Mensaje 6
(5)
Lectura bíblica: Nm. 5:1-10
Para que el pueblo de Dios fuese conformado un ejército, debían cumplirse ciertos requisitos, ciertas condiciones. Uno de estos requisitos era deshacerse de toda contaminación. En este mensaje empezaremos a considerar lo que revela Números 5 referente a las medidas que debemos tomar con respecto a la contaminación.
Dios es justo y santo, y no tolera la contaminación. Su pueblo, por consiguiente, debe tomar medidas con respecto a la contaminación.
La razón por la cual se toman medidas con respecto a la contaminación tiene tres aspectos. En primer lugar, el pueblo de Dios es la morada y la habitación de Dios (v. 3); en segundo lugar, los que componen el pueblo de Dios son Sus guerreros, quienes combaten por Él (1:20, 22, 24, 26, 28, 30, 32, 34, 36, 38, 40, 42); y tercero, los que conforman este ejército son también sacerdotes que sirven a Dios (3:3). Para que Dios pueda obtener una morada, un ejército y un sacerdocio, Su pueblo debe tomar medidas con respecto a la contaminación. Ellos, al igual que Dios, deben ser justos y santos y, por tanto, deben ser limpios.
En Números 5, la manera en que se tomaban medidas con respecto a la contaminación sigue una muy buena secuencia. Números 5:1-4 empieza mostrándonos las medidas tomadas a nivel corporativo. Todo el ejército debía tomar medidas a nivel corporativo, y no sólo a nivel individual. Las medidas que ellos debían tomar corporativamente guardaban relación principalmente con tres asuntos: la lepra, padecer flujo y la inmundicia producida por tener contacto con los muertos.
En la vida de iglesia como ejército de Dios no debe haber lepra. La lepra representa todo lo malo que procede del hombre natural, especialmente cuando hay rebelión. En este sentido, todos somos leprosos y tenemos lepra. La lepra es algo que está dentro de nosotros, en el propio elemento de nuestro ser. Puesto que ella está profundamente arraigada y es subjetiva a nosotros, es necesario tomar medidas exhaustivas para eliminarla. Si no tomamos medidas con respecto a la lepra presente en nosotros, nos contaminaremos y seremos inmundos.
Según la enseñanza del Antiguo Testamento, la lepra es causada principalmente por rebelarnos contra la autoridad de Dios. El primer ejemplo de esto es el caso de Miriam y Aarón, quienes se rebelaron contra la autoridad delegada por Dios, contra Moisés (12:1-10). Por rebelarse contra la autoridad delegada por Dios, Miriam se volvió leprosa.
La naturaleza rebelde, el elemento rebelde, está presente en nuestra sangre y en nuestra naturaleza; por ende, es algo propio de lo natural. Por ser hombres naturales, cada uno de nosotros es un leproso.
En segundo lugar, debemos tomar medidas con respecto a los flujos. Todo lo que emana de nuestro ser, como el sudor, es un flujo. En términos espirituales, padecer flujo representa toda manifestación excesiva, anormal y descontrolada que proceda del hombre natural, lo cual indica que uno carece de control y restricción en relación con uno mismo, con su temperamento, sus preferencias, sus gustos y aversiones. En nuestra vida diaria, si nos damos a excesos y no ejercemos restricción alguna, nos volvemos anormales. Esta condición anormal es un flujo. Por ejemplo, cuando nos enojamos, nos portamos de manera excesiva, desenfrenada y anormal. Esto constituye un flujo, una secreción, del hombre natural. Expresar sin restricción alguna lo que nos gusta y lo que no nos gusta, es otro ejemplo de flujo.
En tercer lugar debemos tomar medidas con respecto a la inmundicia producida por tener contacto con los muertos: la muerte espiritual. A los israelitas no se les permitía tocar nada que estuviera muerto, ya sea animal, insecto o persona (Lv. 11:24-47; Nm. 19:11). Si llegaban a tocar estas cosas, se contaminaban.
La muerte es más sucia que el pecado. Si tenemos contacto con aquellos que están muertos espiritualmente, seremos contaminados por la muerte espiritual.
Los contaminados por lepra, por flujos o por tener contacto con los muertos serían echados fuera del campamento, que era la morada de Dios en medio de Su pueblo. Dios es justo, santo y viviente. Por tanto, la lepra, los flujos y la muerte espiritual no pueden ser tolerados en la morada de Dios, ni en Su ejército ni en Su sacerdocio.
Las tres clases de contaminación respecto de las cuales tomó medidas el campamento de Israel tipifican toda la inmundicia de la cual es necesario depurar a la iglesia. Estas tres cosas —la lepra causada por la rebelión, los flujos padecidos por toda manifestación excesiva, anormal y descontrolada, y la inmundicia producida por tener contacto con los muertos— constituyen un tipo completo de la inmundicia con respecto de la cual debemos tomar medidas y erradicar de la vida de iglesia. Si eliminamos estas tres cosas, la iglesia será limpia.
Después de tomar medidas a nivel corporativo, había que tomar medidas a nivel individual (5:5-10). La iglesia como cuerpo debe tomar medidas a nivel corporativo. Este cuerpo se compone de santos, y cada uno de ellos debe también tomar medidas a nivel individual.
Con respecto a las medidas individuales, primero debemos tomar medidas con respecto a nuestra culpa por haber pecado contra Dios (v. 6). Esto equivale a depurarse de la contaminación propia de la injusticia, de nuestra culpa ante los hombres y nuestra condenación ante Dios.
Es posible que en algunos aspectos no hayamos sido justos ante Dios. Quizás hayamos agraviado a Dios, por lo cual hay algo pecaminoso que se interpone entre nosotros y Dios. Ésta es una contaminación propia de la injusticia, y debe ser eliminada.
Asimismo, debemos tomar medidas con respecto a nuestra culpa ante los hombres. Si le robamos algo a alguien, agraviamos a esa persona y somos hallados injustos. Dios condena esta injusticia. En dado caso, no sólo estamos mal ante los hombres, sino que además estamos bajo la condenación de Dios.
Números 5:6 y 7a dice: “Cuando un varón o una mujer cometa cualquiera de los pecados que suelen cometer los hombres, obrando con infidelidad contra Jehová, y esa persona se dé cuenta de su culpa, confesará el pecado que ha cometido”. Aquí vemos que para tomar medidas con respecto a nuestro pecado, transgresión o culpa, debemos hacer una confesión exhaustiva de ello.
Después de confesar nuestros pecados a Dios (1 Jn. 1:9), debemos ir a la persona agraviada a fin de efectuar completa restitución por nuestra transgresión (Nm. 5:7b). Supongamos que usted le roba algo a cierta persona. Como resultado, usted es injusto delante de ella y también cae bajo la condenación de Dios. En tal caso, usted debe pagarle a esa persona lo que le debe. Esto es hacer restitución por su transgresión.
Números 5:7c dice que la persona que cometía el pecado debía añadir la quinta parte al mal que hizo, “y lo dará a aquel contra quien hizo el mal”.
Debido a que nosotros, los cristianos, todavía estamos en el viejo hombre, no nos damos cuenta de cuántas cosas deseamos sacar provecho a expensas de otros. Por ejemplo, al sentarnos junto a otros, tal vez queramos más espacio para nosotros y no tomemos la precaución de mantener nuestras piernas junto a nuestra silla. Si tenemos una conciencia aguda, reconoceremos que eso está mal.
Más aún, es posible que a veces nos aprovechemos de otros, usando sus cosas sin permiso. Quizás a veces los maestros de una escuela se lleven a sus casas bolígrafos, tiza y artículos de escritorio. No debemos considerar esto insignificante; esto es robar.
En muchas cosas sacamos provecho a expensas de otros. Tal vez sin darnos cuenta agraviemos a otros y nos endeudemos con ellos. Debemos confesarle al Señor nuestra falta. Sin duda, Él nos perdonará, y la sangre de Jesús nos limpiará (7, 1 Jn. 1:9); no obstante, el problema persistirá entre nosotros y a aquel a quien hemos agraviado. Por consiguiente, debemos ir a dicha persona y hacer restitución, pagando lo que debemos, y aún más de lo que debemos.
Nuestro Dios es justo y santo, y nosotros debemos ser justos y santos como Él. De lo contrario, seremos condenados por la justicia y la santidad de Dios. Cada vez que nos hallemos en esta situación, debemos confesar nuestra transgresión y hacer restitución.
Si la persona agraviada ha fallecido, la restitución deberá ser hecha a su pariente. “Pero si aquel hombre no tiene pariente a quien se le haga la restitución por el mal, dicha restitución se dará a Jehová, para el sacerdote” (v. 8a), así como todos debían presentar sus porciones al sacerdote (vs. 9-10). Siempre que tengamos una porción santa que presentar a Dios, debemos dársela al sacerdote. Aquí vemos que la restitución hecha para tratar con nuestra culpa llega a ser santa, como una porción santa dada a Dios. Hoy en día podemos dar esto a la iglesia o al que sirve a Dios en calidad de sacerdote y vive por fe.
Números 5:8b habla del “carnero de la expiación, con el cual se hace expiación por él”. Además de que la persona culpable confesara su pecado e hiciera restitución, debía hacerse expiación por él con un carnero. Este carnero tipifica a Cristo.
Este pasaje de la Palabra revela cuán fino es nuestro Dios. Primero confesamos nuestro pecado a Dios y después efectuamos la restitución. Luego, retornamos a Dios para ofrecerle a Cristo como nuestro sacrificio propiciatorio.
Las medidas tomadas a nivel individual, tal como se describen en estos versículos, quizás parezcan insignificantes, pero son semejantes a un pequeño tornillo en una enorme máquina. Si hay algún problema con este pequeño tornillo, la máquina no podrá funcionar. Por consiguiente, es necesario tomar todas estas medidas. La iglesia deberá tomar medidas a nivel corporativo, y los santos deberán también tomar medidas a nivel individual.
Tal vez pensemos que es imposible encontrar en la tierra alguna iglesia que haya sido purgada de toda contaminación. A nuestro modo de ver, todavía hay entre nosotros toda índole de confusión, problemas y contaminaciones. Sin embargo, como lo aclara la historia de Elías, a los ojos de Dios, Él se ha reservado a siete mil. Elías acusó al pueblo de Dios, diciendo: “Señor, a Tus profetas han dado muerte, y Tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y acechan contra mi vida” (Ro. 11:3; 1 R. 19:10). Pero el Señor le contestó a Elías, diciendo: “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal” (Ro. 11:4; 1 R. 19:18). Con esto Dios parecía decirle: “Elías, a tus ojos la situación puede parecer caótica, pero Yo estoy satisfecho con estos siete mil”.
A lo largo de los siglos, Dios siempre ha tenido a “siete mil” con los que Él ha podido contar. Debido a ello, Dios ha podido tener Su testimonio hasta el día de hoy. Debemos aprender cómo ser contados entre estos siete mil. Eso significa que debemos tomar medidas exhaustivas, tanto a nivel corporativo como a nivel individual, que nos mantengan en una condición apropiada que concuerde con los requisitos y condiciones que Dios exige para la formación de Su ejército guerrero. Aparentemente, hoy aún no vemos que se haya formado este ejército guerrero. Pero a los ojos de Dios, este ejército ya existe y ya ha sido formado. La batalla por los intereses de Dios se sigue librando. Dios todavía tiene un pueblo sobre la tierra. Él puede ver a Su ejército que combate y a Su sacerdocio que sirve.