debidamente la profecía del Señor acerca de Su crucifixión. De acuerdo con el testimonio del Señor, María ciertamente recibió Su palabra acerca de esto, porque el Señor mismo testificó que ella, al derramar el ungüento sobre El, lo había hecho para Su sepultura. Esto fue una señal de que María sí entendió lo que el Señor había profetizado acerca de Su crucifixión.

  El versículo 13 dice: “De cierto os digo: Dondequiera que se proclame este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”. En el versículo anterior el Señor habla de Su sepultura, dando a entender que iba a morir y resucitar con el fin de efectuar nuestra redención. Por tanto, en este versículo El llama al evangelio “este evangelio”, refiriéndose al evangelio de Su muerte, sepultura y resurrección (1 Co. 15:1-4). La historia del evangelio consiste en que el Señor nos amó, y la historia de María consiste en que ella amó al Señor. Debemos predicar estas dos cosas: que el Señor nos ama y que nosotros amamos al Señor. La primera tiene como fin nuestra salvación, y la segunda, nuestra consagración. El evangelio nos dice cuánto nos amó el Señor, pero la historia del amor de María hacia el Señor nos incita a amarlo. Así que, debe existir un amor mutuo, el cual debe acompañar a la predicación del evangelio.

C. Traicionado por el discípulo falso

  En los versículos del 14 al 16 vemos que el Señor Jesús fue traicionado por el discípulo falso. La palabra “entonces” al principio del versículo 14 indica que, mientras uno de Sus seguidores expresaba su amor al Señor, amándolo a lo sumo, otro estaba a punto de traicionarlo. Uno valoraba al Señor como precioso tesoro, y al mismo tiempo otro lo traicionaba. Aunque era un creyente falso, no debía haber sido tan malvado. El Señor Jesús nunca había hecho ningún mal a Judas; sin embargo, Judas estaba lleno de Satanás, el diablo, y poseído por él. En Juan 6:70-71 el Señor Jesús se refirió a Judas llamándolo diablo. De acuerdo con Juan 13:2, el diablo había puesto en el corazón de Judas que traicionara al Señor, y Juan 13:27 dice que Satanás entró en él. Así que Judas se convirtió en la corporificación misma del diablo. La idea de traicionar al Señor Jesús no se originó en Judas, sino en el enemigo, el diablo.

  En estos versículos vemos tres categorías de personas: los religiosos, los que aman al Señor y los que lo traicionan. ¿A cuál de estas clases pertenece usted? ¿Ha abierto usted su casa y preparado una fiesta para el Señor Jesús? ¿Ha quebrado su frasco de alabastro y derramado el ungüento sobre Su cuerpo? Seguramente formamos parte de los que aman al Señor; no obstante, debemos aprender a amarlo a lo sumo.

III. EL ESTABLECIMIENTO DE LA MESA

A. Durante la fiesta de la Pascua

  En los versículos del 17 al 30 vemos los asuntos de guardar la Pascua y de establecer la mesa. El versículo 17 dice: “El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer la pascua?” La fiesta de los panes sin levadura es una fiesta que dura siete días (Lv. 23:5-6). Se llama también la Pascua (Lc. 22:1; Mr. 14:1). En realidad la fiesta de la Pascua era el primer día de la fiesta de los panes sin levadura (Ex. 12:6, 11, 15-20; Lv. 23:5). La mesa mencionada en el versículo 20 no se refiere a la mesa del Señor, sino a la mesa de la fiesta de la Pascua.

B. Durante el tiempo en que fue traicionado

  Los versículos del 21 al 25 revelan que el Señor estableció la mesa durante el tiempo en que fue traicionado. El versículo 21 dice: “Y mientras comían, dijo: De cierto os digo que uno de vosotros me va a traicionar”. Cuando los discípulos oyeron esto, se entristecieron en gran manera, y cada uno de ellos comenzó a decirle: “¿Acaso soy yo, Señor?” Cuando Judas hizo esta pregunta, el Señor dejó que Judas se condenara con sus mismas palabras (v. 25). Después de esto Judas salió, ya que él no pudo soportar quedarse allí más tiempo. Después de que Judas hubo salido, el Señor estableció Su mesa. Por tanto, Judas participó de la fiesta de la Pascua, pero no participó de la mesa del Señor. Una vez que el traidor, el creyente falso, fue puesto en evidencia, el Señor estableció Su mesa con los once creyentes verdaderos.

C. Reemplaza la fiesta de la Pascua

  El versículo 26 dice: “Y mientras comían, tomó Jesús pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo”. A partir del versículo 26, la mesa del Señor fue establecida. Primero el Señor y los discípulos comieron la pascua (vs. 20-25; Lc. 22:14-18). Luego el Señor estableció Su mesa con el pan y la copa (Mt. 26:26-28; Lc. 22:19-20; 1 Co. 11:23-26) para reemplazar la fiesta de la Pascua, porque El iba a cumplir el tipo y ser nuestra verdadera Pascua (1 Co. 5:7). Ahora nosotros guardamos la verdadera fiesta de los panes sin levadura (Mt. 26:17; 1 Co. 5:8).

  En este capítulo se hallan dos mesas: la mesa de la Pascua y la mesa del Nuevo Testamento. La mesa de la Pascua era la mesa de la economía del Antiguo Testamento, pero la mesa del Señor es la mesa de la economía neotestamentaria de Dios.

1. Con el pan

  En el versículo 26 el Señor tomó pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos diciendo: “Tomad, comed; esto es Mi cuerpo”. El pan de la mesa del Señor es un símbolo que representa el cuerpo del Señor, el cual fue quebrantado por nosotros en la cruz a fin de liberar Su vida para que nosotros participemos de ella. Al participar de esta vida, llegamos a ser el Cuerpo místico de Cristo (1 Co. 12:27), el cual también es representado por el pan de la mesa (1 Co. 10:17). Así que, al participar de este pan, tenemos la comunión del Cuerpo de Cristo (1 Co. 10:16).

  En la fiesta de la Pascua el pueblo comía la carne del cordero pascual. Pero después de la fiesta de la Pascua, el Señor Jesús no tomó la carne del cordero, sino tomó pan y lo dio a comer a Sus discípulos. Como hemos indicado, el pan representa el cuerpo del Señor que nos nutre. Sin embargo, todos tenemos algún trasfondo religioso que nos impide entender con claridad este asunto. Debido a nuestro trasfondo religioso, todos tenemos algunos conceptos doctrinales con respecto a la mesa del Señor. Actualmente, cuando los cristianos participan de la santa comunión, muchos no entienden que esto representa ingerir al Señor Jesús como alimento que los nutre. ¿Tenía usted este entendimiento cuando estaba en la religión? Yo no la tenía. En cambio, se nos pedía que nos examináramos a nosotros mismos; no nos dijeron que la mesa representaba tomar el cuerpo del Señor para ser nutridos. Pero si alguien asistiera a la mesa del Señor sin ningún concepto doctrinal, espontáneamente se daría cuenta de que comer el cuerpo del Señor equivale a recibir al Señor en nosotros como alimento que nos nutre.

  Bastantes pastores y predicadores conducen a los fieles a recordar la muerte de Cristo mientras participan de la santa comunión. Muchos se empeñan en repasar los sufrimientos y muerte del Señor sobre el madero. Pero el Señor nunca nos instruyó a que recordáramos Su muerte, sino que lo recordáramos a El, pues dijo: “Haced esto en memoria de Mí” (Lc. 22:19). El nos dijo que lo recordáramos al comer el pan y al beber la copa. Esto no es tan sólo una remembranza, sino también un disfrute del Señor. Participar de la mesa del Señor de esta manera equivale a comerlo y beberlo a El.

  Lucas 22:19 dice: “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. De acuerdo con este versículo hemos de comer el pan en memoria del Señor. Así que, recordar genuinamente al Señor no consiste en repasar la historia de Su vida, sino comerle y tomarle dentro de nosotros.

  El Señor no usó un grano de trigo como símbolo de Su cuerpo, sino un pan, el cual manifiesta que muchos granos han pasado por un largo proceso hasta llegar a formar una masa de harina horneada. Primero, se siembra el trigo en un campo; luego, este crece y produce muchos granos. Después de que el trigo es cosechado, los granos se muelen para producir harina fina que se mezcla hasta formar la masa, la cual finalmente se hornea para hacer un pan. Sólo entonces tenemos pan para comer. Como un grano de trigo (Jn. 12:24), el Señor Jesús pasó por tal proceso hasta que finalmente llegó a ser el pan sobre la mesa para que lo comamos. Siempre que venimos a la mesa del Señor deberíamos tener este entendimiento y ser capaces de decir: “Señor, hoy Tú eres nuestro pan porque fuiste procesado por nosotros. Ahora Tú eres el pan sobre la mesa para que te comamos”.

  El pan sobre la mesa primeramente representa el cuerpo físico del Señor que murió en la cruz. Pero después de Su resurrección, este cuerpo llegó a ser misterioso, porque fue agrandado y se convirtió en Su Cuerpo místico. De acuerdo con Juan 2, los judíos dieron muerte a Su cuerpo físico; sin embargo, poco después fue resucitado de una manera misteriosa llegando a ser así Su Cuerpo místico, el cual nos incluye a todos nosotros. De modo que, al ver el pan en la mesa del Señor, debemos comprender que éste representa no sólo Su cuerpo físico, sino además, Su Cuerpo místico. Por esta razón, cuando partimos el pan y lo comemos, participamos de la comunión del Cuerpo del Señor (1 Co. 10:16). Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo se hallan representados en ese pan. Por tanto, en Su mesa, no sólo disfrutamos al Señor Jesús, sino también a los creyentes. En otras palabras, disfrutamos a Cristo y la iglesia; tanto Cristo como la iglesia son nuestro disfrute.

2. Con la copa

  El versículo 27 dice: “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos”. El pan se menciona antes que la copa porque el propósito eterno de Dios no consiste sólo en efectuar la redención, sino en obtener el Cuerpo de Cristo. Por consiguiente, el pan como símbolo del Cuerpo de Cristo viene primero. No obstante, debemos tener presente que como pecadores tenemos el problema del pecado, y que el Señor Jesús derramó Su sangre para limpiarnos. Su sangre ha logrado una redención completa para nosotros, de tal manera que todos nuestros pecados pueden ser perdonados.

  La sangre del Señor nos redimió de nuestra condición caída, devolviéndonos a Dios y a Su plena bendición. Con respecto a la mesa del Señor (1 Co. 10:21), el pan representa nuestra participación de la vida, y la copa, nuestro disfrute de la bendición de Dios. Por tanto, a la copa se le llama “la copa de bendición” (1 Co. 10:16). Esta copa contiene todas las bendiciones de Dios, e incluso a Dios mismo como nuestra porción (Sal. 16:5). En Adán nuestra porción era la copa de la ira de Dios (Ap. 14:10). Cristo bebió de esa copa por nosotros (Jn. 18:11), y Su sangre constituye la copa de salvación para nosotros (Sal. 116:13), la copa que rebosa (Sal. 23:5). Al participar de esta copa también tenemos la comunión de la sangre de Cristo (1 Co. 10:16).

  El versículo 28 dice: “Porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados”. El fruto de la vid (v. 29) contenido en la copa de la mesa del Señor también es un símbolo de la sangre del Señor derramada en la cruz por nuestros pecados. La justicia de Dios requería que la sangre del Señor fuese derramada para el perdón de nuestros pecados (He. 9:22).

  Algunos manuscritos añaden la palabra “nuevo” en el versículo 28 antes de la palabra “pacto”. La sangre del Señor, habiendo satisfecho la justicia de Dios, estableció el nuevo pacto. En este nuevo pacto Dios nos da perdón, vida, salvación, y todas las bendiciones espirituales, celestiales y divinas. Este pacto nos es dado como una copa (Lc. 22:20), una porción para nosotros. El Señor derramó Su sangre, Dios estableció el pacto y nosotros disfrutamos la copa, en la cual Dios y todo lo Suyo son nuestra porción. La sangre es el precio que Cristo pagó por nosotros, el pacto es el título de propiedad que Dios nos trasmitió, y la copa es la porción que recibimos de Dios.

3. Hasta la era del reino

  El versículo 29 dice: “Pero os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de Mi Padre”. Al hablar esta palabra, el Señor dejó en claro que desde el tiempo en que estableció la mesa, El se iría físicamente lejos de Sus discípulos y no bebería del fruto de la vid hasta que lo bebiera nuevo con ellos en el reino del Padre. Esto se refiere a la parte celestial del milenio, la manifestación del reino de los cielos, en donde el Señor beberá con nosotros después de Su regreso.

D. Alaban al Padre con un himno

  El versículo 30 dice: “Y cuando hubieron cantado un himno, salieron al monte de los Olivos”. Este himno fue una alabanza que el Señor cantó al Padre junto con los discípulos, después de que participaron de la mesa del Señor. Este versículo nos da la base para cantar alabanzas al Padre al final de la mesa del Señor.

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