Mensaje 1
Cuánto agradecemos al Señor que nos haya proporcionado este entrenamiento, el cual trata de la vida cristiana normal y de la vida de iglesia adecuada. Prestaremos toda nuestra atención a lo relacionado con la vida cristiana y la vida de iglesia. Por ende, aunque es necesario conocer las verdades básicas y los principios de la Palabra divina, nuestro propósito no es celebrar un entrenamiento acerca de las doctrinas; más bien, todo el entrenamiento estará enfocado en el libro de Romanos. Necesitamos estudiar cabalmente la Epístola a los Romanos de la Versión Recobro. Este mensaje es una introducción a esta epístola.
Primero debemos saber cuál es la posición que esta epístola ocupa en la Biblia. Para saber esto, tenemos que estudiar la Biblia en su totalidad.
La Biblia presenta un romance. ¿Había usted escuchado esto antes? Tal vez le parezca un concepto secular y poco espiritual; no obstante, si usted ha profundizado en el pensamiento de la Biblia, se dará cuenta de que, en un sentido santo y puro, la Biblia habla del romance de una pareja universal.
El varón de esta pareja es Dios mismo. Aunque Él es una Persona divina, es Su deseo ser el varón de esta pareja universal. Dios mismo, después de pasar por un largo proceso, llegó a ser Cristo, el Novio.
La mujer de esta pareja es un ser humano corporativo, el pueblo redimido de Dios, que incluye a los santos del Antiguo Testamento y del Nuevo. Después de un largo proceso, esta mujer corporativa llegará a ser la Nueva Jerusalén, la novia.
A lo largo del Antiguo Testamento, este romance santo es revelado en repetidas ocasiones.
Inmediatamente después del relato de la creación encontramos la historia de un matrimonio (Gn. 2:21-25), en el cual Adán tipifica a Cristo como el esposo, y Eva tipifica a la iglesia como la novia. En Efesios 5 vemos que la pareja tipificada por Adán y Eva, es Cristo y la iglesia. Esta tipología revela que las personas que forman la pareja universal tienen que provenir de la misma fuente. Dios creó únicamente a una persona, Adán, y de ésta procedió otra persona, su esposa. Eva no fue creada aparte de Adán, sino que procedió de él. Ella fue formada de una costilla, de un hueso tomado de Adán, lo cual indica que los dos procedieron de la misma fuente. En la pareja universal la esposa debe proceder del esposo. De la misma forma, la iglesia debe proceder de Cristo. Es menester que las dos personas de esta pareja provengan de la misma fuente y tengan la misma naturaleza. Además, deben participar de la misma vida. La naturaleza y la vida de Adán eran a la vez de Eva, es decir, ella tenía la misma vida y naturaleza que Adán. Los dos provinieron de la misma fuente y tenían la misma vida y la misma naturaleza. No hay duda de que ambos también tenían el mismo vivir, pues vivían juntos. Eva vivía por Adán y con él, y Adán vivía por Eva y con ella.
En esta pareja se halla el secreto del universo, el cual consiste en que Dios y Sus escogidos deben formar una pareja. ¡Aleluya! Nosotros, los escogidos de Dios, y Dios mismo somos de la misma fuente, y tenemos la misma vida y naturaleza. Por lo tanto, también debemos tener un mismo vivir. No vivimos por nosotros ni para nosotros, sino con Dios y para Él, y Él vive con nosotros y para nosotros. ¡Aleluya!
En varias ocasiones en el Antiguo Testamento Dios se refiere a Sí mismo como el Esposo, y a Su pueblo como Su esposa (Is. 54:5; 62:5; Jer. 2:2; 3:1, 14; 31:32; Ez. 16:8; 23:5; Os. 2:7, 19). Dios deseaba ser el esposo y quería que Su pueblo fuese Su esposa. Muchas veces los profetas se refirieron a Dios como el Esposo y a Su pueblo como la esposa. Como seres humanos, nosotros tenemos el concepto religioso de que Dios es el Todopoderoso, por lo cual nos sentimos constreñidos a adorarle. Pero díganme los hermanos casados, ¿es eso lo que esperan de sus esposas? Supongamos que su esposa tuviera el concepto de que usted es enorme y que tiene un cuerpo gigantesco, y por eso se le acercara con una actitud de adoración, inclinándose y arrodillándose para adorarle. ¿Qué le diría usted? Seguramente le diría: “Querida esposa, no seas tonta. No necesito a alguien que me adore, sino a una querida esposa que me abrace y me bese. Si tan solo me dieras un besito, me elevaría por el aire”. Ciertamente nuestro Dios es el Dios Todopoderoso, y nosotros Sus criaturas debemos adorarle; muchos versículos de la Biblia nos hablan de esta clase de adoración a Dios. Sin embargo, ¿nunca ha leído en los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Oseas, que Dios desea ser un esposo? En la antigüedad el pueblo de Dios edificó el templo y estableció un sistema de adoración que incluía el sacerdocio y los sacrificios. Cierto día Dios intervino y habló por medio del profeta Isaías, diciendo: “Estoy cansado de esto. Estoy hastiado de vuestros sacrificios. Quiero vuestro amor. Yo soy vuestro Esposo y vosotros debéis ser Mi esposa. Deseo tener una vida matrimonial. Estoy solo, os necesito. Os necesito como Mi pueblo escogido para que sean Mi esposa”.
Entre los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento se encuentra un libro llamado el Cantar de los cantares. Este libro presenta más que un simple romance; habla de un romance fantástico. ¿Ha leído alguna vez de un romance que pueda compararse con el Cantar de los cantares? De acuerdo con mi apreciación, el Cantar de los cantares es el romance más fino jamás escrito, en el cual se habla de dos personas enamoradas. En el Cantar de los cantares vemos a una mujer enamorada de un hombre y exclamando: “¡Oh, si me besara con los besos de su boca! De esto tengo sed”. Inmediatamente su amado se le acerca, y ella deja de hablar acerca de su amado y empieza a dirigirse directamente a él (Cnt. 1:2-3), diciendo: “Tu nombre es dulce” . “Mejores son tus amores que el vino”. “Atráeme, amado mío. No me des enseñanzas, atráeme hacia Ti. No necesito un pastor ni un predicador; no necesito a un líder ni a un apóstol; necesito que me atraigas a Ti. Atráeme; en pos de ti correremos”. ¡Qué romance tan maravilloso!
En el caso de Adán y Eva vemos que dicha pareja provino de la misma fuente y que tenía la misma naturaleza, vida y vivir. En los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Oseas, vemos que Dios desea tener una esposa que viva juntamente con Él. Dios anhela tener una vida de matrimonio, con el fin de que la divinidad viva juntamente con la humanidad. Pero Su pueblo le ha fallado. Sin embargo, en el Cantar de los cantares encontramos la verdadera vida matrimonial. ¿Cuál es el secreto de tal romance? El secreto consiste en que la esposa debe tomar al esposo no sólo como su vida y su vivir, sino también como su persona.
Como indicamos en el entrenamiento informal de 1972, el Señor usó varias figuras retóricas en el Cantar de los cantares para caracterizar a la mujer que le buscaba mientras ella pasaba por las diferentes etapas de su crecimiento en vida. La primera figura que Él usó fue una compañía de caballos (Cnt. 1:9). Los caballos son fuertes y están llenos de energía y personalidad, y siempre buscan su propia meta. Gradualmente, por la obra del amor, esta mujer que le anhelaba, cambió: dejó de ser una compañía de caballos y se convirtió en un lirio fragante, hermoso y floreciente (2:2). La mujer que le buscaba fue transformada en un lirio carente de voluntad, emoción y personalidad. Finalmente, llegó a ser una columna. Aunque la palabra columna denota algo fuerte, la mujer fue comparada con una columna de humo (3:6), y no con una de mármol. Ella fue transformada en una columna de humo que permanecía firme e inmutable en el universo, aunque a la vez era muy flexible. Me gusta ver que las esposas jóvenes sean columnas de humo y que digan: “Mi voluntad se halla en el corazón de mi esposo, mi emoción está en él, y mi mente está en la suya. Yo soy simplemente una columna de humo”. Dicha columna no tiene personalidad propia; no tiene mente, emociones ni voluntad. Cuando el esposo dice a tal esposa: “Vámonos”, ella en seguida obedece. Por el contrario, si el esposo dice: “Permanezcamos aquí por la eternidad”, ella no antepondrá problema alguno. No obstante, los informes que recibo acerca de los matrimonios jóvenes dicen todo lo contrario. Si el hermano dice: “Vámonos”, la esposa se resiste a obedecer. Y si el esposo dice: “Quedémonos”, la esposa insiste en irse. Ella es todavía como una yegua salvaje de Egipto que tira de los carros de Faraón. Es posible que tal hermana busque al Señor, pero aún trae arrastrando los carros de Faraón. Ella necesita dejar su carga. ¿Cómo puede lograr esto? Lo hace liberándose de su mente, emociones y voluntad, y convirtiéndose en una columna de humo.
La mujer que buscaba a su amado en el Cantar de los cantares finalmente llegó a ser un palanquín para transportar a aquél a quien amaba (v. 9). Ella había logrado negarse a sí misma, negar su persona; y su amado, Cristo el Señor, llegó a ser la Persona dentro de su ser. Ella misma se convirtió en un palanquín que transportaba a la Persona de Cristo. Más tarde, ella llegó a ser un huerto en el cual se cultivaba algo para la satisfacción de su amado (4:12-13). Finalmente, se convirtió en una ciudad (6:4), la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2), dejando su persona misma, reemplazándola con la poderosa Persona de Cristo en ella. ¡Alabado sea el Señor! Éste es el romance santo.
Ahora veamos la manera en que se presenta este romance en el Nuevo Testamento.
Sin lugar a dudas, los Evangelios nos presentan una narración completa acerca de Cristo como nuestro Salvador. Sin embargo, ¿se ha dado usted cuenta de que los cuatro Evangelios (Mt. 9:15; Mr. 2:19; Lc. 5:34; Jn. 3:29) también nos muestran que Cristo vino como el Novio? Él vino en busca de Su esposa. Cuando los discípulos de Juan el Bautista vieron que muchos abandonaban a Juan para seguir al Señor Jesús, Juan mismo les dijo que eso no los debía perturbar, porque el incremento, es decir, los seguidores, le pertenecía a Cristo, quien era el Novio (v. 30). El Novio ha venido por la novia. ¿Qué es la novia? Es el incremento de Cristo. Cada uno de los cuatro Evangelios presenta a Cristo como el Novio que viene en busca de la novia.
Las epístolas del Nuevo Testamento claramente describen y comparan a Cristo y la iglesia con el esposo y la esposa (Ef. 5:25-32; 2 Co. 11:2). Si conocemos la revelación que las Epístolas nos presentan, estaremos de acuerdo en que éstas revelan a Cristo como nuestro Esposo y a los creyentes como Su complemento, es decir, Su esposa. Debemos ser uno con Él, en cuanto a la fuente de donde provenimos, en cuanto a la vida, a la naturaleza, y aun en cuanto a nuestro vivir diario.
En el libro de Apocalipsis Cristo es revelado celebrando Sus bodas (Ap. 19:7) y la Nueva Jerusalén es presentada como Su esposa (21:2, 9). En el capítulo 19 de Apocalipsis vemos que Cristo disfrutará de Su fiesta de bodas, y en el capítulo 21 se nos dice que la Nueva Jerusalén será Su esposa. Los últimos dos capítulos de la Biblia, Apocalipsis 21 y 22, nos muestran que la máxima consumación de toda la Biblia reside en esta pareja universal: el esposo y la esposa.
Además, la Biblia nos dice que esta pareja, formada por estas dos personas, es una sola carne (Gn. 2:24; Ef. 5:31). Adán y Eva eran una sola carne; por eso, eran también un solo hombre. Cristo y Su pueblo escogido constituyen un solo hombre corporativo y universal; Cristo el Esposo es la Cabeza (4:15) y la iglesia, la esposa, es el Cuerpo (1:22-23). Con el tiempo estos dos llegan a ser un solo hombre corporativo, todo-inclusivo y universal. En Efesios 5 la iglesia es presentada como la esposa, y en Efesios 1 es presentada como el Cuerpo de Cristo. Ella es la esposa de Cristo y Su Cuerpo. Cristo es su Esposo así como también su Cabeza. De manera que Cristo y la iglesia constituyen un solo hombre corporativo y universal. Éste es el tema medular de la revelación divina contenida en la Palabra de Dios: una pareja y un hombre. En esta pareja el Dios Triuno es el Esposo, y Su pueblo escogido es la esposa. En este hombre Cristo es la Cabeza, y Su pueblo escogido es el Cuerpo. Ésta es la revelación central de toda la Biblia. En la pareja el aspecto principal es el amor, y en el hombre el aspecto principal es la vida. El amor es lo prevaleciente con respecto a Cristo y la iglesia como pareja, y la vida es lo predominante en cuanto a Cristo y la iglesia como hombre.
El Antiguo Testamento predice a Cristo en forma de profecías, ya sea en palabras claras, tipología, figuras o sombras. Si leemos el Antiguo Testamento cuidadosamente, descubriremos muchas clases de profecías claras y patentes acerca de Cristo. El Antiguo Testamento anunció de quién nacería el Cristo y predijo también el lugar de Su nacimiento y muchos otros eventos de Su vida. Podemos encontrar una gran cantidad de versículos que profetizan acerca de Él. Además de dichas profecías hay tipos, figuras y sombras que revelan y describen a Cristo con lujo de detalle. Así que, el Antiguo Testamento es considerado una revelación de Cristo (Lc. 24:27, 44; Jn. 5:39).
El Antiguo Testamento también da predicciones acerca de la iglesia, aunque no en palabras claras, sino en tipos, figuras y sombras. La iglesia nunca fue mencionada específicamente en palabras claras en el Antiguo Testamento; más bien, era un misterio escondido (Ef. 3:3-6). No obstante, fue predicha por medio de un gran número de tipos, figuras y sombras. Los tipos y sombras se dividen principalmente en dos categorías. La primera se compone de las esposas de todos los hombres que tipificaron a Cristo. Eva era un tipo de la iglesia (5:31-32). Rebeca, la esposa de Isaac, también tipificaba a la iglesia (Gn. 24). Rut tipificaba a la iglesia (Rt. 4), así como la sulamita en el Cantar de los cantares (Cnt. 6:13). En el idioma hebreo, sulamita es el género femenino de Salomón, o sea, los dos tienen el mismo nombre, uno es Salomón en masculino y el otro es también Salomón, pero en femenino. Esta sulamita era también un tipo de la iglesia. La segunda categoría incluye el tabernáculo y el templo; ambos eran tipos de la iglesia. Aunque la iglesia no fue mencionada en el Antiguo Testamento con palabras claras y patentes, fue tipificada de una manera completa.
¿Qué podemos decir del Nuevo Testamento? El Nuevo Testamento es el cumplimiento del Antiguo Testamento. Todo lo que el Antiguo Testamento predijo con respecto a Cristo y a la iglesia fue plenamente cumplido en el Nuevo Testamento.
Los cuatro Evangelios constituyen una biografía viviente de una Persona maravillosa, pues revelan al Cristo individual, la maravillosa Persona que vino a cumplir el Antiguo Testamento. Tal vez usted haya leído los Evangelios sin percatarse de los muchos aspectos acerca de Cristo que se revelan en ellos. En los Evangelios de Mateo y Juan, se presentan por lo menos sesenta aspectos acerca de Cristo. Como hemos indicado en ocasiones anteriores, en el primer capítulo de Mateo vemos que Cristo es Jesús, Jehová el Salvador, y Emanuel, esto es, Dios con nosotros. En el capítulo 4 Él es revelado como una gran luz. En los capítulos siguientes lo vemos como Aquel que es superior a David, Aquel que es mayor que el templo, que Salomón y que Jonás, el Moisés viviente con los preceptos actuales, y el Elías viviente quien cumple las profecías. Al leer el libro de Mateo cuidadosamente, encontraremos por lo menos treinta aspectos más de Cristo. Éstos se mencionan en el primer estudio-vida que hicimos sobre Mateo. Cristo es el verdadero David, Moisés, Salomón e incluso el verdadero templo. Cristo lo es todo. En el Evangelio de Juan podemos encontrar veinte ó treinta aspectos más del Señor. Por ejemplo, Cristo es la luz, el aire, el agua, el alimento, el Pastor, la puerta y los pastos. Cristo es todo-inclusivo: Él es verdaderamente la realidad de todo. ¿Ha recibido usted esta visión acerca de Cristo? Es verdad que Él es nuestro Salvador, pero Él es mucho más que eso. Él lo es todo. ¡Cristo es maravilloso!
Nadie puede decir en definitiva lo que Cristo es. Si usted dijera que Él es Dios, yo le diría que Él es un hombre, y si usted dijera que Él es un hombre, yo le contestaría que Él es Dios. Si usted dijera que Él es el Hijo de Dios, yo afirmaría que es Dios el Padre, pero si usted declarara que Él es Dios el Padre, yo proclamaría que Él es Dios el Espíritu. Y si usted asegurara que Él es el Creador, yo diría que es el Redentor. ¡Cristo lo es todo!
Después de los Evangelios se encuentra el libro de los Hechos. ¿Qué es el libro de los Hechos? En Hechos vemos la propagación, el incremento y el agrandamiento de esta Persona maravillosa, quien estaba limitada y encerrada en un pequeño hombre, Jesús. Pero en Hechos Él se ha reproducido, incrementado y agrandado. Él se incrementó al entrar en Pedro, Juan, Jacobo, Esteban, e incluso en Saulo de Tarso. Él se propagó al entrar en decenas de miles, y aun en cientos de miles de creyentes, logrando que todos ellos fueran hechos parte de Él. En conjunto, todos estos creyentes juntamente con Él llegaron a ser el Cristo corporativo. Por lo tanto, podemos decir que en los cuatro Evangelios tenemos al Cristo individual, pero en Hechos tenemos al Cristo corporativo. Al final de Hechos vemos tanto al Cristo individual como al Cristo corporativo. Sin embargo, no sabemos cómo el Cristo individual puede convertirse en el Cristo corporativo. ¿Cómo podemos nosotros, una gran multitud de creyentes, llegar a formar parte de Cristo?
Veamos lo que el libro de Romanos nos dice con respecto a esto. Romanos nos explica la manera en que el Cristo individual llega a ser el Cristo corporativo, y cómo nosotros, quienes éramos pecadores y enemigos de Dios, podemos ser parte de Cristo y constituir así Su único Cuerpo. El libro de Romanos nos ofrece una definición completa de este hecho, revelando detalladamente la vida cristiana y la vida de iglesia. Así que, podemos acudir al libro de Romanos para ser adiestrados en la vida cristiana y en la vida de iglesia. Romanos nos proporciona un esquema de estos dos asuntos. Ahora sabemos la posición que ocupa el libro de Romanos en la Biblia.
Aquí debemos estudiar las diferentes secciones del libro de Romanos. El Señor nos ha revelado ocho palabras claves que denotan las ocho secciones de este libro: introducción, condenación, justificación, santificación, glorificación, elección, transformación y conclusión. Debemos tener presentes estas ocho palabras. Nunca había visto dicho esquema de Romanos hasta que recientemente el Señor me lo concedió. Aunque hace veintidós años conduje un estudio minucioso del libro de Romanos con los santos en Taiwán, debo reconocer que el bosquejo que entonces utilicé, ahora me parece demasiado viejo. Pero el bosquejo basado en las ocho palabras que marcan las ocho secciones, es nuevo y actualizado. Debemos prestar mucha atención al contenido de estas ocho secciones.
La introducción (1:1-17) define el tema del libro de Romanos, que es: el evangelio de Dios. Éste constituye el contenido de la introducción. En el próximo mensaje veremos lo que es el evangelio de Dios.
Después de la introducción tenemos la sección sobre la condenación (1:18-3:20), la cual nos muestra la necesidad que tenemos de la obra salvadora de Dios. Todos estamos desahuciados y nos encontramos sin esperanza bajo la condenación de Dios. Por lo tanto, necesitamos Su salvación.
La tercera sección, la justificación (3:21—5:11), revela lo que la salvación logró. En relación con la justificación tenemos otros tres elementos: la propiciación, la redención y la reconciliación. Los examinaremos cuando lleguemos al capítulo 3. Por ahora, sólo hablaré brevemente al respecto. La obra justificadora de Dios depende de la redención que Cristo realizó. En otras palabras, sin la redención Dios no tendría la manera de justificar a los pecadores. Por lo tanto, podemos afirmar que la justificación depende de la redención, y que ésta tiene un aspecto principal, la cual es la propiciación, que sirve como su estructura principal. La propiciación es la parte principal de la redención de Cristo porque nosotros los pecadores teníamos una gran deuda con Dios. Debido a esta gran deuda nos encontrábamos en un problema muy grave. Pero tal problema vino a quedar resuelto por Cristo mediante Su sacrificio propiciatorio. En virtud de que esta propiciación resolvió nuestros problemas con Dios, recibimos la redención. Ahora Dios tiene la base legal para justificarnos fácilmente gracias a la obra redentora de Cristo. Así que, la justificación depende de la redención, cuya parte principal es la propiciación. ¿Qué es entonces la reconciliación? La reconciliación es el resultado de la justificación. Todo esto ha sido cumplido. ¡Aleluya! Aunque por ahora usted no entienda claramente todos estos términos, puede decir al Señor: “Señor, no entiendo todos estos términos, pero te alabo porque todo esto ha sido realizado”.
La justificación nos lleva a Dios. De hecho, no sólo nos lleva a Él, sino que también nos introduce en Dios. Por lo tanto, podemos disfrutarle plenamente. La versión King James usa la frase nos regocijamos en Dios (5:11). No sólo nos regocijamos en Dios, sino que lo disfrutamos. Dios mismo es nuestro disfrute. En esto consiste la justificación.
Después de esto tenemos la santificación (5:12—8:13). ¡Cuán bueno es estar en Dios y disfrutarle! Sin embargo, no debemos mirar nuestra condición. Muchas veces, mientras me encontraba disfrutando a Dios, alabándole y participando de Sus riquezas, el sutil enemigo vino y me dijo: “Mira tu condición; recuerda cómo trataste a tu esposa esta mañana”. En el momento que yo aceptaba su acusación, descendía del cielo al infierno y me sentía profundamente desanimado. A veces yo estaba en mi habitación alabando al Señor, y mi esposa se encontraba en la cocina preparando la comida, cuando Satanás me acusaba de cómo había tratado a mi esposa esa mañana. Por eso, tenía miedo de que ella escuchara mis alabanzas y viniera a callarme, diciendo: “¿Cómo te atreves a alabar al Señor, no te acuerdas cómo me trataste en la mañana?” Después de ser justificados, necesitamos ser santificados.
¿Qué significa ser santificado? De nuevo podemos usar el ejemplo del té. Si agregamos té en una taza de agua pura, el agua absorberá el té, es decir, el agua será “teificada”. En el mejor de los casos, nosotros somos agua pura, aunque tal vez no seamos tan puros, sino sucios. Aun si fuéramos agua pura, nos faltaría el sabor, esencia y color del té. Necesitamos que el té entre en nuestro ser. Cristo mismo es el té celestial y está en nosotros, ¡Aleluya!
Recientemente les hice saber a los santos en la ciudad de Anaheim que nuestro Dios es revelado progresivamente a lo largo del libro de Romanos. En el capítulo 1 Él es el Dios que lo creó todo; en el capítulo 3, es el Dios que redime; en el capítulo 4, es el Dios que justifica; en el capítulo 5, es el Dios que reconcilia, y en el capítulo 6, el Dios que identifica. Al llegar al capítulo 8 vemos que nuestro Dios ahora está dentro de nosotros. ¡Cristo está en nosotros! (Ro. 8:10). Ya no es solamente el Dios que obra en creación, redención, justificación, reconciliación e identificación, sino que Él está ahora en nosotros, en nuestro espíritu. Cristo está en nosotros llevando a cabo la obra de transformación y santificación, tal como el té que, al ser inmerso en el agua, infunde su elemento en ella, para que finalmente el agua sea totalmente “teificada”, esto es, para que tenga la apariencia, el sabor y el olor del té verdadero. Si le sirviera a usted un poco de esta bebida, le estaría sirviendo té y no simplemente agua.
Si yo les preguntara a ustedes si están justificados o no, todos responderían: “¡Aleluya!” “Fuimos justificados gracias a que Cristo realizó la redención. Dios nos reconcilió y ahora lo disfrutamos”. Esto es maravilloso. Sin embargo, ¿qué diremos acerca de la santificación? ¿Ya están ustedes santificados? Si algunos de los hermanos casados afirman estar santificados, probablemente sus esposas no estarían de acuerdo y dirían: “Los hermanos ciertamente han sido justificados, pero dudamos que hayan sido santificados”. Hermanos, ¿han sido sus esposas santificadas? Esposas, creen que sus esposos ya están santificados? Algunas pueden decir que sus esposos han sido santificados un poquito. Otras pueden sentir que ellos han mostrado cierta mejoría. Pero yo no estoy hablando de mejorar, sino de ser santificados, es decir, de que Cristo sea forjado dentro de nuestro ser, tal como la esencia, el sabor y el color del té satura el agua. En esto consiste la santificación.
La siguiente sección del libro de Romanos trata de la glorificación (8:14-39), la cual revela el propósito de la salvación de Dios. Después de la santificación, se necesita la glorificación. Nuestro cuerpo necesita ser glorificado. Aunque un hermano sea muy santo, todavía necesita que su cuerpo sea glorificado, debido a los defectos y limitaciones del cuerpo físico. Cuando el Señor Jesús regrese, seremos glorificados. Por ejemplo, ahora tengo que usar lentes gruesos y peculiares, pero cuando el Señor venga, me glorificará. En aquel entonces no sólo habremos sido justificados y santificados, sino que seremos glorificados, es decir, nuestro cuerpo será redimido. La glorificación es la plena redención de nuestro cuerpo.
Esta glorificación revela el propósito de la obra salvadora de Dios, el cual es producir muchos hermanos para Cristo. Originalmente Cristo era el Hijo unigénito de Dios, pero ahora, el Unigénito es el Primogénito. Todos nosotros pasaremos por un proceso que nos hará los muchos hermanos de Cristo y los muchos hijos de Dios. En el siguiente mensaje veremos que Cristo es el prototipo y que nosotros somos Su reproducción, una producción en serie. Aquel pequeño Jesús fue procesado y designado como el Hijo de Dios, y nosotros de la misma forma estamos siendo procesados para ser designados como los muchos hijos de Dios. Él es el Hijo primogénito, y nosotros somos Sus muchos hermanos. Éste es el propósito de la salvación de Dios.
Después de la glorificación, llegamos a la elección, la cual revela la economía de la salvación (9:1—11:36). Dios tiene un propósito y una economía. Su economía tiene como fin el cumplimiento de Su propósito. Dios es muy sabio y lo dispone todo con el fin de cumplir Su propósito. Él sabe lo que está haciendo. Él sabe quiénes son Sus escogidos y cuál es el momento justo para llamarlos. Con respecto a Dios, el objetivo de la elección es cumplir Su propósito, en cuanto a nosotros, dicha elección constituye nuestro destino.
Después de la etapa de la elección, viene la sección relacionada con la transformación, la cual revela la práctica de la vida en la esfera de la salvación (12:1—15:13). En esta sección vemos la práctica vital de todo lo que el proceso de la vida produjo. Todo lo producido en la sección de la santificación se pone en práctica en la sección de la transformación. Con el tiempo, la santificación se convierte en la transformación. En cierto sentido estamos en el proceso de la santificación, pero en otro, también nos encontramos en el proceso de la transformación. Estamos en el proceso y práctica de esta vida con el fin de poder vivir de manera práctica la vida del Cuerpo y tener un diario vivir apropiado. Cada aspecto de la vida apropiada del creyente y de la vida de iglesia adecuada, se encuentra incluido en la sección de la transformación. Mientras somos santificados, también estamos en el proceso de ser transformados de una forma a otra y de un aspecto a otro. ¡Alabado sea el Señor porque todos nos encontramos en el proceso vital de la santificación para la práctica vital de la transformación!
La última sección del libro de Romanos es la conclusión, la cual alude a la máxima consumación de la salvación (15:14—16:27). Dicha consumación no es simplemente el Cuerpo, sino las iglesias locales como las expresiones del Cuerpo. ¡Aleluya! El libro de Romanos comienza con el evangelio de Dios y concluye con las iglesias locales. En Romanos no tenemos la iglesia local simplemente en doctrina, sino las iglesias locales en la práctica. Veremos en mensajes posteriores que en Romanos 16 se mencionan muchas iglesias.
En el libro de Romanos podemos encontrar tres estructuras principales: la salvación, la vida y la edificación.
La primera de estas estructuras es la salvación, y se encuentra revelada en Romanos 1:1—5:11, y en 9:1—11:31. La salvación incluye la propiciación, la redención, la justificación, la reconciliación, la elección, y la predestinación. Dios nos predestinó en la eternidad pasada. Luego, nos llamó, nos redimió, nos justificó y nos reconcilió consigo mismo. De esta manera, tenemos una salvación completa.
Debemos conocer la diferencia que existe entre la redención y la salvación. La redención es lo que Cristo realizó a los ojos de Dios, y la salvación es lo que Dios ha llevado a cabo en nosotros tomando como base la redención de Cristo. La redención es objetiva, mientras que la salvación es subjetiva. Cuando la redención se convierte en nuestra experiencia, llega a ser la salvación.
La salvación es para la vida revelada en Romanos 5:12—8:39. En esta sección la palabra vida se usa por lo menos siete veces, y según el capítulo 8, esta vida es cuádruple, lo cual estudiaremos cuando lleguemos a dicho capítulo.
En la última parte del libro de Romanos, del 12:1 al 16:27, se habla de la edificación, esto es, del Cuerpo de Cristo expresado por medio de todas las iglesias locales. La salvación es para la vida, y la vida es para la edificación. Así que, las tres estructuras principales del libro de Romanos son la salvación, la vida y la edificación.