Mensaje 20
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Lectura bíblica: Ro. 8:17-18, 26-30
En los dos mensajes anteriores abordamos las bendiciones de la filiación. En este mensaje veremos que los herederos son conformados para la glorificación. ¿A qué son conformados los herederos? A la imagen de Cristo, el Hijo primogénito de Dios (He. 1:5-6). Cristo es el Hijo primogénito de Dios, y los creyentes son los muchos hijos de Dios (He. 2:10). Como Hijo primogénito, Cristo es el modelo, ejemplo, patrón y prototipo de todos Sus hermanos, los muchos hijos de Dios, quienes serán conformados a Su imagen. Esta conformación tiene como finalidad la glorificación venidera. No debemos esperar ser glorificados si primero no crecemos en la vida divina y somos conformados a la imagen del Hijo de Dios. Si esperamos ser glorificados sin ser conformados, sufriremos una gran decepción. La glorificación venidera depende de que seamos conformados a la imagen del Hijo de Dios. Así que, la glorificación depende de nuestro crecimiento en vida.
Usemos una vez más el ejemplo de la semilla de clavel. La semilla es sembrada en la tierra y brota, lo cual simboliza la regeneración. Luego el clavel crece, lo cual constituye el crecimiento en vida, la etapa de la transformación. Finalmente la planta de clavel crece hasta el momento de su florecimiento, y esto constituye su transfiguración y glorificación. La etapa del florecimiento de la planta de clavel es la etapa de su glorificación. Si cuando empieza a brotar la planta de clavel, ella tiene la expectativa de alcanzar la etapa de su florecimiento y glorificación sin pasar por la etapa de crecimiento, jamás florecerá. Si uno no crece en vida, aunque espere el tiempo de florecer, el tiempo de su glorificación, vive en un sueño. No obstante, éste es precisamente el caso que predomina entre muchos cristianos hoy en día.
Recientemente, fui invitado a cenar con algunos amigos cristianos quienes están muy familiarizados con la situación mundial. Ellos comentaron que una gran cantidad de cristianos tienen interés en dos aspectos principales de la profecía: el arrebatamiento, y las señales relacionadas con la venida del Señor. Sin embargo, si esperamos ser arrebatados sin crecer en vida, somos soñadores, porque el arrebatamiento será en realidad nuestra transfiguración y glorificación. Ninguna semilla de clavel puede pasar de la noche a la mañana de la etapa del brote a la del florecimiento. Imagínese que el pequeño brote de clavel sueña con que en una sola noche pasa de la etapa del brote a la del florecimiento. Esto podrá ocurrir en un sueño, pero no en la vida real, porque tal desarrollo inusual sería contrario a la ley de vida. Según la ley de vida una planta de clavel debe crecer poco a poco hasta alcanzar su madurez. Entonces, y sólo entonces, su flor aparecerá. De igual forma nosotros debemos crecer gradualmente hasta llegar a la medida de un hombre de plena madurez (Ef. 4:13). Una vez que llegamos a la etapa del florecimiento, estamos listos para ser transfigurados y glorificados. Así que, la glorificación con la transfiguración solamente es posible una vez que llegamos a la madurez.
Podemos usar también el ejemplo de la graduación de la universidad. Supongamos que un estudiante de primer año, sueña con que termine su carrera en una sola noche y que se gradúe a la mañana siguiente. Esto es un sueño y nada más. En la vida real él no debe esperar graduarse sino hasta cursar los debidos años de la carrera. Después de haber terminado todas las materias y de haber pasado los exámenes finales, será aprobado y se graduará. La graduación nunca viene repentinamente.
Muchos cristianos viven en un sueño. Aunque muchos cristianos esperaron ser arrebatados al aire, finalmente cada uno fue enterrado. Durante el último siglo y medio han habido muchas predicciones peculiares respecto a la venida del Señor. Muchos llamados maestros de profecía aun se han atrevido a fijar la fecha en que el Señor descendería al aire. Sin embargo, han pasado los años y esto no ha sucedido. Todas las predicciones han fallado y ninguna se ha cumplido.
Yo fui salvo cuando aún era un adolescente, unos años después de que terminara la primera guerra mundial. Me gustaba leer siempre la Biblia y conocer sus verdades. Por eso, aunque era un estudiante pobre, procuraba comprar libros espirituales. Muchos de los que enseñaban y escribían acerca de profecías, presentaban diversas predicciones, la mayoría de las cuales fueron derribadas por el comienzo de la segunda guerra mundial; ninguna de ellas fue cumplida. D. M. Panton, un gran maestro de la Biblia, redactaba un periódico llamado Dawn [Amanecer]. A mediados de la década de los treinta, él publicó un artículo que incluía dos fotografías: una de Cesar Nerón y otra de Musolini. Panton declaró: “Miren estas fotografías, vean lo mucho que se parecen el uno al otro; Musolini debe ser el anticristo”. Después de leer este artículo, yo dije en una de las reuniones de la iglesia: “Queridos santos, el señor Panton ha publicado un artículo diciéndonos que Musolini es el anticristo. Si éste es el caso, ciertamente el Señor viene muy pronto, y nosotros seremos arrebatados. Hermanos, muy dentro de mi espíritu yo conozco un principio divino, el cual es que seremos arrebatados cuando hayamos llegado a la madurez. En el Nuevo Testamento el arrebatamiento se compara con la cosecha, y una cosecha sólo se logra cuando la siembra ha madurado plenamente. Si la siembra no está madura, sino que permanece tierna y verde, ¿cómo podríamos cosecharla? Sería imposible. Hermanos y hermanas, miren la situación que prevalece entre el pueblo del Señor hoy en día; miren lo sembrado, ¿están maduro? ¿Creen que la etapa de crecimiento en que se encuentra la siembra actualmente, indica una cosecha inminente? Es imposible. Miren lo sembrado; en ninguna parte se manifiesta un verdadero crecimiento. Todavía el crecimiento es muy poco, aunque hay miles de verdaderos cristianos en toda la tierra, fruto de dos siglos de evangelización llevada a cabo por misioneros que salieron a las partes más remotas de la tierra con el evangelio. ¿Dónde está el verdadero crecimiento en vida? Difícilmente encontramos algo de crecimiento y casi nada de madurez. ¿Cómo entonces podemos esperar la cosecha? Yo me atrevo a decir que la cosecha no se levantará sino hasta que lo sembrado haya madurado”. Yo hablé esta palabra hace aproximadamente cuarenta años; sin embargo, el arrebatamiento aún no ha sucedido. Musolini ya murió y fue sepultado, y ningún cristiano ha visto al anticristo.
No debemos enfocar el tema de la profecía como si fuera únicamente una cuestión de predicción. Muchos escritores cristianos lo han hecho así y cada uno de ellos ha sido avergonzado. Debemos ver que la glorificación con la transfiguración depende de que crezcamos en la vida divina hasta llegar a la plena madurez. Si queremos ser glorificados, debemos crecer, porque la glorificación viene como fruto de la madurez. Cuando lleguemos a la madurez, ésta dará por resultado la glorificación. La glorificación no se dará por casualidad, ni sucederá de la noche a la mañana. Al contrario, será producida por el crecimiento en la vida divina. Hermanos y hermanas, necesitamos crecer. Como lo sembrado por Dios, necesitamos madurar hasta que seamos cosechados, lo cual será nuestra transfiguración y glorificación.
De aquí en adelante leeremos más versículos de Romanos 8 y comentaremos acerca de ellos, incluyendo algunos de los versículos que ya hemos examinado en los dos mensajes anteriores. Podemos empezar con el versículo 17, donde dice: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”. Los hijos inmaduros no pueden ser herederos legítimos. Para llegar a ser herederos legítimos, los niños deben crecer hasta ser hijos maduros, y éstos, a su vez, deben crecer aun más hasta llegar a ser herederos. Cuando hayamos alcanzado esta etapa de crecimiento, seremos glorificados. Aunque en el mensaje anterior examinamos este versículo, ahora quisiera abordarlo desde otro punto de vista. Debemos entender que el crecimiento genuino de cualquier tipo de vida depende de las dificultades y los sufrimientos. Sin las dificultades y los sufrimientos, a cualquier tipo de vida le es difícil crecer. Ya hice notar que cuanto más sufrimiento pasemos, más alto será el grado de gloria. Sin embargo, el sufrimiento mencionado en el versículo 17 no sólo se relaciona con la glorificación externa, sino también con el crecimiento de vida. Cuanto más suframos, más creceremos y más rápido llegaremos a la madurez. Si un sembrado pudiera hablar, ciertamente diría que crece no sólo debido a la tierra, el agua, el fertilizante, el aire y los rayos del sol, sino también debido a los sufrimientos. Aun el sol es una fuente de sufrimiento, porque el calor abrazador del sol quema la siembra para madurarla. Por lo tanto, si esperamos crecer, debemos decirle al Señor: “Señor, no rechazo ninguna clase de sufrimiento. Los sufrimientos me ayudan a crecer”. No debemos esperar que tengamos una vida libre de sufrimientos.
Muchas veces he usado el ejemplo del matrimonio. Indudablemente, todo hermano joven espera tomar por esposa una hermana que corresponda perfectamente a él, pero con el tiempo descubre que su esposa es exactamente lo contrario a lo que esperaba. Sin embargo, no debemos creer que el matrimonio está diseñado para cortarnos en pedacitos. Al contrario, debemos decir: “Señor, te doy gracias por la buena esposa que me diste. Mi esposa no me está cortando en pedacitos, sino que me está ayudando a crecer”. A ningún esposo le gusta oír la palabra no de parte de su esposa. Por el contrario, a todos los esposos nos gusta que nuestra esposa siempre nos diga la palabra sí. ¡Cuán dulce es esto! Sin embargo, tal parece que la mayoría de las esposas acostumbran decir: “No”. Sus frecuentes no nos proporcionan mucho crecimiento a nosotros los esposos. Hermanos jóvenes, ésta es la razón por la cual ustedes deben consolarse cuando su querida esposa les dice: “No”. No se perturben ni se ofendan, sino que digan: “Señor, te doy gracias por estos no”. Tal sufrimiento nos ayuda a crecer y a madurar. No obstante, como dice el apóstol Pablo en el versículo 18: “Los padecimientos del tiempo presente no son dignos de compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de revelarse”. Ya abarcamos este aspecto del sufrimiento en el mensaje anterior.
Los versículos 26 y 27 dicen: “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a Dios intercede por los santos”. Aquí tenemos al Espíritu que se compadece de nosotros, nos ayuda e intercede a nuestro favor. ¿Cuál es el propósito de estos beneficios de parte del Espíritu? Este propósito se encuentra en los versículos del 28 al 30. Pablo empieza el versículo 28 con las palabras: “Y sabemos”, las cuales conectan este versículo con los anteriores. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”. ¿Cuál es el propósito del llamamiento de Dios? Encontramos este propósito en el versículo 29: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Pablo no dice que Dios nos conoció de antemano y nos predestinó para llevarnos a un lugar feliz o para que tuviéramos una vida que durara para siempre. Esto no es nuestro destino. Dios nos predestinó para que fuéramos hechos conformes a la imagen de Su Hijo. Este destino fue determinado aun antes de que fuéramos creados. Antes de la creación del mundo, Dios ya nos había decretado tal destino, y por eso es nuestra predestinación.
El Hijo primogénito de Dios es el prototipo, y nosotros somos la producción en serie. Cristo es el modelo, el molde o patrón. Dios nos puso en Cristo para que seamos moldeados a la imagen de Su Hijo primogénito; gradualmente todos seremos conformados a este molde. A veces, cuando las hermanas hacen pasteles, vierten la masa en un molde, la cual toma la misma forma y figura de éste. Además, la masa también debe hornearse para que el pastel mantenga permanentemente la forma del molde. Si la masa pudiera hablar, probablemente gritaría: “Hermana, tenga misericordia de mí; no me someta a tanta presión. No puedo soportarlo. Por favor, no me amase más”. Sin embargo, la hermana respondería: “Si no te amaso, ¿cómo encajarás en el diseño del molde? Querida masa, eso no es todo; después de amasarte y moldearte, tengo que ponerte en el horno. Tal vez pienses que el amasarte es suficiente presión para ti, pero aún falta aplicarte el fuego del horno. Sólo después de que hayas experimentado la presión y el calor intenso del horno, llevarás el diseño del molde permanentemente”. De igual manera Cristo, el Hijo primogénito de Dios, es el prototipo, el patrón o molde, y nosotros somos la masa. Fuimos puestos en el molde, y ahora somos amasados por la mano de Dios.
Fuimos predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios a fin de que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. Éste es el propósito de Dios. Su propósito es producir muchos hermanos para Su Hijo primogénito. Cuando Cristo era el Hijo unigénito, Él era único en Su género, pero Dios deseaba engendrar muchos hijos quienes serían los muchos hermanos de Su Hijo. De esta manera el Hijo unigénito llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos. Él es el Hijo primogénito, y nosotros somos los muchos hijos. ¿Cuál es el propósito de esto? El propósito es que expresemos a Dios de una manera corporativa. El reino de Dios es edificado con Sus muchos hijos, y el Cuerpo de Cristo es edificado con Sus muchos hermanos. Sin los muchos hijos, Dios no podría tener un reino, y sin los muchos hermanos Cristo jamás podría tener un Cuerpo. Así que, la finalidad de los muchos hijos de Dios es el reino de Dios, y la de los muchos hermanos de Cristo es el Cuerpo de Cristo. El reino de Dios es simplemente la vida del Cuerpo, y en la iglesia esta vida es el reino de Dios donde Él es expresado y donde Su señorío es ejercido sobre la tierra. Éste es el propósito de Dios.
Por lo tanto, el versículo 30 dice: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. En la eternidad fuimos predestinados, y en el tiempo fuimos llamados.
¿Por qué Dios dispone nuestro medio ambiente y nuestras circunstancias de tal manera que experimentemos sufrimientos? No debemos explicar esto según nuestro concepto natural, diciendo: “Toda la tierra está llena de sufrimientos y todos pasan por dificultades. ¿Por qué debíamos nosotros ser la excepción?”. Éste es un concepto natural, y no debemos aceptarlo. Es preciso entender que el propósito de Dios consiste en hacer de nosotros Sus hijos maduros y no hijitos. No debemos estar conformes con ser niños que disfrutamos de Su tierno cuidado y amor. Dios quiere hacernos hijos maduros lo suficientemente adultos como para ser herederos legítimos, a fin de que recibamos en herencia todo lo que Él es en el universo y que lo expresemos y ejerzamos Su señorío sobre la tierra. Ya que la intención de Dios es introducirnos en la plena filiación, necesitamos crecer. No hay duda de que el crecimiento proviene de la alimentación interior, pero ésta requiere la cooperación del medio ambiente. Conforme a nuestra percepción, la mayor parte del ambiente externo es desagradable y, por eso, es un sufrimiento para nosotros. No digo que el medio ambiente no sea bueno; siempre lo es, pero tal vez no parezca ser bueno.
En algunas ocasiones los padres actúan de cierta forma para con los hijos, lo cual, de acuerdo con el sentimiento de los niños, no es algo positivo. Los niños gritarán y llorarán, creyendo que están sufriendo mucho. Sin embargo, los buenos padres no son engañados por las lágrimas de sus hijos. A algunas madres jóvenes les engaña el llanto de sus niños y cambian su política y su actitud inmediatamente al ver las lágrimas en los ojos de sus pequeños. Pero no es ninguna ganancia que los niños engañen a sus padres con sus lágrimas. Una madre debe decir a su hijo: “No me importa que estés llorando; yo sé que lo que estoy haciendo es muy bueno para ti, incluso lo mejor. Tú puedes decir que estás sufriendo, pero yo sé cuánto beneficio te traerá”.
Dios nos trata de la misma forma. Él sabe en cuáles circunstancias y en qué ambiente podemos crecer bien. Él es nuestro Padre, y todo está bajo Su arreglo soberano; Él no puede equivocarse. Todo lo que Él hace para nosotros es excelente y maravilloso, aunque no nos parezca así. Por eso, no debemos hacer caso a nuestros sentimientos, sino a lo que ha dispuesto Dios. ¿Fue usted quien decidió nacer en el siglo XX? ¿Fue usted quien planeó en cuál familia nacería, y cuáles padres y hermanos tendría? ¿Fue usted quien diseñó su cara? Usted no hizo ninguna de estas cosas. Fue Dios quien escogió el lugar de su nacimiento y quien diseñó su cara. Dios nos seleccionó, nos predestinó y planeó que naciéramos en el debido lugar y tiempo. Él sabe lo que es mejor para nosotros, y todo está bajo Su control. Vuelvo a decir que, conforme a nuestros sentimientos, las circunstancias en las cuales nos hallamos tal vez nos sean un sufrimiento, pero en realidad son una bendición, son la soberana provisión de Dios. Todo lo que necesitamos para crecer en la vida divina ha sido soberanamente provisto por Dios. Todo está muy bien. Por lo tanto, cuando estamos experimentando penas y sufrimientos, debemos negarlos y decir: “Satanás, tú eres un mentiroso. Esto no es ninguna pena ni sufrimiento para mí; es lo que Dios ha dispuesto para mí. Es una bendición que me ayudará a crecer y a llegar a la plena filiación”. Todos necesitamos un medio ambiente apropiado que nos provea los elementos que se requieren para nuestro crecimiento en la vida divina. No obstante, cuando nos suceden cosas desagradables, es posible que no entendamos que vienen de la mano de nuestro Padre con la intención de hacernos crecer.
Aun si entendemos todo lo anterior, podríamos decir: “¿Cómo puedo soportar esto? Oh, yo no sé orar”. Así que empezamos a gemir, y mientras está gimiendo, el Espíritu gime en nuestro gemir. Cuando estudié este pasaje de la Palabra en mi juventud, me dije: “Yo nunca he escuchado el gemir del Espíritu”. ¿Cuándo ha gemido Él a través de mí? Finalmente descubrí que según este capítulo, todo lo que nosotros hacemos, el Espíritu también lo hace. Cuando clamamos: “Abba, Padre”, el Espíritu también clama. Cuando nuestro espíritu da testimonio dentro de nosotros, el Espíritu también da testimonio. De igual forma, cuando gemimos, el Espíritu gime juntamente con nosotros.
¿Por qué gemimos? Porque estamos sufriendo y no sabemos cómo orar. Parece que el Espíritu Santo no nos da las palabras adecuadas para orar; no sabemos ni entendemos nada, y el Espíritu de igual manera no parece saber ni entender. En esa situación no sabemos ni qué orar y, aparentemente, el Espíritu tampoco sabe. El Espíritu ora a nuestra manera. Nosotros gemimos, y Él también gime. Nosotros gemimos casi sin propósito, pero el Espíritu gime con un propósito concreto. Este propósito no lo podemos expresar, pero el Espíritu sí puede. Sin embargo, si Él lo expresara, nosotros no lo entenderíamos, porque lo haría en un lenguaje celestial y divino. Ya que es difícil para nosotros entender, el Espíritu no expresa nada. Lo que hace es “interceder por nosotros con gemidos indecibles”. No obstante, hay un propósito en todo ello.
¿Cuál es este propósito? El Espíritu Santo gime en nuestro gemir a fin de que podamos ser plenamente conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Éste es el propósito. Muchos santos cuando enfrentan dificultades dicen: “Yo simplemente no entiendo por qué me pasa esto a mí. ¿Por qué me pasa esto a mí?”. Yo creo que todos hemos dicho o pensado esto muchas veces. Es posible que aun los que recientemente han sido salvos hayan hablado de esta manera alguna vez. ¿Por qué nos suceden estas cosas? Porque el Espíritu que gime ha intercedido por nosotros. Aunque usted no sepa el propósito, Él sí lo sabe y ora según Dios. Cristo es el modelo o patrón, y el Espíritu ora para que todo lo que suceda, ayude a conformarnos a dicho modelo, a la imagen del Primogénito.
No sólo el Espíritu gime en nosotros de esta manera, sino que también nosotros podemos orar por otros de la misma forma. Yo he experimentado esto muchas veces en mi ministerio. Recuerdo el caso de un querido hermano que amaba mucho al Señor; sin embargo, él tenía un modo de ser que era muy peculiar y nadie podía soportarlo. Por esa razón, oramos por él, diciendo: “Señor, he aquí un querido hermano con un gran potencial. Él es un material excelente. Señor, él te ama, pero nadie puede sobrellevar su modo de ser que es tan peculiar. Señor, encárgate de este caso. Tú conoces la situación de nuestro hermano”. Después de algún tiempo el hermano se enfermó y empezó a lamentarse: “Yo no sé por qué razón me sucede esto a mí”. Inmediatamente le pidió a su esposa que hablara con los ancianos y que les pidiera que lo visitaran y tuvieran comunión con él. Cuando fuimos a verlo, lo primero que dijo fue: “Hermanos, ustedes conocen mi situación; no entiendo por qué me sucede esto a mí”. En lo más recóndito de nuestro ser, nosotros, al igual que el Espíritu Santo, sabíamos por qué él estaba sufriendo; no obstante, no nos atrevimos a decir nada. Simplemente hablamos como él: “Oh, hermano, ¿por qué tiene que pasarle esto a usted?”. Eso fue todo lo que pudimos decirle. Cuando el hermano nos pidió que orásemos con él, no supimos cómo proceder. Simplemente dijimos: “Oh, Señor Jesús, ¿por qué tiene que pasarle esto a nuestro hermano?”. Aunque muy dentro de nosotros sabíamos la razón, todo lo que pudimos decir fue: “Oh, Señor, haz lo que sea mejor para nuestro hermano”. Esto no lo ofendió porque él también esperaba lo mejor, y él dijo: “Amén”. Él entendió nuestra oración de una manera, y nosotros la entendimos de otra. Nosotros estábamos pensando: “Señor, haz lo mejor para tocar a nuestro hermano y para subyugarlo, para quemarlo y consumirlo”. Aunque no nos atrevimos a decir esto, tuvimos tal propósito dentro de nosotros, el cual no podíamos expresar en ese momento. No obstante, Dios, que escudriña los corazones, contestó esa oración, pues era conforme a Su deseo. Las dificultades de nuestro hermano continuaron y la enfermedad persistió durante algún tiempo. Él estaba muy perturbado y pidió a su esposa que fuera por nosotros de nuevo. Volvimos y tuvimos comunión con él, diciendo: “Oh, hermano, ¿por qué ha durado tanto esta enfermedad?”. Una vez más, dentro de nosotros sabíamos claramente la respuesta, pero de nuevo no dijimos nada. Cuando él nos pidió que oráramos, simplemente dijimos: “Oh, Señor, seguimos pidiéndote que hagas lo mejor”. Alabado sea el Señor porque algún tiempo después la situación de este hermano cambió. Primeramente fue librado un poco de su modo de ser, y entonces fue sanado de su enfermedad. Finalmente él pudo gritar: “¡Aleluya! Ahora lo entiendo; ahora lo entiendo”.
¿Por qué gime el Espíritu en nosotros con gemidos indecibles? Él gime para que podamos ser moldeados, conformados a la imagen del Hijo de Dios. Es mucho más fácil hablar acerca de la santificación en vida. Sin embargo, junto con la santificación tenemos la conformación. No sólo necesitamos ser santificados, es decir, saturados de lo que Dios es, sino que también necesitamos ser moldeados. Podemos separarnos de todo lo común y ser saturados de la naturaleza santa de Dios, pero es posible que todavía carezcamos de la conformación. La santificación probablemente no requiere ningún sufrimiento, pero la conformación sí requiere el sufrimiento. En el proceso de la santificación no hay un modelo al cual conformarnos; solamente se requiere un cambio de nuestra manera de ser, un cambio de naturaleza. Pero en el proceso de la conformación sí existe un molde mediante el cual somos conformados a la imagen del Hijo de Dios. Juntamente con este molde se incluye la presión, el amasar, la mezcla con el agua y el fuego en el horno. Si la masa, la harina fina, pudiera hablar, diría: “Qué sufrimiento es esto para mí. Usted me mezcla con otros ingredientes, me aplica mucha presión y aún me pone en un horno donde estoy expuesto al fuego. Todo el proceso del cocimiento es un sufrimiento”. Esto es cierto, pues sin este sufrimiento no podríamos ser moldeados ni conformados al modelo.