Mensaje 48
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Lectura bíblica: Nm. 36:1-13
Antes de considerar el capítulo 36 de Números, quisiera añadir algo acerca de dos asuntos con respecto a las ciudades de refugio mencionadas en el capítulo 35.
En primer lugar, según 35:25b-29, el homicida rescatado debía permanecer en la ciudad de refugio y vivir en ella hasta que muriera el sumo sacerdote, el cual representa a Cristo, quien murió por nuestros pecados. Puesto que nosotros, los creyentes en Cristo, recibimos la salvación directa de Dios, ¿cómo debemos aplicar el tipo referente a permanecer en la ciudad de refugio hasta que muera el sumo sacerdote? Ya que en tiempos del Antiguo Testamento Cristo todavía no había muerto, era necesario que quienes huyeran para refugiarse en Cristo esperasen allí hasta que Él viniera y muriera en la cruz. Por tanto, este refugio servía a los santos del Antiguo Testamento como una especie de redil, similar al descrito en Juan 10:1, el cual representa la ley, o el judaísmo como religión de la ley, en la cual el pueblo escogido por Dios fue protegido y guardado en custodia y tutela hasta que Cristo viniera.
Dado que la era del Antiguo Testamento ya pasó, ¿aún existe una ciudad de refugio para nosotros hoy, o únicamente tenemos la salvación directa de Dios? Quisiera contestar a esta pregunta relacionándola con la certeza de la salvación. En lo que se refiere al perdón de pecados y a la certeza de la salvación, muchos creyentes aún continúan en el Antiguo Testamento. Ellos parecen estar en espera de que se les dé esta certeza en el futuro. Por ejemplo, si le preguntáramos a uno de estos creyentes si han sido perdonados sus pecados, tal vez conteste: “No sé. Huí a Cristo y estoy en Cristo, pero no estoy seguro de que mis pecados hayan sido perdonados; tal vez no obtenga esta certeza hasta que muera. Sólo entonces sabré con seguridad que voy al cielo”. Tal creyente toma a Cristo como su ciudad de refugio. Sin embargo, los que creemos en Cristo podemos tener la certeza de la salvación y la certeza de que nuestros pecados han sido perdonados. Debemos ser capaces de decirles a los que han huido a Cristo como su ciudad de refugio: “Puesto que usted ya entró en Cristo y está en Él, sus pecados han sido perdonados. Cristo ya murió por usted y por sus pecados. La muerte redentora que Él sufrió por usted ya fue efectuada. Puesto que Cristo murió por sus pecados, sus pecados ciertamente han sido perdonados”. El creyente que reciba estas palabras no será más como los santos del Antiguo Testamento que esperan en la ciudad de refugio, sino que disfrutará la salvación directa de Dios.
Lo que debemos ver aquí es que existe una importante diferencia dispensacional entre el significado de las ciudades de refugio para los santos del Antiguo Testamento y para nosotros hoy en día. En la época del Antiguo Testamento, las ciudades de refugio eran lugares en los que una persona se escondía y esperaba la muerte del sumo sacerdote. Quienes hoy entramos en Cristo podemos hacerlo con la certeza de que Él ya murió y que nuestros pecados ya fueron perdonados. Cristo murió por nosotros aun antes de que naciéramos. Ahora sencillamente debemos aplicar lo que Él ya hizo por nosotros, diciendo: “Oh, Señor Jesús, te amo. Tú moriste por mí antes que yo naciera. ¡Aleluya, mis pecados han sido perdonados, y yo he quedado libre!”.
En segundo lugar, Dios estableció que hubiera seis ciudades de refugio, tres al otro lado del Jordán y tres en la tierra de Canaán. Este arreglo fue hecho en conformidad con la creación y la soberanía de Dios. Dios creó el río Jordán y también la tierra que se hallaba al oriente y al occidente del Jordán. Según la tipología, los dos grupos de tres ciudades de refugio testifican y proclaman al universo entero que el Dios Triuno vive en la tierra entre los seres humanos a fin de ser su ciudad de refugio.
Además, la repartición de las seis ciudades de refugio en diferentes lugares indica que el Dios Triuno está cercano y disponible. Sin importar dónde nos encontremos, Cristo, la corporificación del Dios Triuno, está cercano y disponible. Puesto que Él está en todas partes, Él está dondequiera que nosotros estemos. El Dios Triuno se propagó entre los hombres a fin de ser una ciudad de refugio para todo el que comete errores. Todos nosotros hemos cometido errores y a diario seguimos cometiendo errores; pero el Dios Triuno se propagó hasta llegar adonde nos encontramos. Ahora sencillamente debemos volvernos a Él y entrar en Él.
Consideremos ahora el estatuto hallado en 36:1-13, que es el último asunto referente a lo dispuesto de antemano con respecto a la repartición de la buena tierra.
Quizás pensemos que el libro de Números debiera concluir con el tema de las ciudades de refugio en el capítulo 35. Sin embargo, el último tema abordado en este libro es el de un estatuto adicional en cuanto a las mujeres de Israel con derecho a heredar la buena tierra. Puesto que aún faltaba dar una solución definitiva a este asunto, Dios autorizó a Moisés para que añadiera algo más sobre ello.
En 27:1-11 las cinco hijas de Zelofehad habían pedido tierra para la familia de su padre. No había nada de malo en esta petición.
Los cabezas de las casas paternas de las familias de los hijos de José pidieron la misma clase de tierra para su tribu. Estos cabezas de las casas paternas entablaron una reconvención al decir que si las hijas de Zelofehad se casaban con personas que no fueran de su tribu, la heredad de ellas podría ser dada a otra tribu. En tal caso, su propia tribu perdería tierra.
Aquí vemos una diferencia entre la perspectiva de las hermanas y la perspectiva de los hermanos. A menudo el concepto y opinión de las hermanas es más refinado que el de los hermanos; sin embargo, es posible que las hermanas sean cortas de vista. El concepto de las hijas de Zelofehad era muy refinado, pues consideraron la casa de su padre; pero fueron cortas de vista, pues no tomaron en cuenta la tribu en su totalidad. Los cabezas de las casas paternas tuvieron una perspectiva que abarcaba la tribu entera; por tanto, pidieron la misma clase de tierra para su tribu. Le pidieron a Moisés que acudiera a Dios para que le mostrara la forma de no sólo proveer heredad para las hijas de Zelofehad, sino también de que su tribu conservara la tierra.
Jehová mandó a Moisés que diera la heredad de Zelofehad, su hermano, a sus hijas (36:2). Esto fue lo ordenado por Dios, es decir, la manera en que Él atendió a la necesidad de las cinco hijas, y esto era, por supuesto, absolutamente justo.
En el versículo 3, los cabezas de las casas paternas de las familias de los hijos de José dijeron que si las hijas se casaban con algunos de los hijos de las otras tribus, la herencia de las hijas sería quitada de la herencia de sus padres y sería añadida a la herencia de la tribu a la cual ellas pertenecieran.
El versículo 4 dice además que cuando llegara el jubileo, la heredad de las hijas sería añadida a la heredad de la tribu a la cual ellas pertenecieran, y la heredad de ellas sería quitada de la heredad de la tribu de sus padres. Estas palabras muestran la previsión que ellos tuvieron en cuanto a cómo la pérdida de la heredad afectaría a la tribu como un todo.
En los versículos del 5 al 9 se dio un estatuto a los hijos de Israel conforme a la palabra de Jehová.
“Moisés mandó a los hijos de Israel conforme a la palabra de Jehová, diciendo: La tribu de los hijos de José dice bien. Esto es lo que manda Jehová acerca de las hijas de Zelofehad, diciendo: Cásense con el que bien les parezca; más sólo en la familia de la tribu de su padre se casarán” (vs. 5-6). Dios les permitió a las hijas casarse conforme a sus propios gustos, pero sólo con alguien que perteneciera a la familia de la tribu de su padre. Esto indica que aun cuando el Señor nos da libertad, debemos hacer uso de tal libertad dentro de los límites, los linderos, que impone la regulación de Dios.
“La heredad de los hijos de Israel no pasará de tribu en tribu, porque cada uno de los hijos de Israel se aferrará a la heredad de la tribu de sus padres” (vs. 7). Esto significa que nuestra herencia, Cristo, no es transferible y que debemos aferrarnos a Aquel que es tal herencia. Lo que Pablo dice en 2 Corintios 6:14 podría ayudarnos a entender esto: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”. Estas palabras se aplican a todas las relaciones íntimas que puedan existir entre creyentes e incrédulos, incluyendo el matrimonio. En principio, que un creyente se case con un incrédulo equivale a hacer transferible al Cristo que es nuestra herencia.
“Cualquier hija que tenga heredad en las tribus de los hijos de Israel, con alguno de la familia de la tribu de su padre se casará, para que cada uno de los hijos de Israel posea la heredad de sus padres. Así, la heredad no pasará de tribu en tribu, porque cada una de las tribus de los hijos de Israel se aferrará a su heredad” (Nm. 36:8-9). Ésta era la forma de evitar que la heredad dada por Dios se hiciese transferible.
Como Jehová mandó a Moisés, así hicieron las hijas de Zelofehad casándose con los hijos de sus tíos (vs. 10-11). “Se casaron en las familias de los hijos de Manasés, hijo de José, y la heredad de ellas quedó en la tribu de la familia de su padre” (v. 12). Vemos una vez más que la libertad que tenemos de parte de Dios no es ilimitada; antes bien, la libertad que recibimos en Cristo siempre debe estar bajo la restricción que impone la regulación de Dios.
El caso en que María, la madre del Señor Jesús, se casa con José es uno que cumplió con este estatuto. Por consiguiente, tal estatuto tenía que ver con Cristo en Su encarnación.
Si comparamos las genealogías del Señor Jesús halladas en Mateo y en Lucas, veremos que María era descendiente de Natán, hijo de David, y que José era descendiente de Salomón, otro hijo de David. Es probable que José haya provenido de una familia pobre, mientras que María, de una familia rica. En dado caso, habría habido heredad por el lado de María, mas no por el lado de José. Sin embargo, cuando José y María se casaron, la herencia de ella pasó a ser de él. Los dos, María y José, llegaron a ser uno con relación al nacimiento de Jesús. Esto indica que incluso un estatuto como el de Números 36:1-12 tiene que ver con Cristo en Su encarnación. Esto nos muestra que toda la Escritura es un relato que trata sobre Cristo, ya sea directa o indirectamente.
La Biblia revela a Cristo, y también es un relato acerca de Cristo. El estatuto enunciado en este capítulo en realidad fue promulgado por Dios con miras a la encarnación de Cristo. Las ciudades de refugio en Números 35 tipifican a Cristo, y la resolución del problema concerniente a la herencia en Números 36 guarda relación con Cristo. Eso significa que incluso el último capítulo del libro de Números tiene que ver con Cristo, y en particular, con la encarnación de Cristo. Si Cristo no se hubiera encarnado, Él no podría haber sido las ciudades de refugio para el linaje humano. Por tanto, en un sentido muy real, las ciudades de refugio presentadas en el capítulo 35 dependen del estatuto enunciado en el capítulo 36. Si vemos esto, valoraremos la petición que hicieron las hijas de Zelofehad y los líderes de las casas paternas de las familias de los hijos de José, y valoraremos la manera en que se resolvió el problema conforme a la palabra del Señor.