Mensaje 3
(2)
Lectura bíblica: Nm. 2
En este mensaje consideraremos el hecho de que los hijos de Israel acampaban en orden.
En Números 2 vemos que los hijos de Israel acamparon en orden. Poner algo en orden es acomodar algo de una manera hermosa para exhibirlo. Todas las tribus acampadas en orden exhibían un orden hermoso. En este orden estaban incluidos las doce tribus, las tres familias de los hijos de Leví y un grupo extraordinario conformado por Moisés, Aarón y los hijos de Aarón, los sacerdotes.
Los hijos de Israel acampados en orden tipifican al pueblo redimido de Dios, cuya consumación será la Nueva Jerusalén. Según nuestra observación y según la aparente situación de la iglesia hoy en día, no se ve que nadie acampe en orden. En la Iglesia Católica, en las iglesias estatales, en las denominaciones y en los grupos libres hay mucha confusión. En todas estas entidades hay verdaderos creyentes, los cuales son personas que Dios ha escogido. No obstante, entre estos verdaderos creyentes, hay mucha cizaña, muchos falsos creyentes, como se revela en la parábola de Mateo 13:24-30, 36-43. Por supuesto, el ejército que Dios conforma no incluye la cizaña; éste únicamente se compone de los verdaderos creyentes de Cristo que han existido en todas las generaciones. Todos estos creyentes, después de que sean salvos, santificados, renovados, transformados y conformados a la imagen de Cristo, serán glorificados. En esta glorificación se verá la realidad de la Nueva Jerusalén, la cual será la consumación de la obra de la nueva creación que Dios, según Su economía neotestamentaria, lleva a cabo en la vieja creación.
Dios empleará cuatro dispensaciones para producir Su nueva creación a partir de la vieja creación. Al final, la obra de la nueva creación que Dios realiza alcanzará su consumación en una entidad: la Nueva Jerusalén. Allí veremos al pueblo redimido por Dios acampado en orden. Hoy, sin embargo, la situación que impera entre los hijos de Dios es una de desorden, lo cual nos causa lamento y llanto. Pero creemos que este llanto se tornará en un jubileo. Primero, experimentaremos un jubileo en pequeña escala durante el milenio; después, experimentaremos el jubileo en toda su magnitud por toda la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva.
La Biblia en su totalidad, en los sesenta y seis libros que la componen, nos muestra una sola cosa: la economía de Dios. La economía de Dios consiste primeramente en producir la vieja creación. Luego, a partir de la vieja creación, Dios usa cuatro dispensaciones para producir la nueva creación. Hoy en día la consumación de esta nueva creación es la iglesia; durante el milenio, dicha consumación será la Nueva Jerusalén en pequeña escala; y en el cielo nuevo y la tierra nueva, esta consumación será la Nueva Jerusalén en toda su magnitud. La Nueva Jerusalén es la consumación del cuadro de la economía de Dios revelado en la Biblia.
Cuando Dios nos muestra un cuadro, a Él no le interesan las cosas negativas. Lo único que le interesa es lo que Él ve. En Mateo 13 vemos cosas negativas —la cizaña, la levadura y el gran árbol— en medio de las cosas preciosas. A Dios, en Su economía, no le interesan estas cosas, sino que le interesa el trigo (la vida vegetal), el cual será transformado en naturaleza para llegar a ser oro, perlas y piedras preciosas (minerales). Todas estas cosas preciosas hallarán su consumación en la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no veremos más la cizaña, la levadura ni tampoco el gran árbol; más bien, veremos el oro, las perlas y las piedras preciosas.
Tenemos que reconocer que, en el presente, aún tenemos algo de levadura y algo del elemento del gran árbol. Tener el elemento del gran árbol equivale a tener el deseo de ser grandes y de tener una bonita fachada. Confesamos que la levadura y el elemento del gran árbol aún persisten entre nosotros y que incluso están en nosotros. No obstante, podemos alegrarnos al estar seguros de que también tenemos oro, perlas y piedras preciosas, y que éstos están creciendo y aumentando. Podemos estar seguros de esto con respecto a nosotros mismos y también con respecto a la iglesia. Al observar nuestra iglesia y nuestra obra, tal vez nos entristezca ver el daño causado por la situación desordenada en que nos encontramos. Mateo 13 nos muestra que esto es inevitable. Pero un día iremos desde Mateo 13 hasta Apocalipsis 21 y 22, donde vemos la Nueva Jerusalén constituida de oro, perlas y piedras preciosas.
Hoy en la presente vida de iglesia es posible que los ancianos experimenten más dolores de cabeza que alegrías. Sin embargo, en vez de desechar la iglesia, ellos deben seguir adelante hasta que hayan salido de Mateo 13 y hayan llegado a la Nueva Jerusalén.
Primero, llegaremos a la Nueva Jerusalén en el reino milenario, durante el cual todavía estaremos en la vieja creación pero en una dispensación avivada. Si somos fieles al Señor en esta vida, estaremos allí en el reino milenario participando de la Nueva Jerusalén antes del cielo nuevo y la tierra nueva. Pero si somos derrotados, Dios nos disciplinará muy severamente por mil años. En el reino milenario, la Nueva Jerusalén (Ap. 3:12) será un premio dado únicamente a los santos que venzan, mientras que en el cielo nuevo y la tierra nueva, la Nueva Jerusalén será la porción común de todos los redimidos por la eternidad. En el cielo nuevo y la tierra nueva todos los redimidos de Dios habrán sido perfeccionados y completados. Así que, por la eternidad, en la Nueva Jerusalén no habrá más polvo, sino oro, perlas y piedras preciosas.
“Los hijos de Israel acamparán, cada uno junto a su bandera, bajo las enseñas de sus casas paternas” (Nm. 2:2a). Que todo hombre tuviera que acampar junto a su bandera, bajo la enseña de su casa paterna, significa que el pueblo de Dios fue dispuesto no según su propia elección determinada por sus preferencias, sino según lo ordenado y dispuesto por Dios. Por tanto, si un israelita nacía en la casa de Rubén, tenía que acampar con la tribu de Rubén y estar bajo la enseña de Rubén. Él no podía acampar con Judá ni con otra tribu. Hoy en día nosotros debemos aprender a no proceder según nuestras propias preferencias, sino conforme a lo ordenado y dispuesto por Dios.
Todos los hijos de Israel acamparon “mirando hacia la Tienda de Reunión” (v. 2b), es decir, teniendo el testimonio de Dios como su único centro y meta. El Arca, que estaba en el tabernáculo, era el testimonio de Dios, y el testimonio de Dios era la ley dentro del Arca (Éx. 25:16). La ley es un retrato de Dios, que tipifica a Cristo como testimonio de Dios, pues expresa lo que Dios es. Por consiguiente, el Arca que estaba dentro del tabernáculo, como tipo de Cristo, la corporificación de Dios, era el centro del pueblo de Dios, el cual proseguía en sus jornadas y combatía en pro del testimonio de Dios. Por contener el testimonio de Dios, el tabernáculo era llamado el Tabernáculo del Testimonio; por ser el lugar donde se reunía el pueblo de Dios, era llamado la Tienda de Reunión.
Los hijos de Israel acampaban alrededor de la Tienda de Reunión (Nm. 2:2c). Esto tenía como fin brindar protección al Tabernáculo del Testimonio.
Los hijos de Israel acampaban a los cuatro lados del tabernáculo. En cada lado había un campamento, compuesto por tres tribus (vs. 3-16, 18-31).
Al oriente, hacia donde se levanta el sol, estaba la bandera del campamento de Judá, compuesto por los ejércitos de Judá, Isacar y Zabulón; éstos partirían en primer lugar (vs. 3-9). Al sur estaba la bandera del campamento de Rubén, compuesto por los ejércitos de Rubén, Simeón y Gad; éstos partirían en segundo lugar (vs. 10-16). Al occidente estaba la bandera del campamento de Efraín, compuesto por los ejércitos de Efraín, Manasés y Benjamín; estos partirían en tercer lugar (vs. 18-24). Al norte estaba la bandera del campamento de Dan, compuesto por Dan, Aser y Neftalí; estos partirían al final (vs. 25-31).
La secuencia de los cuatro campamentos no correspondía al orden de nacimiento, sino a la condición espiritual. Rubén era el primogénito (Gn. 29-31-32), pero debido a que cometió fornicación, perdió su primogenitura (Gn. 49:3-4; 1 Cr. 5:1-2). Judá fue el cuarto en nacer (Gn. 29:31-35), pero partía en primer lugar porque era un león vencedor entre sus doce hermanos (Gn. 49:8-9), lo cual tipifica a Cristo como guerrero victorioso, el León de la tribu de Judá (Ap. 5:5), Aquel que derrotó al enemigo de Dios. Efraín, el hijo de José, partía en tercer lugar a causa de José. Entre los campamentos, Dan ocupó el último lugar. Dan también fue el peor de todos, porque era una “serpiente” (Gn. 49:17) y fue el primero en rebelarse contra el reino de Dios y establecer un segundo centro de adoración (1 R. 12:26-30). (Véase el Estudio-vida de Génesis, mensajes del 98 al 107, donde se proveen más detalles sobre la condición espiritual de cada una de las doce tribus de Israel y la bendición que cada una recibió).
Los cuatro campamentos, de tres ejércitos cada uno, forman un total de doce. El número doce, compuesto de tres multiplicado por cuatro, representa al Dios Triuno (tres) mezclado con Sus criaturas (cuatro) quienes, así, forman una entidad gobernante eterna y perfecta. El número doce es el número del gobierno de Dios, el cual es perfecto y completo. Los doce apóstoles, por ejemplo, son para el gobierno de Dios.
La Tienda de Reunión con el campamento de los levitas estaba en medio de los campamentos y partía en medio de los cuatro campamentos (Nm. 2:17). Los levitas estaban acampados alrededor del tabernáculo en tres de sus lados: al occidente estaban los gersonitas (3:23), al sur estaban los coatitas (3:29) y al norte estaban los hijos de Merari (3:35), lo cual dejaba libre el lado oriental para Moisés, Aarón y los dos hijos de Aarón (3:38).
Cuanto más consideramos el cuadro de la manera en que los hijos de Israel acampaban en orden alrededor del tabernáculo, más tenemos que adorar a Dios por Su plan, por Su soberanía y por Su creatividad. Conforme a la creatividad de Dios, Jacob tuvo doce hijos, cada uno de los cuales llegó a ser una tribu. Una tribu, Leví, fue apartada para que fuesen sacerdotes (levitas), pero los dos hijos de José llenaron el vacío. Además, Leví engendró tres hijos, quienes ocuparon tres lados del tabernáculo, lo cual dejó un lado libre para Moisés, Aarón y los hijos de Aarón.
Estos detalles no se presentan tan claramente en el Nuevo Testamento como en el Antiguo Testamento; por eso necesitamos los cuadros en el Antiguo Testamento. Aunque son muchos los cuadros presentados en el Antiguo Testamento, son pocos los cristianos que saben aplicarlos a lo que está escrito en el Nuevo Testamento. Si leemos Apocalipsis 21 y 22 detenidamente, encontraremos en estos capítulos ciertos recordatorios que nos refieren al Antiguo Testamento. Sin los cuadros del Antiguo Testamento, es muy difícil entender la revelación dada en el Nuevo Testamento acerca de la Nueva Jerusalén.
Debemos profundizar en estos asuntos presentados en Números, no para saber cómo explicárselos a otros, sino por nuestro propio bien, teniendo presente nuestra actual situación. Debemos pedirle al Señor que nos conceda Su misericordia, y preguntarle: “Señor, ¿soy trigo o cizaña? Señor, ¿hay levadura en mí?”. Quizás el Señor nos conteste desde lo profundo de nuestro espíritu poniendo al descubierto todas nuestras palabras ociosas, críticas, chismes, vanas conversaciones y murmuraciones, todo lo cual es levadura. Luego, también debemos preguntarle al Señor: “Señor, la obra que realizo, ¿todavía guarda relación con el gran árbol?”. Quizás Él nos diga: “Sí, a ti te gusta tener una buena fachada, haciendo alarde de lo que has logrado”. Asimismo, debemos preguntarle al Señor si tenemos oro, perlas y piedras preciosas. Quizás Él nos responda diciendo que sí tenemos algo de oro y también algo del elemento de las perlas y de las piedras preciosas, pero que la cantidad y brillantez de éstos son bastante deficientes. Ya que ésta es nuestra situación, ¿qué debemos hacer? Debemos humillarnos delante del Señor y aceptar Su disciplina.
A fin de leer el libro de Números como es debido, debemos humillarnos delante del Señor y permitirle que nos abra Su palabra. Entonces Él nos iluminará y nos disciplinará.