Mensaje 31
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Lectura bíblica: Nm. 21:4-9, 21:10-20; 20:1, 20:14-21, 22-29; 27:12-14; 33:1-49
Los capítulos 20 y 21 de Números contienen algunos asuntos importantes que debemos ver. Estos asuntos son tesoros, y necesitamos tener discernimiento para ver su preciosidad. Por ejemplo, Números 20 nos muestra la manera divina de recibir el suministro divino, la manera en que podemos recibir la abundante suministración del Espíritu. En el Nuevo Testamento no tenemos un capítulo que nos revele tan claramente la manera de recibir la abundante suministración del Espíritu como lo hace Números 20. Filipenses es un libro que habla acerca de recibir la abundante suministración del Espíritu, pero ni siquiera en dicho libro encontramos el precioso asunto revelado en Números 20. En este mensaje nos esforzaremos por ver los tesoros contenidos en Números 21.
Comparar Números 20 y Números 21 es esclarecedor. En ambos capítulos se nos dice que el pueblo contendió. En Números 20 los hijos de Israel contendieron a causa del agua. Esto era justificable debido a que tenían sed. Sin embargo, en Números 21 los hijos volvieron a contender, pero esta vez tales contiendas no eran justificadas, pues eran motivadas por la impaciencia del pueblo. Dios no castigó al pueblo por contender en el capítulo 20, pero sí lo hizo por contender en el capítulo 21.
Dios había sacado de Egipto a los hijos de Israel y los había traído al desierto, donde el camino era escabroso y muy difícil. “Se impacientó el pueblo por el camino” (21:4b). El camino era difícil, y la paciencia del pueblo se agotó. En su impaciencia, “habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos habéis hecho subir de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay alimento ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan liviano” (v. 5). Desde la perspectiva de Dios, esta contienda, a diferencia de la contienda que hubo por la falta de agua, no fue razonable. Dios no les había prometido que el camino por el desierto sería fácil. Ellos debieron haber previsto que el viaje sería difícil. Así que, Dios no se complació en ellos y los castigó.
En el capítulo 20 Moisés estaba enojado con el pueblo, pero Dios no estaba enojado con ellos. En contraste, en el capítulo 21 Moisés no se enojó con ellos, pero Dios sí estaba enojado. “Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel” (21:6). Esto fue un castigo muy serio, un castigo que causó la muerte de los que contendieron.
“El pueblo acudió a Moisés y le dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová y contra ti; ruega a Jehová que quite de nosotros las serpientes” (v. 7). En toda su jornada, ésta es la primera vez que los hijos de Israel confesaron sus pecados. Después de confesar el pecado de haber hablado en contra de Dios y de Moisés, le pidieron a Moisés que orara por ellos, y Moisés así lo hizo.
“Jehová dijo a Moisés: Haz una serpiente ardiente y ponla sobre un asta; y cualquiera que sea mordido y la mire, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta; y si una serpiente mordía a alguno, cuando éste miraba a la serpiente de bronce, vivía” (vs. 8-9). Esta serpiente de bronce tipifica a Cristo (Jn. 3:14), y el asta tipifica la cruz (1 P. 2:24). En tipología, el bronce representa juicio. La palabra hebrea traducida “miraba” en Números 21:9 también puede traducirse “contemplaba” o “miraba fijamente”.
La serpiente de bronce es un tipo, y en Juan 3:14 el Señor Jesús aplicó a Sí mismo este tipo. “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. La serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente, pero no su naturaleza venenosa. Esto constituye un tipo completo del Cristo que vino en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3) para ser nuestro reemplazo. En Números 20 encontramos el tipo de Cristo como Aquel que fue crucificado y resucitado, del cual fluye el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, pero en Números 21 tenemos el tipo de Cristo como Aquel que es nuestro reemplazo y nuestro sustituto.
Cuando los hijos de Israel fueron mordidos por las serpientes ardientes, ellos vinieron a ser serpientes a los ojos de Dios. Ellos eran serpentinos y tenían la naturaleza serpentina. Sin embargo, la serpiente de bronce tenía solamente la forma de una serpiente, pero no la naturaleza de la misma. Por tanto, la serpiente de bronce pudo ser un tipo de Cristo, quien tenía la forma, la semejanza, de carne de pecado mas no la naturaleza pecaminosa de la carne de pecado. La serpiente de bronce fue puesta sobre un asta, la cual representa la cruz. De manera que, en el desierto había una serpiente de bronce sobre un asta, que mostraba, a modo de tipo, un reemplazo sobre una cruz. La serpiente de bronce que estaba sobre el asta indicaba que los hijos de Israel, quienes se habían vuelto serpentinos, fueron puestos sobre el asta donde fueron reemplazados por algo que tenía la forma, pero no la naturaleza, de una serpiente.
Mucho después de que se escribiera Números 21, Cristo vino, y en Su conversación con Nicodemo, Él se refirió al tipo de la serpiente de bronce. El Señor Jesús parecía decirle: “Nicodemo, el cuadro de la serpiente de bronce sobre un asta representa lo que Yo seré para ti. Aquella serpiente fue el reemplazo de tus antepasados para que ellos pudieran ser salvos de la muerte y tener vida. Yo haré lo mismo por ti. Moriré en la cruz en reemplazo tuyo para que tengas vida eterna”.
Cuando el Señor Jesús habló estas palabras a Nicodemo, es poco probable que él las hubiera entendido. Definitivamente Nicodemo no se consideraba a sí mismo una serpiente, sino un caballero ético que venía al Señor Jesús con el propósito de recibir enseñanzas respecto a su comportamiento. No obstante, el Señor Jesús, en lo que dijo acerca de la serpiente de bronce, parecía decirle a Nicodemo: “No deberías considerarte un caballero; más bien, debes darte cuenta de que eres una serpiente. Te convertiste en serpiente cuando, en el huerto, Adán fue mordido por la serpiente. Puesto que tienes una naturaleza serpentina, no he venido a darte enseñanzas sino a ser tu reemplazo. A los ojos de Dios, tú eres una serpiente; y como tu reemplazo, Yo seré levantado en la forma de una serpiente”. Es una gran bendición saber que, como cumplimiento del tipo de la serpiente de bronce, Cristo vino en semejanza de carne de pecado, para morir en la cruz como nuestro reemplazo y nuestro sustituto.
Cuando Adán fue mordido por la serpiente, todos llegamos a ser serpientes. Cristo vino para ser nuestro reemplazo, y nosotros hemos creído en Él. Ahora debemos plantearnos una pregunta interesante: ¿Los que hemos creído en Cristo, seguimos siendo serpientes? La respuesta a esta pregunta depende de si en nuestra experiencia nos encontramos en Juan 3, que habla de la serpiente de bronce, o en Juan 7, que habla de acercarnos al Señor para beber (vs. 37-39). Si estamos bebiendo del agua viva, entonces ya no somos serpientes. Pero si carecemos del agua viva, entonces seguimos siendo serpientes contenciosas.
Hoy en día Cristo ya no es la serpiente de bronce: Él es el Espíritu vivificante. El que murió por nosotros en la cruz en forma de serpiente, en semejanza de carne de pecado, pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Esto significa que Él ha cambiado de forma. Cuando murió en la cruz, como se indica en Juan 3, Él tenía la forma de una serpiente, pero cuando volvió a Sus discípulos, como se revela en Juan 20, Él era el Espíritu vivificante. ¿Qué clase de Cristo es Él para usted hoy? ¿Es Él una serpiente de bronce o el Espíritu vivificante?
Como creyente de Cristo, ¿sigue siendo usted una serpiente? La respuesta a esta pregunta depende de si usted está seco, carente del Espíritu vivificante, o si está bebiendo del Espíritu. Sin el Espíritu vivificante, somos serpientes contenciosas. En la vida de iglesia podemos ser, o serpientes contenciosas, o personas que beben del Espíritu vivificante. ¡Que todos seamos personas que beben del Espíritu vivificante y todo-inclusivo!
En su travesía, los hijos de Israel tuvieron una serie de fracasos. El libro de Números nos muestra que el resultado de esos fracasos fue la muerte, no solamente de los israelitas comunes y corrientes, sino también de Miriam (20:1), de Aarón (vs. 22-29) y de Moisés (27:12-14). Miriam, Aarón y Moisés eran líderes entre el pueblo. Miriam era profetiza, Aarón era el sumo sacerdote, y Moisés era el líder único. No obstante, el resultado de sus fracasos fue la muerte. Esto debe servirnos de advertencia hoy. Debemos ser cuidadosos con respecto a nuestros propios fracasos, pues éstos resultan en muerte.
Al seguir la jornada los hijos de Israel, se encontraron con un obstáculo, Edom (20:14-21). Edom estaba formado por los descendientes de Esaú, el hermano de Jacob. Los hijos de Israel eran descendientes de Jacob. Por tanto, existía un vínculo estrecho entre Israel y Edom. En Números 20 Israel intentó obtener ayuda de Edom. Sin embargo, Edom se negó a ofrecerles ayuda a los hijos de Israel.
Según la tipología podríamos considerar que Israel representa nuestro espíritu, y Edom, nuestra carne. Que Israel hubiera intentado obtener ayuda de Edom significa que nosotros a veces tratamos de ayudar a nuestro espíritu apoyándonos en nuestra carne. Nuestra carne, sin embargo, jamás ayudará a nuestro espíritu. Debemos ser personas que permanecen en el espíritu y que no intentan obtener ayuda de la carne.
Después de un tiempo, los hijos de Israel llegaron a la cumbre del Pisga (21:10-20). Pisga era el monte sobre el cual estaba Moisés de pie cuando vio la buena tierra.
Cuando iban camino a Pisga, los hijos de Israel pasaron por el pozo de Beer, donde Jehová mandó a Moisés que reuniera al pueblo para darle agua. Este pozo tipifica a Cristo (Jn. 4:11-12), y el agua de ese pozo tipifica al Espíritu (vs. 13-14; 7:37-39). Por tanto, en Números 21 Cristo es tipificado tanto por la serpiente de bronce como por el pozo. Como serpiente de bronce, Cristo es nuestro reemplazo, y como el pozo del cual brota agua, Él es nuestro disfrute.
En Números 21:17 y 18 Israel le cantó al pozo este cántico: “¡Brota, oh pozo! ¡A él cantad! / Pozo, el cual abrieron los líderes, / que cavaron los nobles del pueblo / con el cetro, con sus bastones”. (Referente a un himno que hable del significado espiritual de cavar el pozo, véase Himnos, #116). Según este cántico, el pozo fue cavado por los líderes y los nobles. Aquellos que hoy van en pos del Espíritu y que toman la iniciativa de cavar el pozo, son nobles y líderes.
En este mensaje también quisiera decir algo acerca de las estaciones de la jornada hecha por los hijos de Israel. Según Números 33:1-49, fueron un total de cuarenta y dos estaciones desde la tierra de esclavitud hasta la tierra de reposo.
En la crónica de estas cuarenta y dos estaciones no se hace ninguna mención de los fracasos del pueblo. Si sólo tuviéramos el relato de Números 33, pensaríamos que en su viaje los hijos de Israel fueron sumamente emprendedores, positivos y victoriosos, pasando de una estación a otra hasta que llegaron a su meta: la tierra de reposo. Pero después de leer Números del 1 al 33, podríamos tener la opinión de que no hubo nada bueno con relación a los hijos de Israel. No obstante, el capítulo 33 nos muestra que a los ojos de Dios, la crónica acerca de ellos es positiva. Esto indica que, según Su perspectiva, Dios siempre considera a Su pueblo de una manera positiva. Dios no mira a Su pueblo desde el ángulo de lo malo, sino desde el ángulo de lo bueno.
Deben tener esto presente cada vez que se sientan tentados a criticar una iglesia local en particular. El que la iglesia sea maravillosa o miserable en realidad no depende de lo que la iglesia sea; más bien, depende de lo que usted es. Si usted tiene una actitud negativa y ve la iglesia desde un ángulo negativo, no verá nada bueno en la iglesia. Pero si tiene una actitud positiva y ve la iglesia desde un ángulo positivo, dirá que la iglesia es maravillosa. Con respecto a la vida de iglesia en nuestra localidad, no debemos sentirnos derrotados ni desilusionados, y no debemos desanimarnos. Debemos ver las iglesias desde una perspectiva celestial y comprender que todas las iglesias locales son parte de la Nueva Jerusalén venidera.
De nuestro estudio del libro de Números, debemos aprender que la manera en que vemos al pueblo de Dios es un asunto muy serio. Es posible que a sus ojos, el pueblo de Dios no sea muy bueno. Pero Dios los ve como personas que han sido escogidas, redimidas, salvas de la esclavitud de la caída, como personas que disfrutan a Cristo, que están siendo edificadas con el Dios Triuno, que son conformadas un ejército que combate por Dios y que están siendo preparadas por Dios para poseer al Cristo todo-inclusivo como la buena tierra. Si vemos al pueblo de Dios de esta manera, no nos desanimaremos ni nos desalentaremos con respecto a la vida de iglesia.
Las cuarenta y dos estaciones en el capítulo 33 tipifican cuarenta y dos generaciones, de Abraham a Cristo (Mt. 1:17). En la conclusión del viaje del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento se mencionan cuarenta y dos jornadas; al comienzo del Nuevo Testamento se mencionan cuarenta y dos generaciones. La meta final de las cuarenta y dos estaciones era la buena tierra, y la meta final de las cuarenta y dos generaciones era Cristo. Esta correspondencia indica que Dios se ha propuesto llevar a todo Su pueblo a la buena tierra como meta. Hoy Cristo es nuestra buena tierra, nuestra tierra de reposo.
En el Antiguo Testamento, la meta se encontraba al final; pero en el Nuevo Testamento, la meta se encuentra al comienzo. Esto significa que nosotros, los creyentes en Cristo, comenzamos a partir de la meta. Esto se puede comparar con el significado que tiene el Sábado en Génesis. El Sábado fue el resultado de la obra de Dios. Él trabajó seis días, alcanzó Su meta y reposó en el séptimo día. Esto significa que para Dios, el Sábado fue el resultado de Su obra. Pero la relación que existe entre el hombre y el Sábado es muy diferente. Con respecto al hombre, el Sábado no es el final sino el comienzo. El hombre fue creado en el sexto día, probablemente ya avanzada la tarde. Esto significa que poco después de que el hombre procediera de la mano creadora de Dios, amaneció el día Sábado, y ese día no representaba el final de la obra del hombre sino el comienzo de su disfrute. Así que, para el Dios que trabaja, el Sábado es un resultado; pero para el hombre que disfruta, el Sábado es un comienzo. El mismo principio se aplica con respecto a la meta que Dios tiene de introducirnos en Cristo como buena tierra. Para nosotros hoy en día esta meta no es un resultado, sino un comienzo. ¿Dónde se encuentra usted: en el resultado o en el comienzo? La mejor manera de contestar a esta pregunta es decir que estamos en el resultado el cual, para nosotros, es el comienzo.
Este mismo principio se aplica a todo lo que se encuentra en el campo espiritual. Para Dios, la meta es el resultado; para nosotros, la meta es el comienzo. Nosotros no emprendemos un largo viaje para llegar a la meta; más bien, comenzamos en la meta y de ahí emprendemos nuestro andar cristiano.
Las cuarenta y dos estaciones en Números 33 corresponden a las cuarenta y dos generaciones en Mateo 1; el fin de ambas es Cristo. El fin de las cuarenta y dos estaciones era la buena tierra, la cual tipifica a Cristo, y el fin de las cuarenta y dos generaciones es Cristo mismo. Para nosotros, Cristo es la realidad de la buena tierra. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios prosiguió en sus jornadas para llegar a la meta; pero en el Nuevo Testamento nosotros, los creyentes, ya llegamos a la meta, estamos disfrutando la meta, y el disfrute que tenemos de la meta se convierte en nuestro suministro mientras andamos en el camino.
El Nuevo Testamento fue escrito de tal manera que nos muestra, en Mateo 1, que la meta, el resultado, se obtiene únicamente después de un largo viaje que dura cuarenta y dos generaciones. El resultado —Cristo— ya está aquí. No es necesario esperar a que en un futuro lleguemos a la meta, que entremos en el resultado. No, nosotros comenzamos teniendo ya el resultado. Cuando fuimos bautizados en Cristo, fuimos introducidos en el resultado. Todo ha sido consumado, y todo lo relativo a nuestro disfrute de Cristo ha sido preparado y está ahora servido sobre la “mesa”. Simplemente tenemos que acercarnos y comer, y así entrar en el disfrute de Cristo.