Mensaje 15
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Lectura bíblica: Ro. 8:1-6
En este mensaje continuaremos nuestro estudio sobre Romanos 8:1-6. Ya vimos que Romanos 8 presenta un acentuado contraste con Romanos 7. En Romans 7 vemos la esclavitud o servidumbre de la ley en nuestra carne, y en Romanos 8 vemos la libertad del Espíritu en nuestro espíritu. Al llegar al capítulo 8, dejamos la esclavitud de la carne y llegamos a la libertad en el Espíritu.
Al final de Romanos 7 Pablo clamó: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (v. 24). Pablo empezó el capítulo 8, diciendo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (v. 1). En el libro de Romanos vemos dos clases de condenación: la objetiva, que viene de Dios, y la subjetiva, que viene de nosotros mismos. Vemos la condenación objetiva en los primeros capítulos de Romanos, por ejemplo en 3:19, donde dice que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios. Así que, la condenación objetiva es el resultado de estar bajo el justo juicio de Dios. Este tipo de condenación lo resuelve completamente la sangre redentora de Cristo, porque esta sangre nos salvó del juicio de Dios.
La condenación interna y subjetiva se encuentra en el capítulo 7. Cuando Pablo clamó: “¡Miserable de mí!”, él no estaba experimentando la condenación que venía de Dios, sino la condenación que provenía de sí mismo, esto es, la autocondenación de uno que trata de guardar la ley de Dios. Esta condenación viene de la persona misma, y no de Dios. Cuanto más intentemos hacer el bien y cumplir la ley, más condenación tendremos en nuestro interior. Si usted es una persona descuidada y nunca se esfuerza por hacer el bien, no experimentará este tipo de condenación. Pero si usted dice: “Debo ser una persona recta e intachable”, sufrirá la condenación que proviene de su interior. Cuanto más usted procure mejorar su conducta, más autocondenación habrá en usted. La condenación que vemos en Romanos 7 es la de una persona que no está en Cristo, aunque también la experimentan muchos creyentes que intentan guardar la ley después de ser salvos. Este tipo de condenación no viene de Dios. Dios diría: “Hijo necio, no es Mi deseo que tengas ese tipo de condenación sobre ti mismo; tú te buscas ese tipo de problemas”. Muchos cristianos, a pesar de haber resuelto el problema de la condenación objetiva, se han creado para sí mismos el problema de la condenación interna. Algunos llegan a sentirse tan condenados que aun pierden el apetito y el sueño. He oído de algunos que incluso llegan a desarrollar problemas mentales por causa de dicha condenación subjetiva. Algunos hermanos se condenan a sí mismos severamente por no amar a su esposa, y algunas esposas se condenan por no amar a su esposo. Finalmente, la sensación de la condenación subjetiva llega a tal extremo que algunos aun experimentan desordenes mentales. Tales personas se encuentran bajo un enorme peso de autocondenación.
Pablo, después de clamar acerca de su miseria al final del capítulo 7, declaró victoriosamente: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Esto quiere decir que lo que él experimentó en el capítulo 7 no era la experiencia que se tiene en Cristo. Pero sin Cristo, o aparte de Él, Pablo luchó basado en la ley del bien en su mente, esforzándose por guardar la ley y agradar a Dios; pero fue completamente derrotado por la ley del pecado. Esto ocurrió antes de que él estuviera en Cristo. Así que, Pablo se condenó a sí mismo. Él tenía una profunda convicción de la condenación interna y subjetiva. Pero “ahora”, “en Cristo Jesús”, no existe más esta clase de condenación. Pablo ya no tenía condenación porque en Cristo no tenía la obligación de guardar la ley por sí mismo, un esfuerzo que producía en él la autocondenación; además, en Cristo tenía la ley del Espíritu de vida, una ley que es mucho más poderosa que la ley del pecado y que lo había librado de la ley del pecado. Más aún, Pablo no tenía condenación, no debido a la sangre redentora de Cristo que eliminó la condenación objetiva, sino debido a la ley del Espíritu de vida que había introducido la libertad del Espíritu en su espíritu, eliminando así toda su condenación subjetiva; y, finalmente, Pablo no tenía condenación porque había sido librado tanto de la ley de Dios como de la ley del pecado.
En Romanos 8 Pablo no dice que no hay condenación en Cristo porque la sangre de Jesús le ha limpiado. Esta clase de condenación no se soluciona con la sangre de Cristo. Somos libres de la condenación subjetiva, no por causa de la sangre de Cristo que nos limpia, sino por causa de la propia ley que nos libra. Hay una ley que nos libra de la condenación interior. Esta ley tiene un enorme poder sobre cualquier otra ley. Aunque tenemos la ley de Dios que actúa fuera de nosotros imponiéndonos mandamientos, la ley del bien que reside en nuestra mente y que concuerda con la ley de Dios, y la ley del pecado que está en nuestros cuerpos, batallando contra la ley del bien y venciéndola, todavía debemos alabar al Señor porque en nuestro espíritu mora la ley del Espíritu de vida. Ninguna otra ley puede vencer a ésta. ¿Quién puede vencer al Espíritu de vida? Nada ni nadie puede vencerlo. Esta ley del Espíritu de vida es el poder espontáneo del Espíritu de vida. Ésta es la ley más poderosa de todo el universo. Ésta es la ley que ahora está en nosotros y que es capaz de hacernos libres.
¿Cómo nos libra la ley del Espíritu de vida? Lo hace de una forma extraordinaria. En la antigüedad, de acuerdo con el método de guerra antiguo, los soldados sitiados por las tropas enemigas debían luchar hasta el final. En las guerras modernas no es así. Si nos encontramos rodeados por el enemigo, no necesitamos pelear hasta morir; tenemos la opción de ser rescatados por vía aérea. Así que, podemos decir a Satanás: “Satanás, comparado conmigo tú eres poderoso, pero, ¿no sabes que yo tengo a un Dios maravilloso que está tanto en mi espíritu como en los cielos? Tal vez me es difícil para mí ir a los cielos, pero para Él es muy fácil. Él no solamente está en mí, sino también en los cielos. Satanás, no tengo necesidad de pelear contra ti, sólo me basta con decir: ‘Alabado sea el Señor’ y de inmediato estoy en el tercer cielo. Satanás, tú y tu ejército están bajo mis pies, y yo estoy libre”.
Si usted piensa que esto no es más que una simple teoría, permítame explicárselo prácticamente. Supongamos que hay una hermana que desea someterse a su esposo conforme a Efesios 5. Ella dirá: “Amo esta palabra. Es muy dulce y santa. Quiero someterme a mi esposo”. Esto es sólo el ejercicio mental de su esfuerzo por cumplir el mandamiento dado en Efesios 5. No obstante, cuando ella se resuelve a practicar esto, algo extraño sucede. Parece que todo el ambiente en torno suyo cambia, y ocurre algo totalmente opuesto a la sumisión. Su esposo, que siempre era amable y tierno con ella, en la misma mañana en que ella decide someterse a él, se vuelve muy hostil. Con gran desilusión ella no logra cumplir el mandamiento. Entonces Satanás viene contra ella, sitiándola y atacándola. Cuanto más ella trata de contener la irritación que siente por causea de la conducta de su esposo, más se enoja, hasta que finalmente se le acaba la paciencia y pierde el control. Todo su esfuerzo e intento ha sido en vano. Esta hermana es derrotada por haber usado la estrategia equivocada. Cuando nos veamos rodeados por el enemigo, debemos desistir de todo intento de pelear por nuestros propios esfuerzos, y decir: “¡Alabado sea el Señor! ¡Amén!” E inmediatamente trascenderemos y estaremos por encima de toda la situación. Los enemigos, incluso los que nos irritan, quedarán bajo nuestros pies. Si usted no cree esto, le pido que haga la prueba. Esta estrategia funciona, y es la más “moderna” y prevaleciente arma contra el enemigo. Como resultado de esto, habrá alabanza y no condenación. ¿Por qué hay alabanza y liberación en lugar de condenación? Porque la ley del Espíritu de vida nos libra de la ley del pecado y de la muerte.
Para las dos diferentes clases de condenación hay dos soluciones distintas. La sangre del Cristo crucificado da solución a la condenación objetiva, y el Espíritu de vida, o sea el Cristo procesado como el Espíritu vivificante, el cual está en nuestro espíritu, pone fin a la condenación subjetiva. Cuando experimentemos la condenación subjetiva, sólo necesitamos alabar al Señor, e inmediatamente trascenderemos a dicha condenación. En ese momento, no debemos orar, porque cuanto más oremos, más condenación experimentaremos. Tampoco debemos decir: “Señor, aplico Tu sangre”. Eso no es el remedio para esa clase de situación. Hacer esto equivaldría a recetar la medicina equivocada para cierta enfermedad. Cuando nos encontramos bajo la condenación subjetiva, necesitamos al Espíritu de vida. “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.
Esta experiencia no la tenemos aparte de Cristo, sino exclusivamente en Cristo. Sólo en Cristo, y no en Adán ni en nosotros mismos, tenemos al Espíritu de vida, quien es Cristo mismo como Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. En Cristo nuestro espíritu ha sido vivificado con Él mismo como vida. Ya que estamos en Cristo, el Espíritu de vida, quien es Cristo mismo, mora en nuestro espíritu y se mezcla con éste haciendo de los dos uno solo. En Cristo tenemos nuestro espíritu vivificado, la vida divina y al Espíritu de vida. En Cristo, estas tres entidades —nuestro espíritu, la vida divina y el Espíritu de vida— son mezclados como una sola entidad. En Cristo y con esta entidad mezclada, se encuentra este poder espontáneo, que es la ley del Espíritu de vida, el cual continuamente nos libra de la ley del pecado y de la muerte al andar nosotros conforme al espíritu mezclado.
Esta experiencia no es una vez y para siempre; más bien, debe ser una experiencia diaria y continua. Día tras día y momento tras momento necesitamos vivir en el espíritu mezclado, andar conforme a este espíritu y fijar nuestra mente en este maravilloso espíritu, olvidando nuestros intentos de guardar la ley de Dios y de hacer el bien para agradar a Dios. Pues desde el momento en que volvamos a nuestra vieja y habitual manera de esforzarnos por hacer el bien, inmediatamente nos aislaremos de la poderosa ley del Espíritu de vida. Debemos acudir al Señor pidiéndole que nos conceda permanecer siempre en nuestro espíritu, para que así podamos disfrutar de la libertad de la ley del Espíritu de vida.
Romanos 8:3 dice: “Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Este versículo dice que hay una imposibilidad relacionada con la ley, refiriéndose no a la ley del Espíritu de vida, en la cual no existe ninguna imposibilidad, sino a la ley de Dios que está fuera de nosotros. Existe una imposibilidad relacionada con la ley de Dios porque esta ley es débil por causa de la carne. La carne es el factor de debilidad que produce la imposibilidad mencionada en Romanos 8:3.
El sujeto de Romanos 8:3 es Dios. Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne. Este versículo es el más profundo de Romanos 8 y es muy difícil de entender.
¿Qué es la “carne de pecado”? La carne de pecado es nuestro cuerpo. La “carne de pecado” de 8:3 se relaciona con la expresión el cuerpo de pecado mencionado en 6:6, donde se nos dice que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo para que “el cuerpo de pecado” sea anulado. ¿Por qué nuestro cuerpo es llamado “el cuerpo de pecado” y “carne de pecado”? Porque, como vimos en Romanos 7, el pecado mora en nuestro cuerpo. Por cuanto nuestro cuerpo es el lugar donde reside el pecado, es llamado “el cuerpo de pecado”. Debido a que nuestro cuerpo se convirtió en un cuerpo caído, es llamado “la carne”, esto es, “la carne de pecado”.
Nuestra debilidad en cuanto a guardar la ley de Dios se debe al cuerpo de pecado. Nuestro cuerpo es extremadamente débil en guardar la ley de Dios. Aunque nuestra mente desea guardarla, nuestro cuerpo no tiene la capacidad para hacerlo, pues es debilitado y paralizado por el pecado. El pecado es semejante a la poliomielitis que paraliza y deja lisiados los cuerpos de los niños. De igual manera nuestros cuerpos humanos fueron paralizados por el pecado. Este cuerpo de pecado es el factor básico de nuestra debilidad para cumplir la ley de Dios. Romanos 8:3 dice que la ley de Dios era débil por causa de la carne. ¿Por qué se ha vuelto débil la ley de Dios? Por causa de la carne. La ley de Dios nos impone mandamientos, pero el cuerpo de los pecadores es incapaz de cumplirlos porque dentro de dicho cuerpo se encuentra el pecado, el factor debilitante.
Aunque el cuerpo de pecado o la carne de pecado es extremadamente débil en guardar la ley de Dios, sí es poderoso para cometer pecado. A menos que usted cuente con la misericordia y la gracia del Señor, es difícil que asista a las reuniones de la iglesia. Cuando se dispone a ir a la reunión de oración, tal vez diga: “No dormí bien anoche y tengo dolor de cabeza. Me siento muy cansado para asistir a esta reunión”. Pero, si alguien lo invita a ir al cine, el cuerpo de pecado se llena de energía y de poder. Así que, nuestro cuerpo es débil en relación con la ley de Dios, pero muy poderoso para cometer pecado. Por lo tanto, por causa de nuestro cuerpo de pecado, la ley de Dios es débil.
Debido a que la ley es débil por causa del cuerpo de pecado, ¿qué hizo Dios con respecto a esto? ¿Cómo enfocó Dios este problema? La ley de Dios nos presenta exigencias, pero fue debilitada por causa de la carne. El problema no reside en la ley misma, sino en el pecado y en la carne de pecado. El pecado es el transgresor, y la carne de pecado es su ayudante. Los dos trabajan juntos. Para resolver este problema, Dios tuvo que hacer algo con respecto al pecado y también a la carne. Aunque el problema principal es el pecado y no la carne, Dios tenía que terminar con ambos.
¿Cómo lo logró? Dios lo hizo de una manera tan maravillosa que las palabras humanas no nos alcanzan para explicarlo adecuadamente. Dios resolvió el problema enviando a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”. Dios fue muy sabio. Él sabía que no debía enviar a Su Hijo como la carne misma de pecado, porque si Él hubiera hecho eso, Su Hijo se habría involucrado con el pecado. Por lo tanto, Él envió a Su Hijo únicamente “en semejanza de carne de pecado”, tipificado por la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto (Nm. 21:9) y mencionada por el Señor Jesús en Juan 3:14, cuando dijo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”, indicando que la serpiente de bronce tipificaba a Él mismo, cuando Él fue a la cruz en nuestro lugar. Cuando Dios vio a Jesús clavado en la cruz, Él estuvo en la forma de la serpiente. ¿Quién es la serpiente? Satanás. ¿Qué es el pecado que fue inyectado en el cuerpo del hombre, transmutándolo así en carne de pecado? Es la naturaleza misma de Satanás. Así que la expresión la carne de pecado en realidad significa la carne con la naturaleza de Satanás. La Biblia dice que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo carne (Jn. 1:14). Sin embargo, esto de ninguna manera significa que Jesús se hizo carne adquiriendo así la naturaleza de Satanás, porque en Romanos 8:3 se afirma que Él fue enviado “en semejanza de carne de pecado”, lo cual indica que Jesús sólo tomó la “semejanza de carne” pero no su naturaleza pecaminosa. Además, en 2 Corintios 5:21, en referencia a Cristo, se nos dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado...” Aunque este versículo dice claramente que Cristo fue hecho pecado, esto no significa que Él fuera pecaminoso en Su naturaleza. Él tomó sólo la “semejanza de carne de pecado”. La serpiente de bronce tenía la forma de la serpiente, pero no el veneno de la misma. Tenía la forma serpentina sin su naturaleza. Cristo fue hecho pecado solamente en forma, pero dentro de Él no había pecado (5:21; He. 4:15). Él no tenía nada que ver con la naturaleza del pecado. Sólo fue hecho en la forma de la serpiente, “en semejanza de carne de pecado”, y todo esto lo hizo por nosotros.
Juan 12:31 dice: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”. Cuando el Señor Jesús declaró estas palabras, se refería a la muerte que iba a sufrir en la cruz, afirmando que el tiempo de Su crucifixión sería también el tiempo del juicio de Satanás, porque éste es el príncipe de este mundo cuyo juicio fue anunciado por el Señor en Juan 12:31. El Señor Jesús fue colgado en la cruz, pero a los ojos de Dios, ahí Satanás fue juzgado. Por lo tanto, Hebreos 2:14 dice que, mediante la muerte de Cristo, Dios destruyó a aquel que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, Satanás. Cristo destruyó a Satanás por medio de Su muerte en carne sobre el madero. En la cruz Cristo “en semejanza de carne de pecado” no sólo quitó el pecado como substituto de los pecadores, sino que también destruyó por completo a Satanás, el diablo, al ser crucificado en la forma de la serpiente.
Debido a la carne de pecado, la ley de Dios era débil. Por lo tanto, Dios tenía que terminar con la carne y con el pecado. Así que, Él envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”, es decir, en la forma de la serpiente. Cristo llevó la carne a la cruz y la crucificó allí. Todos los seres del mundo espiritual, tanto los ángeles como los espíritus malignos, conocen el significado de esto. Cuando entremos a la eternidad, miraremos hacia atrás y diremos: “Ahora entiendo cómo Satanás fue aniquilado por medio de la carne de Cristo en la cruz”. Satanás fue exterminado y totalmente destruido por medio de la misma carne de la cual Cristo se vistió, porque dicha carne era en la forma de la serpiente. Cuando la carne fue crucificada sobre el madero, Satanás fue completamente destruido.
Romanos 8:3 no sólo dice que Dios envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”, sino que también lo envió “en cuanto al pecado”. Algunas versiones interpretan la última expresión como una referencia a la ofrenda por el pecado, traduciéndola como “una ofrenda por el pecado”. Aunque esta interpretación no es equivocada, no transmite adecuadamente el pensamiento de Pablo. Aquí Pablo nos dice que Dios envió a Su Hijo no solamente “en semejanza de carne de pecado”, sino también “en cuanto al pecado”, esto es, para resolver todo lo relacionado con el pecado a fin de condenar el pecado y todo lo que se relacione con éste. Todo lo tocante al pecado fue condenado en la carne de Cristo sobre la cruz. Nunca debemos olvidarnos de que el pecado es la naturaleza misma de Satanás. La naturaleza de Satanás, es decir, el pecado, estaba en la carne, y Cristo se vistió de esta carne en la cual moraba el pecado, que es la naturaleza misma de Satanás. Luego Cristo llevó esta carne a la cruz y la crucificó allí. De esta manera fue condenado tanto el pecado como Satanás.
Satanás estaba deseoso por entrar en el cuerpo del hombre y se alegró al hacerlo, convirtiéndolo así en la carne, pues con esto consiguió un lugar de alojamiento. Pero por muy astuto que sea Satanás, nunca podrá superar a Dios en sabiduría. Dios es mucho más sabio que el maligno, pues envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado” donde moraba Satanás y condenó la carne de pecado en la cruz. Era como si Satanás hubiera pensado: “Ahora es el momento de entrar en el cuerpo del hombre”. Pero no se dio cuenta de que ese cuerpo era una trampa. Cuando Satanás fue atraído por el cebo, quedó atrapado. Podemos usar el ejemplo de una ratonera. Es difícil atrapar un ratón porque es muy veloz y siempre huye. Pero podemos ponerle un poco de cebo en la ratonera. Entonces el ratón entrará en la ratonera, atraído por ese cebo. Finalmente queda atrapado, y entonces fácilmente el hombre puede eliminarlo. De la misma forma, Satanás fue atrapado y destruido en la carne de Cristo en la cruz. Dios, al atrapar a Satanás de esta manera, solucionó dos problemas de una vez. Dios resolvió el problema del pecado, cuya naturaleza y fuente era Satanás, y el problema de la carne. ¡Alabado sea el Señor!
Romanos 8:4 dice: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. El hecho de que el versículo anterior concluye con una coma, indica que lo realizado en ese versículo es para el versículo siguiente. Dios condenó el pecado en la carne para que el justo requisito de la ley pudiera ser cumplido en nosotros. Había una imposibilidad en cuanto a la ley de Dios por causa de la carne. Por lo tanto, Dios envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado” y condenó así al pecado, resolviendo de esta manera el doble problema: el pecado y la carne, para que el justo requisito de la ley pudiera ser cumplido en nosotros. “Nosotros” se refiere a aquellos que “no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Los escritos de Pablo son maravillosos. En 8:2 él menciona al Espíritu Santo, pero en 8:4 no se refiere sólo al Espíritu Santo, sino sobre todo al espíritu humano. El Espíritu Santo es el Espíritu de vida, y el espíritu humano, donde reside el Espíritu Santo y con el cual éste está mezclado, es el mismo espíritu conforme al cual andamos. El Espíritu Santo de vida está en nuestro espíritu humano. Si andamos conforme a este espíritu mezclado, cumpliremos espontáneamente todos los justos requisitos de la ley. No es necesario que por nuestros propios esfuerzos guardemos la ley. La ley del Espíritu de vida cumple espontáneamente los requisitos de la ley.
El siguiente versículo nos ofrece una explicación adicional: “Porque los que son según la carne ponen la mente en las cosas de la carne; pero los que son según el espíritu, en las cosas del Espíritu”. Después que Pablo menciona al Espíritu de vida y la mezcla que se da entre el espíritu humano y el Espíritu Santo, hace referencia a la mente. Anteriormente la había mencionado en Romanos 7:25, donde dijo: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios...” Las palabras yo mismo con la mente indican que en el versículo 25 la mente era independiente. Pero la mente mencionada en el capítulo 8 es diferente, pues es una mente puesta en las cosas del Espíritu. En Romanos 7 la mente actúa en forma independiente, pero en Romanos 8 la mente se vuelve al espíritu y depende de él sin actuar más por su propia cuenta.
La mente ocupa la posición de una esposa. La forma más sabia en que una esposa puede vivir es no actuar independientemente; al contrario, debe acudir a su esposo. Si la esposa tiene dificultades, no debe hacer frente a dicha dificultad por sí misma, sino dejarla en manos de su esposo. En Romanos 7 la mente era completamente independiente, era como una esposa que toma el papel de un esposo. Pero en Romanos 8 la mente mantiene su posición de esposa y no actúa más por su propia cuenta, sino que siempre acude al esposo. En Romanos 8 la mente dice: “Querido esposo espíritu, ¿qué debo hacer?” Y el esposo espíritu responde: “Querida esposa, tú no tienes que hacer nada; yo me encargaré personalmente de la situación”. Los capítulos 7 y 8 de Romanos nos muestran que la misma mente puede tomar dos actitudes diferentes. En el capítulo 7 la mente actúa en forma independiente, tomando y asumiendo equivocadamente la posición de un esposo. Pero en el capítulo 8 la mente toma el papel de esposa, manteniendo su debida posición y acudiendo a su esposo, el espíritu, para depender totalmente de él.
Concluimos con 8:6, donde leemos: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. En este versículo vemos que aun la mente puede ser vida. La mente que actúa en forma independiente es incapaz de guardar la ley de Dios, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz. Esta mente está llena de disfrute y descanso. La paz nos da el descanso, y la vida produce el disfrute. Cuando la mente está puesta en el espíritu, no hay derrota, condenación, ni sentimientos negativos, sino sólo vida y paz, disfrute y descanso. La mente que por sí misma es incapaz de guardar la ley de Dios, puede convertirse en una mente llena de vida y paz al ocuparse del espíritu.
Esto no sólo es una teoría, sino una realidad en el sentido práctico. Si usted lo pone en práctica, lo comprobará por su propia experiencia. Pablo no escribió Romanos 8 basándose en una teoría, sino conforme a su experiencia. Es fácil que la ley sea cumplida espontáneamente. De hecho, no es necesario que lo hagamos por nuestro propio esfuerzo, porque cumpliremos la ley espontánea e inconscientemente. Aunque no tengamos la intención de cumplir la ley, descubriremos que la cumplimos espontáneamente. Tal vez usted no se haga el propósito de amar a su esposa, pero aun así la amará espontáneamente. Es posible que no decida someterse a su esposo, pero descubrirá que se somete a él absolutamente sin darse cuenta de ello. El hecho de cumplir los requisitos de la ley espontánea y automáticamente se lleva a cabo al poner la mente en el espíritu.
Tanto en 7:25 como en 8:6, la mente, ya sea si actúa independientemente o si depende del espíritu, representa a la persona misma. Así que, cuando la mente actúa independientemente del espíritu, quiere decir que la persona actúa por sí misma, sin depender del espíritu. Pero cuando la mente depende del espíritu, la persona no actúa confiando en sí misma, sino que se apoya en el espíritu. Por lo tanto, poner la mente en el espíritu significa que todo nuestro ser descansa en este espíritu y actúa conforme a él. Puesto que Cristo ahora es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu como nuestra vida y nuestro todo, no debemos actuar más por nosotros mismos en conformidad con nuestra mente independiente. Al contrario, debemos poner nuestra mente en el espíritu haciéndola uno con él, y actuar, andar y vivir conforme al espíritu para que podamos ser librados de la ley del pecado y no seamos más dominados por la carne, sino que espontáneamente cumplamos los justos requisitos de la ley de Dios. Esto es ser librados de la ley del pecado y de la muerte por la ley del Espíritu de vida en Cristo. Esto es también disfrutar al Cristo que mora en nosotros tomándolo como nuestra vida y nuestro suministro de vida.