Mensaje 43
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Lectura bíblica: Nm. 31:1-12
En este mensaje empezaremos a considerar la derrota de los madianitas por parte de los hijos de Israel (Nm. 31:1-54).
Los capítulos del 27 al 30 abarcan los temas del segundo conteo, el estatuto de derecho para que las mujeres hereden la tierra, la muerte de Moisés y el sucesor de Moisés, los estatutos con respecto a las ofrendas como alimento de Dios y los estatutos con respecto a los votos. Luego, en el capítulo 31 vemos la necesidad de que los hijos de Israel vencieran a los hostiles madianitas. Este enemigo tenía que ser derrotado; de lo contrario, cuando el pueblo de Dios estuviera a punto de entrar en la buena tierra, los madianitas habrían estado a espaldas de ellos, pudiéndoles causar serios problemas. Este enemigo tenía que ser derrotado. Por consiguiente, Dios mandó a Moisés que destruyera a los madianitas.
¿Qué representan los madianitas? Según la tipología, los madianitas representan la inmundicia de la concupiscencia de la carne, lo cual guarda relación con el diablo Satanás y con el mundo. Con relación a la carne, hay concupiscencia, y con relación a la concupiscencia, hay inmundicia, contaminación, lo cual tiene que ver con Satanás y con el mundo.
El Antiguo Testamento nos presenta un cuadro de los madianitas. Los madianitas eran descendientes de Abraham, nacidos de su segunda mujer, Cetura. Así que, por naturaleza eran cercanos a los israelitas en la carne (Gn. 25:1-2). Los madianitas estaban unidos a los moabitas, los cuales eran descendientes de Lot a causa del incesto cometido en la concupiscencia de la carne (Nm. 22:3-4, 7; Gn. 19:30-38). Más aún, los madianitas eran uno con los ismaelitas, descendientes de Abraham por la carne, quienes vendieron a José a Egipto (Gn. 37:27-28, 36). Los madianitas también estaban vinculados a los amalecitas, descendientes de Esaú (Jue. 6:3, 33; Gn. 36:12). Finalmente, los madianitas produjeron a Balaam, quien hizo caer a los hijos de Israel en la trampa de la fornicación y la idolatría (Nm. 22:7; 31:16).
Debemos comprender que mientras procuramos atender a los intereses del Señor, hay un enemigo —la inmundicia de la concupiscencia de la carne, representada por los madianitas— que nos sigue muy de cerca. Este enemigo tiene varios parientes y amigos, los cuales son malignos. Además, en medio de estos enemigos, de esta inmundicia, se esconde un falso profeta, el cual busca atraparnos e impedirnos cumplir el deseo de Dios.
En los versículos 1 y 2 encontramos el mandamiento de Jehová de ejecutar venganza cabal por los hijos de Israel contra los madianitas. Al hacer caer a los hijos de Israel en la trampa de la fornicación y la idolatría, los madianitas atentaron contra Israel al máximo, con el resultado de que se perdieron más de veinte mil vidas. Dios no olvidaría esto y encargó a Moisés que ejecutase venganza cabal por Israel contra los madianitas. Los madianitas debían ser derrotados y completamente aniquilados.
En los versículos del 3 al 6 vemos la estrategia de Moisés para derrotar a los madianitas. “Moisés habló al pueblo, diciendo: Armad de entre vosotros varones para la guerra, a fin de que vayan contra Madián para ejecutar la venganza de Jehová sobre Madián. Mil de cada tribu, de todas las tribus de Israel, enviaréis a la guerra” (vs. 3-4). Así que, de los millares de Israel, doce mil hombres se armaron para la guerra (v. 5). Además, Moisés envió a la guerra a Finees, hijo del sacerdote Eleazar, “llevando él en su mano los utensilios del santuario y las trompetas para tocar alarma” (v. 6). Puesto que Finees tenía un corazón lleno del celo de Dios y había hecho algo muy agradable a Dios cuando Israel cayó en fornicación e idolatría, Dios quiso que Moisés lo enviara con los utensilios del santuario y con las trompetas. Los utensilios servían para protección, y las trompetas servían para tocar alarma. Finees debe de haber tenido una mente lúcida y buen discernimiento para ver la forma de proteger el ejército de Dios y saber en qué momento y con respecto a qué asuntos hacer sonar la alarma.
La estrategia de Moisés al pelear contra los madianitas requería que los hijos de Israel fuesen unánimes y no disintieran en sus opiniones. En este relato no notamos ninguna opinión, pese a que debe de haber habido muchos hombres sabios entre los más de seiscientos mil que habían sido contados. Si hubiésemos estado allí, tal vez no habríamos estado de acuerdo con el mandato de Moisés de enviar a la guerra a mil de cada tribu. En vez de ello, quizás hubiésemos propuesto que, puesto que las tribus diferían en número, las tribus más grandes proporcionaran más hombres armados y que las tribus más pequeñas proporcionaran menos hombres. Es posible que hubiésemos pensado que Moisés ya estaba muy anciano para discernir la situación e idear la estrategia correcta. Una propuesta como ésta es en realidad un manto que esconde una opinión. Sin embargo, en Números 31 nadie, ni siquiera las mujeres, expresó una opinión. El pueblo actuó en conformidad con la estrategia que planteó Moisés. Esto indica que ellos eran unánimes.
Nosotros también necesitamos ser unánimes por causa del mover del Señor en Su recobro actual. En 1984, después de estudiar la situación del recobro del Señor, me di cuenta de que debíamos avanzar por un nuevo camino. Para ello, era necesario que fuésemos unánimes. Con respecto a esto, sentí la carga de convocar a los ancianos para tener algunas reuniones de carácter urgente. En esas reuniones, que se celebraron en febrero de 1986, hablé sobre el tema de la unanimidad necesaria para el mover del Señor. Les dije a los hermanos que no esperaba que todos tomaran este nuevo camino, pero tenía la esperanza de que nadie lo criticara ni se opusiera a ello. La crítica y la oposición causan problemas y redundan en división. Usando el ejército de Gedeón como ejemplo, les hice notar que este ejército derrotó al enemigo en nombre de la nación de Israel. También les dije que una iglesia que no siga por este nuevo camino sigue siendo una iglesia, del mismo modo en que los israelitas que no estuvieron en el ejército de Gedeón siguieron siendo israelitas. Mi esperanza era que muchos se unieran a mí en el ejército para pelear por los intereses del Señor y que el resto de los santos, en lugar de criticar o de oponerse, apoyaran al ejército. No obstante, poco después que comenzara el entrenamiento en Taipéi en agosto de ese mismo año, algunos hermanos se adelantaron a los acontecimientos y, en vez de esperar para ver cuál sería el resultado del entrenamiento, comenzaron a criticarlo y a oponerse a éste. Primero, estos hermanos emitieron sus críticas, y luego se opusieron. Luego, atacaron el recobro del Señor y se esforzaron por destruirlo. Debemos aprender de esto que, a fin de ser unánimes en pro del mover del Señor, no debemos expresar nuestras opiniones, sino retornar a la Palabra.
Creo firmemente que la victoria de Israel sobre los madianitas se debió a la unanimidad entre los hijos de Israel. Tanto los que salieron a pelear en esta guerra como los que no salieron, fueron uno con Moisés. Seguramente, muchos de los que permanecieron en casa oraron por los que salieron a pelear. Al final, debido a la unanimidad entre el pueblo, el botín fue repartido no sólo entre los que pelearon, sino también entre los que se quedaron en casa. Hubo unanimidad entre los que pelearon, y también hubo unanimidad entre el resto de los hijos de Israel, incluyendo a las mujeres. Todo el pueblo, los mayores y los menores por igual, fueron unánimes. Por esta razón, ellos obtuvieron la victoria.
Números 31:7-12 describe la victoria de los israelitas sobre los madianitas. Los israelitas mataron a todo varón de entre los madianitas (v. 7). También mataron a Balaam y a los cinco reyes de Madián (v. 8). Además, los israelitas se llevaron cautivas a las mujeres de Madián y a sus niños, y arrebataron todas sus bestias, todo su ganado y todos sus bienes (v. 9). Ellos también quemaron todas las ciudades de los madianitas y todos sus campamentos (v. 10), y luego llevaron a Moisés y al sacerdote Eleazar y a la asamblea de los hijos de Israel todo el despojo y todo el botín (vs. 11-12). Todo esto se debió a la unanimidad que hubo entre los hijos de Israel.