Mensaje 1
Lectura bíblica: Nm. 1:1-4, 42-46; 10:33-36
En estas palabras de introducción al Estudio-vida de Números consideraremos lo siguiente: el avance de la revelación divina, una comparación entre Números y Levítico, el esquema general de Números, el pensamiento central de Números y las secciones de Números.
En los cinco libros de Moisés (el Pentateuco) se siembran muchas semillas de la verdad. Cada uno de los puntos principales de la verdad divina se encuentra en estos libros. Sin embargo, la revelación divina no es dada toda de una sola vez, sino de manera progresiva.
A medida que la revelación divina progresa, ésta avanza cada vez más. En el primer libro, Génesis, vemos a Dios y Su creación. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). Al final de los sesenta y seis libros de la Biblia hay una ciudad nueva, gloriosa y resplandeciente. En el principio únicamente estaba Dios. Luego, Dios realizó la obra de la creación; así que, además de Dios, existía la creación, la cual incluía al hombre. El hombre cayó, pero después de la caída de éste, Dios efectuó la obra de redención. Finalmente, en la conclusión de la Biblia, hay una ciudad edificada con la Trinidad Divina mezclada con Su pueblo redimido. Entre la creación de Dios al principio y la nueva ciudad al final, la revelación divina avanza de manera progresiva, libro tras libro.
En Génesis vemos la creación de Dios y la caída del hombre. Aunque Génesis empieza hablando de la creación de Dios, éste concluye con el resultado de la caída del hombre, a saber: un hombre muerto en un ataúd (50:26).
Después de la caída del hombre, Dios intervino para salvarnos mediante Su maravillosa redención. Esto lo vemos en Éxodo. En el libro de Éxodo vemos la salvación provista por Dios y la edificación de Su morada.
La morada de Dios es más valiosa que Su creación. Cuando Dios creó los cielos y la tierra, Él aún no tenía un hogar donde vivir. Pese a que el hombre cayó, Dios no lo abandonó; en vez de ello, lo redimió y lo salvó, a fin de edificar Su morada con Su pueblo redimido.
En Levítico vemos la adoración y el vivir de los redimidos. Para cuando llegamos a Levítico, muchas de las personas caídas han sido salvas y han llegado a conformar el pueblo redimido por Dios. Levítico revela que estos redimidos deben adorar a Dios y llevar la clase de vida que Él desea.
En Números vemos que el pueblo redimido por Dios conforma Su ejército y que en sus jornadas combate por Dios. El ejército tiene como finalidad que el pueblo de Dios combata con miras a que Dios pueda conquistar el terreno necesario aquí en la tierra sobre el cual edificar Su reino con Su morada.
A estas alturas quisiera hacer una comparación entre Números y Levítico. Levítico recalca la adoración y el vivir de los redimidos. Números hace hincapié en las jornadas y los combates de los redimidos. En Levítico, a los redimidos de Dios se les instruye cómo adorar a Dios y llevar una vida santa. En Números, los redimidos de Dios conforman un ejército y combaten por Dios a lo largo de sus jornadas.
En Números vemos tres cosas: la formación de un ejército, las jornadas de este ejército y los combates del ejército. El propósito de formar dicho ejército era que éste combatiera, y para combatir se requería que el ejército prosiguiera en sus jornadas, que no se quedara en un solo lugar. Los hijos de Israel siempre iban de un lugar a otro a fin de proveerle a Dios el terreno para obtener un pueblo que fuese edificado como Su reino y como Su casa. Ésta es la razón por la cual en Números vemos el ejército, las jornadas y los combates.
Aunque Números es un libro extenso, su esquema general es sencillo. El esquema general de Números consiste en que los israelitas redimidos y santificados conformaron un ejército santo de Dios, el cual debía avanzar según el guiar de Dios y también debía combatir por Él.
Todo lo que está escrito en el Pentateuco, los cinco libros de Moisés, constituye un tipo. En particular, en estos libros vemos que toda la nación de Israel era un tipo de la iglesia. Así como Israel conformó un ejército, la iglesia también debe conformar un ejército. En cuanto a esto, no debemos fijarnos en la situación actual, la apariencia externa. Si lo hacemos, nos sentiremos desilusionados y nos preguntaremos dónde está el ejército. Aunque tengamos dudas en cuanto a la existencia del ejército de la iglesia, Satanás sabe que existe tal ejército. Debemos creer que hoy en día existe un ejército, conformado por todos los creyentes fieles, que emprende jornadas y combate en todo momento a fin de que Dios obtenga un reino con una casa.
De modo general, podríamos decir que el pensamiento central de toda la Biblia es Cristo, pues la Biblia está enfocada en Cristo como centro. Pero ¿cuál es el pensamiento central del libro de Números? El pensamiento central del libro de Números es que para el pueblo de Dios, Cristo es quien le da sentido a su vida, el testimonio de ellos y su centro, así como su Líder, su camino y su meta en sus jornadas y combates.
En Números, Cristo es revelado como Aquel que le da sentido a la vida del pueblo de Dios. Al parecer, durante los cuarenta años que estuvieron en el desierto, los dos millones de israelitas no hicieron nada. No se dedicaron a la industria, ni al comercio ni a la agricultura. En vez de ello, día tras día se ocuparon de una sola cosa: el Arca del Testimonio de Dios (Nm. 7:89). El Arca del Testimonio era el centro del tabernáculo, llamado el Tabernáculo del Testimonio (1:50, 53). Durante cuarenta años, los israelitas se ocuparon de mantener el Arca con el tabernáculo. El Arca con el tabernáculo era el significado de sus vidas. De no haber habido un Arca, la vida de los israelitas no habría tenido sentido alguno. Tanto al Arca como al tabernáculo se les llamaba el Testimonio de Dios. Puesto que el Arca tipifica a Cristo, lo que le daba sentido a la vida de los israelitas consistía en ocuparse de Cristo, el Testimonio de Dios.
Este Cristo, quien le da sentido a la vida del pueblo de Dios, es el testimonio de Dios. En el Antiguo Testamento, el testimonio se refiere a la ley. A las dos tablas sobre las cuales fue inscrita la ley se les llamó el Testimonio (Éx. 25:21), y éstas fueron puestas dentro del Arca. Puesto que el Testimonio fue puesto en el Arca, a ésta se le llamaba el Arca del Testimonio.
La ley siempre da testimonio del legislador. En conformidad con este principio, la ley de Dios es un testimonio de lo que Dios es; ésta nos describe la clase de Dios que Él es. La ley nos dice que Dios es amor y luz, y que Él es santo y justo. El amor, la luz, la santidad y la justicia son cuatro de los atributos divinos. La ley, como retrato de lo que Dios es, tipifica a Cristo como corporificación de Dios en todos Sus atributos divinos. En Cristo vemos que Dios es amor y luz, y que Él es santo y justo. Es por ello que el Nuevo Testamento nos dice que Cristo es la corporificación de Dios (Col. 2:9). El hecho que Cristo sea la corporificación de Dios significa que Él es el retrato de Dios y que, como tal, Él es el testimonio de lo que Dios es. Puesto que Cristo es el testimonio de lo que Dios es, a Él se le llama “el Testigo fiel y verdadero” (Ap. 3:14; 1:5). Como Testigo de Dios, Cristo porta del testimonio de Dios para mostrarnos qué clase de Dios Él es.
El pueblo de Dios no debe tomar a Cristo únicamente como Aquel que le da sentido a la vida, sino que también debe llevar una vida que testifique de Cristo. Cuando el pueblo de Dios lleva esta clase de vida, Cristo llega a ser el testimonio que ellos portan. En Números vemos a Cristo como testimonio del pueblo de Dios.
Cristo también es el centro del pueblo de Dios. Podemos ver esto en la manera en que los hijos de Israel acampaban alrededor del tabernáculo con tres tribus en cada uno de sus costados. Los cuatro campamentos, cada uno conformado por tres tribus, y las tres familias de la tribu de Leví, todos tomaban como centro al tabernáculo con el Arca. Los hijos de Israel, por tanto, tomaban a Cristo como Aquel que le da sentido a la vida, el testimonio y el centro. Esto nos muestra que hoy en día nosotros, la iglesia, debemos tomar a Cristo como Aquel que le da sentido a nuestra vida, como nuestro testimonio y como nuestro centro.
El libro de Números revela que este Cristo, el que le da sentido a nuestra vida, nuestro testimonio y nuestro centro, es Aquel que se mueve, actúa y siempre avanza. Al avanzar, Él es nuestro Líder (Mt. 23:10), nuestro camino (Jn. 14:6) y nuestra meta (Fil. 3:12-14). Tomar la delantera equivale a avanzar en el camino. Hoy en día tomamos a Cristo como nuestro Líder y le seguimos. Él nos guía por Su camino y hacia Su meta, los cuales de hecho son Él mismo. La gente del mundo carece de un camino y una meta, pero nosotros tenemos a Cristo, no sólo como nuestro Líder, sino también como nuestro camino y nuestra meta.
En el Nuevo Testamento encontramos una revelación de Cristo en todos estos aspectos, pero no vemos allí muchos detalles. Si únicamente tuviéramos el Nuevo Testamento y no el Antiguo Testamento con todos los tipos, no podríamos ver un cuadro tan detallado y excelente de Cristo. Si queremos ver a Cristo de una manera completa como Aquel que le da sentido a la vida, el testimonio, el centro, y como el Líder, el camino y la meta, necesitamos el cuadro que se nos presenta en el libro de Números.
Con relación a las jornadas que emprende el pueblo redimido por Dios y con relación a sus combates, Cristo es Aquel que le da sentido a la vida, el testimonio y el centro, y también el Líder, el camino y la meta. Si Cristo no fuera todo esto para nosotros, no le sería posible a Dios obtener en la tierra el terreno para edificar Su reino con Su casa, los cuales al final alcanzarán su consumación en la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén será la consumación del reino de Dios y de la casa de Dios.
La Biblia en su totalidad nos muestra una sola cosa: que la intención de Dios es ganar un pueblo que llegue a conformar un ejército que tome a Cristo como Aquel que da sentido a la vida, como testimonio, centro, Líder, camino y meta, y lograr que dicho ejército avance y combata por Dios a fin de que Dios pueda obtener el terreno en la tierra y logre edificar un pueblo como Su reino y Su casa, cuya consumación será la Nueva Jerusalén.
El libro de Números consta de tres secciones: conforman un ejército (1:1—9:14), sus jornadas (9:15—20:29; 21:4-20; 33:1-49) y combaten (21:1-3; 21:21—32:42; 33:50—36:13).
El cumplimiento de la intención de Dios referente a obtener un pueblo y conformarlo como ejército no fue un asunto sencillo. El ejército fue conformado con doce tribus. Es maravilloso que Jacob hubiera tenido exactamente doce hijos, los cuales llegaron a ser doce tribus. De entre esas doce tribus, Leví fue consagrado a Dios para el servicio del tabernáculo. Como resultado, hacía falta una tribu. Sin embargo, esta carencia la suplió José, quien recibió una doble porción por medio de sus dos hijos, Efraín y Manasés, los cuales llenaron el vacío e hicieron que el número de tribus se mantuviera en doce. Además, en la tribu que fue consagrada, la tribu de Leví, se encontraba la casa de Aarón, la casa sacerdotal. Leví tenía tres hijos, los cuales acamparon alrededor de tres lados del tabernáculo; Moisés, Aarón y los hijos de Aarón acamparon al frente del tabernáculo. El orden en que acampaban los hijos de Israel era admirable.
Antes de que los hijos de Israel fueran constituidos un ejército, toda la tierra había sido poseída por el enemigo de Dios. No obstante, en Números vemos que un linaje, el linaje de Israel, fue salvo, santificado y formado y dispuesto como ejército. Esto era una vergüenza para el enemigo.
No hay mente humana que haya podido escribir un libro como Números. Hay muchos otros documentos históricos que nos muestran cómo eran formados los ejércitos, pero ninguno de ellos se compara al libro de Números. Sólo Dios pudo haber escrito un libro como éste y proveer las personas necesarias para conformar tal ejército. Las personas que conforman este ejército toman a Cristo como su todo, a saber: como Aquel que da sentido a la vida, su testimonio y su centro, así como su Líder, su camino y su meta.