Mensaje 45
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Lectura bíblica: Nm. 32:1-42
En este mensaje empezaremos a considerar lo dispuesto de antemano con respecto a la repartición de la buena tierra (32:1-42; 33:50—36:13).
Los últimos cinco capítulos de Números, la mejor sección del libro, abarcan lo dispuesto de antemano con respecto a la repartición de la buena tierra. Lo dispuesto de antemano tipifica la manera de compartir el disfrute de Cristo en toda Su riqueza.
La buena tierra se encontraba en ambos lados del río Jordán, al oriente y al occidente. La tierra que quedaba al occidente del Jordán era mejor que la tierra que estaba al oriente. Números 32:1-42 habla de la tierra que estaba al oriente del Jordán.
El pedido hecho por parte de las dos tribus, Rubén y Gad (vs. 1-5), no fue incorrecto pero tampoco fue correcto. El deseo de ellos era recibir lo prometido por Dios, pero en conformidad con su propia elección de lo que consideraban mejor, y no según el concepto de Dios. No estaba mal que tuvieran el deseo de recibir lo prometido por Dios; sin embargo, no estaba bien querer recibir esto en conformidad con su propia elección de lo que consideraban mejor. A la postre, su tierra sería la primera parte de la tierra de Israel que sería conquistada por los invasores gentiles del este. Las tribus de Rubén y Gad sufrieron, y este sufrimiento tuvo que ver con el hecho de haber actuado conforme a su propia elección.
En asuntos espirituales, es terrible actuar conforme a nuestra propia elección. Todo lo que concuerde con nuestras preferencias no resultará provechoso. Tal vez pensemos que lo que escogemos es lo mejor, pero de hecho es lo peor. Por consiguiente, en asuntos espirituales no debemos actuar conforme a nuestra propia elección. Es mucho mejor dejar las cosas en las manos del Señor y permitirle actuar según Su elección.
Las dos tribus presentaron su petición basándose en lo que tenían (una inmensa abundancia de ganado, v. 1) y según lo que vieron (una tierra apropiada para el ganado, v. 4). Esto fue lo que influyó en su elección.
Optar por nuestra propia elección, aun en la vida de iglesia, se origina en dos cosas: considerar lo que tenemos y necesitamos, y considerar cómo una situación u oportunidad en particular que vemos delante de nosotros se ajusta a nuestras necesidades. No debemos proceder de esta manera en la vida de iglesia ni en el servicio del Señor. Tanto en la vida de iglesia como en la obra del Señor debemos resistir la tentación de optar por nuestra propia elección con el propósito de conseguir nuestro bienestar personal.
Debemos aprender la lección de no considerar lo que tenemos ni lo que está delante de nosotros y, en lugar de ello, dejar nuestro futuro en las manos del Señor. No debiéramos optar por nuestra propia elección en la vida de iglesia ni en el servicio del Señor. Si ustedes insisten en optar por su propia elección, prepárense para sufrir. Lo que elegimos no es lo mejor. Nosotros estamos cortos de vista y somos más bien egoístas, y por ello nos es difícil ser puros en cuanto a nuestros motivos, deseos, intenciones, metas y propósitos. Por tanto, debemos estar dispuestos a renunciar a nuestra elección y decirle al Señor que, por nuestra parte, no tenemos preferencias.
La tierra que Rubén y Gad pidieron podía ser ocupada sin tener que cruzar el río Jordán. No cruzar el Jordán significa no estar dispuestos a que nuestro viejo hombre sea aniquilado y sepultado. Únicamente después que nuestro viejo hombre ha sido aniquilado y sepultado, estamos en posición de hablar acerca de poseer la buena tierra para nuestro disfrute.
Rubén y Gad no recibieron la promesa de la buena tierra junto con el cuerpo de los hijos de Israel. Esto se refiere a recibir el disfrute de Cristo separadamente, aparte del Cuerpo de Cristo.
En los versículos del 6 al 15 encontramos la reprensión y advertencia que les hizo Moisés.
“Respondió Moisés a los hijos de Gad y a los hijos de Rubén: ¿Irán vuestros hermanos a la guerra, mientras vosotros os quedáis aquí?” (v. 6). Aquí Moisés los reprende por su egoísmo. Es como si Moisés les dijera: “Vosotros pensáis únicamente en el bienestar de vuestras tribus. ¿Qué de las demás tribus? Si las demás tribus siguen vuestro ejemplo, cada tribu optará por su propia elección, y ya no habrá manera de repartir la tierra”.
En los versículos del 7 al 15 Moisés les da una advertencia a Rubén y a Gad recordándoles la triste historia de Cades-barnea, una historia de incredulidad. En el versículo 7 les dice: “¿Por qué desanimáis el corazón de los hijos de Israel para que no crucen a la tierra que les ha dado Jehová?”. Es probable que Moisés hubiese pensado que ellos tenían miedo de los gigantes que estaban en la tierra, y que ese miedo fuese a desanimar a las otras tribus.
En los versículos del 16 al 19 tenemos la promesa hecha por las dos tribus, las cuales expusieron las razones por las que habían hecho su elección. Los que optan por su propia elección siempre tendrán muchas razones para justificar su elección.
“Ellos se le acercaron y dijeron: Edificaremos aquí apriscos para nuestro ganado y ciudades para nuestros niños” (v. 16). A ellos les importaba su ganado y sus niños, pero no parecían pensar en el ganado y los niños de las demás tribus.
“Nosotros nos armaremos y estaremos listos para ir delante de los hijos de Israel hasta que los introduzcamos en su lugar” (v. 17a). Estas palabras indican que ellos se consideraban muy capaces, aptos para introducir a todo el pueblo en su lugar. La confianza en sí mismos los llevó a atreverse a hacer semejante promesa. En vez de decir: “Hasta que los introduzcamos en su lugar”, ellos deberían haber dicho: “Hasta que el Señor los introduzca en su lugar”.
“No volveremos a nuestras casas hasta que cada uno de los hijos de Israel haya poseído su heredad” (v. 18). Esto suena justo; no obstante, seguía siendo su propia elección y, por ende, no era el mejor arreglo.
“No tomaremos heredad con ellos al otro lado del Jordán ni más adelante, porque tendremos ya nuestra heredad a este lado del Jordán al oriente” (v. 19). Esta promesa parece justa y razonable.
Los versículos del 20 al 42 hablan del permiso que Moisés les concedió.
Moisés fue conmovido por las palabras de Rubén y de Gad, y aceptó la promesa de ellos (vs. 20-22). Esto prueba que Moisés no era un dictador, sino que estaba dispuesto a aceptar las propuestas y opiniones razonables de los demás.
Moisés les concedió el permiso pero con la condición de que todos sus varones armados cruzaran el Jordán delante de Jehová, hasta que Él echase a todos Sus enemigos de delante de Sí, y fuese la tierra sojuzgada delante de Jehová. Entonces, después volverían y quedarían libres de su obligación para con Jehová y para con Israel (vs. 21-22). Rubén y Gad habían dicho: “Hasta que los introduzcamos en su lugar”, pero Moisés dijo: “Hasta que [Jehová] haya echado a todos Sus enemigos de delante de Sí, y sea la tierra sojuzgada delante de Jehová”. Esto sería hecho gracias a Dios, y no gracias a Rubén y Gad.
En el versículo 22 Moisés usa la palabra obligación. Cada vez que optemos por nuestra propia elección, contraeremos una obligación a causa de ello y estaremos sujetos a una especie de obligación. En nuestro servicio al Señor, debemos aprender a nunca estar sujetos a esta clase de obligación. Debemos aprender a renunciar a nuestra propia elección a fin de no contraer una obligación con Dios y con Su pueblo.
En el versículo 24 vemos que Moisés les permitió edificar ciudades para sus niños y apriscos para sus ovejas.
Moisés dio órdenes al sacerdote Eleazar, a Josué hijo de Nun y a los líderes de las casas paternas de los hijos de Israel respecto a que las dos tribus debían cumplir lo que habían prometido a Moisés (vs. 28-32). Estas dos tribus estaban obligadas a recordar su promesa y cumplirla.
Según los versículos del 33 al 42, Moisés dio a las dos tribus y a la media tribu de Manasés, hijo de José, el reino de Sehón, rey de los amorreos, y el reino de Og, rey de Basán, la tierra conforme a sus ciudades junto con sus territorios, las ciudades de la tierra alrededor.
Tal vez parezca que en este capítulo se llegó a un buen acuerdo en cuanto a la petición de las dos tribus, Rubén y Gad. En realidad, esta situación no era agradable, ya que dichas tribus sólo se preocupaban por sí mismas.
Ésta pudiera ser también nuestra situación en nuestra vida matrimonial y en nuestra vida de iglesia. A menudo, al tomar decisiones, el hermano no se preocupa por su esposa, sino sólo por sí mismo. Quizás diga que busca el bienestar de su esposa, pero en lo recóndito de su corazón, él sólo busca su propio bienestar. De la misma manera, cuando los ancianos de diferentes localidades tienen comunión, pudiera ser que los ancianos de cada iglesia estén allí en procura de su propio bienestar y de sus intereses, y no del bienestar de las demás iglesias, y que, al mismo tiempo, cada uno diga que se preocupa por el propósito del Señor y por la edificación del Cuerpo. Estos ejemplos nos muestran que es difícil no optar por nuestra propia elección. Actuar conforme a nuestra propia elección es algo terrible. En lugar de optar por nuestra propia elección, debemos encomendar el asunto al Señor.
Si en el recobro del Señor tomamos la postura de que no actuaremos según nuestra propia elección, sino que dejaremos que sea el Señor quien elija, no habrá problemas entre nosotros. Sin embargo, si optamos por nuestra propia elección, con el tiempo habrá problemas y sufrimiento. Aprendamos a no seguir a Rubén y a Gad, sino a seguir a las demás tribus, las cuales permitieron que el Señor eligiera por ellas. Esperemos por nuestra porción asignada, y no optemos por nuestra propia elección.