Mensaje 53
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Lectura bíblica: Col. 1:12; Ef. 3:8; Fil. 1:19
En este mensaje llegamos a la conclusión del esquema vital de la revelación divina en los libros de Éxodo, Levítico y Números referente a la economía de Dios con Su pueblo escogido y redimido.
Pareciera que el Antiguo Testamento no tiene nada que ver con la iglesia; en realidad, la historia de Israel narrada en el Antiguo Testamento es un cuadro de la vida de iglesia. Debemos tener este entendimiento al leer Éxodo, Levítico y Números. Si tenemos esta perspectiva, veremos que en la revelación divina contenida en los libros de Éxodo, Levítico y Números se halla un tipo completo de la iglesia en su unión mística con el Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno procesado y que se imparte en el hombre.
Consideremos primero el tipo completo de la iglesia, y después, el asunto de la unión mística que la iglesia tiene con el Cristo todo-inclusivo.
Deuteronomio 7:6 dice: “Tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; es Jehová tu Dios, quien te ha escogido de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra, para que seas pueblo Suyo, Su tesoro personal”. En la tipología, esto indica que la iglesia ha sido escogida por Dios.
La tipología en Éxodo 1, 12 y 14 indica que la iglesia ha sido redimida del juicio de Dios y salvada de la esclavitud de la caída. Hoy en día nosotros, los creyentes, sabemos esto y lo hemos experimentado.
Después de ser redimidos del juicio de Dios y salvados de la esclavitud de la caída, nosotros, así como los hijos de Israel en el Antiguo Testamento, disfrutamos del cuidado divino y de Cristo como provisión celestial y divina (Éx. 15—17). Bajo el cuidado de Dios, disfrutamos el hecho de que Él nos nutre y nos cuida con ternura al darnos a Cristo como nuestra provisión: como maná, como agua viva que fluye de la roca herida y como árbol (el Cristo crucificado) que fue echado en las aguas amargas. Independientemente de cuáles sean nuestras circunstancias, si aplicamos al Cristo crucificado a nuestra situación, el agua amarga se volverá dulce (Éx. 15:23-25). Éste es un aspecto de Cristo como provisión celestial y divina. Otro aspecto lo tipifican los doce manantiales de agua y las setenta palmeras de Elim (v. 27).
En el monte Sinaí los hijos de Israel recibieron la revelación divina que se consigna en Éxodo 19—40 y en Levítico 1—27. Esta revelación es maravillosa; ningún escrito filosófico producido por el hombre se compara con ella. El tipo que encontramos aquí significa que hoy en día la iglesia ha recibido la revelación divina.
En el monte Sinaí, los hijos de Israel no sólo recibieron la revelación divina, sino que también fueron adiestrados para conocer a Dios, para ser juntamente edificados con Dios en Su Trinidad Divina a fin de ser Su morada en la tierra con miras a la expresión y el testimonio del Dios Triuno, así como el sacerdocio que ejerce el servicio divino. Los hijos de Israel permanecieron en el monte Sinaí por nueve meses, y durante ese tiempo fueron adiestrados por el Señor. Podríamos decir que a través de ese adiestramiento ellos llegaron a ser un pueblo que poseía una cultura divina, cuyo elemento principal era el propio Dios. Hoy en día, en la vida de iglesia, nosotros también estamos siendo adiestrados por el Señor en lo referente a conocerle, ser juntamente edificados con Él y servirle.
Según el libro de Números, los hijos de Israel conformaron un ejército de Dios que combatía por la economía de Dios (Nm. 1—4; 21:1-4, 21-35; 31:1-2). En el libro de Efesios encontramos una revelación similar. En los primeros cinco capítulos de ese libro se presenta la revelación en cuanto a la iglesia, y en el capítulo 6, Pablo nos muestra que los creyentes conforman un ejército que combate por la economía de Dios.
Hoy en día la iglesia también prosigue en su jornada con Dios y sufre frustraciones y pruebas para su purificación. Antes de ser salvos, viajábamos solos por el desierto del mundo; pero ahora que hemos sido salvos, proseguimos en nuestra jornada con Dios. Dios es nuestro compañero, un compañero que no solamente está a nuestro lado o que va delante de nosotros, sino que principalmente está en nosotros. Hay momentos en los que no queremos caminar con Él, pero Él sigue caminando con nosotros, y Su presencia cambia nuestra jornada. Otras veces hacemos que Él se sienta descontento con nosotros o no estamos de acuerdo con Él, pero no podemos alejarnos de Él. Aun si decidiéramos no proseguir más en la jornada con Él, Él no dejaría de proseguir con nosotros, y al final no nos quedaría otra alternativa que volver a Él para ser uno con Él.
Mientras proseguimos en nuestra jornada con el Señor, sufrimos frustraciones y pruebas para nuestra purificación. Estas pruebas y frustraciones ponen fin a nuestros rasgos peculiares. Los miembros de nuestra familia, los hermanos y hermanas de la iglesia, y las diversas personas y cosas que encontramos en nuestro entorno quizás sean contrarios a nosotros, por lo cual se convierten en frustraciones para nosotros. Sin embargo, estas frustraciones son necesarias para nuestra purificación.
Como resultado de lo anterior, la iglesia es preparada por Dios para tomar al Cristo todo-inclusivo como su buena tierra.
El tipo completo de la iglesia hallado en Éxodo, Levítico y Números es un tipo de la iglesia en la unión mística con el Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno procesado y que se imparte en el hombre. Esta unión mística es nuestro destino y nuestra destinación. Es posible que al afrontar diferentes clases de circunstancias y al relacionarnos con diferentes personas, digamos: “¡Oh, Señor Jesús, te necesito!”. ¿Qué significa decirle al Señor que lo necesitamos? Esto en realidad significa que lo disfrutamos. Día a día podemos disfrutar al Cristo todo-inclusivo —quien es la corporificación del Dios Triuno procesado y que se imparte en el hombre— como nuestra buena tierra.
Según el tipo hallado en Éxodo, inicialmente disfrutamos a Cristo como la Pascua y los panes sin levadura (1 Co. 5:7-8). La Pascua hace posible que seamos salvos, y los panes sin levadura nos capacitan para llevar una vida exenta de pecado.
Después de experimentar a Cristo como la Pascua y de empezar a disfrutarlo como los panes sin levadura, lo disfrutamos como el maná celestial y como la roca de la cual fluye el agua viva (1 Co. 10:3-4).
Incluso la ley es un tipo de Cristo, pues tipifica a Cristo quien, por tener la imagen de Dios, expresa a Dios para que el hombre pueda conocer a Dios (Jn. 1:18; He. 1:3a).
Juan 1:14 revela que Cristo fijó tabernáculo entre nosotros. Él es el tabernáculo de Dios, con el Arca como centro del testimonio de Dios.
Según Romanos 3:25, Cristo es el propiciatorio —la cubierta, la tapa, del Arca—, donde Dios se reúne con el hombre en Su justicia. Cristo es, por tanto, el lugar donde Dios se reúne con Su pueblo.
En el Antiguo Testamento, el sumo sacerdote vestía hombreras y un pectoral. Esto tipifica a Cristo quien, como el Sumo Sacerdote, sobrelleva al pueblo redimido de Dios y lo abraza en amor (He. 4:14-15; 7:25-26).
Según el Antiguo Testamento lo tipifica y el Nuevo Testamento lo revela, Cristo es todas las ofrendas en beneficio de los creyentes (He. 10:5-7, 9-10).
Los libros de Éxodo, Levítico y Números tienen mucho que decir acerca del Sábado y de las fiestas. Todo ello tipifica a Cristo como la realidad del Sábado y de todas las fiestas para los creyentes (Col. 2:16-17).
Números 6 habla del voto nazareo. Cristo es el verdadero nazareo que vive absolutamente entregado a Dios (Fil. 2:8; He. 10:9; cfr. Mt. 2:23 y la nota 2).
Cristo es también la realidad del tipo de la novilla roja, que lava la inmundicia de los creyentes (1 Jn. 1:7).
Juan 3:14 y 15 revela que Cristo es la serpiente de bronce que quita el pecado de los creyentes para que tengan vida eterna.
Hoy en día también podemos disfrutar a Cristo como Aquel que es las ciudades de refugio para los creyentes (Ef. 1:7).
Por último, Cristo es la tierra todo-inclusiva que brinda a los creyentes una provisión abundante (Col. 1:12; Ef. 3:8; Fil. 1:19). Esto tiene como finalidad la edificación de la casa de Dios en la tierra (Ef. 2:19; 1 Ti. 3:15), el establecimiento del reino de Dios en la tierra (Hch. 1:3; Ro. 14:17) y, finalmente, el que la casa de Dios y el reino de Dios alcancen su consumación en la Nueva Jerusalén por la eternidad, a fin de que se lleve a cabo la economía eterna de Dios (Ap. 21:1-2). Por tanto, lo presentado acerca de la iglesia en Éxodo, Levítico y Números alcanzará su consumación máxima en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad.