Mensaje 2
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Lectura bíblica: Nm. 1
El cuadro presentado en Números capítulo 1 nos muestra todo el Nuevo Testamento, desde la encarnación del Dios Triuno para llegar a ser un hombre, que vivía y moraba entre los hombres, hasta la consumación de la encarnación: la Nueva Jerusalén.
Es difícil ver la encarnación del Dios Triuno en Números 1, pues no tenemos tal concepto. Si hemos de ver la encarnación del Dios Triuno en este capítulo, debemos considerar el asunto del tabernáculo con el Arca. Dentro del tabernáculo estaba el Arca, y dentro del Arca estaba la ley. A la ley se le llama “el Testimonio” (17:4, 10). La ley es un testimonio de Dios por cuanto testifica de Dios, nos muestra a Dios. Por consiguiente, el centro en realidad era Dios. Sin embargo, no vemos simplemente a Dios por Sí mismo, sino que vemos a Dios en un Arca hecha de madera de acacia recubierta con oro. Este Arca, por ser una sola entidad compuesta de dos elementos, la madera y el oro, tipifica a Cristo en Su humanidad junto con Su divinidad.
La palabra encarnación no aparece en Números capítulo 1, pero sí tenemos el cuadro. En el cuadro del tabernáculo con el Arca vemos al Dios Triuno, quien se encarnó para ser un hombre que vivía entre los hombres. El tabernáculo fue construido con cuarenta y ocho tablas. Primero, el número cuarenta y ocho se compone de seis multiplicado por ocho, lo cual representa al hombre (seis) en resurrección (ocho). Segundo, el número cuarenta y ocho se compone de doce multiplicado por cuatro, que representa al Dios Triuno (implícito en el número doce, que es el resultado de tres multiplicado por cuatro) en Su criatura (cuatro). Por tanto, este cuadro nos muestra al Dios Triuno, quien se encarnó para ser un hombre que vivía entre los hombres. En este cuadro vemos al Dios Triuno, vemos al hombre y vemos el hecho de que el Dios Triuno mora entre los hombres.
En el cuadro de la Nueva Jerusalén que nos presenta Números 1 vemos que las doce tribus de Israel acampaban alrededor del tabernáculo. La Nueva Jerusalén tiene doce puertas, tres en cada uno de sus cuatro lados, con los nombres de las doce tribus de Israel inscritos en ellas (Ap. 21:12-13). En Números vemos que las doce tribus fueron distribuidas en orden, lo cual nos muestra un cuadro. Según ese orden, tres tribus, cada una de las cuales era un ejército, acampaban en cada uno de los cuatro lados del tabernáculo. Al oriente, hacia donde se levanta el sol, se encontraba el campamento de Judá, compuesto de los ejércitos de Judá, Isacar y Zabulón (Nm. 2:2-9). Al occidente, que era la parte posterior, estaba el campamento de Efraín, compuesto de los ejércitos de Efraín, Manasés y Benjamín (2:18-24). Al sur se encontraba el campamento de Rubén, compuesto de los ejércitos de Rubén, Simeón y Gad (2:10-16). Al norte se encontraba el campamento de Dan, compuesto de los ejércitos de Dan, Aser y Neftalí (2:25-31). La manera en que estaban acampadas las doce tribus nos presenta un cuadro de la Nueva Jerusalén.
Ahora podemos entender cómo es que Números 1 nos presenta un cuadro del Nuevo Testamento, desde la encarnación hasta la Nueva Jerusalén. Esto, de hecho, es un resumen de la historia de la iglesia, la cual comenzó a partir de la encarnación y alcanzará su consumación en la Nueva Jerusalén. En la tipología, la historia de Israel, desde Números hasta Malaquías, que incluye cosas muy buenas y alentadoras como también cosas muy negativas y desalentadoras, nos provee un cuadro de la historia de la iglesia.
En el cuadro de Números, Dios está en el centro; es decir, Dios está en el Arca, en Cristo. Ahora Dios no está únicamente en los cielos, sino que Él también está en la tierra, en un hombre que es Su corporificación. Este hombre, la corporificación de Dios, es Jesucristo (Col. 2:9). Tal hombre está constituido de dos elementos, un elemento de oro y un elemento de madera. Él es un hombre “oro-madera”, un Dios-hombre.
Esta persona maravillosa, el Dios Triuno que al encarnarse se corporificó como hombre, se ha expandido, aumentado y agrandado. En esta expansión y agrandamiento, Cristo ha llegado a ser el tabernáculo, la morada de Dios. Por ser tal tabernáculo, podemos entrar en Él.
Cuando Dios estaba únicamente en Cristo, nadie más podía entrar en Él. Si Cristo no se hubiera expandido, nadie habría podido entrar en Dios. Pero ahora, al expandirse y venir a ser un tabernáculo, Cristo no es únicamente la morada de Dios, sino también el lugar donde nosotros podemos entrar en Dios. Hoy podemos entrar en Dios, tomando a Cristo como nuestra vida, a fin de que Él sea quien le da sentido a nuestra vida. Al ser Él nuestra vida y quien le da sentido a nuestra vida, Él es nuestro testimonio. Nosotros le vivimos, expresamos y exhibimos en todo aspecto y en todo sentido. Entonces, de manera espontánea Él llega a ser nuestro centro. Por consiguiente, hoy Cristo es quien le da sentido a la vida, nuestro testimonio y nuestro centro.
Cristo, la corporificación de Dios, se ha agrandado hasta convertirse en una morada en la cual Dios mora y en la cual nosotros entramos. En este Cuerpo de Cristo agrandado, Dios tiene una morada, y nosotros tenemos un lugar donde podemos entrar en Dios, reunirnos con Dios e incluso mezclarnos con Dios.
Este Dios ciertamente no tenía la intención de descender y encarnarse en Belén para luego quedarse en un sólo lugar. Por ya casi dos mil años, esta querida persona se ha estado moviendo. Hoy en día Él está aquí con nosotros, moviéndose. Al efectuar Su mover, Él es el Líder. Él es el Líder único, puesto que únicamente Él es apto para liderarnos. Cristo es nuestro Líder, nuestro camino y nuestra meta. Cuando tenemos a Cristo, tenemos liderazgo. Cuando seguimos a Cristo, estamos siguiendo a nuestro Líder. Cuando lo seguimos a Él directamente, nos convertimos en líderes. El liderazgo es Suyo; de hecho, el liderazgo es Él mismo. Cristo no sólo es nuestro Líder, sino también el camino que tomamos. Nuestro camino es Cristo y nuestra meta también es Cristo. Llevar a Cristo a cierto lugar es una acción digna de honor; no obstante, llevar algo que no sea Cristo es una acción digna de ser condenada.
Al final, el cuadro en Números presenta a Dios y Su pueblo escogido conjuntamente mezclados como una sola entidad para que el enemigo sea sojuzgado en la tierra. El enemigo utiliza y usurpa toda la tierra, la cual Dios creó para Sí mismo y para Su propósito. ¿Cómo recuperará Dios la tierra? Dios no recuperará la tierra directamente por Sí mismo como Dios poderoso, el Creador. Según la economía neotestamentaria, Dios nunca haría esto por Sí mismo. Para ello, Él tenía que encarnarse y llegar a ser un hombre, Cristo, y este Cristo tenía que ser ministrado a los pecadores para constituirlos a todos ellos el agrandamiento de Cristo. Como resultado, hoy en la tierra existe una entidad que es la mezcla del Dios Triuno con el hombre tripartito, la cual le permite a Dios moverse en la tierra y recuperarla. Este mover comenzó en Jerusalén como centro, pasó por Judea y Samaria, continuó avanzando hasta lo más remoto de la tierra y está aquí hoy en día. Ahora nosotros somos parte de esto, parte del Dios Triuno que se encarnó para ser un hombre, quien vive entre los hombres a fin de crecer en Su pueblo escogido con miras a que todos ellos puedan mezclarse con el Dios Triuno procesado. Ésta es la obra de la nueva creación que Dios lleva a cabo en la vieja creación. La máxima consumación de esta obra será la Nueva Jerusalén, la cual es el Dios Triuno procesado mezclado con el hombre tripartito transformado. Esto es lo que nos revela Números capítulo 1.
Teniendo semejante cuadro delante de nosotros, empecemos a considerar cómo el pueblo de Dios conforma un ejército.
Los hijos de Israel conformaron un cuerpo que debía combatir por Dios en calidad de guerreros y servirle en calidad de sacerdotes con miras a llevar a cabo el propósito de Dios. El propósito de Dios es obtener la Nueva Jerusalén, esto es, mezclarse con Su pueblo redimido. El hecho de que los hijos de Israel conformaran un cuerpo que debía combatir por Dios y servir a Dios tipifica el que los creyentes neotestamentarios sean conjuntamente edificados como Cuerpo orgánico de Cristo que ha de combatir por Dios para llevar a cabo, mediante su servicio a Dios, la economía eterna de Dios.
Los hijos de Israel conformaban un ejército capaz de combatir a fin de brindar protección al testimonio de Dios (el Arca en el tabernáculo). Esto indica que, en un sentido muy real, hoy en día la iglesia combate a fin de brindar protección al Dios encarnado. Ciertamente Dios mismo no necesita protección alguna, pero Dios en Su corporificación necesita la protección que le brinda el combate librado por la iglesia.
El libro de Números recalca el testimonio de Dios más que el libro de Levítico. La palabra testimonio se usa con más frecuencia en Números que en Levítico.
El ejército de Dios que protege el testimonio de Dios guarda relación con una asamblea, no con individuos. Actualmente algunos cristianos hacen hincapié en la espiritualidad individual. Pero a los ojos de Dios, la espiritualidad de individuos separados no significa nada. Lo que Dios desea es que el Cuerpo de Cristo sea formado y esté coordinado.
Los hijos de Israel conformaron un ejército combatiente al ser contados por sus familias y líderes (vs. 1-16), así como también conforme a sus edades (vs. 20-46).
Los hijos de Israel fueron contados por sus familias y líderes, es decir, por la fuente de vida y bajo el liderazgo (la autoridad) en vida. Las familias hacen referencia a la fuente de vida. En nuestra historia espiritual, debemos tener una fuente de vida. Incluso en nuestra vida de iglesia hoy, debemos tener una familia. ¿Quién lo trajo a usted a Cristo? ¿Quién lo engendró en Cristo? En otras palabras, ¿quién es su padre espiritual? En este asunto, la Biblia es muy equilibrada. Por supuesto, Dios es nuestro Padre divino. No obstante, Pablo les dijo a los creyentes corintios que aunque tuvieran “diez mil ayos en Cristo”, no tenían muchos padres, pues él los había engendrado en Cristo Jesús por medio del evangelio (1 Co. 4:15) impartiéndoles la vida divina, de modo que llegaron a ser hijos de Dios y miembros de Cristo. Por consiguiente, aquellos creyentes pertenecían a la “familia” de Pablo. Ellos no oyeron el evangelio, ni se arrepintieron ni creyeron independientemente de él, quien era su padre espiritual, su fuente. Como creyentes de Cristo, todos nosotros tenemos tres clases de padres: un padre carnal, un padre espiritual y el Padre divino. El conteo hoy en día depende de la fuente de vida.
Los líderes mencionados en Números 1 hacen referencia al liderazgo bajo la autoridad de Cristo en Su Cuerpo. Así como en nuestro cuerpo físico hay orden, también debe haber un buen orden entre los miembros en la vida de iglesia. Debe haber cierta clase de liderazgo. Sin el liderazgo, es imposible mantener una situación apropiada. (Los que afirman que no debe haber liderazgo en la iglesia terminan por asumir ellos el liderazgo y por convertirse en líderes autoritarios). Para que la iglesia sea conformada un ejército que combate, se necesita la fuente de vida y también el liderazgo en vida.
El conteo también se efectuó conforme a sus edades, o sea, conforme a la madurez en vida. Además de la fuente de vida y del liderazgo ejercido en vida, también se necesita la madurez en vida. Estas tres cosas deben ser como tres dobleces que forman un fuerte cordón. Actualmente, hay algunos que sólo se interesan por la espiritualidad, por la madurez; sin embargo, no sólo debemos atender a la madurez en vida, sino también a la fuente de vida y a la autoridad de la vida.
En el conteo eran incluidos todos los varones de veinte años para arriba (vs. 2-3). Esto se refiere a aquellos que podían salir a la guerra.
En el conteo eran excluidos todas las mujeres y los varones menores de veinte años. Las mujeres representan a aquellos que espiritualmente son más débiles, y los varones menores de veinte años representan a aquellos que son espiritualmente inmaduros. Las hermanas que hoy están en la vida de iglesia no deben sentirse excluidas, porque en un sentido espiritual ellas pueden ser varones, los más fuertes. Lo que cuenta aquí no es lo que somos en nuestro estatus natural, sino la naturaleza espiritual de nuestro ser. Los que son más débiles y los que son inmaduros no son aptos para ir a la guerra.
Todos los primogénitos de Israel, quienes pertenecían a Dios, eran contados desde el momento en que nacían (3:13). Además, todos los varones de los levitas, quienes servían al tabernáculo, eran contados de un mes para arriba (3:15).
Para hacer un voto a Dios, un varón israelita de la más alta valoración debía tener entre veinte y sesenta años de edad (Lv. 27:3), pero para combatir, un varón israelita sólo debía tener veinte años o más, sin límite máximo de edad. Incluso cuando tenía ochenta y cinco años, Caleb seguía siendo un guerrero, apto para combatir por la nación de Israel (Jos. 14:10-11).
El conteo de Israel fue reconocido por las autoridades en tres aspectos: primero, por Moisés, que representa a Cristo la Cabeza en el ejercicio de Su autoridad; segundo, por Aarón, que representa a Cristo el Sumo Sacerdote en el cumplimiento de Su sacerdocio; y tercero, por los líderes de las doce tribus, que representan a los ancianos de las iglesias en el hecho de que éstos llevan la delantera entre el pueblo de Dios. Si decimos que no hay liderazgo en la iglesia, anulamos, desechamos, a los ancianos, quienes constituyen el liderazgo real y práctico en la vida de iglesia. Esto haría que la iglesia se convirtiera en una anarquía; ella se volvería inicua, sin ningún tipo de gobierno.
Los levitas no fueron contados como parte del ejército (Nm. 1:47-54; 2:33). A ellos se les encargó servir ministrando al Tabernáculo del Testimonio y acampar alrededor de él a fin de evitar que los hijos de Israel lo tocasen.
Los israelitas combatientes eran la protección externa de los levitas, que servían en pro del testimonio de Dios. Los levitas acampaban alrededor del tabernáculo y estaban rodeados por las doce tribus, las cuales los protegían.
Los israelitas en formación tipifican a la iglesia. Efesios, un libro que trata sobre la iglesia, revela que la iglesia es un guerrero corporativo que combate en pro del testimonio de Dios (Ef. 6:10-20). La iglesia también está compuesta por los que sirven a Dios en calidad de levitas. Para combatir, nosotros conformamos un guerrero corporativo, y para servir, somos los levitas, incluso los sacerdotes.