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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Mateo»
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Mensaje 69

SUFRE GRAN PRESION EN GETSEMANI, ES ARRESTADO POR LOS JUDIOS, JUZGADO POR EL SANEDRIN Y NEGADO POR PEDRO

  En este mensaje llegamos a Mt. 26:31-75, una larga sección del Evangelio de Mateo que también está relacionada con el reino. Los versículos en este capítulo que hablan acerca de la mesa del Señor indican que la muerte y resurrección del Señor tienen mucho que ver con el reino de los cielos. Sin embargo, en estos versículos no podemos encontrar la resurrección, aunque sí se hace una clara referencia a la muerte del Señor en el hecho de partir el pan, lo cual representa el quebrantamiento del cuerpo físico del Señor. Las palabras del Señor acerca del derramamiento de Su sangre (v. 28) también son una referencia obvia de Su muerte. Aunque no hallamos una mención específica de la resurrección, ella está implícita por el hecho de que el pan representa al Señor como nuestro alimento para que lo disfrutemos. Su muerte efectuó la redención para nosotros, y por medio de dicha redención lo disfrutamos a El en resurrección. Cuando venimos a la mesa del Señor, tenemos sobre la mesa un símbolo de la muerte del Señor, pero no lo recordamos a El en muerte, sino en resurrección. Al hacer memoria del Señor, exhibimos Su muerte. Tanto la crucifixión como la resurrección del Señor fueron efectuadas con miras al reino. Sin la crucifixión y resurrección de Cristo, sería imposible que el reino fuera establecido.

  Es imposible que nosotros lleguemos a ser los constituyentes del reino por medio de nuestra vida natural. Este hecho queda suficientemente aclarado en Mateo 26:31-75, donde podemos ver un cuadro del arresto y juicio de Cristo. Esta narración revela que nadie puede seguir a Cristo por el sendero de la cruz valiéndose de su propia vida natural. El Rey puede tomar este camino, pero nosotros no somos capaces de seguirlo en nuestra vida natural. Por tanto, el Señor tuvo que morir por nosotros y entrar en la resurrección por nosotros. Por medio de Su muerte, nuestra situación negativa fue solucionada; y por medio de Su resurrección, ahora podemos recibirlo en nuestro interior, y El aun puede llegar a ser nosotros.

  Años atrás yo no podía entender por qué Mateo, en la narración sobre el arresto y juicio del Señor, incluye un largo relato acerca de cómo Pedro negó al Señor. Solía pensar que unos cuántos versículos hubieran sido más que suficientes para describir cómo Pedro había negado al Señor tres veces; sin embargo, ya que Mateo presenta este evento detalladamente, es importante que veamos el significado de dicha negación. En el capítulo veintiséis, el Señor Jesús y Pedro eran polos opuestos: el Señor Jesús era capaz en todos los aspectos de pasar por el sendero de la cruz; en cambio, Pedro fue derrotado en todo sentido al intentar tomar dicho camino. Por supuesto, los demás discípulos eran iguales a Pedro. Si vemos este asunto claramente, pondremos atención tanto al fracaso de Pedro como a la victoria de Cristo.

  ¿Cuál es el propósito principal de Mateo 26:31-75? ¿Es revelar la victoria de Cristo o dejar en evidencia la derrota de Pedro? Pienso que la intención de Mateo fue presentar ambos eventos, cada uno en contraste muy marcado con respecto al otro. Siempre que vemos al Señor Jesús, contemplamos un éxito rotundo, pero cada vez que vemos a Pedro, miramos una derrota total. Era necesaria la victoria de Cristo para establecer el reino. El tuvo que ser victorioso en todo aspecto; pero a la vez debemos comprender que nosotros, como seres humanos caídos, no somos capaces por nuestra propia cuenta de ser los ciudadanos del reino.

  No tenga ninguna confianza en sí mismo. Pedro es nuestro representante; en cuanto a nuestra vida natural, todos somos Pedro. Por eso, a fin de que el reino de los cielos fuera establecido, era necesario un hombre como Jesús. Durante el capítulo veintiséis el Señor Jesús se mantuvo en la posición de hombre y no tomó Su posición de Hijo de Dios. A fin de que el reino de los cielos fuera establecido, El se mantuvo como hombre, un hombre exitoso y victorioso, capaz de soportar cualquier dificultad, derrota, oposición y ataque.

  Mientras consideramos este cuadro que describe al Señor Jesús, debemos quedarnos con una clara impresión de que, por nuestra vida humana, es imposible que seamos los constituyentes del reino. Los doce discípulos habían estado bajo la enseñanza y el adiestramiento del Señor durante tres años y medio; durante este tiempo, ellos estuvieron con el Señor constantemente. Pedro, un pescador, fue llamado en el capítulo cuatro, y desde ese momento en adelante siguió al Señor Jesús. El Señor tuvo especial cuidado de adiestrar a Pedro de una manera particular: Pedro escuchó la promulgación de la constitución del reino de los cielos y oyó todos los misterios acerca del reino; también fue adiestrado en el conocimiento de que Cristo es el Hijo de Dios, en la edificación de la iglesia y en el sendero de la cruz; además, fue disciplinado en el monte de la transfiguración y corregido en cuanto a pagar el impuesto para el templo. Una y otra vez Pedro fue amonestado. Es difícil creer que una persona tan adiestrada pudiera tomar la delantera en negar al Señor. Si Pedro no tuvo éxito en seguir al Señor, ¿entonces quién podrá hacerlo? Si Pedro hubiera negado al Señor en el capítulo cuatro, no me causaría sorpresa; pero es difícil creer que en el capítulo veintiséis, después de haber estado con el Señor por tres años y medio, Pedro pudiera negarlo.

  Ni aun Pedro mismo creía que negaría al Señor, ya que en el versículo 33 le había dicho osadamente al Señor: “Aunque todos tropiecen por causa de Ti, yo nunca tropezaré”. Y en el versículo 35 añadió: “Aunque me sea necesario morir contigo, de ninguna manera te negaré”. Pedro tenía la confianza de que seguiría al Señor hasta lo último; pero como este relato muestra, lo único que pudo hacer fue negar al Señor hasta lo sumo. Esto demuestra que ningún ser humano puede tener éxito en llevar la vida del reino valiéndose de sus propios esfuerzos. Después de leer estos mensajes, quizás haya nacido en usted el deseo de vivir por el reino y formar parte de tal reino, pero debe darse cuenta de que ninguno de nosotros puede lograr esto por nuestra propia cuenta. Por consiguiente, debemos humillarnos, doblegarnos y decir: “Señor, no puedo lograrlo. Yo soy un Pedro. Si Pedro no pudo lograrlo, entonces, ¿quién soy yo para pretender que sí puedo? Señor, no puedo lograrlo”.

I. PREVIENE A LOS DISCIPULOS

  A la luz del contraste entre la victoria de Cristo y el fracaso de Pedro, consideremos los versículos del 31 al 75. El versículo 31 dice: “Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros tropezaréis por causa de Mí esta noche; porque escrito está: ‘Heriré al Pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas’”. El Señor era el Pastor, y los discípulos eran las ovejas que serían dispersadas; sin embargo, todos los discípulos afirmaron que no lo negarían. Todos ellos, y en especial Pedro, tenían la certeza y la confianza de que seguirían al Señor hasta el fin, sin importar el camino por delante.

  En Su advertencia, el Señor les prometió que sería resucitado y que se reuniría con ellos en resurrección en Galilea (v. 32). El Señor también predijo que, en la misma noche en que fuera traicionado, Pedro le negaría tres veces (v. 34).

II. SUFRE GRAN PRESION EN GETSEMANI

  Una vez que hubo advertido a los discípulos, el Señor fue con ellos a un lugar que se llama Getsemaní (v. 36). “Getsemaní” significa “prensa de aceite”. En Getsemaní el Señor sufrió gran presión para que el aceite, el Espíritu Santo, pudiera fluir. Después de tomar consigo a Pedro, Jacobo y Juan, el Señor fue un poco más adelante que ellos para orar a solas. Cuando regresó la primera vez, halló a los discípulos durmiendo (v. 40). El Señor les había dicho que Su alma estaba “profundamente triste, hasta la muerte”, y les pidió que velaran junto con El (v. 38); pero a ellos les pareció que todo estaba en paz y que nada sucedería. Quizás los discípulos se durmieron porque estaban agotados de pasar todo aquel día con el Señor. De acuerdo con los otros evangelios, Pedro y Juan habían sido enviados por el Señor a preparar el lugar para la Pascua. Tal vez ellos estaban cansados a causa de todos los eventos de ese día. Pedro pudo haber pensado: “Quisiera ausentarme del Señor por unos momentos, así que dormiré un poco aquí mismo. El Señor tiene necesidad de orar, pero yo necesito dormir”. Esto puso en evidencia el hecho de que Pedro era incapaz de seguir al Señor; además, presenta un cuadro que describe nuestra situación. Aunque amamos al Señor, tal como Pedro podemos cansarnos de permanecer en Su presencia. Aunque es maravilloso tener la presencia del Señor, en ocasiones podemos sentirnos agotados de atenderlo constantemente.

  De acuerdo con los versículos 40 y 41, cuando el Señor vino a Sus discípulos y los halló durmiendo, dijo a Pedro: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. En cuanto a las cosas espirituales, nuestro espíritu está siempre dispuesto, pero en cambio nuestra carne es débil. Debemos notar que el Señor Jesús habló esta palabra específicamente a Pedro porque él era la “nariz”, el más prominente de los discípulos.

  Cuando el Señor volvió después de orar por tercera vez, los discípulos seguían durmiendo. En los versículos del 36 al 46 podemos ver un contraste entre una vida que está completamente dispuesta para el reino y otra vida completamente incapaz para ello. No se obtiene esa primera vida por medio de nuestro nacimiento físico; la vida que obtuvimos por nuestro nacimiento es completamente incapaz de dedicarse al reino.

  En el huerto de Getsemaní el Señor sufrió gran presión, de manera que estaba profundamente entristecido hasta la muerte. Después de orar al Padre tres veces, El aceptó la voluntad del Padre y estuvo preparado para ser crucificado a fin de cumplir la voluntad del Padre.

III. ARRESTADO POR LOS JUDIOS

  El versículo 47 dice: “Mientras todavía hablaba, he aquí, Judas, uno de los doce, vino, y con él una gran multitud con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo”. Judas besó afectuosamente al Señor Jesús en la mejilla para dar la señal que El era a quien debían prender. Si hubiera sido un extraño quien hubiera guiado a la multitud hacia el Señor, no hubiera sido tan doloroso para El. Pero el que guiaba a la multitud a arrestarlo era uno que había estado muy cerca de El por tres años y medio. En términos humanos, esto hirió al Señor Jesús.

  Cuando el Señor fue arrestado, Pedro, uno de los discípulos, reaccionó sacando su espada e hiriendo al esclavo del sumo sacerdote, cortándole la oreja (v. 51). En lugar de ayudar al Señor Jesús, esta acción le ocasionó más problemas. En el Evangelio de Juan se especifica que el que sacó la espada fue Pedro (Jn. 18:10), y en el Evangelio de Lucas se menciona el hecho de que el Señor tuvo que sanar la oreja del esclavo (Lc. 22:51). Después de decirle a Pedro que volviera la espada a su lugar, el Señor añadió: “¿Acaso piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y que El no pondría a Mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que suceda así?” (vs. 53-54). La palabra “así” se refiere a Su muerte en la cruz, la cual fue profetizada en las Escrituras. Estas profecías debían cumplirse.

  De nuevo vemos aquí, a la luz del reino, un contraste entre dos personas: Pedro se resistió al arresto del Señor, pero el Señor estaba dispuesto a aceptarlo para que se cumplieran las Escrituras. La vida de Jesús es más que capaz de cumplir los requisitos del reino; sin embargo, esto es imposible para nuestra vida natural. Nuestra vida humana simplemente no puede soportar ni sufrir las circunstancias ni los eventos relacionados con el reino. Todos debemos llegar a esta conclusión. Si no tuviéramos este relato de las fallas, fracasos y negación de Pedro, podríamos pensar que nuestra vida natural puede satisfacer los requisitos del reino y desearíamos ser atrevidos como Pedro. Pero nuestra vida natural no es adecuada. Aquí en el capítulo veintiséis vemos a un Pedro natural; sin embargo, en los capítulos dos, tres y cuatro de Hechos, vemos a un Pedro en resurrección. Sólo una vida en resurrección puede seguir al Señor Jesús por el sendero del reino.

IV. JUZGADO POR EL SANEDRIN

  En los versículos del 57 al 68, el Señor fue juzgado por el sanedrín. El Señor fue acusado injustamente por testigos falsos, pero no decía nada para vindicarse (vs. 59-63). El Señor, en pie delante del sanedrín como oveja delante de sus trasquiladores, se rehusó a decir palabra para vindicarse, cumpliendo así la profecía de Isaías 53:7.

  Luego el sumo sacerdote le dijo: “Te ordeno que jures por el Dios viviente y nos digas si eres Tú el Cristo, el Hijo de Dios” (v. 63). Esta fue la misma pregunta que el diablo le hizo al Señor al tentarle antes de que comenzara Su ministerio (4:3, 6). El versículo 64 dice: “Jesús le dijo: Tú lo has dicho; pero además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo en las nubes del cielo”. El sumo sacerdote preguntó al Señor si El era el Hijo de Dios, pero El contestó haciendo referencia al “Hijo del Hombre”. Cuando El fue tentado por el diablo le contestó de la misma manera (Mt. 4:4). El Señor era el Hijo del Hombre en la tierra antes de Su crucifixión, ha sido el Hijo del Hombre en los cielos a la diestra de Dios desde Su resurrección (Hch. 7:56), y será el Hijo del Hombre cuando venga sobre las nubes. A fin de llevar a cabo el propósito de Dios y establecer el reino de los cielos, el Señor tenía que ser un hombre. Sin el hombre, el propósito de Dios no podría realizarse en la tierra, ni podría ser constituido el reino de los cielos en la tierra.

  El Señor parecía estar diciendo al sumo sacerdote: “Tú me preguntas si Yo soy el Hijo de Dios, pero Yo te contesto que soy el Hijo del Hombre. Aún después de que me crucifiquen y resucite de los muertos, estaré en el tercer cielo como un hombre. Y cuando regrese sobre las nubes a la tierra, todavía seré el Hijo del Hombre”.

  Cuando el diablo probó al Señor en el desierto para que demostrara que era el Hijo de Dios, el Señor le contestó diciendo que El era hombre. El Señor parecía estar diciendo al diablo: “Yo no estoy aquí como el Hijo de Dios para ser tentado por tí; si tomara la posición de Hijo de Dios no podrías tentarme. Estoy aquí como un hombre”. El sumo sacerdote, Caifás, era igual al diablo, y su pregunta fue la misma que el diablo formuló al tentar al Señor en el desierto; por tanto, el Señor le contestó de la misma forma.

  El sumo sacerdote rasgó sus vestiduras cuando escuchó la respuesta del Señor, y dijo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído la blasfemia” (v. 65). Después de que los otros opinaron que el Señor era digno de muerte, le escupieron en el rostro, le dieron de puñetazos, le abofetearon y le escarnecieron (vs. 67-68). Mientras lo trataban de esta forma, el Señor se mantuvo victorioso guardando silencio. Así, El se mantuvo victorioso no sólo ante el sanedrín, sino también ante Pedro, quien le había seguido de lejos hasta el patio del sumo sacerdote y se había sentado allí con los alguaciles para ver el final (v. 58). De nuevo vemos que sólo la vida de Jesús es apta para el reino; ni aun la vida de un hombre tan fuerte y audaz como Pedro es apta para el reino.

V. NEGADO POR PEDRO

  Los versículos 69 y 70 dicen: “Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices”. ¡Pedro no pudo estar firme ni siquiera ante una mujer pequeña y frágil! El hecho de que Pedro negó al Señor puso de manifiesto su incapacidad. Me parece que esta sola prueba era suficiente para poner en evidencia a Pedro. Pero bajo el arreglo soberano de Dios, las circunstancias no le permitieron a Pedro escaparse hasta haber sido probado en todos los aspectos, para que se diera cuenta de que era totalmente indigno de confianza y que ya no debía confiar en sí mismo. Los versículos 71 y 72 dicen que lo vio otra mujer, quien “dijo a los que estaban allí: Este estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: ¡No conozco al hombre!” Finalmente, otros que estaban por allí dijeron a Pedro: “Verdaderamente también tú eres de ellos, pues además tu manera de hablar te descubre” (v. 73). Entonces Pedro “comenzó a maldecir, y a jurar: ¡No conozco al hombre!” (v. 74). Cuando Pedro negó al Señor por primera vez, pronunció unas palabras (v. 70); cuando lo negó por segunda vez, lo hizo con juramento (v. 72); y cuando lo negó por tercera vez, maldijo y juró (v. 74). Después de negar al Señor por tercera vez y al escuchar el gallo cantar, Pedro se acordó de las palabras de Jesús, y saliendo fuera lloró amargamente (v. 75). Mientras el Señor sufría un juicio maligno e injusto, Pedro lo negaba. Al negarle, Pedro fue puesto en evidencia a lo sumo.

  No debemos leer esta narración simplemente como una historia acerca de Pedro; más bien, ella revela que es imposible entrar en el reino valiéndonos de nuestra vida natural. Ya que todos somos iguales a Pedro, no tratemos de seguir el sendero del reino confiando en nuestra vida natural. No importa cuán fuertes seamos de mente o de voluntad, no tendremos éxito. Finalmente la prueba vendrá que pondrá de manifiesto nuestra incapacidad. Tarde o temprano, todos los que seguimos el sendero del reino enfrentaremos estas mismas pruebas. Alabado sea el Señor que aún nos queda el recurso del arrepentimiento y de la confesión con lágrimas, lo cual introduce el perdón del Señor y nos asegura Su visita. Debemos tener otra vida y ser otras personas a fin de experimentar el reino. Sólo después de haber pasado por todas las pruebas y sufrido toda clase de fracasos, comprenderemos nuestra necesidad de tener otra vida.

  ¡Alabado sea el Señor por el contraste tan marcado que se presenta en este capítulo! En Pedro vemos el color negro, y en el Señor Jesús vemos el color blanco. Desde Getsemaní hasta la cruz, Pedro y los demás discípulos fueron derrotados; sólo un hombre, Jesús, fue victorioso. De hecho, el Señor ni siquiera fue arrestado, sino que El mismo se entregó a los que venían por El. De modo que, Su muerte no fue un asunto de obligación, sino un cumplimento voluntario de las profecías del Antiguo Testamento concernientes a Su crucifixión. Verdaderamente sólo la vida de Jesús es apta para el reino.

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