Mensaje 14
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Lectura bíblica: Nm. 7:1, 87-88; 8:12; 6:14-17
En este mensaje quisiera hablar acerca de las provisiones divinas reveladas en los capítulos del 6 al 9.
Números 5:1—9:14 constituye una sección que puede ser considerada una inserción en el relato sobre la formación del ejército. Esta inserción incluye dos asuntos: los requisitos de Dios y la provisión de Dios. Primero se nos presentan los requisitos de Dios, y después, Su provisión. Los capítulos 5 y 6 pueden ser considerados los requisitos de Dios, los cuales incluyen diferentes medidas que había que tomar, una prueba y los elevados requisitos del nazareo. Todos éstos son los requisitos que Dios les impuso a Sus redimidos para hacer de ellos Su ejército. Luego, los capítulos 7 y 8 y la primera parte del capítulo 9 pueden ser considerados la provisión divina.
Veamos ahora los ítems incluidos en la provisión de Dios.
El primer ítem de la provisión divina hallada en estos capítulos es el ungüento que se usaba para ungir el tabernáculo con todos sus enseres y el altar con todos sus utensilios (7:1). El ungüento tipifica al Dios Triuno consumado después de haber pasado por todos los procesos. En toda la Biblia, este ungüento constituye una de las más grandes provisiones que Dios ha preparado para Sus redimidos.
Para la época de Números 7, el tabernáculo y el altar ya habían sido edificados por Dios mediante Su pueblo y pertenecían a Dios. Pero, debido a que aún no habían sido ungidos, el tabernáculo y el altar seguían siendo ajenos a Dios, pues no tenían nada que ver con la vida de Dios, la naturaleza de Dios, ni con nada de lo que Dios había logrado, obtenido y alcanzado.
Con respecto a nosotros, ser ungidos significa que el Dios Triuno procesado vino a nuestro interior, está sobre nosotros y se mezcló con nosotros. Usemos como ejemplo la acción de pintar un objeto de madera. Después que al objeto le son aplicadas varias capas de pintura, éste llega a ser totalmente uno con la pintura. El artículo podrá ser de madera, pero después de pintado, ya no vemos la madera; más bien, vemos la naturaleza, la esencia, el elemento, las características, la apariencia, el color y la expresión de la pintura, debido a que la pintura ha sido aplicada al objeto de madera y se ha hecho uno con él. Que nosotros seamos ungidos por Dios significa que somos “pintados” con Él, es decir, que Dios mismo vino a nuestro interior y está sobre nosotros.
Después que fueron hechos el tabernáculo y el altar, Dios los “pintó” con un ungüento, el cual era un tipo de Él mismo, no como el Dios original sino como el Dios consumado. En la eternidad pasada, Dios era perfecto en todo sentido, mas no había sido completado. Él poseía la naturaleza divina, mas no la naturaleza humana. Sin embargo, conforme a Su intención, en la eternidad venidera, Él, el propio Dios, será un Dios que además de la naturaleza divina poseerá la naturaleza humana. Puesto que en la eternidad pasada Dios no había sido completado, Él necesitaba entrar en el tiempo —el puente entre las dos eternidades— para pasar por muchos procesos a fin de ser completado.
Antes de hacerse hombre, Dios vino a Abraham en Génesis 18 en forma de hombre. Hace aproximadamente dos años, un periódico denominacional reconoció que el que vino a Abraham era Jesús. Dios vino y conversó con Abraham como amigo. Abraham le sirvió al Señor algo de comer, y Él lo comió. El propio Dios comió la comida que Abraham le sirvió. Además, Abraham le trajo agua, y Él se lavó los pies. Cuando el Señor se marchó, no lo hizo apresuradamente. Acompañando a Dios, Abraham caminó con Él y lo despidió. Abraham no le oró a este hombre, sino que habló con Él como amigo. Según Génesis 18, Dios apareció a Abraham en forma de hombre mucho antes que se encarnara. Cosas como éstas en cuanto a la persona del Señor, no las podemos comprender.
Por la tarde del día de Su resurrección, el Señor Jesús volvió a Sus discípulos en un cuerpo físico (Lc. 24:37-43; Jn. 20:19-29). Sin que se abriera ninguna puerta, Él apareció repentinamente en medio de ellos (v. 19). “Espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu” (Lc. 24:37). Entonces el Señor Jesús les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (v. 39). Después de decir estas palabras, “les mostró las manos y los pies” (v. 40). Luego les preguntó si tenían algo de comer, y cuando le dieron parte de un pescado asado, “Él lo tomó, y comió delante de ellos” (vs. 41-43). Nuestra mente limitada no puede comprender cómo el Señor Jesús, con un cuerpo de carne y hueso, pudo aparecer de repente en un cuarto donde las puertas estaban cerradas. Ésta es la maravillosa persona de Cristo.
En la eternidad pasada, Dios no tenía un cuerpo físico. Él necesitaba pasar por algunos procesos para alcanzar una consumación a fin de ser completado. Él ya era perfecto; pero Él no sólo quería ser perfecto, sino también ser procesado a fin de ser completado. Él no quería ser únicamente Dios por la eternidad; Él deseaba ser un Dios-hombre. En la eternidad pasada Él era Dios, pero no un Dios-hombre. Por consiguiente, en el tiempo Él pasó por muchos procesos a fin de ser consumado y completado.
El Dios que fue completado, o consumado, es simbolizado por el ungüento, el cual era un compuesto formado al mezclar cuatro especias con aceite de oliva (Éx. 30:22-25). Este ungüento se menciona en 1 Juan 2:20 y 27. En esos versículos, la palabra unción hace referencia al movimiento del ungüento. Cuando aplica crema a su rostro, usted hace que la crema se mueva. Podríamos decir que en Éxodo 30 tenemos la “crema”, el ungüento, y que en 1 Juan 2 tenemos el movimiento de la crema, la unción. Nosotros tenemos esta unción, el movimiento del ungüento, dentro de nosotros.
El ungüento no es una cosa, sino una persona: el Dios que fue completado. El ungüento que está en nosotros es el Dios Triuno procesado, compuesto y consumado, el Dios que pasó por los procesos necesarios para ser completado. Ésta es la más grande provisión que Dios ha preparado para Sus redimidos.
En la Biblia, el último título dado al Espíritu de Dios es “el Espíritu” (Ap. 22:17). El Dios que fue completado es el Espíritu. Juan 7:39b dice: “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Cuando Jesús fue glorificado, es decir, cuando entró en la resurrección (Lc. 24:26), el Dios Triuno fue consumado y completado para llegar a ser el Espíritu. El Espíritu, por tanto, es el Dios Triuno procesado, consumado y completado.
Consideremos todo lo que el Espíritu incluye. En el Espíritu hay divinidad, la naturaleza divina. En el Espíritu también hay humanidad, la naturaleza humana. Eso significa que en el Espíritu se halla el elemento de la encarnación. ¡Qué hecho tan grande fue la encarnación! Dios fue concebido en el vientre de una virgen y permaneció allí por nueve meses. La concepción divina fue parte de un maravilloso proceso. A esta concepción le siguió el nacimiento del Señor y Su vivir humano. El Señor Jesús vivió durante treinta años en la casa de un carpintero. Luego, Él salió a ministrar por tres años y medio, en los cuales experimentó todo tipo de sufrimientos. Durante Su crucifixión, Él logró una muerte todo-inclusiva; después, caminó a través de la muerte, salió de la muerte y entró en la resurrección. En resurrección Él, el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), y este Espíritu vivificante es ahora el Espíritu: la consumación del Dios Triuno procesado. Ahora Él está listo para ser aplicado a nosotros como ungüento. Él es el Dios Triuno, el Señor Jesucristo, el Espíritu Santo y el Espíritu. En Él están Dios, el hombre, la redención, la impartición de vida y el poder de la resurrección. ¡Qué provisión divina tan maravillosa! Nuestro Dios ahora nos unge con esta provisión. Él nos unge con el Espíritu compuesto, quien es la consumación y compleción del Dios Triuno procesado.
Puedo testificar que cuando me preparo para hablar por el Señor, por lo general oro: “Señor, lléname contigo mismo como Espíritu esencial y derrámate sobre mí como Espíritu económico. Oh Señor, cuando hable, te pido que seas un solo espíritu conmigo de manera que Tú hables en mi hablar”. Siempre que oro así, me siento fortalecido y confirmado, soy infundido y me lleno del Dios Triuno consumado tanto interiormente como exteriormente.
Dios, en Su economía neotestamentaria, no desea que seamos meramente buenos hombres, sino que seamos Dios-hombres, personas que están mezcladas con el Dios Triuno procesado. Cuanto más nos es aplicado el ungüento, el Dios Triuno completado, más llegamos a ser Dios-hombres. Usemos una vez más la acción de pintar como ejemplo. Antes de ser pintado, el objeto de madera no tiene nada que ver con la pintura. Pero una vez que se le aplica la pintura, el objeto de madera llega a ser un objeto pintado. Dicho objeto deja de ser meramente un objeto de madera; llega ser un objeto de madera al que se le ha aplicado pintura. De igual manera, nosotros estamos siendo pintados con el Dios Triuno procesado. Cuanto más somos pintados por Él y con Él, más nos mezclamos con Él para llegar a ser Dios-hombres.
Puesto que Dios ha preparado una provisión tan grande para nosotros, ¿qué debemos hacer? Debemos ofrecernos al Señor para recibir Su provisión. Pese a que Dios ha preparado esta provisión para nosotros, es posible que no acudamos a Él, o que acudamos a Él, pero sin ofrecernos ni someternos a Él. Ofrecernos al Señor significa rendirnos a Él. Debemos recibir la provisión divina ofreciéndonos al Señor, sometiéndonos y rindiéndonos a Él. Debemos orar: “Gracias, Señor. Tú preparaste todo para mí. Ahora me rindo a Ti”. Esto es lo que significa ofrecernos a Él.
En Números 7 vemos primeramente la unción por parte de Dios, y luego, el ofrecimiento por parte nuestra. Dios pasó por un proceso para ser el ungüento que nos es aplicado. A fin de recibir la aplicación de este ungüento, debemos estar dispuestos a rendirnos al Señor, poniendo todo nuestro ser en Sus manos, y decirle: “Oh Señor, haz lo que quieras”. Al Señor le agrada pintarnos consigo mismo por dentro y por fuera, y de este modo, hacerse uno con nosotros.
Después de que nos ofrecemos al Señor para disfrutar Su provisión, Cristo está disponible a nosotros como reemplazo y consumación de todas las ofrendas. En el Antiguo Testamento encontramos diversas clases de ofrendas, pero hoy en día tenemos una sola ofrenda, una ofrenda todo-inclusiva, a saber: el Cristo todo-inclusivo. La segunda provisión divina es el ofrecimiento de nosotros mismos a Dios, y la tercera provisión es el Cristo todo-inclusivo.
Con relación a nuestra experiencia y disfrute prácticos, Cristo es principalmente tres clases de ofrendas: la ofrenda por el pecado, el holocausto y la ofrenda de paz. Como personas que están siendo ungidas por Dios y que se ofrecen a Él, debemos poner nuestras manos sobre Cristo como nuestra ofrenda por el pecado. Cada vez que participamos de la provisión de Dios al ofrecernos a Él, nos sentimos condenados. Nuestra conciencia nos hace sentir que somos injustos en muchos aspectos. Tenemos la sensación de que en diversos aspectos nos falta algo, estamos mal y somos inmundos. Es en esos momentos que debemos poner nuestras manos sobre Cristo y tomarlo a Él como nuestra ofrenda por el pecado. Siempre que hacemos esto, tenemos la certeza de que hemos sido redimidos, que se ha hecho propiciación por nosotros y que hemos sido perdonados, por lo cual tenemos paz en nuestro interior. Entonces deseamos vivir para Dios. Sin embargo, al mismo tiempo nos percatamos de que hemos fallado en esto y que por nosotros mismos no podemos vivir para Él. No obstante, Aquel sobre el cual hemos puesto nuestras manos es también nuestro holocausto. Esto hace que, en nuestra experiencia, la ofrenda por el pecado se convierta en el holocausto. Entonces podremos orar, diciendo: “¡Oh, Señor Jesús! Soy uno contigo con respecto a vivir para Dios y vivir absolutamente entregado a Dios”. Después de disfrutar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y holocausto, ya no sentiremos ninguna condenación, nada que nos reprenda ni nada que nos redarguya. En lugar de ello, tendremos paz. Ahora disfrutamos a Cristo como nuestra abundante ofrenda de paz. Esta paz entonces se torna en una comunión entre nosotros y Dios, en la que mutuamente disfrutamos a Cristo.
Además de la ofrenda por el pecado, el holocausto y la ofrenda de paz, se nos habla de una canasta de pan, tortas, hojaldres y libaciones. El pan, las tortas y los hojaldres tipifican a Cristo como nuestro suministro de vida en diferentes aspectos. La libación es también un tipo de Cristo. Cristo, quien es la verdadera libación, se derramó para satisfacer a Dios y también para satisfacernos a nosotros. Debido a que Cristo es el pan, las tortas y los hojaldres, nosotros podemos comerle, y debido a que Él es la libación, le podemos beber.
No sólo podemos comer y beber a Cristo, sino que también podemos entrar en Él. Al comerle y al beberle entramos en Él, y Él entra en nosotros para llegar a ser nuestro propio ser. ¡Podemos entrar en Cristo! Ahora estamos en Él, y Él está en nosotros.
La vida cristiana es una vida que consiste en participar diariamente de las provisiones divinas. Eso significa que no debemos intentar vivir la vida cristiana por nosotros mismos ni por nuestra fuerza natural. El pelo, que representa la fuerza natural, debía ser afeitado (8:7), lo cual indica que nuestra fuerza natural debe ser desechada. En vez de depender de nuestra fuerza natural, simplemente debemos participar y disfrutar de todas las provisiones divinas.
El último ítem de las provisiones divinas reveladas en Números del 6 al 9 es la Pascua. En el siguiente mensaje consideraremos el relato tocante a la Pascua presentado en 9:1-14.