Mensaje 42
(11)
Lectura bíblica: Nm. 30:1-16
Números 28:1—30:16 constituye una sección que presenta estatutos, los cuales son leyes adicionales. Estos estatutos guardan relación con dos asuntos: las ofrendas (28:1—29:40) y los votos (30:1-16).
Los estatutos con respecto a los votos se dan después de los estatutos con respecto a las ofrendas, las cuales son el alimento de Dios. Es nuestro deber, nuestra responsabilidad, presentar ofrendas a Dios, mientras que los votos son voluntarios. Dios desea que hagamos algo más que realizar nuestras tareas y responsabilidades para cumplir con Sus requerimientos; Él desea que hagamos algo adicional: que le hagamos un voto. Un ejemplo de un voto particular es el voto nazareo descrito en Números 6.
En la vida de iglesia hoy, también se aplican a nosotros estos dos asuntos de cumplir con los requerimientos de Dios y de hacerle un voto. Si simplemente cumplimos con lo requerido por Dios, todavía no alcanzamos la norma más elevada. Debemos hacer un voto a Dios, ofreciéndonos voluntariamente a Él de una manera definida y particular.
Según la historia de la iglesia, todos los que fueron usados por Dios para cumplir Su ministerio neotestamentario eran voluntarios. Ellos no sólo cumplieron los requerimientos de Dios, sino que también hicieron un voto a Dios voluntariamente. John Nelson Darby es un ejemplo de una persona así. Él satisfizo los requerimientos de Dios, y también hizo un voto, por causa de la necesidad que había en la vida de iglesia, de no casarse.
La medida en la que el Señor nos use dependerá del voto que hagamos. Por supuesto, un voto no se limita al asunto del matrimonio. Podemos hacer un voto al Señor con respecto a muchas otras cosas. Pero cuanto más elevado sea nuestro voto, más el Señor nos usará.
Espero que muchos de los jóvenes que están en el recobro del Señor sean conmovidos e inspirados a hacer un voto a Dios. El recobro del Señor necesita jóvenes que le hayan hecho votos a Dios. Una persona joven que voluntariamente hiciera un voto, podría decir: “Señor, por Tu misericordia y gracia he cumplido Tus requisitos neotestamentarios, pero quisiera hacer algo más. Quisiera hacer un voto de vivir entregado a Ti de forma absoluta”. Todos debemos hacer alguna especie de voto al Señor.
El hombre que hacía voto a Jehová o que hacía juramento ligándose con obligación, no debía quebrantar su palabra (Nm. 30:1-2a); más bien, debía hacer conforme a todo lo que hubiera salido de su boca (v. 2b). Esto indica que cuando hacemos un voto a Dios, debemos cumplirlo. Si quebrantamos nuestra palabra, sufriremos pérdida.
Números 30:3-5 habla de la mujer que hacía voto a Jehová o se ligaba con obligación en casa de su padre, en su juventud. En tal caso, la decisión final la debía tomar su padre. Aquí la mujer representa a un creyente, y el padre representa a Dios el Padre. A los ojos de Dios, todos los creyentes son mujeres. La decisión final con respecto a cualquier voto que hagamos a Dios será tomada por el Padre.
En los versículos del 6 al 8 vemos que el voto hecho por una mujer casada estaba sujeto a la decisión de su marido. Aquí el marido representa a Cristo el Señor. Como creyentes, todos tenemos a Dios como nuestro Padre y a Cristo como nuestro Señor. Puesto que somos como mujeres que están en la casa de su Padre y que tienen a Cristo como su Marido, no tenemos derecho a tomar la decisión final con respecto a nuestros votos. La decisión final deberá ser tomada por Dios el Padre o por Cristo el Señor.
El voto hecho por una viuda o una divorciada era firme contra ella, y a ella se le exigía cumplirlo (v. 9). Pero si hizo su voto o juramento en casa de su marido, su marido era quien decidía al respecto (vs. 10-15). Esto indica que en relación con Dios el Padre y Cristo el Señor, los creyentes han perdido sus derechos. Así pues, ni delante de Dios el Padre, ni ante Cristo el Señor, tenemos derecho alguno.
Números 30:3-15 revela cuán estricto es Dios en el asunto de la autoridad. La mujer joven que vivía en casa de su padre tenía que someterse a su padre, y la mujer casada tenía que someterse a su marido; sin embargo, la viuda y la mujer divorciada tomaban decisiones por su propia cuenta. Yo no quiero ser como la viuda ni como la divorciada. Prefiero tener un padre, a Dios el Padre, y un marido, a Cristo el Señor. ¡Cuán bueno es tener a Dios como nuestro Padre y a Cristo como nuestro Marido! Puesto que tengo a Dios como mi Padre y a Cristo como mi Marido, puedo estar en paz. En contraste con esto, las personas del mundo se portan como viudas y como mujeres divorciadas; en vez de tener a Dios como su Padre y a Cristo como su Señor, actúan por su cuenta asumiendo su propia responsabilidad. Nosotros somos diferentes de las personas del mundo. Somos mujeres delante del Padre y del Señor. Debemos presentarle todo a nuestro Padre y a nuestro Marido, y dejar que ellos tomen la decisión final.