Mensaje 29
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Lectura bíblica: Ro. 14:13-17; Mt. 16:18-23; 15:1-13
En este mensaje necesitamos considerar algunos detalles más acerca de la transformación que se requiere para recibir a los creyentes.
Debemos recibir a los creyentes conforme al principio del amor. En Romanos 14:13-15 Pablo dice: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien que vuestro juicio sea esto: no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. Yo sé, y estoy persuadido en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es. Pero si por causa de la comida hieres a tu hermano, ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se destruya aquel por quien Cristo murió”. Si recibimos a los creyentes en amor, no juzgaremos a otros, no pondremos tropiezo ante ellos, no los afligiremos ni destruiremos a aquel por quien Cristo murió, sino más bien andaremos según el amor. Debemos recibir a todos los creyentes conforme al principio del amor, ya que Cristo murió por ellos. Debemos recordar que el libro de Romanos fue escrito por Pablo poco después de que había escrito 1 Corintios, y que lo escribió mientras estaba en Corinto. Pablo dedicó 1 Corintios 13 al tema del amor, insertándolo entre los dos capítulos que hablan de los dones espirituales. En el capítulo 13 Pablo presentó la manera más excelente de ejercitar los dones, y enumeró muchos de los atributos y características del amor. Creo firmemente que él tenía presente el concepto del amor cuando escribió el capítulo 14 de Romanos. Por lo tanto, en Romanos parece que Pablo les decía a los santos: “Vosotros debéis recibir a los demás según el principio del amor. El amor debe gobernaros, o sea, debe ser el principio gobernante en lo tocante a recibir a los santos”.
Recibir a los creyentes no es un asunto insignificante. Tiene que ver con el tribunal futuro y está relacionado con la vida del reino en el presente.
Según el contexto, el versículo 16 se refiere a aquellos que son fuertes en la fe y en términos de su actitud para con lo que comen. Es bueno ser fuerte en la fe y pensar que ninguna comida es común o inmunda, y que podemos comer de todo. Pero no debemos permitir que nuestro bien sea vituperado por causa de rehusarnos a cuidar de los débiles en la fe. Por el bien de ellos debemos ser cuidadosos acerca de lo que comemos, aunque seamos libres para comer de todo. La posición de Pablo con respecto a esto es que, por causa de los más débiles, es preferible restringir nuestra libertad de comer de todo.
La iglesia es el reino de Dios en esta era (Mt. 16:18-19; 1 Co. 6:10; Gá. 5:21; Ef. 5:5). Entre las diferentes escuelas de enseñanza existe mucha discusión acerca del reino de Dios. Una escuela de opinión sostiene que el reino de Dios no se encuentra con nosotros hoy en día. Según esta enseñanza el reino de Dios quedó suspendido en el tiempo descrito en Mateo 13. Esta escuela afirma que cuando el Señor Jesús vino, trajo consigo el reino de Dios y lo presentó al pueblo judío. Ya que éste rechazó el reino de Dios, el Señor lo suspendió hasta el tiempo de Su regreso. Así que, esta escuela enseña que en el período en que vivimos, el reino de Dios no existe sobre la tierra. Sin embargo, Romanos 14:17 dice: “El reino de Dios es...”. Esto es una prueba contundente de que el reino de Dios está aquí en la actualidad. Otra evidencia de que hoy día la iglesia es el reino de Dios, se halla en Mateo 16:18-19, donde vemos que los términos iglesia y reino son sinónimos, y que el Señor Jesús los usa intercambiablemente. En el versículo 18 el Señor Jesús dice: “Yo edificaré Mi iglesia”, y en el versículo 19 añade: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos”. Por lo tanto, la edificación de la iglesia es en realidad el establecimiento del reino. Además, Pablo en las Epístolas consideró el reino de Dios como equivalente de la iglesia (1 Co. 6:10; Gá. 5:21; Ef. 5:5). ¡Cuán incorrecto es decir que el reino ha sido suspendido y que regresará sólo cuando el Señor regrese! No debemos aceptar este concepto acerca del reino; al contrario, debemos volver a la Palabra pura que afirma que la vida de iglesia es el reino de Dios.
La iglesia tiene que ver con la gracia y la vida, mientras que el reino tiene que ver con el ejercicio en esta era y con la disciplina en la era venidera (Mt. 25:15-30; 1 Co. 3:13-15). La iglesia, al igual que una cabeza humana, tiene diferente aspecto dependiendo del ángulo en que se observe. Al observar la parte de atrás de mi cabeza, no se encuentra ningún orificio en ella; sin embargo, al observarla de frente, se ve siete concavidades u orificios. Aunque estas dos partes de mi cabeza sean muy diferentes, ambas son aspectos distintos de una misma entidad. Sucede lo mismo con la iglesia. Si vemos la iglesia desde un ángulo, observamos que está relacionada con la vida y con la gracia, pero desde otro ángulo vemos que la iglesia es el reino de Dios y, como tal, incluye el ejercicio y la disciplina. En la iglesia, por un lado disfrutamos la gracia y experimentamos la vida, mientras que por otro, experimentamos que requiere cierto ejercicio por nuestra parte.
No debemos pasar por alto el hecho de que necesitamos el ejercicio. Debido a esta necesidad, la iglesia es el reino actual de Dios. Según algunos de los maestros de entre la Asamblea de Hermanos, todo creyente entrará en el reino milenario como rey. No obstante, debemos tomar en cuenta nuestra condición actual, o sea, ¿realmente parecemos reyes? Si el Señor Jesús viniera y le pidiera a usted ser un rey, creo que usted se llenaría de temor porque no sabría cómo ser un rey. Usted nunca se ha ejercitado para ser un rey ni ha sido adiestrado en ello. He escuchado que los reyes de Inglaterra son adiestrados desde su niñez para llegar a ser reyes. Nacer en la realeza no es suficiente; un rey debe ser adiestrado y debe ejercitarse en ello. Aunque usted tenga el potencial para ser un rey, el reinado también depende de que usted se ejercite en lo relacionado con el reino. No debemos ser negligentes ni descuidados. Si usted no está dispuesto a ejercitarse en conformidad con el reino en esta era, será disciplinado en la era venidera. Su destino es ser un rey, y tarde o temprano, un rey es lo que el Señor hará de usted.
Dios ha dispuesto todos los detalles de la vida diaria de usted con el fin de capacitarle para que se ejercite en el reino. Cada acontecimiento que sucede en la vida de usted se debe al arreglo soberano de Dios. Sin la ayuda proporcionada por el ambiente y las circunstancias, usted no podría conocerse a sí mismo. Al contrario, se creería ángel, pensando que es agradable y maravilloso, mientras permanece totalmente ignorante de cuán pobre, vil y natural usted es en realidad. Usted necesita un cónyuge, hijos, los hermanos y las hermanas de la iglesia, y varias circunstancias para poder percibir un panorama multidimensional de sí mismo y para ser puesto de manifiesto desde cada perspectiva. Cuando usted vea este cuadro, exclamará: “¿Ése soy yo? No me había dado cuenta de lo mal que estoy”. Yo mismo he tenido esta experiencia. Cuando he sido tentado a culpar a otros de cierta situación, el Señor me ha indicado que debo culparme a mí mismo. Él me ha dicho que debo dar gracias por esos queridos hermanos que me ponen al descubierto y me permiten ver mi verdadera condición. Sin ellos lo que soy no podría ser puesto de manifiesto. Ésta es una experiencia que obtenemos en la vida de iglesia por el bien del reino.
En cierto sentido, la iglesia es la familia de Dios, la casa de Dios (Ef. 2:19; 1 Ti. 3:15). En esta casa disfrutamos la gracia y recibimos el suministro de vida; pero en otro sentido, la iglesia es el reino. ¿Cuál es el significado de la palabra reino? Reino significa “regir”. Muchos cristianos dicen: “Me gusta asistir a las reuniones, pero no me gusta ser regido. ¿Qué se creen esos ancianos? ¿Por qué tienen ellos que tener el mando?”. Por un lado, la iglesia es una familia, un hogar lleno de gracia y vida; por otro, la iglesia es un reino, un gobierno que rige. En la iglesia que es el reino, tenemos el liderazgo y el gobierno bajo la autoridad de Cristo, la Cabeza, lo cual requiere que nos ejercitemos al respecto. Para tener la vida de iglesia necesitamos ejercitarnos en el reino. Así que, la iglesia es nuestro hogar y también es nuestro reino. En nuestro hogar tenemos el disfrute del amor, la provisión de la gracia y las riquezas de la vida divina. Pero en el reino tenemos la autoridad que nos rige, el gobierno, el ejercicio y la disciplina. ¡Alabado sea el Señor por ambos aspectos de la iglesia! He oído a muchos santos decir: “¡Alabado sea el Señor, estoy en casa!”. Sin embargo, debemos también proclamar: “¡Aleluya, también estoy en el reino!”.
Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Cuando usted se disponga a recibir a los santos, tiene que entender que no los debe recibir de acuerdo con sus conceptos doctrinales o prácticas religiosas en cuanto a comida o bebida. El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia para con nosotros, paz para con los demás y gozo para con Dios en nuestro espíritu. Si nosotros comemos tortuga o repollo, esto no significa nada. Sin embargo, la justicia, la paz y el gozo son de suma importancia porque expresan a Cristo. Cuando Cristo es expresado, Él es nuestra justicia hacia nosotros, nuestra paz hacia los demás, y nuestro gozo para con Dios. Debemos ser estrictos con nosotros y no justificarnos. Para con nosotros mismos debemos ser rectos, estrictos y justos en todo lo que hagamos. Para con otros debemos esforzarnos para procurar la paz, buscando a toda costa estar en paz con ellos. Sin embargo, algunos hermanos no tienen paz ni siquiera con su esposa, y algunas hermanas no pueden vivir en paz con su esposo. Debemos procurar mantener la paz con todo aquel que se relacione con nosotros. Esta paz es Cristo vivido y expresado en nuestro ser. Además, necesitamos gozo. Todos los días debemos estar gozosos. Si cada día no podemos decir: “¡Aleluya, alabado sea el Señor!”, esto significa que estamos derrotados y que no estamos en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un Espíritu de gozo. Debemos estar siempre gozosos con Dios, alabándole y diciendo: “Aleluya”. Las características del reino de Dios hoy son la justicia, la paz y el gozo. Y el reino de Dios es el ejercicio de la vida de iglesia. La vida de iglesia tiene como fin la vida del reino, y la vida del reino es un ejercicio de la vida cristiana. Necesitamos tal ejercicio.
En el versículo 18 Pablo dice: “Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres”. Por estas palabras podemos ver que lo que se menciona en el versículo 17 tiene como fin que sirvamos a Cristo. Esto quiere decir que recibir a los creyentes es servir a Cristo. Debemos hacer esto comprendiendo que lo hacemos en el reino de Dios, como esclavos que sirven a Cristo, según la justicia, la paz y el gozo que están en el Espíritu Santo, y no con nuestros conceptos doctrinales. Ciertamente de esta manera agradaremos a Dios y seremos aprobados por los hombres. Además, de esta manera nunca causaremos ninguna división; antes bien, siempre mantendremos la unidad del Espíritu para la práctica de la vida del Cuerpo.
Además, Pablo dice en el versículo 19: “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”. Lo que contribuye a la paz es también lo que mantiene la unidad del Cuerpo. Asimismo, lo que nos edifica es lo que también ministra vida a los miembros del Cuerpo para la edificación mutua. Debemos seguir ambas cosas. Tenemos que procurar todo lo que mantiene la unidad del Cuerpo con paz y lo que ministra vida a los demás. A fin de lograr esto, tenemos que abandonar todos los conceptos doctrinales y vencer todos los estorbos que se originan en el conocimiento mental. Satanás es muy sutil. A tráves de todos los siglos él ha usado, y aun sigue usando, los conceptos doctrinales y el conocimiento mental para estorbar el ministerio de la vida y para dividir el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, debemos vencer su sutileza siguiendo todo aquello que contribuye a la paz a fin de mantener la unidad y todo lo que ministre vida a los demás para la edificación del Cuerpo.
Los versículos del 20 al 21 dicen: “No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre coma haciendo tropezar a otros. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece”. En todas las personas salvas hay cierta medida de la obra de Dios. Dios mismo los ha llamado y salvado. Por lo menos Dios ha hecho esta medida de obra divina en ellos. Si por nuestros conceptos doctrinales hacemos que cualquiera de los creyentes tropiece, entonces derribamos, destruimos, la obra de gracia que Dios ha llevado a cabo en él. Debemos cuidar la obra de Dios, y no nuestros conceptos doctrinales. Todas nuestras prácticas religiosas las debemos hacer a un lado para el beneficio de la obra de gracia que Dios lleva a cabo en los creyentes. Estamos libres para comer de todo y para hacer cualquier cosa que no sea pecaminosa, pero no debemos comer nada ni hacer nada que pueda causar que algún hermano tropiece. Debemos cuidar de la edificación de los hermanos en la vida, aun a costa de nuestros conceptos religiosos, los cuales se basan en el conocimiento.
En los versículos 22 y 23 Pablo dice: “La fe que tú tienes, tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda, si come, es condenado, porque no lo hace por fe; pues todo lo que no proviene de fe, es pecado”. Si somos fuertes en la fe, debemos tenerla para con nosotros delante de Dios. Somos bienaventurados si no juzgamos lo que aprobamos hacer, porque tenemos la fe al hacerlo. Pero los que son débiles en la fe, quienes no tienen la fuerza de fe que nosotros tenemos, se condenan cuando comen algo acerca de lo cual tienen dudas, porque no tienen fe al comer. Todo lo que no proviene de fe, es pecado. Así que, debemos cuidar de los que son débiles en la fe y no provocar que ellos hagan nada respecto a lo cual no tengan fe.
Pablo era muy sabio. Si no estamos en el espíritu mientras leemos esta parte de Romanos, no percibiremos la profundidad de lo que Pablo escribió. Pablo empezó la sección sobre el recibir a los santos enfocando el problema de los conceptos doctrinales sostenidos principalmente por los judíos religiosos, y lo concluyó hablando del recibir a los santos conforme a Cristo. No debemos recibir a los santos de acuerdo con nuestros conceptos doctrinales, sino conforme a Cristo.
Romanos 15:1 dice: “Los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos”. Al recibir a los creyentes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. El Señor Jesús siempre soporta las debilidades de Sus creyentes (2 Co. 12:9) y no se agrada a Sí mismo. Debemos recibir a los creyentes con la misma actitud del Señor, no buscando agradarnos a nosotros mismos, sino soportando las debilidades de los demás.
“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a Sí mismo; antes bien, según está escrito: ‘Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre Mí’” (vs. 2-3). No debemos agradar a los demás con cualquier propósito si no es con el fin de que sean edificados en el Cuerpo. Con miras a cumplir este propósito, debemos hacer todo lo necesario para agradar a otros sin escatimar el costo. Cristo no se agradó a Sí mismo; más bien Él agradó al Padre llevando sobre Sí los vituperios que deberían haber caído sobre el Padre. Del mismo modo, nosotros no debemos agradarnos a nosotros mismos, sino agradar a otros soportando sus debilidades a fin de que sean edificados en el Cuerpo de Cristo.
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra instrucción se escribieron, a fin de que por medio de la perseverancia y de la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Pero el Dios de la perseverancia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús” (vs. 4-5). La expresión las cosas que se escribieron antes se refiere a lo que se cita en el versículo 3 con respecto a Cristo, el cual se da para la instrucción que produce perseverancia y consolación con esperanza. Ciertamente lo que consta en las Escrituras con respecto a Cristo está lleno de instrucción. Si recibimos la instrucción, se nos proveen la perseverancia y la consolación de Cristo para que tengamos esperanza. Al recibir a los creyentes, necesitamos esta perseverancia y consolación; también, necesitamos soportar sus debilidades. Además necesitamos ser alentados con la esperanza de que ellos pueden mejorar y ser fortalecidos en la fe por la gracia del Señor. Al recibir a los creyentes más débiles, debemos saber que nuestro Dios es el Dios de la perseverancia y de la consolación, quien puede darnos la perseverancia con que podemos soportar las debilidades de los demás y animarnos con lo que Él puede hacer en ellos por Su gracia. Al ser alentados así por nuestro Dios, entre nosotros tendremos el mismo sentir según Cristo Jesús, y no basados en ninguna otra cosa. Ya que hay un solo Cristo Jesús, si somos según Él, tendremos el mismo sentir entre nosotros. Sin embargo, si nuestra mente se basa en enseñanzas, conceptos, dones, prácticas religiosas, o algún otro asunto semejante, estaremos divididos. Ser conformes a Cristo es la única forma en que podemos tener un mismo sentir. Para recibir a los creyentes de acuerdo con nuestras enseñanzas, conceptos, dones o prácticas religiosas, no se requiere ninguna perseverancia ni consolación con esperanza. No obstante, para recibir a los creyentes según Cristo, se requiere cierta perseverancia y consolación con esperanza, y el propio Dios de la perseverancia y de la consolación es el que nos lo suministrará, siempre y cuando procuremos guardar la unidad y luchemos por la edificación del Cuerpo.
El versículo 6 dice: “Para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Algunas versiones dicen: “Con una mente y con una boca...”. Pero la palabra griega da a entender cierto “acuerdo” o “ánimo” y no “mente”. No obstante, la palabra en realidad tiene que ver con la mente. Todos necesitamos tener el mismo sentir. Cuando éste sea el caso, seremos unánimes y tendremos una sola voz, esto es, tendremos el mismo concepto y el mismo hablar. Aunque los creyentes sean muchos, el hablar será uno solo. Siempre que tengamos el mismo sentir y seamos unánimes, hablaremos la misma cosa. Por lo tanto, glorificaremos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo unánimes, a una voz.
En Romanos 9:5 leemos que Cristo es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, lo cual se relaciona con Su divinidad. Pero aquí en el versículo 6 se habla del Dios de nuestro Señor Jesucristo. Esto tiene que ver con Su humanidad. Conforme a Su divinidad, Él es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, pero según Su humanidad, Dios es Su Dios. Si al recibir a los creyentes actuamos conforme al Señor Jesús, glorificaremos a Dios como Él lo hace.
El versículo 7 dice: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo os recibió, para gloria de Dios”. Este versículo, a la luz de Romanos 14:3, demuestra que el recibir de Cristo es el recibir de Dios. Lo que Cristo ha recibido, Dios lo ha recibido. Cristo nos recibió para la gloria de Dios. Debemos recibir a los creyentes según Dios y según Cristo, y no basándonos en ninguna otra cosa. Tenemos que recibir a todo aquel que Dios y Cristo hayan recibido, sin importar cuánto difieran de nosotros en cuanto a conceptos y prácticas doctrinales. Lo hacemos así para la gloria de Dios.
Necesitamos leer Romanos 15:8-11: “Pues os digo, que Cristo vino a ser siervo de la circuncisión por la veracidad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia, según está escrito: ‘Por tanto, Yo te loaré entre los gentiles, y cantaré alabanzas a Tu nombre’. Y otra vez dice: ‘Alegraos, gentiles, con Su pueblo’. Y otra vez: ‘Alabad al Señor todos los gentiles, y alabenle todos los pueblos’ ”. En estos versículos vemos que Cristo es todo-inclusivo. ¿Por qué Él llegó a ser siervo de la circuncisión, esto es, de los judíos? Por causa de la veracidad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres. Sin embargo, el versículo 9 indica que Él no solamente es siervo de la circuncisión, sino también de los gentiles “para que los gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia”. Para la circuncisión, esto es, para los judíos, Cristo es un siervo por la veracidad de Dios, pero para los gentiles, Él es un siervo con el fin de que ellos glorifiquen a Dios por Su misericordia. Cristo es todo-inclusivo. Él es para las naciones, los gentiles, como también para la circuncisión, los judíos.
En cuanto a los judíos, esto es cuestión de la veracidad de Dios, porque Dios hizo promesas a sus padres. Cristo llegó a ser siervo para ellos con el fin de confirmar todas las promesas que Dios había hecho a sus padres. Debido a esto, Dios es veraz. Pero en cuanto a los gentiles, esto es un asunto de la misericordia de Dios. Cristo llegó a ser siervo para ellos a fin de que glorificaran a Dios por Su misericordia. Cristo confesó a Dios y alabó Su nombre entre los gentiles. Él pidió a los gentiles que se regocijaran y alabaran a Dios por Su misericordia. Para los judíos, Dios es veraz, pero para los gentiles, Dios es misericordioso. Por esta razón, nosotros los gentiles debemos alabarle para que Él sea glorificado por Su misericordia.
El versículo 12 revela aun más de lo todo-inclusivo que es Cristo: “Y otra vez dice Isaías: ‘Estará la raíz de Isaí, y el que se levanta a regir los gentiles; los gentiles esperarán en Él’”. Aunque Cristo es la raíz de Isaí, la fuente de los padres de los judíos, Él regirá a los gentiles, y en Él los gentiles esperarán. Aquí podemos ver lo todo-inclusivo que Cristo es. Él es la raíz de Isaí, lo cual significa que Él es la provisión para el pueblo judío. Según Romanos 11, el hecho de que Él sea la raíz significa que Él es la fuente y la provisión de los judíos. En el futuro, la raíz de Isaí se levantará para regir sobre todas las naciones gentiles. Así pues, Él abastece a los judíos y cubre a los gentiles con Su sombra. Al ser la raíz del pueblo judío y el que cubre con Su sombra a los gentiles, o sea, el que los rige, Él reúne a los judíos y a los gentiles, y los hace uno. Creo que éste debe de ser el concepto más profundo del apóstol Pablo en esta porción de Romanos. Cristo incluye tanto a los judíos como a los gentiles. Al ser Cristo la raíz de los judíos y el que cubre a los gentiles, Él incluye a ambos pueblos y los integra en un solo Cuerpo, el nuevo hombre, la iglesia.
Cristo lo incluye todo y lo abraza todo. Ya que Cristo es así y une a judíos y a gentiles, debemos recibir a todos los diferentes creyentes según Él. Nunca debemos decir: “Éste es un americano, éste es un inglés, éste es un alemán, éste es un japonés, éste es un filipino y éste es un coreano. No puedo aceptar a tanta gente tan diferente”. Consideremos a Cristo, quien es la raíz de un pueblo y el gobernante de otro; Él es todo-inclusivo. Al recibir a los santos debemos igualmente ser abiertos a todos y recibir a la gente del este, del sur, del oeste y del norte. No importa quiénes sean o qué sean, debemos acoger a todos los creyentes juntos en el único Cuerpo. Creo que esto es lo que significa recibir a los santos según Cristo.
En este mensaje y en el anterior tocamos cinco aspectos de la transformación que se requiere al recibir a los creyentes: conforme a Dios, a la luz del tribunal, según el principio del amor, con miras a la vida del reino y según Cristo. Debemos tener presentes todos estos puntos y ponerlos en práctica. Si recibimos a los creyentes de esta manera, obtendremos la bendición del Señor con esperanza, gozo y paz en el creer. Por lo tanto, Pablo concluyó esta porción de Romanos con las palabras: “El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (v. 13). Al recibir a los creyentes según la manera que se nos instruye en esta sección de Romanos, experimentamos al Dios de la perseverancia, de la consolación y de toda esperanza. En la vida de iglesia adecuada, somos llenos de todo gozo y paz con fe. En tal vida de iglesia experimentamos el poder del Espíritu Santo y abundamos en esperanza. La vida de iglesia tiene mucho significado para nosotros; debemos sumergirnos en ella y vivir en ella.