Mensaje 29
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Lectura bíblica: Nm. 20:2-13, 24; 27:12-14; 1 Co. 10:4, 6
En los capítulos 20 y 21 de Números, los hijos de Israel experimentaron más fracasos. En este mensaje veremos el fracaso narrado en el capítulo 20, un capítulo que nos presenta algunos puntos maravillosos de la revelación divina.
En 20:2-13 vemos que el pueblo contendió a causa del agua. Mientras los hijos de Israel viajaban por el desierto, la escasez de agua fue un gran problema. El número del pueblo ascendía a más de dos millones, y ellos tenían muchísimo ganado. Encontrar agua para tantas personas y su ganado era un problema serio. Al no haber agua para la asamblea, “se juntaron contra Moisés y Aarón” (v. 2).
Al contender a causa del agua (20:2-13), el pueblo contendió con Moisés profiriendo palabras malignas. “El pueblo contendió con Moisés y habló, diciendo: ¡Ah, si hubiéramos muerto cuando murieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué introdujiste a la congregación de Jehová en este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestro ganado? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este lugar despreciable? No es lugar de grano, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun hay agua para beber” (vs. 3-5). Los que contendían desearon haber muerto en el juicio que Dios trajo en el capítulo 16 antes que vivir en el desierto sin agua. Su forma de hablar aquí era elocuente. Me pregunto por qué fueron elocuentes para hablar, mas no para orar. En lugar de contender con Moisés, ellos debieron haber orado.
“Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la entrada de la Tienda de Reunión, y se postraron sobre sus rostros” (v. 6a). Al no poder hacer frente a aquella situación, Moisés y Aarón acudieron a Dios. Ellos no dijeron nada, sino que simplemente se postraron sobre sus rostros, “y la gloria de Jehová se les apareció” (v. 6b).
“Habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara y reúne a la asamblea, tú y tu hermano Aarón, y hablad a la roca a la vista de ellos, para que dé su agua. Así sacarás para ellos agua de la roca, y darás de beber a la asamblea y a su ganado” (vs. 7-8). La roca tipifica a Cristo (1 Co. 10:4b), y el agua tipifica al Espíritu (v. 4a).
Moisés tomó la vara de delante de Jehová, y él y Aarón reunieron a la congregación delante de la roca (Nm. 20:9-10a), y luego Moisés dijo al pueblo: “Oíd ahora, rebeldes: ¿Haremos salir agua de esta roca para vosotros?” (v. 10b). Después de haber dicho esto, “alzó Moisés su mano y golpeó la roca con su vara dos veces; y salió agua en abundancia, y bebió la asamblea así como su ganado” (v. 11). Moisés erró tanto en palabra como en hechos. No hay duda de que él se enojó con los hijos de Israel, y quizás hasta haya perdido el control. Siempre que nos enojamos y no ejercemos dominio propio, nos es fácil cometer errores. En esos momentos nosotros, al igual que Moisés, podemos hablar o actuar indebidamente.
La Biblia nos dice que Moisés era “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la faz de la tierra” (12:3). Como un verdadero hombre de Dios, Moisés se postró sobre su rostro delante de Dios, sin decir nada. Él verdaderamente había aprendido de Dios. Con todo, una persona mansa como él se enojó con los hijos de Israel. Dios le había dicho que tomara la vara y hablara a la roca para que diera su agua. Moisés pudo haber reunido la congregación delante de la roca y haber dicho: “¡Alabado sea el Señor! Él es bueno y lleno de gracia. Él ciertamente cuida de nosotros. Ustedes necesitan agua, y Él nos la dará. Lo único que tenemos que hacer es hablar a la roca, y el agua brotará de ella”. ¡Qué maravilloso habría sido si Moisés hubiese hablado así! Sin embargo, Moisés, en su ira, dijo al pueblo: “Oíd ahora, rebeldes”. Moisés no se atrevió a decirle nada a Dios, pero cuando salió de la presencia de Dios y se dirigió al pueblo, les habló enojado. Luego, con la vara golpeó la roca dos veces. No era necesario que golpeara la roca ni una sola vez, mucho menos dos veces. La roca ya había sido golpeada en Éxodo 17, y esta vez Dios no le dijo a Moisés que la golpeara de nuevo; más bien, Dios le dijo a Moisés simplemente que le hablara a la roca. Pese a que Moisés era un fiel siervo de Dios, en Números 20 él cometió un error que le hizo perder su derecho a entrar en la buena tierra prometida.
En Éxodo 16:14-18 y 17:5-6, Dios proveyó a los israelitas maná y agua para satisfacer su necesidad, y no los castigó. Pero en Números 11, cuando ellos quisieron satisfacer los deseos de su carne, Él les dio codornices como castigo (vs. 4, 18-20, 31-34). En Éxodo 16 y 17 Dios no estaba enojado con el pueblo. Cuando ellos necesitaron alimento, Él les envió maná, por cuanto el alimento es una necesidad. Asimismo, cuando necesitaron agua, que también es una necesidad, Él gustosamente les proveyó agua viva de la roca herida. Sin embargo, en Números 11 vemos que el pueblo codició carne. Puesto que esto no era una necesidad, Dios se enojó con ellos y, en Su ira y a modo de juicio, les proveyó codornices. ¿Pueden ver la diferencia entre estos dos casos? Cuando los hijos de Israel le dieron problemas a Dios con respecto a sus necesidades, Él no se ofendió, pero cuando ellos codiciaron, esto sí lo ofendió. En Números 20, el pueblo contendió debido a que no tenía agua. Puesto que el agua era una necesidad, Dios no se enojó con ellos. De hecho, era Su responsabilidad proveerles agua.
Moisés no santificó a Dios al enojarse con el pueblo de Israel y erróneamente golpear dos veces la roca. Al mostrarse enojado, Moisés no representó correctamente a Dios en Su naturaleza santa ante Su pueblo. Al golpear dos veces la roca, él representó erróneamente a Dios con respecto a Sus acciones. Por consiguiente, Dios los castigó a él y a su hermano no permitiéndoles entrar en la buena tierra (20:12-13, 24; 27:12-14).
En Números 20 Dios no estaba enojado con el pueblo, pero Moisés sí lo estaba. Él acudió a Dios y apeló a Él, pero no se atrevió a decir nada. En esto Moisés actuó bien, pues no debemos orar cuando estamos enojados. A este respecto, debemos recordar cómo oró Elías en 1 Reyes 19:14. En su oración, Elías dijo: “He tenido muchos celos por Jehová, el Dios de los ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado Tu pacto, han derribado Tus altares y han matado a espada a Tus profetas; y he quedado yo solo, y procuran quitarme la vida”. Pablo, refiriéndose a esta oración, dijo que Elías invocó a Dios contra Israel (Ro. 11:2). La súplica de Elías de hecho era una acusación contra el pueblo. Del caso de Moisés en Números 20 y del caso de Elías en 1 Reyes 19, aprendemos que debemos tener cuidado cuando oramos a Dios con respecto a Su pueblo.
“Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en Mí para santificarme ante los ojos de los hijos de Israel, no introduciréis a esta congregación en la tierra que les he dado” (20:12). Dios culpó a Moisés y a Aarón de no haber creído en Él y de no haberlo santificado delante del pueblo. Debido a que Moisés se enojó cuando Dios no estaba enojado, él no representó debidamente a Dios. En su ira, Moisés probablemente pensó que había llegado la hora para que Dios consumiera al pueblo. Sin embargo, Dios comprendió que la causa del problema en Números 20 era la sed del pueblo. Así como una madre no se enoja con su hijo cuando éste llora de sed, sino que le prodiga un cuidado tierno, de la misma manera Dios no se enojó con Su pueblo cuando éste estuvo sediento, sino que tomó la responsabilidad de proveerle agua.
Según la perspectiva de Dios en Números 20, Su pueblo no había hecho nada malo. La situación era semejante a la de los capítulos 23 y 24. Balac contrató a Balaam para que maldijera a Israel, pero en lugar de maldecirlos, hubo bendición. Balaam, no pudiendo maldecir a quien Dios no había maldecido (23:8), dijo: “No ha notado iniquidad en Jacob, / ni ha visto agravio en Israel” (v. 21). En 24:5 Balaam añadió: “¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, / tus tabernáculos, oh Israel!”. Según el parecer de Moisés en el capítulo 20, había mucho agravio e iniquidad entre el pueblo de Dios, pero según el parecer de Dios no había agravio ni iniquidad. Eso significa que aunque Moisés por lo general era uno con Dios, en este caso hubo una gran discrepancia entre él y Dios.
Moisés actuó mal en cuanto a la falta de agua. Él era el representante de Dios y, como tal, tenía la posición de representar a Dios, pero aquí él representó mal a Dios ante el pueblo. En esta ocasión, Dios no estaba enojado. Esto lo indica el hecho de que Él dijo a Moisés que hablara a la roca para que diera su agua. Sin embargo, Moisés se sintió ofendido y no pudo tolerar la situación. Después de reunir a la congregación y de enojarse con el pueblo, dijo: “Oíd ahora, rebeldes”. Al dirigirse al pueblo de esta manera, Moisés representó mal a Dios. Sus palabras desatinadas hicieron a Dios común; o sea, no santificaron a Dios, no lo separaron de los otros dioses. Por ello, según lo que le habló a Moisés en el versículo 12, Dios parecía decirle: “Moisés, no me representaste debidamente. Le diste al pueblo una impresión equivocada acerca de Mí. En tu ira, les diste la impresión de que Yo estaba enojado con ellos cuando no lo estaba. No me santificaste. No me expresaste como el Dios que es especial y distinto de todos los otros dioses. No me presentaste ante el pueblo como un Dios que es lleno de misericordia y de gracia”. El Dios a quien Moisés representaba no estaba enojado; por consiguiente, Moisés, Su representante, tampoco debió estar enojado.
En el versículo 10 Moisés llamó al pueblo rebelde. Pero luego, en el versículo 24, Dios le dijo a Moisés y a Aarón: “Os rebelasteis contra Mi palabra en las aguas de Meriba”. Aquí Dios parece estar diciendo: “Ustedes no me obedecieron. En lugar de hacer lo que Yo les dije, hicieron otra cosa. El pueblo no me injurió. Ellos no hicieron nada malo. Simplemente necesitaban agua, y sólo Yo puedo proveerles agua. El pueblo no tenía ninguna culpa de tener sed, y ellos no se rebelaron contra Mí. Ustedes condenaron al pueblo llamándolos rebeldes, pero son ustedes los que se rebelaron contra Mi palabra”.
En Éxodo 32 Moisés sí representó a Dios debidamente. El hecho de que el pueblo adorara el becerro de oro ofendió a Dios sobremanera, y Él dijo a Moisés: “Yo he visto a este pueblo, que de veras es un pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame, para que se encienda Mi ira contra ellos, y Yo los consuma; y de ti Yo haré una nación grande” (vs. 9-10). Cuando Moisés oyó estas palabras, oró a Dios, diciendo: “Jehová, ¿por qué se enciende Tu ira contra Tu pueblo, que Tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano poderosa? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Con malas intenciones los sacó, para matarlos en los montes y para exterminarlos de la faz de la tierra? Vuélvete de Tu ira encendida, y arrepiéntete de este mal contra Tu pueblo” (vs. 11-12). Aparentemente Moisés se estaba rebelando contra la palabra de Dios, pero en realidad su oración fue agradable al corazón de Dios. En esa ocasión él representó a Dios debidamente, pero en Números 20 él se olvidó de santificar a Dios y lo representó indebidamente.
La experiencia de Moisés en Números 20 constituye una importante lección para nosotros en la vida de iglesia hoy. En especial, debemos aprender que cuando los santos que están en la iglesia nos ofendan, no debemos acudir a Dios con el propósito de acusar a Su pueblo. Si en nuestras oraciones acusamos al pueblo de Dios, ofenderemos a Dios. Así como una madre se ofende cuando alguien acusa y critica a su hijo, de la misma manera Dios se ofende cuando acusamos y criticamos a Su pueblo. Tengamos cuidado cuando acudamos al Señor por causa de Su pueblo. Quizás usted piense que los santos no son muy buenos y los acuse delante de Dios. Esto ciertamente ofenderá a Dios.
En Números 20 se nos revela el asunto crucial de que la naturaleza de Dios es santa. Ser santo equivale a ser diferente, apartado de todo lo demás. Dios, por ser un Dios santo, es diferente de todos los dioses falsos. Los dioses falsos se enojan fácilmente con las personas, pero no el Dios verdadero. Dios no posee esa clase de naturaleza. En Su naturaleza, Él es un Dios lleno de misericordia, gracia, amor y conmiseración. Él no se ofende con Su pueblo cuando la escasez de agua los lleva a contender. Aun si tiene que castigar a Su pueblo, los castiga de forma moderada. Por ejemplo, Coré fue devorado, tragado, por la tierra, pero un descendiente suyo llegó a ser un hombre santo y un salmista. Esto indica que Dios juzga de forma moderada.
No debemos dar a las personas una impresión equivocada del Dios a quien servimos. A fin de evitar dar una impresión equivocada, debemos tener cuidado cuando nos ofendan los santos de nuestra localidad. No debemos enojarnos con ellos ni acudir a Dios para suplicarle en contra de ellos. Si le suplicamos a Dios en contra de los santos, Dios podría sentir que los estamos acusando y que no lo estamos santificando a Él. No debemos hablar de forma apresurada acerca de los que nos ofenden; antes bien, al representar a Dios, debemos aprender a siempre tener en cuenta Su naturaleza santa. Esto es santificarlo. Todo lo que digamos y hagamos con respecto al pueblo de Dios debe concordar absolutamente con Su naturaleza santa. De lo contrario, en nuestras palabras y acciones nos rebelaremos contra Él y lo ofenderemos.
Internamente Dios tiene Su naturaleza, y externamente Él tiene Su administración, Su economía, Su manera de proceder. Lo que Dios dijo a Moisés referente a hablarle a la roca para que fluyera el agua, fue dicho en conformidad con Su administración y con miras a Su economía. Así que, cuando Moisés, en su ira, actuó indebidamente, él quebrantó los principios de la economía de Dios. Esto debe servirnos de advertencia para que en lugar de permanecer enojados, pongamos en práctica lo que Pablo dijo en Efesios 4:26: “No se ponga el sol sobre vuestra indignación”.
Moisés ofendió tanto la naturaleza santa de Dios como Su economía divina. Él representó incorrectamente a Dios y quebrantó los principios de la economía de Dios. Debido a esto, aunque disfrutaba de intimidad con Dios y era considerado compañero de Dios, Moisés perdió el derecho a entrar en la buena tierra.
Tener cuidado de cómo hablamos acerca del pueblo de Dios cuando estamos ofendidos nos ayudará a permanecer en el reino de Dios. A este respecto, les recomiendo que consideren Mateo 18:1-35, donde vemos que la mejor manera de permanecer en el reino de Dios es perdonar a los demás. No debemos ofender a los santos ni hacerlos tropezar. Asimismo, cuando otros nos ofendan o nos hagan tropezar, debemos perdonarlos. Si lo único que hacemos es condenar a los demás y no tenemos ninguna intención de perdonarlos, tendremos problemas. En la vida de iglesia, el perdón es muy necesario.
Perdonar es olvidar. Supongamos que cierta pareja no tiene la costumbre de perdonar y olvidar las ofensas. En lugar de perdón, hay críticas, y en lugar de olvido, hay recuerdos. Un matrimonio así no durará mucho; y aun si llegara a durar, carecería de gozo y felicidad. Por tanto, si usted desea tener una vida matrimonial feliz, debe perdonar las ofensas que le causa su cónyuge y olvidarlas.
La vida de iglesia debe ser una vida de continuo perdón. Con relación a la Biblia debemos tener buena memoria, pero con relación a las faltas de los demás debemos tener mala memoria. Esto nos mantendrá en la vida de iglesia. De lo contrario, tendremos muchas cosas negativas que decir de los santos, y con el tiempo, acabaremos por abandonar la vida de iglesia. En la vida de iglesia y por causa de ella, debemos tener un espíritu perdonador. Así, en vez de condenar a los santos, olvidaremos sus faltas y ofensas.
El error que Moisés cometió en Números 20 se debió a que lo que sentía por el pueblo de Dios no era positivo ni agradable. Esto lo llevó a cometer el grave error de representar mal a Dios. Él no santificó al Dios santo en cuanto a Su naturaleza, ni guardó la palabra de Dios en cuanto a Su economía. Mi carga en este mensaje simplemente consiste en mostrarles la importante lección que debemos aprender del fracaso que tuvo Moisés cuando el pueblo contendió a causa del agua.
Todos debemos darnos cuenta de que la vida de iglesia es muy frágil y delicada, y que cada uno de los hermanos y hermanas que están en la iglesia son igualmente frágiles y delicados. A veces ofendemos a los demás porque olvidamos que la vida de iglesia y los santos son frágiles y delicados. Tal vez pensemos que cierto hermano es muy bueno y que nadie podría ofenderlo. Quizás este hermano sea muy bueno por muchos años, pero debido a que es frágil y delicado, es posible que un día se ofenda inesperadamente con alguien y deje de sentirse bien con respecto a la vida de iglesia. Casos como éstos nos recuerdan que debemos aprender a siempre tener presente que todos los santos en la vida de iglesia son frágiles y delicados.
En el capítulo 20 de Números, Dios no intervino para vindicar a Moisés; antes bien, intervino para vindicar a Su pueblo. Esto pudo haber sido una gran sorpresa para Moisés, quien probablemente jamás esperaba que Dios vindicaría a quienes él consideraba rebeldes. Pero eso fue precisamente lo que Dios hizo. En este capítulo, Dios parecía decir: “Moisés, te rebelaste contra Mi palabra. Mi pueblo no erró; eres tú quien erró”.
En nuestro estudio del capítulo 20 de Números, podemos aprender cómo comportarnos cuando otros contiendan con nosotros en la vida de iglesia. El pueblo decía a Moisés: “¿Dónde podemos encontrar agua? ¿Por qué nos sacaste de Egipto y nos trajiste a un lugar como éste? Éste no es un lugar de grano, de higueras, de viñas ni de granadas”. Después que el pueblo contendió con Moisés de esta manera, él debió haber acudido al Señor y decirle: “Señor, ¿qué debo hacer con respecto a la necesidad de Tu amado pueblo?”. En este capítulo Dios parecía decirle a Moisés: “No es necesario que hagas nada. Toma tu vara, ve a la roca, y dile que haga fluir agua para que beba Mi pueblo y su ganado”. Luego, después de alabar al Señor, Moisés simplemente debió haber hablado a la roca, diciéndole que hiciera fluir agua. Si hoy manejamos las contiendas del pueblo de Dios de esta manera, la vida de iglesia será gloriosa.
Existe una relación clara entre Números y 1 Corintios. Cuando Pablo escribía la Epístola de 1 Corintios, él comprendía que la historia de Israel era un tipo de la vida de iglesia. En 1 Corintios 5:7 él se refirió a la Pascua, diciendo: “Nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada”. Luego, hablando de las cosas que acontecieron a los hijos de Israel en el desierto, dijo en 10:6: “Estas cosas sucedieron como ejemplos [lit., tipos] para nosotros”. En el versículo 11 añade: “Estas cosas les acontecieron como ejemplos [lit., tipos], y están escritas para amonestarnos a nosotros”. Esto indica claramente que tenemos lecciones que aprender de las jornadas que hicieron los hijos de Israel. Lo que les aconteció a ellos nos puede acontecer también a nosotros.
La lección que debemos aprender del fracaso de Moisés en Números 20 es que debemos tener mucho cuidado cuando hablemos acerca del pueblo de Dios. Quizás pensemos que nosotros tenemos razón y que los demás están equivocados. No obstante, puede ser que Dios intervenga, no para vindicarnos a nosotros, sino para vindicar a quienes nosotros condenamos.
En 1 Corintios 4:3-5 vemos la actitud de Pablo en cuanto a juzgar y ser juzgado. “Yo en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me examino a mí mismo [...] El que me examina es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. El tribunal humano [lit., el día del hombre] en el versículo 3 es la era actual, en la que el hombre juzga, lo cual está en contraste con el día del Señor (1 Co. 3:13), que será la era venidera, la era del reino, en la cual el Señor juzgará. Hoy en día, en el día del hombre, es el hombre quien juzga, pero en el día del Señor, el Señor ejecutará Su juicio. Hoy en la vida de iglesia, en lugar de condenar a los demás, debemos perdonarlos y olvidar sus ofensas. No retenga en su memoria una lista de las ofensas que otros le hayan causado. Es muy peligroso recordar ofensas, pues esto podría hacerle perder su primogenitura, es decir, perder su derecho de disfrutar a Cristo como la buena tierra.
Mi objetivo en este estudio-vida de Números no es enseñarles la Biblia simplemente de una manera doctrinal. Espero que de esta palabra sobre Números 20 todos recibamos luz y revelación que pueda ayudarnos hoy de forma práctica en nuestra vida cristiana y en nuestra vida de iglesia. Espero que a través del tipo que se halla en este capítulo, aprendamos a tener en cuenta la naturaleza de Dios y Su administración entre Su pueblo. Si aprendemos esta lección, tendremos cuidado de no hablar nada negativo acerca del pueblo de Dios.