Mensaje 37
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Lectura bíblica: Nm. 26:1-65
Dios creó el universo de tal manera que tuviéramos día y noche. El principio es el mismo con respecto a nuestras experiencias espirituales: tenemos noches y tenemos días. La experiencia descrita en Números 25 se encontraba en la noche, pero en Números 26 vemos algo relacionado con el día.
Todo el capítulo 26 trata sobre el segundo conteo del pueblo de Dios.
Según se describe en el capítulo 26, el pueblo de Dios fue contado nuevamente; esto ocurrió inmediatamente después de la purificación efectuada por la plaga sobre los fornicarios e idólatras (v. 1a). El fracaso descrito en el capítulo 25 fue el fracaso más grande que el pueblo de Dios experimentó en el desierto. Esto lo demuestra el hecho de que veinticuatro mil personas murieron a causa de la plaga (25:9). Esta plaga purificó al pueblo de Dios, y en dicha purificación el pueblo pasó por una criba que los depuró de la mixtura prevaleciente entre ellos.
Números 11:4 habla de “la multitud mixta”. Esto indica que en la congregación de los hijos de Israel había mixtura. Algunas personas impuras se habían mezclado con el pueblo de Dios.
Ya que la historia de Israel es un tipo completo de la iglesia, la mixtura entre los hijos de Israel tipifica la mixtura que hay en la iglesia. En la vida de iglesia a menudo se dará algún tipo de mixtura. Incluso entre los apóstoles que el Señor Jesús escogió había uno —Judas— que no era puro. Hechos 5 indica que aun al comienzo de la vida de iglesia se produjo cierta mixtura en la iglesia en Jerusalén. Esta mixtura tenía que ver con Ananías y Safira, quienes eran verdaderos creyentes pero no eran puros. Además, la última epístola escrita por Pablo, 2 Timoteo, habla mucho acerca de la mixtura. Algunos, como Alejandro el calderero (1 Ti. 1:20; 2 Ti. 4:14-15), aborrecieron a Pablo y se opusieron a él acérrimamente. Muchos de los que habían sido levantados por Pablo en Asia, le dieron la espalda a su ministerio (1:15), y Demas, un colaborador suyo, lo abandonó debido a su amor por este siglo (4:10). Lo que queremos decir con esto es que hay mixtura entre el pueblo de Dios, y que Dios se vale de los fracasos y disturbios que se suscitan entre los Suyos para purificarlos de toda mixtura.
Después del gran fracaso descrito en Números 25, los hijos de Israel fueron purificados. El castigo descrito en el capítulo 25 fue la última purificación de los hijos de Israel antes que entrasen en la buena tierra. Los veinticuatro mil que fueron muertos por la plaga deben de haber incluido a algunos de los que habían sido condenados por su fracaso en el capítulo 14. Los que sobrevivieron todas las purificaciones efectuadas en el desierto, especialmente la última y la más grande, vinieron a ser un pueblo purificado. Estas personas que habían sido purificadas debían ser contadas una vez más.
En este segundo conteo en cierta medida se halla implícita la noción de reemplazar y formar algo de nuevo. Era necesario reemplazar a todos los miembros del ejército que habían muerto. Asimismo, era necesario que el ejército fuera formado de nuevo. Esto nos permite ver que el segundo conteo era muy significativo.
El pueblo fue contado por primera vez en el desierto de Sinaí (1:1-2) y fue contado nuevamente en las llanuras de Moab, cerca del Jordán, a la altura de Jericó (26:3, 63). Esto indica que el lugar donde se hizo el segundo conteo se encontraba a la entrada de la buena tierra.
El primer conteo tenía como finalidad la formación del ejército (1:3). El segundo conteo tenía como finalidad heredar la tierra (el disfrute de Cristo). La meta del segundo conteo era el combate por la tierra y la repartición de la misma (26:53). El objetivo era obtener la buena tierra y repartirla, de manera que todo el pueblo participara de ella y la disfrutara.
El propósito del primer conteo fue absolutamente la formación del ejército que seguiría a Jehová, proseguiría en sus jornadas con Él y pelearía por Su reino. Podría decirse que el primer conteo tenía que ver con la manera de alcanzar la meta; sin embargo, el segundo conteo tenía que ver directamente con la meta de entrar en la buena tierra. Por supuesto, para ello aún se requería combatir. En nuestra vida cristiana siempre existe la necesidad de combatir. Para combatir, es necesario que velemos, oremos y seamos uno con el Señor en todo momento.
“Sumad el número de toda la asamblea de los hijos de Israel, de veinte años para arriba, por las casas de sus padres, todos los que son aptos para el servicio militar en Israel” (26:2). Aquí vemos que el pueblo fue contado por las casas de sus padres. Para ser incluido, no contaba que uno fuera adoptado, sino que tenía que haber nacido en la casa de su padre.
La casa del padre hace referencia a la vida y a la comunión de vida. Ser un miembro de cierta casa equivale a tener la vida de esa familia y la comunión de dicha vida. Los que pertenecen a la misma familia poseen la vida de esa familia; ellos también participan en la comunión de esa familia, la cual es una comunión de vida.
Los asuntos relativos a la vida de la casa de Dios y a la comunión propia de esta vida se revelan en los escritos de Juan. En el Evangelio de Juan vemos la vida de la casa de Dios, y en las Epístolas de Juan encontramos la comunión que los hijos de Dios tienen en la casa del Padre.
Para ser contados, a los hijos de Israel se les exigía estar en la comunión de vida de la casa de sus padres. Así pues, el segundo conteo no era algo superficial, sino algo intrínseco; esto se basaba en la vida y en la comunión de vida.
El segundo conteo se llevaba a cabo también por edad (madurez). Un israelita menor de veinte años de edad no podía ser contado. Esto nos muestra que para ser contado, uno tenía que crecer en vida hasta alcanzar la madurez. La norma era estricta y requería no solamente la vida y la comunión propia de la vida, sino también la madurez en vida.
Además, el segundo conteo requería el reconocimiento por parte de las autoridades. En esto vemos el asunto de la autoridad divina, y en particular, de la autoridad delegada. No podemos negar el hecho de que entre el pueblo de Dios existe la autoridad delegada, es decir, la autoridad de Dios que ha sido delegada a Sus representantes. Encontramos la autoridad delegada tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Con respecto al segundo conteo del pueblo presentado en Números 26, las autoridades delegadas debían reconocer lo que era realizado según las normas fijadas por Dios.
En 26:5-51 se describe el conteo de las doce tribus, y el número de los contados fue seiscientos un mil setecientos treinta. Si comparamos el segundo conteo con el primero, veremos que el número de algunas tribus disminuyó, mientras que el de otras aumentó.
Los contados debían ser de veinte años para arriba (v. 2). Eso significa que debían ser lo suficientemente maduros para pelear.
Los versículos 33 y 46 indican que algunas de las hijas fueron contadas. Ellas fueron contadas para que heredasen la tierra.
En los versículos del 52 al 56 encontramos las normas tocantes a la repartición de la tierra.
“A éstos se repartirá la tierra en heredad según el número de los nombres. Al grupo más grande le aumentarás su heredad, y al grupo más pequeño disminuirás su heredad. A cada uno se le dará su heredad conforme a sus contados” (vs. 53-54). Estos versículos indican que la repartición de la tierra a cada tribu se hacía conforme al número de las personas que había en las tribus. Eso significa que la repartición se hacía conforme al aumento de vida. Los que habían tenido un aumento mayor debían recibir una herencia mayor.
“La tierra será repartida por suertes; conforme a los nombres de las tribus de sus padres heredarán. Por suertes será repartida su heredad entre el grupo más grande y el más pequeño” (vs. 55-56). La repartición de la tierra efectuada por suertes se realizó conforme a la bendición recibida bajo la soberanía de Dios, mientras que la repartición de la tierra según el número de personas guardaba relación con la responsabilidad humana. Por una parte, el pueblo tenía que asumir la responsabilidad de crecer en número; por otra, Dios estableció que la tierra fuese repartida conforme a la bendición dada según Su soberanía. Así que, la repartición de la tierra dependía tanto de la responsabilidad humana como de la soberanía divina.
Los hijos de Israel eran un pueblo especial, un pueblo que vivía en pro de Dios, y que, por tanto, era distinto de las demás naciones. Entre este pueblo especial había una tribu extraordinaria —los levitas—, la cual no fue contada entre los hijos de Israel. Los levitas eran la tribu que estaba más cerca de Dios y que servía a Dios en reemplazo de todos los israelitas.
En los versículos del 57 al 62 tenemos el conteo de los levitas, los cuales no debían recibir ninguna porción de la tierra. “Los contados de ellos fueron veintitrés mil, todos varones de un mes para arriba; porque no fueron contados entre los hijos de Israel, por cuanto no les había de ser dada heredad entre los hijos de Israel” (v. 62).
De los que fueron incluidos en el segundo conteo, no hubo ninguno de los que fueron incluidos en el primer conteo, con excepción de Caleb y Josué. Eso significa que únicamente Caleb y Josué fueron contados dos veces. Con excepción de estos dos, todos los que fueron incluidos en el primer conteo, incluyendo a Moisés y Aarón, no fueron incluidos en el segundo conteo.