Mensaje 50
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Lectura bíblica: Nm. 1:1-3, 44-46
En este mensaje seguiremos presentando un esquema vital de la revelación divina en los libros de Éxodo, Levítico y Números referente a la economía de Dios con Su pueblo escogido y redimido.
El libro de Números en su totalidad revela la necesidad de que el pueblo escogido y redimido de Dios conformara un ejército para llevar a cabo la guerra santa.
Para conformar un ejército santo, el pueblo de Dios primeramente tuvo que ser contado conforme a la madurez en vida (Nm. 1:3, 18).
El pueblo escogido y redimido de Dios también fue edificado como un solo cuerpo (1:44-46). Si consideramos el orden en que estaban acampados los hijos de Israel al pie del monte Sinaí, comprenderemos que ellos verdaderamente habían sido constituidos una sola entidad.
Después que el pueblo de Dios fue contado y edificado como un solo cuerpo, ellos prosiguieron en su jornada con Dios. Eso significa que ellos viajaron juntamente con Él.
Durante su jornada con Dios, los hijos de Israel tuvieron la presencia de Dios, representada por la nube de día y por el fuego en la nube de noche (Éx. 33:14; 40:36-38; Nm. 9:15-23). Tanto la nube como el fuego eran la expresión del Dios Triuno. La presencia de la nube y del fuego indicaba que mientras el pueblo proseguía en su jornada por el desierto, ellos proseguían en su jornada junto con Dios. El propio Dios los guiaba en la jornada.
Mientras los hijos de Israel proseguían en su jornada con Dios, el Ángel de Jehová tomaba la delantera (Éx. 32:34). El título el Ángel de Jehová es un título particular de Cristo en el Antiguo Testamento, según se revela en Éxodo 3. El Ángel de Jehová tomaba la delantera, siempre al frente del ejército de Israel.
En su jornada, los hijos de Israel se movían, andaban y vivían juntamente con Jehová, el Dios Triuno. Esto constituye un tipo, un cuadro, de la vida que llevamos hoy como cristianos. Día tras día nos movemos, andamos y vivimos juntamente con el Dios Triuno procesado, quien se imparte en nosotros.
El pueblo escogido y redimido de Dios pasó por el vasto y terrible desierto, en el cual experimentó toda índole de pruebas y sufrimientos, así como el cuidado, las provisiones y la disciplina divinos (Dt. 1:19; 8:2-5). Esto también es un cuadro de nuestra vida cristiana hoy en día. Algunos dicen que la vida cristiana es maravillosa. Sin embargo, según la tipología, la vida cristiana es una vida en la que pasamos por un vasto y terrible desierto. En este desierto encontramos toda índole de pruebas y sufrimientos, pero también disfrutamos del cuidado y provisiones divinos. Debido a que nosotros, al igual que los hijos de Israel, a menudo somos “hijos traviesos”, además del cuidado y las provisiones de Dios, experimentamos también Su disciplina.
En su jornada por el desierto, los hijos de Israel pasaron por cuarenta y dos estaciones antes de entrar al reposo en la buena tierra prometida por Dios (Nm. 33:1-49; Jos. 1:2).
El pueblo escogido y redimido de Dios, que era un ejército sacerdotal, combatió juntamente con Dios y por Dios. Hoy en día, si hemos de combatir juntamente con Dios y por Dios, primeramente debemos movernos, andar y vivir con Él y también pasar por muchas experiencias en el desierto. Sólo de esta manera seremos aptos para combatir juntamente con Dios.
Los hijos de Israel no sólo combatieron juntamente con Dios, sino también por Dios. Hoy en la vida de iglesia, nosotros también debemos combatir por Dios. Esto indica que nuestra vida de iglesia en realidad debe ser para el beneficio de Dios principalmente, y no el nuestro. Sin embargo, es posible que nuestros sentimientos con respecto a la vida de iglesia sean demasiado subjetivos y egoístas. En la reunión, tal vez alguien testifique diciendo: “Antes de venir a la vida de iglesia, sentía que no tenía hogar; pero ahora que estoy en la vida de iglesia, me siento en casa. ¡Oh, cuán excelente es la vida de iglesia!”. Es verdad que en la vida de iglesia nos sentimos en casa; sin embargo, debemos darnos cuenta de que la vida de iglesia no es principalmente para nuestro beneficio, sino para el beneficio de Dios. En vez de ello, deberíamos decir: “Señor, la vida de iglesia es en realidad Tu vida. Tú deseas vivir de esta manera, y nosotros vivimos juntamente contigo. Si no viviéramos ni nos moviéramos en unión contigo, Tú no estarías satisfecho. Tú no deseas estar solo. Tú nos escogiste, nos redimiste y nos salvaste para que te acompañáramos en Tu mover. Nuestra vida de iglesia, Señor, es realmente para Tu beneficio”.
Al combatir juntamente con Dios y por Dios, los hijos de Israel derrotaron al rey de Arad y destruyeron su pueblo (Nm. 21:1-3). Al hacer esto, ellos vencieron al primer enemigo de entre los cananeos.
El pueblo de Dios derrotó también Sehón, rey de los amorreos, y a su pueblo, y a Og, rey de Basán, y a su pueblo (21:21-35). Eso significa que ellos vencieron a los dos guardias de la tierra de Canaán.
Los hijos de Israel derrotaron también a los madianitas y a sus cinco reyes (31:1-12). Al derrotar a los madianitas, el pueblo venció al ejército que guardaba la entrada de Canaán.
Los reyes que el pueblo escogido y redimido de Dios derrotó, representan a los principados, los gobernadores y las autoridades espirituales que están en el aire. Hoy en día debemos combatir contra estos principados y derrotarlos.
El pueblo de Dios combatió contra los reyes para entrar a la buena tierra prometida por Dios a fin de que el reino de Dios se extendiera y estableciera allí. El mismo principio se aplica con respecto a nosotros hoy en día. Cuando derrotamos a los principados, gobernadores y autoridades que están en el aire, el reino de Dios definitivamente se extiende y se establece.
Como ejército sacerdotal que libraba la guerra santa, el pueblo escogido y redimido de Dios portó consigo la morada de Dios, a saber, el Tabernáculo del Testimonio con el Arca del Testimonio. Esto indica que hoy en la vida de iglesia portamos el testimonio de Dios con Dios mismo. Llevamos sobre nuestros hombros no sólo la morada de Dios, sino también al que reside en ella, al propio Dios. Mientras la iglesia sea portadora del testimonio de Dios, ella será la morada de Dios. De hecho, la morada de Dios es el testimonio de Dios. En la actualidad, este testimonio de Dios, esta morada de Dios, está sobre nuestros hombros.
El Tabernáculo del Testimonio representa al pueblo escogido y redimido de Dios edificado con Él mismo como Su morada en la tierra (la iglesia en el Nuevo Testamento).
Aquí quisiéramos hacer notar que, en términos espirituales, la historia de Israel y la historia de la iglesia son una sola. La historia de Israel es una figura anticipada, y la historia de la iglesia es la realidad de dicha figura. Esto significa que lo que se narra en Éxodo, Levítico y Números prefigura lo que se narra en Hechos y en las Epístolas.
El Arca del Testimonio representa a Cristo como centro de la economía de Dios llevada a cabo entre Su pueblo escogido y redimido. Hoy en día tenemos el Arca en medio nuestro; es decir, tenemos a Cristo con nosotros de una manera personal.
El testimonio representa la ley, la cual es un retrato de Dios. Dado que el testimonio, las tablas de la ley, fue puesto dentro del Arca, al Arca se le llamó el Arca del Testimonio.
El tabernáculo con el Arca constituía el testimonio que portaba el pueblo escogido y redimido de Dios. Durante los años que estuvieron en el desierto, los hijos de Israel, quienes sumaban más de dos millones de personas, no hicieron otra cosa más que ocuparse del testimonio de Dios. Para ganarse el sustento, ellos no tuvieron necesidad de dedicarse al comercio ni trabajar. Dios se encargó del sustento de ellos enviándoles el maná y dándoles agua de la roca. Por un período de cuarenta años el pueblo de Dios, junto con el Ángel de Jehová que tomaba la delantera, acamparon y prosiguieron en sus jornadas en el desierto. A los ojos de las naciones, los hijos de Israel desperdiciaban su tiempo. Asimismo, a los ojos de la gente del mundo, nosotros, quienes estamos en la vida de iglesia y hemos dedicado nuestra vida para portar y cuidar del testimonio de Dios, estamos perdiendo nuestro tiempo. Sin embargo, a los ojos de Dios, es la gente del mundo la que de hecho está ociosa y pierde su tiempo (Mt. 20:3). Quizás otros piensen que nosotros estamos perdiendo el tiempo, pero en realidad a nosotros, que estamos en el recobro del Señor, nos complace usar nuestro tiempo para cuidar y portar el testimonio de Dios.
En este mensaje hemos recibido una visión panorámica del libro de Números. Conforme a esta visión, el relato de Números nos muestra que el pueblo escogido y redimido por Dios, después de conformar un ejército sacerdotal que combatía por Dios y proseguía en su jornada con Dios, había sido preparado por Dios para tomar posesión del Cristo todo-inclusivo como la buena tierra.