Mensaje 21
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Lectura bíblica: Nm. 14:11-45
En este mensaje, primeramente continuaremos considerando el fracaso que tuvieron los hijos de Israel al no creer en Dios (vs. 11-38). Luego veremos que ellos también fracasaron al transgredir la palabra de Dios (vs. 39-45). En cuanto a estos asuntos, tengo cosas muy serias que decir.
Debido al fracaso de los hijos de Israel en Cades, Dios los aborreció (14:11-38). Dios había traído a los hijos de Israel hasta los límites de la buena tierra, y ellos fácilmente habrían podido cruzar la frontera y entrar en dicha tierra. Pero Dios conocía el corazón de ellos y los puso a prueba. Les dijo que enviaran doce espías para espiar la tierra (13:1-2). Según Deuteronomio 8:2, Dios hizo esto deliberadamente con el fin de ponerlos a prueba. Esta prueba los puso en evidencia al máximo.
Es posible que nuestra fe sea débil y pequeña, casi inexistente. Ya que esta pudiera ser nuestra situación, debemos aprender a humillarnos ante Dios, confesándole que nuestra fe es débil, y pidiéndole que nos perdone. Éste debe ser nuestro espíritu ante Dios. No obstante, según lo que ellos dijeron, a los hijos de Israel no les importaba Dios mismo, sino que sólo se interesaban en sí mismos. Sus sentimientos no estaban centrados en Dios, sino en sí mismos.
Hoy en día, tres mil quinientos años más tarde, al leer la crónica bíblica podemos darnos cuenta de que aunque Dios aparentemente deseaba introducir al pueblo en la buena tierra por el bien de ellos, en realidad Su propósito era cumplir, llevar a cabo, el plan eterno de Dios, el cual se centra totalmente en el Cristo todo-inclusivo. Esto tiene que ver con el aspecto positivo.
En el aspecto negativo, Dios sigue teniendo un enemigo, Satanás. Aparentemente, era el hombre quien ocupaba y usurpaba la tierra; pero en realidad, el usurpador no era el hombre sino Satanás. Es por ello que en Mateo 6:10 el Señor Jesús nos dijo que oráramos pidiendo que la voluntad del Padre se hiciera en la tierra así como en el cielo. Esto indica que la voluntad de Dios todavía no se ha cumplido en la tierra. Con respecto al cumplimiento de la voluntad de Dios, no hay ningún problema en los cielos, pero sí lo hay en la tierra. Por consiguiente, debemos orar que la voluntad de Dios se haga en la tierra así como se hace en el cielo.
Para la época de Éxodo, toda la tierra se encontraba ocupada por los gentiles, quienes estaban en manos de Satanás. Ni siquiera una pequeña parte de la tierra que Dios había creado estaba bajo el control de Dios. Los hijos de Israel se encontraban en Egipto, pero Egipto no era su tierra. Ellos tenían que encontrar una tierra, y Dios ya les había preparado una. Cientos de años antes, Dios le había dicho a Abraham, un antepasado de ellos, que daría la tierra de Canaán a sus descendientes (Gn. 13:14-17). De hecho, el deseo de Dios era que los descendientes de Abraham tomaran posesión de la buena tierra por causa de Su propósito.
Cuando los hombres espiaron la tierra, encontraron que los descendientes de Anac, un pueblo particular al que la Biblia llama nefilim, o gigantes, moraban allí (Nm. 13:33). El origen de los nefilim se encuentra en Génesis 6. En resumen, Génesis 6 nos dice que cuando el hombre cayó al grado de hacerse carne (v. 3), los ángeles caídos descendieron a la tierra para casarse con las hijas de los hombres (vs. 1-2, 4). Este matrimonio mixto produjo a los gigantes, los nefilim. Ésta era una mixtura que Dios no podía tolerar. Fue a causa de esta mixtura del linaje humano con los ángeles caídos que Dios destruyó todo el linaje humano por medio del diluvio. Más tarde, este mismo linaje mixto, los nefilim, producto de la mixtura de los ángeles caídos con el hombre caído, moraba en la tierra de Canaán. Por consiguiente, Dios ordenó a los hijos de Israel que conquistasen esta tierra y destruyesen toda criatura viviente allí a fin de que el linaje humano fuese depurado (Dt. 7:1-2).
Sin embargo, los hijos de Israel desconocían esto. Ellos no pensaban en Dios, sino en sus propios intereses. A ellos no les importaba Dios en lo más mínimo, sino que sólo les importaba su seguridad, su paz y su existencia. Ellos no confesaron su debilidad ni se humillaron delante de Dios. A la postre, ofendieron a Dios al punto de ser aborrecidos por Él. Lo que ellos hicieron fue totalmente aborrecible a los ojos de Dios.
Como seres humanos, tenemos necesidad de ocuparnos de nuestra vida diaria, de nuestro trabajo, de nuestra seguridad y de nuestra protección. Pero no debemos olvidar que el enemigo de Dios, Satanás, se esconde detrás de la escena y que el verdadero conflicto que hay en la tierra hoy no es entre Dios y el hombre, sino entre Dios y Satanás. Por consiguiente, si nos ocupamos únicamente de nuestra existencia, protección, seguridad, paz y futuro, podríamos llegar a ser aborrecibles a los ojos de Dios.
Hoy en día hay creyentes que viven para sí mismos, pues se preocupan por su seguridad y por recibir bendiciones en cosas materiales sin mostrar preocupación alguna por el propósito de Dios. Tales creyentes creen en Jesucristo únicamente pensando en su propio beneficio; ellos no piensan en lo más mínimo en los intereses que Dios tiene en la tierra y en el universo.
Es cierto que somos hijos de Dios y que Dios está por nosotros, pero ¿para quién vivimos nosotros? Algunos cristianos nunca piensan en los intereses de Dios, en lo que Dios desea obtener ni en los sufrimientos de Dios. Ellos únicamente piensan y hablan acerca de sí mismos y de su seguridad. Entre la gente del mundo de hoy, la seguridad es un gran ídolo. Todo lo que hacen, lo hacen pensando en su seguridad. Para obtener seguridad, estudian diligentemente y trabajan duro. Incluso hay quienes temen a Dios y creen en Cristo por causa de su propia seguridad.
¿Por qué los hijos de Israel llegaron a ser aborrecibles a Dios en Números 13 y 14? Ellos llegaron a ser aborrecibles debido a que se preocuparon tanto por sí mismos. En todo asunto y en todo sentido, ellos se preocupaban sólo por sí mismos, no por los intereses de Dios. Si hubiesen pensado aunque sea un poco en los intereses de Dios, probablemente habrían dicho algo así: “Dios, Tú has sido tan bueno con nosotros que sencillamente te amamos. Estamos dispuestos a sacrificar nuestro futuro, nuestra seguridad, nuestra protección, nuestra existencia y todo por Tu propósito. Nos olvidamos de nuestro beneficio. Lo único que nos interesa es que Tú cumplas Tu propósito. Por causa de Tu propósito, iremos y poseeremos la tierra”.
Preocuparse por Dios y por Sus intereses produce fe. Cuando pensamos mucho en nosotros mismos, es difícil tener fe en Dios. Pero si la posición que tomamos es que estamos en pro de Dios y que por causa de Sus intereses estamos dispuestos a arriesgarlo todo —nuestro futuro, nuestra familia e incluso nuestra vida—, espontáneamente se producirá la fe en nosotros.
Es crucial ser impresionados con el hecho de que en nosotros mismos somos débiles y no tenemos fe. ¿Quién de entre nosotros puede jactarse de tener fe? La fe es de Dios, la fe se encuentra en Dios y la fe proviene de Dios. Si hemos de tener fe, tenemos que aprender a atender a los intereses de Dios y a no buscar nuestro propio beneficio. La gente del mundo se preocupa diariamente por su propia seguridad y por su propio beneficio, pero nosotros debemos preocuparnos por Dios y por Sus intereses. La historia nos muestra que los que se han preocupado por Dios sin considerar su propio beneficio, llegaron a ser personas de fe, y algunos incluso llegaron a ser gigantes de la fe.
Dios, debido a que aborrecía al pueblo de Israel, quiso herirlos con peste y hacer de Moisés una nación más grande que ellos (Nm. 14:11-12).
Moisés oró por ellos conforme a la palabra de Dios, al decir que Jehová es lento para la ira y abundante en benevolencia amorosa, perdonador de la iniquidad y la transgresión (vs. 13-19). Moisés era un Dios-hombre; él conocía a Dios. Por consiguiente, él no oró según su propio concepto; más bien, oró según el concepto de Dios, según lo que Dios es, lo que Él habla y lo que Él promete. Moisés no argumentó con Dios, pero sí oró a Dios. Su oración, en la que dijo que Jehová es lento para la ira y abundante en benevolencia amorosa, perdonador de la iniquidad y la transgresión, ataba a Dios en conformidad con lo que Dios había hablado y lo que Él es.
Dios perdonó al pueblo en conformidad con la oración de Moisés (v. 20); no obstante, la incredulidad del pueblo les acarreó ciertas consecuencias negativas (vs. 21-38).
Dios no permitió que los que habían murmurado contra Él vieran la buena tierra ni entraran en ella. En lugar de ello, a excepción de Caleb y Josué, los cuerpos de ellos caerían en el desierto (vs. 22-30, 32).
El pueblo había dicho que sus niños se convertirían en botín de guerra y que serían conquistados por los cananeos y por los nefilim. Pero Dios dijo: “A vuestros niños, de los cuales dijisteis que se convertirían en botín de guerra, Yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros rechazasteis” (v. 31).
Los rebeldes y sus hijos andarían errantes en el desierto cuarenta años para que llevaran sus iniquidades conforme al número de los días (un año por cada día) en que espiaron la tierra (vs. 33-34).
Los varones que al regresar habían hecho murmurar contra Moisés a toda la asamblea, trayendo un mal informe, murieron de plaga delante de Jehová (vs. 36-38). Aunque todo el pueblo se rebeló contra Dios, Dios no destruyó a todo el pueblo; en lugar de ello, dio muerte a los diez hombres que habían instigado la rebelión.
En 14:39-45 vemos que el pueblo volvió a fracasar, transgrediendo la palabra de Dios.
El pueblo de Israel, después de oír las palabras que Moisés les había dicho, endechó mucho (v. 39). Y levantándose muy de mañana, subieron a la cumbre del monte y dijeron: “Ahora subiremos al lugar del cual ha hablado Jehová, porque hemos pecado” (v. 40). Sus palabras indicaban que ellos no solamente eran un pueblo rebelde, sino también un pueblo obstinado.
Moisés se los prohibió, pues Dios no estaba en medio de ellos por cuanto se habían apartado de seguir a Jehová (vs. 41-43). El pueblo en realidad había abandonado a Dios. La jornada que inició en Egipto no había sido la jornada de ellos, sino la jornada del Arca. Desde Egipto ellos habían seguido el Arca, la cual era la corporificación de Dios (que tipifica al Dios Triuno en Su encarnación corporificado en Cristo), pero a partir de este momento, ellos abandonaron a Dios y dejaron de seguirle. Podríamos aplicar el mismo principio a nosotros con respecto a seguir al Señor. Cuando nos rebelamos contra el Señor, lo abandonamos y dejamos de seguirlo. ¡Qué situación más terrible!
El pueblo tuvo la presunción de subir a la cumbre del monte, a pesar de que ni el Arca del Pacto de Jehová ni Moisés se habían apartado de en medio del campamento (v. 44). El pueblo debía moverse únicamente cuando el Arca se movía, pero cuando Dios les pidió moverse, ellos no lo hicieron. Ahora, actuaron con presunción al moverse por cuenta propia.
“Descendieron los amalecitas y los cananeos que habitaban en aquella región montañosa, y los hirieron y los derrotaron, haciéndolos retroceder hasta Horma” (v. 45). En Canaán había por lo menos siete tribus, pero únicamente estas dos descendieron para pelear contra el pueblo de Israel. Según la tipología bíblica, los amalecitas tipifican la carne; ellos representan la gente caída y carnal. La primera guerra que los hijos de Israel libraron después de su salida de Egipto fue contra Amalec (Éx. 17:8-16). Los cananeos representan a los seres humanos que se han unido a los espíritus malignos, a la autoridad satánica de las tinieblas en los aires.
Debemos leer la historia de Israel como si fuese nuestra historia. Sin la misericordia y la gracia de Dios, nuestra situación sería la misma que la de ellos. Así que, debemos estar muy alertas. No debemos pensar que es poca cosa tocar la iglesia, la vida de iglesia, el camino de la iglesia o el terreno de la iglesia. Nuestra propia historia en los pasados veintisiete años nos dice que no es poca cosa tocar el camino de Dios, el cual es la iglesia. Sin la iglesia, Dios no tiene un camino por el cual avanzar. En el Antiguo Testamento, los hijos de Israel eran el camino por el cual Dios podía avanzar. Si Dios no hubiera podido cumplir Su propósito con ellos, no habría podido tener un camino en la tierra. Hoy en día la iglesia es el camino de Dios. Por consiguiente, es muy serio tocar la iglesia, es decir, expresar algo positivo o negativo acerca de la iglesia.
Mi expectativa es que todos seamos grandemente bendecidos por haber tocado el camino de Dios, el cual es el Cuerpo de Cristo. Cualquiera que sea la situación, debemos tener una actitud apropiada con un espíritu apropiado y mantenernos firmes en el terreno apropiado al tocar la iglesia, al vivir la vida de iglesia, al hablar acerca de la iglesia y al considerar los asuntos referentes a la iglesia. Entonces seremos grandemente bendecidos, y nuestra bendición se convertirá en bendición para otros.