Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Estudio-Vida de Números»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas


Mensaje 9

CONFORMAN UN EJÉRCITO

(8)

  Lectura bíblica: Nm. 6:6-12

  En este mensaje continuaremos considerando el tema de ser santificados como nazareos, lo cual se abarca en el capítulo 6 de Números.

E. No toca nada muerto a fin de no contaminarse

  En el mensaje anterior vimos que para ser santificados como nazareos, en primer lugar, uno no debía ser participe de ningún placer terrenal (representado por el vino, vs. 3-4) y, en segundo lugar, uno debía permanecer sujeto a la autoridad de Dios como cabeza (representado por el hecho de no afeitarse la cabeza, v. 5). Ahora necesitamos ver que un nazareo no debía tocar nada muerto a fin de no contaminarse. A los ojos de Dios, lo más aborrecible es la muerte, y un nazareo no debía contaminarse con ella.

1. No se contamina por la muerte de sus padres consanguíneos, sino que se mantiene apartado a fin de ser santo para Dios

  Un nazareo no debía ser contaminado por la muerte de sus padres consanguíneos, los parientes más cercanos a él, sino que debía mantenerse apartado a fin de ser santo para Dios (vs. 6-8). Al nazareo no le era permitido contaminarse ni siquiera por la muerte de su padre o su madre. Esto significa que no debemos contaminarnos con la muerte que proviene del afecto natural, sino mantenernos limpios en nuestra santificación. El nazareo debía permanecer completamente santificado, separado para Dios de todas las cosas, y debía siempre asirse a Dios.

  El nazareo debía abstenerse de los placeres terrenales y no debía contaminarse con la muerte que proviene del afecto natural. Los placeres tienen que ver con el disfrute, y el afecto natural tiene que ver con el amor. Para evitar ser contaminado, el nazareo tenía que guardarse de los placeres terrenales y del afecto natural.

2. Si es contaminado por la muerte repentina de alguien a su lado, se lava al séptimo día

  Si su cabeza de nazareo era contaminada por la muerte repentina de alguien a su lado, el nazareo debía ser lavado al séptimo día (el último día de su separación, Hch. 21:27) afeitándose la cabeza (Nm. 6:9-12). Esto indica que si somos contaminados por alguna muerte inesperada, debemos ser lavados apartándonos nuevamente para el Señor.

  Desde una perspectiva humana, el nazareo no tendría ninguna culpa si alguien que está junto a él muere repentinamente. Sin embargo, esa muerte repentina contaminaría al nazareo, y el nazareo cargaba con la responsabilidad de esa contaminación. Hoy en día vivimos con otras personas, y no podemos predecir cuándo, en un sentido espiritual, alguien morirá a nuestro lado. Si nos contaminamos a causa de una muerte súbita, debemos tener un nuevo comienzo. Debemos purificarnos apartándonos de nuevo para el Señor.

  Nosotros no alcanzamos a darnos cuenta de cuán sucia y contaminante es la muerte. Por lo general, consideramos que el pecado es muy contaminante; no obstante, Dios detesta la muerte mucho más que el pecado. En la vida de iglesia, el pecado a veces se introduce para contaminar a la iglesia y causar daño a los santos, pero lo que nos contamina con más frecuencia es la muerte. La muerte está oculta. Muchas veces la muerte está justo a nuestro lado, pero como no nos percatamos de ella ni la percibimos, terminamos siendo contaminados por ella.

  ¿Cómo sabemos que hemos sido contaminados por la muerte? Lo sabemos porque tenemos una sensación, o sentir, de muerte. El pecado trae condenación, lo cual afecta nuestra conciencia. Pero la muerte no tiene que ver con la condenación, es decir, no afecta nuestra conciencia; más bien, la muerte nos hace perder la sensibilidad y nos mata.

  A menudo, cuando usted asiste a una reunión, recibe una suministración de vida y es avivado. Sin embargo, en algunas ocasiones, al llegar a casa después de una reunión usted siente que ha caído en muerte, pero no sabe por qué. Aunque no siente ninguna condenación en su conciencia, percibe que algo en su interior le infunde muerte y lo mata. Su espíritu se debilita y se embota. Usted se siente desanimado e incapaz de levantarse, y pasan varios días sin que pueda orar. Tal vez no lo sepa, pero en aquella reunión usted recibió un elemento que le produjo muerte; cierta especie de muerte lo mató. Todos hemos tenido esta clase de experiencia.

  Como personas que vivimos absoluta y exclusivamente entregados a Dios, debemos guardarnos de los placeres terrenales y de ser afectados por la muerte. Es fácil abstenernos de los placeres terrenales, pero no es fácil percibir que estamos cerca de alguien que está muerto espiritualmente. Sin embargo, si vivimos en el Espíritu en todo sentido, al venir a la reunión de inmediato tendremos la sensación de que allí hay muerte. Tal vez no sólo percibamos que la atmósfera de la reunión está baja y que hay pesadez, sino también que en la reunión hay muerte, la cual se oculta detrás de lo que se ve. En momentos como éstos, debemos orar mucho para contrarrestar dicha situación de muerte, diciendo: “Señor, cúbreme con Tu sangre de todo efecto mortal, de toda muerte espiritual”. Debemos pelear contra la muerte.

  En mi ciudad natal, cuando empezamos a practicar la vida de iglesia sentíamos que estábamos en la etapa de luna de miel. Todo era nuevo y fresco, y prácticamente no se percibía muerte alguna. Aproximadamente un año después, dejé mi trabajo para servir a tiempo completo y me mudé a Shanghái para estar con el hermano Nee en la iglesia allí. La iglesia en Shanghái tenía bastante historia y había pasado por muchas dificultades. Debido a ello, la iglesia se encontraba en una condición de vejez. A pesar de que me encontraba en el centro de la obra y fácilmente podía enterarme de los problemas que allí había, aprendí que lo mejor era no estar enterado de nada, porque cuanto más uno se entera de las cosas, más muerte experimenta. (La mayor parte de las conversaciones en la vida de iglesia no tienen que ver con cosas pecaminosas, sino con la muerte). En algunas de las reuniones era avivado, pero en otras me sentía muerto. Al parecer, cuanto más tiempo permanecía sentado en esa reunión, más muerto me sentía. Quería orar, pero no podía expresar nada en oración. Me encontraba bajo el efecto de la muerte, y mi espíritu no podía levantarse.

  Algún tiempo después, al hablar con algunos hermanos de más edad y experiencia, pude aprender una lección. Al venir a una reunión, uno debe percibir si hay muerte en ella. Uno no debe hacer esto a propósito, como si asistiera en calidad de inspector; por el contrario, debemos ser personas capaces de percibir si hay muerte presente en la reunión. Si la muerte está presente, entonces debemos ser los primeros en orar, diciendo: “Señor, cubre esta reunión con Tu sangre prevaleciente. Bajo esta sangre participamos de la vida divina”. Ejercite su espíritu de una manera poderosa para combatir contra la muerte que hay en la reunión. Entonces, mientras esté en dicha reunión será protegido. Esto forma parte de la guerra espiritual.

  Las iglesias de los Estados Unidos tienen un pasado y una historia bastante extensos. Debido al pasado y a la situación actual, hay muchos elementos que han traído muerte. Creo que a esto se debe que la asistencia a la reunión de oración haya disminuido en muchas iglesias. La muerte oculta puede hacer que la reunión de oración caiga en un estado de aletargamiento. Por tanto, debemos pelear contra la muerte y todos sus efectos.

  Como nazareos, debemos aprender a evadir la muerte. Es fácil evadir el efecto provocado por la muerte de un familiar, pues esa clase de muerte es obvia. Sin embargo, no es fácil evadir la muerte súbita de alguien que está cerca de nosotros, ya que esa clase de muerte a menudo está oculta. Por consiguiente, debemos ser personas llenas de vida, la cual es “anti-muerte”. Esto dependerá de cuánto ejercitemos nuestro espíritu para orar, no de una manera general sino con oraciones que combatan contra el enemigo.

  El pecado proviene de Satanás (Jn. 8:44), quien también es el origen de la muerte (He. 2:14). En el árbol del conocimiento del bien y del mal se encuentra el mal; sin embargo, el resultado de participar de este árbol no es el mal, sino la muerte. Cuando comemos del árbol de la vida, el resultado es la vida. En la vida de iglesia debemos combatir continuamente contra la muerte. Por ejemplo, si en la reunión de oración la muerte nos dificulta que oremos, debemos combatir contra la muerte y sus efectos.

  Como nazareos, debemos abstenernos de los placeres terrenales, permanecer sujetos a la autoridad del Señor como cabeza y aprender a pelear contra la muerte. La muerte se encuentra en todas partes. En la sociedad abundan los gérmenes de la muerte. Debido a que estos gérmenes se encuentran incluso en la vida de iglesia, debemos orar cada día, a cada hora, y combatir contra la muerte, el último enemigo de Dios (1 Co. 15:26).

  No debemos pensar que los nazareos no combaten. Los nazareos son contados como parte del ejército de Dios. Ellos son personas que están muy alertas, personas llenas de sensibilidad que combaten contra la muerte. En cada iglesia se necesita que haya personas capaces de percibir la muerte, de percatarse de ella, a fin de poder combatir contra ella.

a. Al octavo día el nazareo trae dos tórtolas o dos palominos al sacerdote a la entrada de la Tienda de Reunión; uno es ofrecido como ofrenda por el pecado, y el otro como holocausto, para expiación

  “Al octavo día traerá dos tórtolas o dos palominos al sacerdote, a la entrada de la Tienda de Reunión. El sacerdote ofrecerá uno como ofrenda por el pecado, y el otro como holocausto; luego hará por él expiación por lo que pecó a causa de haber tenido contacto con un muerto, y santificará su cabeza en aquel día” (Nm. 6:10-11). El octavo día es el día de la resurrección, el día que es contrario a la muerte. En ese día, el nazareo debía experimentar un nuevo comienzo. Para experimentar este nuevo comienzo, él debía traer dos tórtolas o dos palominos al sacerdote, uno para la ofrenda por el pecado y el otro para el holocausto. La ofrenda por el pecado era necesaria porque la persona había fallado en su voto nazareo, y este fracaso era un pecado. El holocausto es una ofrenda de absoluta consagración y santificación. Por medio de estas ofrendas se hacía expiación por él, y él era redimido de su falta. Para nosotros hoy en día estas ofrendas indican que debemos presentar, en resurrección, a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestro holocausto para ser perdonados mediante Su redención.

  Al octavo día, el nazareo también debía santificar su cabeza. Esto significa que debía experimentar una nueva consagración con miras a estar sujeto bajo autoridad.

b. El nazareo se aparta para Jehová de nuevo y trae un cordero como ofrenda por las transgresiones; pero los días primeros de su separación son anulados

  Números 6:12 dice que el nazareo “apartará para Jehová los días de su nazareato, y traerá un cordero de un año como ofrenda por las transgresiones; pero los días primeros serán anulados, porque fue contaminado su nazareato”. Éste era un nuevo voto de consagración para el nazareo, en el cual se apartaba para Dios nuevamente. Para esto él requería un cordero como ofrenda por las transgresiones. Haber violado su voto era un pecado, por lo cual requería una ofrenda por el pecado. El error que cometió al tocar algo muerto era una transgresión, por lo cual requería una ofrenda por las transgresiones. Al aplicar este versículo a nosotros hoy, vemos que una vez que nuestra separación anterior ha sido anulada, debemos apartarnos nuevamente para Dios tomando a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones.

  A leer estos versículos de Números 6, vemos cuán serio es hacer el voto del nazareato. No debemos considerarlo como algo trivial. Cuando hagamos este tipo de voto, principalmente debemos tener cuidado de no contaminarnos con la muerte. Si nos guardamos de la contaminación de la muerte, seremos personas vivientes que viven absolutamente entregados a Dios, a Su ejército y a Su sacerdocio.

  Dios había ordenado que una sola familia (la de Aarón) ejerciera el sacerdocio. Esta ordenación excluía a los demás de tal oportunidad; pero el voto del nazareato abría las puertas para que todo el pueblo de Dios tuviera la misma oportunidad. El voto nazareo depende de nuestra iniciativa, no de la iniciativa de Dios; depende de que nosotros estemos dispuestos. Si estamos dispuestos a hacer este voto, la puerta está abierta.

  En esto vemos la soberanía del Dios. Él ha establecido Su ordenación y también ha establecido Su norma, a saber, el voto del nazareato. La casa de Aarón no era la única que tenía el privilegio de entregarse absolutamente a Dios; tal oportunidad estaba disponible a todos. La norma establecida por Dios compensaba la ordenación que Él había hecho y daba a todo el pueblo de Dios la misma oportunidad de entregarse absolutamente a Dios a fin de servirle como guerreros o sacerdotes.

  Consideren el caso de Samuel. Samuel no era sacerdote; él fue un nazareo que con el tiempo cumplió los deberes de un sacerdote. Samuel llenó el vacío causado por las deficiencias de Elí, quien era sacerdote conforme a la ordenación de Dios. El que se ofreció voluntariamente llenó las deficiencias de aquel que era sacerdote por ordenación de Dios. Esto indica que, al final, la norma establecida por Dios viene a ser lo mismo, incluso algo mejor, que Su ordenación. La ordenación depende de la iniciativa de Dios, mientras que la norma depende de nuestra iniciativa. La puerta está ahora abierta a todos. Es decisión nuestra si estamos dispuestos a aprovechar o no esta oportunidad.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración