Mensaje 52
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Lectura bíblica: Jos. 1:2-3
En este mensaje consideraremos el hecho de que el pueblo escogido y redimido de Dios estaba preparado para tomar posesión de la buena tierra prometida por Dios.
El esquema vital de los libros de Éxodo, Levítico y Números incluye primeramente la necesidad que Dios tiene de un pueblo que sea salvo y avance con Él para disfrutar a Su Cristo, recibir Su revelación y ser juntamente edificado con Él, el Dios Triuno procesado, a fin de conformar un ejército sacerdotal que prosiga en su jornada con Dios y combata junto con Él. En segundo lugar, dicho esquema nos muestra que, además de disfrutar a Cristo, recibir la revelación, ser edificado con el Dios Triuno y llegar a conformar un ejército sacerdotal, dicho pueblo también debe ser disciplinado. A fin de ser disciplinado, el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento tenía que experimentar ciertas dificultades. Esto es algo que nosotros debemos comprender hoy en día. Cuantas más dificultades experimentemos, más útiles le seremos al Señor. En tercer lugar, este esquema vital revela que el pueblo escogido y redimido de Dios necesitaba sufrir diversas clases de frustraciones. Como resultado de todo esto, el pueblo de Dios estuvo listo para tomar posesión de la tierra prometida por Dios.
Con excepción de Josué y Caleb, los que fueron considerados aptos y preparados para poseer la buena tierra fueron los más jóvenes. Ellos pertenecían a la segunda generación. Los de más edad, los de la primera generación, habían pasado por muchas situaciones y habían aprendido muchas lecciones. Sin embargo, no eran aptos para entrar en la tierra. Las lecciones aprendidas por la primera generación ciertamente llegaron a formar parte de la herencia que fue transmitida a la segunda generación. Los hijos ciertamente heredaron de sus padres todas las lecciones que aprendieron durante los cuarenta años que estuvieron en el desierto. Por nacimiento, los más jóvenes fueron puestos en una posición en la que heredaron las tradiciones de su familia y todo lo que sus padres habían experimentado.
Creo firmemente que los padres les hablaron a sus hijos de las experiencias que tuvieron en Egipto, en la salida de Egipto y en el desierto. Sin duda, los padres les hablaron de cómo fueron cruelmente tratados como esclavos en Egipto, de cómo Dios en Su misericordia envió a Moisés para liberarlos de la esclavitud, de cómo celebraron la Pascua el decimocuarto día del segundo mes, y de cómo salieron de Egipto y cruzaron el mar Rojo. Los padres también deben de haberles explicado a sus hijos cómo ellos entraron en el desierto sin alimento, pero que Dios les dio a comer maná y les proporcionó agua de la roca herida. Posiblemente también les explicaron que aunque hubo un momento en que detestaron el maná, de todos modos, lo valoraron mucho. Pese a que el pueblo no levantó ninguna cosecha, durante cuarenta años ellos recibieron diariamente el suministro celestial del maná. Además, los más jóvenes aprendieron acerca de Moisés y acerca de la gran ayuda que él prestó al pueblo de Israel. Al propio Moisés no se le permitió entrar en la buena tierra, pero él aportó muchos asuntos constructivos al pueblo de Dios.
La segunda generación no pasó por todo lo que experimentó la primera generación, pero se benefició de todas las experiencias vividas por la primera generación. Creo firmemente que la generación más madura le contó a la generación más joven todo lo que experimentó, disfrutó y sufrió. Estas palabras formaron parte de la crianza, o formación, de la segunda generación. Lo que experimentó la primera generación no fue en vano, por cuanto fue transmitido a la segunda generación. Lo que experimentaron los de más edad de hecho no resultó ser muy útil para ellos, pero sí fue de mucha utilidad para la formación de los más jóvenes. Por consiguiente, Dios pudo preparar de la segunda generación a más de seiscientos mil hombres, quienes contaban con una rica herencia y sólida preparación, los cuales eran aptos para conformar un ejército que combatiese junto con Dios y por Dios.
Este mismo principio se aplica a nosotros quienes estamos en el recobro del Señor hoy. El recobro ha estado en los Estados Unidos por veintisiete años y ha pasado por muchas experiencias. ¿Piensa usted que todas estas cosas han sucedido en vano? Definitivamente no han sido en vano. Estas experiencias son ahora transmitidas a los más jóvenes en el recobro del Señor y serán muy útiles para edificarlos y prepararlos a fin de que puedan combatir junto con Dios y por Dios. Los más jóvenes en el recobro del Señor tienen una rica herencia. Debido a que esta herencia les está siendo transmitida, e incluso está siendo forjada en ellos, tengo plena confianza de que cuando surja otro período de pruebas, habrá un resultado muy positivo.
En el Antiguo Testamento, lo que la segunda generación recibió de la primera generación preparó a los más jóvenes para tomar posesión de la buena tierra. Consideremos ahora lo que los preparó y los hizo estar listos para entrar en la tierra prometida por Dios.
El pueblo de Dios fue preparado para tomar posesión de la tierra prometida por Dios al ser redimido del juicio de Dios mediante la pascua y al ser salvado de Egipto mediante el poder salvador del Dios Triuno (Éx. 12, 14). Después de ser redimidos mediante la pascua, ellos fueron salvados personalmente por el Dios Triuno. Como lo revela Éxodo 14, el Padre, el Hijo, y el Espíritu participaron en la salvación de los hijos de Israel. El Padre, el Hijo y el Espíritu participaron en rescatar al pueblo de Dios de la tiranía de Faraón. En Éxodo 14 el Dios Triuno los protegió y peleó por ellos. Sin la participación personal del Dios Triuno, habría sido imposible para los israelitas ser liberados de la mano de Faraón. Dios en Su Trinidad Divina participó directa y personalmente en el rescate de Su pueblo.
El pueblo escogido y redimido de Dios disfrutó de la provisión celestial y del cuidado divino al comienzo de su travesía en el desierto (Éx. 15—17). En Éxodo 15:27 ellos llegaron a Elim, donde había doce manantiales de agua y setenta palmeras, todos lo cual hace referencia a Cristo. En Éxodo 16 el pueblo disfrutó a Cristo como maná, y en Éxodo 17 ellos le disfrutaron como la roca herida, de la cual fluyó el agua viva. Además, los hijos de Israel disfrutaron del cuidado divino. En la jornada inicial de ellos por el desierto, Dios fue una madre que los amamantó, les dio de comer, los nutrió y los cuidó con ternura. Esta provisión y cuidado preparó al pueblo para entrar en la buena tierra.
En Éxodo 19—40 y Levítico 1—27 los hijos de Israel recibieron la revelación divina y el adiestramiento requeridos para conocer a Dios, para ser juntamente edificados con Dios a fin de ser Su morada en la tierra con miras a Su expresión y testimonio, así como para edificar el sacerdocio que ejerce el servicio divino. Todo esto tuvo lugar al pie del monte Sinaí, donde el pueblo recibió la ley como retrato de Dios en Sus atributos. Ellos fueron edificados juntamente con Dios y empezaron a ejercer su función en el servicio divino. Ello constituyó otro medio por el cual Dios los preparó para que tomaran posesión de la buena tierra.
El libro de Números relata la manera en que el pueblo escogido y redimido por Dios conformó un ejército sacerdotal a fin de proseguir en su jornada con Dios y combatir junto con Él por Sus intereses aquí en la tierra (Nm. 1—4, 9:15—10:36; 12:16; 20:1—21:35; 31:1-54; 33:1-49).
Los hijos de Israel también fueron preparados para tomar posesión de la tierra que Dios les prometió al experimentar una serie de frustraciones, pruebas y disciplinas para su purificación. La situación es la misma en la vida de iglesia. Aunque no nos gusta experimentar frustraciones, pruebas ni disciplina, ciertamente necesitamos la purificación que resulta de experimentar estas cosas. Dios no sólo nos nutre y cuida con ternura, sino que a veces también nos disciplina para purificarnos. Algunas veces Él nos purifica con fuego a fin de depurarnos, y otras veces lo hace con agua a fin de limpiarnos. Esto es también un aspecto de nuestra preparación para tomar posesión de la buena tierra.
En Números 32 y 33:50—36:13 al pueblo de Dios se le dio a conocer lo dispuesto de antemano por Dios respecto a la repartición de la buena tierra que Él le prometió. Esto los preparó a ellos para tomar posesión de la tierra.
Después de todo lo anterior, el pueblo escogido y redimido por Dios estaba preparado para cruzar el Jordán, entrar en Canaán, asolar a sus habitantes y tomar posesión de la buena tierra que Dios, quien es fiel, le prometió (Jos. 1:2-3).
En particular, el pueblo estaba listo para establecerse con Dios en la buena tierra. El hecho de que ellos no tuvieran hogar significaba que Dios no tenía hogar. Asimismo, el hecho de que ellos se establecieran en la buena tierra significaba que Dios se establecía en la tierra, pues ellos debían establecerse allí con Dios.
El pueblo de Dios también estaba preparado para ser edificado con Dios en Su Trinidad Divina como morada mutua de Dios y de Sus redimidos a fin de ser la expresión y el testimonio del Dios Triuno en la tierra entre los hombres. Ésta era la destinación de los hijos de Israel, y también es nuestro destino hoy en día. Ésta es la revelación completa, perfecta y eterna de la Persona divina con Su economía.