Mensaje 28
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Lectura bíblica: Nm. 19
En este mensaje abarcaremos el capítulo 19 de Números, que trata sobre el agua para la impureza. Sin embargo, antes de abordar ese asunto, quisiera decir algo acerca de las secciones que componen el libro de Números.
La primera sección (1:1—9:14) muestra cómo los hijos de Israel conformaron un ejército. A partir de 9:15 vemos que ellos, como ejército, comenzaron sus jornadas. Antes de que hubieran viajado por poco más de tres días, empezaron a surgir problemas, disturbios y rebeliones. Estas cosas empezaron a ocurrir a partir del capítulo 11.
Los capítulos del 11 al 14 forman un solo grupo, en el cual vemos cuatro aspectos de la rebelión. Primero, los que se hallaban en el extremo del campamento murmuraron malignamente contra Dios (11:1-3; cfr. Dt. 8:2). Segundo, la multitud mixta que estaba entre ellos, es decir, aquellos cuyo estatus y familia eran inciertos, codiciaron conforme a sus deseos carnales (Nm. 11:4-35). Tercero, Miriam y Aarón, quienes eran muy cercanos a Moisés y estaban en el centro de la administración, se rebelaron (12:1-16). Cuarto, los hijos de Israel se mostraron incrédulos con respecto a entrar en la buena tierra. Esta rebelión procedió de la incredulidad del pueblo carnal (13:1—14:38).
El capítulo 15 es una inserción en la cual se dan ordenanzas en tres direcciones: con respecto a las diferentes ofrendas que Dios provee, las cuales son aspectos de Cristo; con respecto a guardar el Sábado, que consiste en recibir todo lo que Dios ha hecho por nosotros; y con respecto a la vestimenta del pueblo, lo cual significa que nuestro vivir debe manifestar hermosura y que nuestra conducta debe estar regida por el gobierno celestial.
Inmediatamente después que se dan estas tres ordenanzas, en el capítulo 16 ocurre una rebelión general y universal entre todo el pueblo. Doscientos cincuenta de los principales líderes y hombres de renombre de entre los hijos de Israel se rebelaron a tal grado que no encontramos palabras para describirlo. En toda la Biblia no vemos otra ocasión en la que Dios se hubiera enojado con el hombre a tal punto que juzgó a los líderes de la rebelión haciendo que la tierra abriera su boca para tragárselos a ellos, junto con sus familias y sus bienes.
Es de notar que algunos de los hijos de Coré no se unieron a la rebelión; antes bien, se apartaron de ella. Con el tiempo, Samuel, un descendiente de Coré (1 Cr. 6:33-37), llegó a ser un gran profeta y un sacerdote nazareo. Además, el nieto de Samuel, Hemán, llegó a ser un salmista y un cantor santo del templo de Dios que participaba en el servicio levítico dispuesto por David.
El capítulo 17 narra que al final de la vasta y funesta rebelión, Dios vindicó a Aarón mediante el Cristo resucitado en Su poder de resurrección. Este poder se hizo manifiesto en un trozo de madera muerta y seca, que reverdeció, floreció y dio fruto maduro.
Los capítulos 18 y 19 constituyen otra inserción. Aparentemente, el capítulo 18 es un precepto que confirma una vez más la compensación, o recompensa, dada al sacerdocio aarónico y al servicio levítico que servía al sacerdocio. En realidad, se trata de una vindicación contundente que se añade a la vindicación previa, a saber, la vara que reverdeció.
Debido a que una compañía de los levitas se rebeló contra los sacerdotes, el pueblo entró en confusión. Por este motivo, después del caos, Dios vino a confirmar nuevamente el sacerdocio. Dios ya había confirmado el sacerdocio en los libros de Éxodo y Levítico. Así que ahora, en el libro de Números, Dios vino a confirmar de nuevo la recompensa dada al sacerdocio y al servicio levítico. Esto constituía una vindicación contundente en contra de la rebelión.
Si leemos los capítulos 18 y 19 de manera superficial, no valoraremos el trasfondo ni la atmósfera general que hubo después de haber pasado la rebelión. Entre los hijos de Israel se produjo cierta atmósfera en relación con los sacerdotes y los levitas. Ni los sacerdotes ni los levitas tenían una herencia de la cual vivir. Ellos dependían exclusivamente de lo que los hijos de Israel les dieran en calidad de diezmo. La práctica consistía en que el pueblo daba sus diezmos a los levitas, los levitas a su vez daban sus diezmos a los sacerdotes, y luego los sacerdotes ofrecían algo de ello a Dios. Esto significa que los sacerdotes, los levitas e incluso el propio Dios dependían de la misericordia de los hijos de Israel. Los levitas vivían de lo que ofrendaban los hijos de Israel; los sacerdotes vivían de lo que ofrendaban los levitas; y Dios vivía de lo que ofrendaban los sacerdotes, los levitas y los hijos de Israel. Si el pueblo se negaba a ofrendar, los tres —los levitas, los sacerdotes y el propio Dios— no tendrían nada que comer. Por consiguiente, en aquella ocasión Dios intervino para confirmar nuevamente la recompensa que había asignado a los sacerdotes y a todos los que servían al sacerdocio. Esto se convirtió en un pacto, en un estatuto perpetuo, que los hijos de Israel debían guardar por todas sus generaciones (18:11, 19, 23).
El capítulo 19 de Números es un capítulo muy peculiar en la Biblia. No es fácil entender por qué fue incluido este capítulo. Este capítulo habla de una novilla que era quemada juntamente con otras cosas, y las cenizas que quedaban se usaban a fin de preparar el agua para la impureza. Al leer todo el capítulo entendemos que la impureza, la inmundicia, se refiere principalmente a la suciedad de la muerte. Esta agua es una provisión que sirve para eliminar el efecto y la impureza de la muerte.
Inmediatamente después de la rebelión narrada en el capítulo 16, había muerte por doquier. En un solo día murieron catorce mil setecientas personas, y sus cadáveres yacían por doquier. En muchas de las tiendas del campamento había cuerpos muertos. La gente se contaminaba, ya sea al tocar un cadáver (19:11), al estar presente cuando alguien moría (v. 18) o al entrar a una tienda donde hubiera estado un cuerpo muerto (v. 14). Todo el pueblo, los dos millones de israelitas, se hallaba bajo el efecto de la muerte. Todos se encontraban en una condición de impureza. Por consiguiente, el agua para la impureza era necesaria para anular el efecto de la muerte y la impureza de la misma.
Probablemente en Éxodo y Levítico Dios no tenía en mente lo tocante al agua para la impureza, debido a que en aquellos tiempos no hubo una muerte tan generalizada y universal como en Números. En Números 19 la muerte cubría a todo el pueblo de Dios. Después de la muerte de los catorce mil setecientos, casi todas las tiendas y todos los vasos que se hallaban en las tiendas fueron contaminados. Sin importar el lugar adonde una persona fuera y lo que tocara, quedaba inmunda.
En el capítulo 17, la vara que reverdeció fue una vindicación del sacerdocio. Luego, en el capítulo 18, los preceptos fueron reiterados para confirmar nuevamente la recompensa dada a los sacerdotes y a los levitas a fin de que el problema quedara resuelto para siempre. Por último, en el capítulo 19, el agua para la impureza fue inventada con el propósito de ponerle fin al efecto universal de la muerte que operaba entre el pueblo de Dios.
Consideremos primeramente de qué estaba compuesta el agua para la impureza y cómo se hacía.
“Éste es el estatuto de la ley que Jehová ha mandado, diciendo: Di a los hijos de Israel que te traigan una novilla roja, sin defecto, en la cual no haya mancha y sobre la cual nunca se haya puesto yugo” (19:2). Esta novilla, el componente principal del agua de la purificación, representa al Cristo que efectúa nuestra redención.
El color rojo representa la semejanza de carne de pecado, cuyo fin es llevar externamente el pecado del hombre. Cuando Cristo se encarnó, Él tenía la semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3).
La novilla fue sin defecto. Esto significa que Cristo no tenía pecado. Si bien Cristo tenía la semejanza de carne de pecado, en Él no había pecado. Él no participaba de la naturaleza pecaminosa.
La novilla no tenía mancha. Esto indica que Cristo era perfecto.
La novilla jamás había estado bajo yugo. Esto significa que Cristo jamás fue usado por nadie, especialmente por el enemigo de Dios, Satanás, o para beneficio de éste.
“La daréis a Eleazar, el sacerdote, y alguien la sacará fuera del campamento y la degollará en su presencia” (Nm. 19:3). Cristo fue crucificado fuera del campamento (He. 13:12), en el Calvario, una colina pequeña en las afueras de la ciudad de Jerusalén.
“Eleazar, el sacerdote, tomará de la sangre con su dedo y rociará hacia la parte delantera de la Tienda de Reunión con la sangre de ella siete veces” (Nm. 19:4). El Día de la Expiación, la sangre de la expiación era llevada al interior del tabernáculo (en medio del campamento) y la rociaban por encima del Arca y hacia el velo (Lv. 4:5-7; 16:14-15). La novilla roja era degollada fuera del campamento, lejos de la Tienda de Reunión; no obstante, la sangre era rociada siete veces hacia la parte delantera de la Tienda de Reunión.
La piel de la novilla, su carne y su sangre, con su estiércol, eran quemados ante los ojos del sacerdote (Nm. 19:5).
“Tomará el sacerdote madera de cedro, hisopo e hilos escarlatas, y los echará en medio del fuego en que arde la novilla” (v. 6). La madera de cedro representa a Cristo en Su humanidad dignificada, el hisopo representa a Cristo en Su humilde humanidad, y los hilos escarlatas representan la redención en su sentido más elevado. Esto significa que el Cristo elevado y dignificado así como el Cristo sencillo y humilde en Su obra redentora fueron los elementos que componían el agua para la impureza.
Números 19:9 hace referencia a las cenizas de la novilla roja. Al ser puestos en el fuego la novilla roja y los otros elementos, se producían cenizas, las cuales representan al Cristo que fue reducido a nada. Estas cenizas eran guardadas a fin de preparar el agua para la impureza; esto era una purificación del pecado, o una ofrenda por el pecado.
El versículo 17b habla de agua corriente. Literalmente, la palabra hebrea traducida “corriente” significa viva. El agua viva representa al Espíritu Santo en la resurrección de Cristo. En el agua para la impureza estaba presente la eficacia de la redención de Cristo junto con el poder para limpiar, propio del Espíritu de Su resurrección.
Lo siguiente que debemos ver es cómo se usaba el agua de la purificación.
El agua para la impureza debía rociarse sobre las personas inmundas: los que tocaran un cadáver, o entraran o estuviesen en una tienda donde hubiese muerto alguna persona, o tocaran a algún muerto a espada, o algún cadáver, o hueso humano o sepulcro (vs. 11-14, 16-20). Esto nos muestra un cuadro de la situación en que se hallaban los hijos de Israel en aquel entonces. La inmundicia de la muerte estaba por doquier.
La impureza mencionada en este capítulo no hace referencia al pecado, sino a la muerte. La muerte es producto del pecado, y el pecado es la raíz de toda muerte (Ro. 5:12). A partir del pecado de rebelión, la muerte se hizo prevaleciente entre los hijos de Israel. Por tanto, el agua para la impureza era necesaria. Únicamente la operación de la redención de Cristo, mediante Su humanidad dignificada y humilde, con Su muerte y el Espíritu de Su resurrección, podría sanar y limpiar la situación.
El agua también sería rociada sobre la tienda en la que alguno muera y sobre todo vaso abierto y sobre los enseres que allí estuvieran, para que fuesen limpios (Nm. 19:15, 18).
El sacerdote que rociaba la sangre de la novilla y quemaba su piel, su carne y su sangre con su estiércol, el hombre que quemaba la novilla, el hombre que recogía las cenizas de la novilla y el hombre que rociaba el agua para la impureza, debían lavar sus vestidos y bañarse en agua (vs. 7-10, 18-19). Esto significa que cualquiera que estuviera involucrado con el agua para la impureza llegaba a ser inmundo y, por tanto, necesitaba ser lavado y purificado. Después de esto, todo lo relacionado con los hijos de Israel era limpiado del efecto de la muerte que provenía del pecado de rebelión.
Espero que todos tengamos presente las cuatro rebeliones ocurridas en los capítulos del 11 al 14; la inserción del capítulo 15, donde se encuentran las ordenanzas con respecto a las ofrendas, con respecto a guardar el Sábado y con respecto a la vestimenta del pueblo; la rebelión generalizada del capítulo 16; la vindicación mediante la vara que reverdeció en el capítulo 17; y la confirmación de la recompensa dada a los sacerdotes y los levitas en el capítulo 18. Después de todo esto, en el capítulo 19, vemos el agua para la impureza, la cual quita y anula el efecto de la muerte que provino de la gran rebelión.