Mensaje 32
Lectura bíblica: Jn. 1:12-13; Ro. 8:29; 1 Jn. 5:11-12; Ro. 16:1, 3, 4, 5, 16; 5:12, 19; 3:23; 4:22-24; 19, 21, Lc. 15:22, Ro. 8:30, 31-39
Ya abordamos el libro de Romanos de una manera general en los treinta y un mensajes anteriores, pero todavía es necesario abarcar con más detalle varios puntos cruciales relacionados con la vida. A partir de este mensaje estudiaremos estos puntos uno por uno, dando énfasis no a la secuencia de los capítulos del libro de Romanos, sino a los aspectos importantes de la vida divina. En este mensaje abordaremos algunos asuntos básicos de los capítulos 5, 6, 7 y 8 de Romanos.
Sin embargo, antes de empezar a examinar dichos asuntos, quisiera decir algo acerca del concepto básico de este libro. Romanos es un libro bastante largo, formado de dieciséis capítulos. Indudablemente Pablo hizo lo posible por condensar en estos capítulos todo lo relacionado con la salvación. En toda clase de literatura se puede encontrar el pensamiento básico del cual depende toda la obra. Sucede lo mismo con el libro de Romanos. Ya que Romanos es un libro extenso e incluye muchos puntos, para la mayoría de los lectores es difícil descubrir cuál es el pensamiento básico.
Muchos creyentes dicen que el pensamiento básico del libro de Romanos es la justificación por la fe, mientras que otros afirman que es la obra salvadora de Dios. Estos puntos de vista no son incorrectos, pero tampoco son completamente adecuados. El pensamiento básico de este libro es que Dios hace de los pecadores hijos Suyos con el fin de formar con ellos un cuerpo para Cristo para que Él pueda ser expresado. Nosotros los pecadores somos el material básico que Dios usa para producir muchos hijos para Sí mismo. Pablo recibió una revelación acerca del plan eterno de Dios, Su propósito eterno. El plan eterno de Dios es producir muchos hijos para Sí mismo al ser Él mismo la vida de ellos. Esto significa que Dios se ha propuesto forjarse a Sí mismo como vida dentro de muchos pecadores, a fin de que éstos lleguen a ser Sus muchos hijos después de haber sido redimidos y salvos y de haber recibido Su vida. Todo pecador que ha nacido de Dios y ha recibido Su vida, ha llegado a ser uno de Sus hijos (Jn. 1:12-13). Sin embargo, aun esto no es la meta final del propósito de Dios. Dicha meta es edificar a todos estos hijos, formando con ellos un solo Cuerpo que exprese a Cristo. Dios hace de los pecadores hijos Suyos para formar con ellos el Cuerpo que ha de expresar a Cristo. Esto es una declaración completa del concepto básico del libro de Romanos. Cuando Pablo escribía este libro, este pensamiento estaba en lo más recóndito de su corazón y espíritu, e incluso dicho pensamiento formaba la base para ello. Teniendo este concepto como el contenido básico de Romanos, Pablo presentó en dieciséis capítulos muchos detalles relacionados con ello. Al estudiar este libro, podemos ver que Dios opera para que los pecadores sean hechos Sus hijos a fin de formar con ellos el Cuerpo que ha de expresar a Cristo.
Ahora necesitamos considerar las secciones principales del libro de Romanos. De todos los libros de la Biblia, Romanos tiene la mejor organización y, por eso, es fácil subdividirlo. Está dividido en tres secciones principales: los capítulos del 1 al 8 componen la primera sección, los capítulos del 9 al 11, la segunda, y los capítulos del 12 al 16, la tercera. En este mensaje dejaremos a un lado por el momento la segunda sección, y sólo consideraremos la primera y la última.
La primera sección trata de la salvación personal de los individuos que creen en Cristo. En otras palabras, esta sección sólo trata sobre la salvación personal; en ella no vemos el Cuerpo. Tenemos los muchos hermanos de Cristo, pero no vemos los muchos miembros del Cuerpo. En el capítulo 8 leemos acerca de los muchos hermanos del Primogénito (v. 29). Aunque los muchos hermanos son indudablemente los miembros del Cuerpo de Cristo, el capítulo 8 no se refiere a ellos como miembros, sino como hermanos del Hijo primogénito. En el capítulo 8 el concepto no ha avanzado aun lo suficiente para llegar al tema del Cuerpo; al contrario, sigue siendo un asunto de la vida divina que produce los muchos hijos. Así que, los muchos hijos no son llamados los muchos miembros del Cuerpo de Cristo, sino los muchos hermanos del Hijo primogénito.
En el Nuevo Testamento el Hijo de Dios está relacionado con la vida. Si tenemos al Hijo de Dios, tenemos la vida (1 Jn. 5:11-12). Si no tenemos al Hijo, no tenemos la vida. Debido a que tenemos la vida divina, hemos llegado a ser hermanos del Hijo primogénito. Ahora Dios no sólo tiene al único Hijo, el Unigénito, sino que también tiene muchos hijos, los hermanos del Primogénito.
La última sección de Romanos, del capítulo 12 al 16, trata del Cuerpo, esto es, de la vida de iglesia. Los muchos hermanos mencionados en el capítulo 8 llegan a ser los miembros del Cuerpo mencionados en el capítulo 12. Esto no es cuestión de vida, la cual se trata plenamente en la primera sección, sino de función. El hecho de ser un hijo es una cuestión de vida, pero el de ser un miembro del Cuerpo tiene que ver con nuestra función. Todos debemos ejercer nuestras funciones juntamente como el Cuerpo para expresar a Cristo.
El Cuerpo debe ser expresado de manera práctica en todas las iglesias locales. En otras palabras, las iglesias locales son la expresión práctica del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo es la expresión de Cristo mismo, y Cristo es la expresión de Dios. Dios es expresado en Cristo, Cristo es expresado en el Cuerpo, y el Cuerpo es expresado en las iglesias locales. Por lo tanto, en el capítulo 16 tenemos las iglesias: la iglesia que estaba en Cencrea (v. 1); la iglesia que estaba en Roma, la cual se reunía en la casa de Prisca y Aquila (vs. 3, 5); las iglesias de los gentiles (v. 4); y las iglesias de Cristo (v. 16). Nosotros ahora estamos en las iglesias. ¡Aleluya! El Cuerpo está en las iglesias, Cristo está en el Cuerpo, y Dios está en Cristo. ¡Cuán maravilloso es esto! Si vemos esto, entonces vemos el concepto básico de este libro.
Este asunto merece toda nuestra atención. La primera sección de Romanos trata sobre la salvación personal, y la última abarca el Cuerpo, el cual no tiene que ver con la salvación del individuo, sino con la función corporativa. La primera sección trata sobre la salvación del individuo, y la última, sobre la función corporativa. Esta función corporativa es el Cuerpo, el cual se expresa como iglesias locales en cientos y aun miles de localidades. Ésta es la razón por la cual Pablo escribió el capítulo 16 de una manera tan maravillosa, es decir, conforme a la experiencia práctica por medio de saludos, y no conforme a la doctrina. Por medio de estos saludos, Pablo abrió una ventana por la cual podemos observar las iglesias del primer siglo. Romanos 16 es una ventana. ¡Alabado sea el Señor por esta ventana! Sin este capítulo, no podríamos saber con claridad lo que sucedía en las iglesias de aquellos tiempos.
Ahora consideremos algunos de los asuntos que se presentan en la primera sección. En ella Pablo primeramente pone de manifiesto nuestras acciones. No tengo palabras para expresar cuán sucias, malignas, oscuras y detestables son las cosas que Pablo pone al descubierto en los primeros capítulos de este libro. No pone de manifiesto a las personas en estos capítulos, sino las acciones que toman. Debemos tener presente este principio al predicar el evangelio y no poner de manifiesto apresuradamente lo que las personas son. Primero debemos poner al descubierto lo que ellas hacen: sus actos, su conducta y sus actividades. Por ejemplo, cuando predicamos el evangelio a las personas, les preguntamos qué estuvieron haciendo la noche anterior a las diez en punto. Hemos hecho esta pregunta en muchas ocasiones. Una vez mientras predicaba el evangelio en el Espíritu Santo, señalé a cierto joven estudiante y dije: “Usted robó tiza del pizarrón de su escuela y se la llevó a su casa”. Cuando señalé con mi dedo a ese joven y dije esas palabras, él pensó para sí: “Eso no tiene ninguna importancia”. Inmediatamente yo respondí: “¿Está usted pensando que eso no tiene ninguna importancia?”. Eso lo atemorizó. Luego dije: “¿Se ha dado cuenta de lo que hizo usted? Usted se llevó la tiza a su casa y pintó círculos en la banqueta”. Eso era exactamente lo que él había hecho. Al final de ese mensaje él fue el primero en ponerse de pie y aceptar a Cristo. El joven dijo con voz temblorosa: “El hermano Lee dijo exactamente lo que yo hice. Yo tomé tizas de mi escuela y las traje a mi casa. Cuando él dijo que yo estaba pensando que eso no tenía ninguna importancia, eso era exactamente lo que yo estaba pensando. Y yo dibujé círculos tal como él lo mencionó”. Las propias acciones de este joven lo pusieron a descubierto. ¿Se cree usted capaz de soportarlo cuando Dios lo ponga de manifiesto? Si Dios pusiera al descubierto todo lo que hemos hecho en el pasado, no seríamos capaces de soportarlo, porque lo que hemos hecho es sucio, detestable, maligno y oscuro.
A partir de Romanos 5:12, Pablo no pone en evidencia lo que hemos hecho, sino lo que somos. Hemos sido constituidos pecadores (5:19). Aun antes de que hubiéramos pecado, ya habíamos sido constituidos pecadores. Tomemos como ejemplo un manzano. Antes de dar manzanas, ya es manzano. Este árbol da manzanas porque es manzano. Si no fuera manzano, no sería capaz de dar manzanas. De la misma manera, nosotros cometemos pecados porque somos pecadores. No piense que llegamos a ser pecadores porque cometemos pecados. Al contrario, cometemos pecados simplemente porque somos pecadores, tal como el manzano da manzanas simplemente porque es manzano. No diga: “Yo no soy un pecador, pues no hago cosas malignas. Yo siempre me comporto bien”. Aunque usted sea bueno, aun así es un pecador, porque nació siendo un pecador. Usted fue constituido pecador aun antes de haber nacido. Cuando llegamos a este mundo, llegamos como pecadores. No piense que usted llegó a ser pecador después de haber nacido. No. Usted fue constituido pecador en Adán, mucho antes de nacer. Éste es el concepto de Pablo. Así que, en nuestra conducta somos pecaminosos, y en nuestro ser somos constituidos pecadores.
Además, carecemos de la gloria de Dios (3:23). El concepto de carecer de la gloria de Dios puede parecer extraño para muchos. Ningún concepto humano capta este pensamiento. Las personas pueden entendernos cuando les decimos que sus obras son pecaminosas, y pueden ser convencidas de que fueron constituidas pecadores. Pero si les decimos que ellas, por ser pecadores que cometen acciones pecaminosas, carecen además de la gloria de Dios, dirán: “¿Qué quiere decir con eso? ¿Qué es la gloria de Dios?”. La gloria de Dios es Dios mismo expresado. Siempre que Dios es expresado, se manifiesta la gloria. Dios nos creó a Su imagen para que expresáramos Su gloria; pero pecamos y ahora en lugar de expresar la gloria de Dios, expresamos el pecado y el yo pecaminoso. Por lo tanto, carecemos de la gloria de Dios. Somos pecaminosos en cuanto a lo que hacemos, y en cuanto a nuestro propio ser somos pecadores y carecemos de la gloria de Dios. Ésta es nuestra situación, nuestra verdadera condición.
¿Cómo puede Dios hacer hijos de tales pecadores? Él puede hacerlo sólo por medio de tres cosas: Su justicia, Su santidad y Su gloria. En Romanos Pablo nos dice que Dios puso Su justicia sobre nosotros y que la contó como nuestra (4:22-24). Esto significa que Dios nos ha dado Su justicia. Ya que hemos sido vestidos con la justicia de Dios, podemos decir: “Yo soy justo porque estoy en la justicia de Dios; he sido completamente cubierto con Su justicia”. ¿Cómo se realiza esto? ¿Cómo puede la justicia de Dios ser contada como nuestra? Es por medio de la muerte redentora de Cristo. Ya que la justicia de Dios fue contada como nuestra por medio de la muerte de Cristo, nuestros hechos pecaminosos han sido borrados de nuestra cuenta, y la justicia de Dios cubre ahora todo nuestro ser. Ésta es la justicia de Dios dada a nosotros como nuestra cubierta mediante la muerte redentora de Cristo. Cristo murió en la cruz para que nosotros pudiéramos obtener la justicia de Dios. Dios puso Su justicia sobre nosotros, tal como el padre puso la mejor túnica sobre el hijo pródigo que regresó a casa. En la parábola de Lucas 15 el padre dijo a sus siervos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle” (v. 22). Esta vestidura significa la justicia de Dios, la cual es Cristo. ¡Alabado sea el Señor porque la justicia de Dios fue puesta sobre nosotros! La justicia de Dios cubre todo lo que hemos hecho. Esto ha sido plenamente realizado por medio de la muerte redentora de Cristo.
Además de todo lo anterior, Dios ahora forja Su santidad en nosotros. La santidad de Dios no está sobre nosotros; más bien, está siendo forjada en nuestro ser. Su santidad no sirve simplemente para cubrirnos exteriormente, sino para impartir algo en nuestro interior. Ya vimos que la santidad es la naturaleza de Dios. Dios forja Su santidad en nosotros impartiendo Su naturaleza en nuestro ser. Él logra esto al entrar en nosotros para ser nuestra vida. Dios entra en nosotros como vida a fin de saturar todo nuestro ser interior con lo que Él es. Incluso ahora mismo Dios está saturando cada parte de nuestro ser con Su elemento. De esta manera, Dios nos hace personas santas. Esto no es una justicia externa, sino una santidad interior, la cual nos hace santos no sólo en cuanto a nuestra posición, sino también en nuestro modo de ser. Esto es la santificación.
La justicia de Dios fue contada a nuestro favor por medio de la muerte redentora de Cristo, y ahora, a medida que Cristo vive en nosotros, la santidad de Dios se está forjando en nosotros. Cristo murió en la cruz para que la justicia de Dios pudiera ser puesta sobre nosotros, y Cristo vive en nosotros a fin de que la santidad de Dios sea forjada en nuestro ser. Alabo al Señor porque puedo pararme aquí y con toda confianza dar testimonio de que por medio de la muerte redentora de Cristo, la justicia de Dios fue puesta sobre mí. Puedo presentarme ante Dios sin temor alguno. Estoy en perfecta paz en la presencia de Dios, porque la justicia de Dios está sobre mí. Puedo testificar que la santidad de Dios está siendo forjada en mi ser a medida que Cristo vive en mí. Hoy Cristo vive en lo más profundo de mi ser a fin de saturarme con todo lo que Dios es. Yo me encuentro constantemente bajo el proceso de saturación. Siempre que hablo con mi esposa o con mis hijos, Cristo obra en mí, saturándome y empapándome completa y totalmente. Día tras día la naturaleza divina es infundida en mí para hacerme santo en lo que se refiere a mi modo de ser. Sin embargo, debo confesar que aunque esta obra está avanzando bastante bien, aún no ha sido terminada, porque ciertas partes de mi ser todavía no han sido saturadas con la naturaleza de Dios. La infusión divina sigue llevándose a cabo.
En algunas ocasiones tal vez parezca que esta infusión es temporal, que no penetra tan profundamente en nuestro ser. Puede parecerse a un arco iris que se asoma por un momento en el cielo: al tratar de localizarlo, se desvanece. A veces nuestra santidad es semejante a esto. Podemos ser santos y estar apartados, pero sólo por unos minutos. Por ejemplo, cierta hermana puede ser muy santa al terminar la vigilia matutina, pero después de unos minutos puede actuar como el mismo diablo. Sin embargo, por temporal que pueda parecer nuestra santidad, es un hecho que estamos bajo la infusión de Dios, y que Él nos satura con Su elemento. Él sigue saturándonos; por eso, no debemos desanimarnos. Tarde o temprano, el comportamiento diabólico se habrá ido. Llegará el tiempo en que no seremos capaces de actuar como el diablo aunque nos lo propusiéramos. Seremos personas plenamente santificadas con la naturaleza de Dios.
No obstante, hay algo más, a saber: podemos ser completamente saturados de la santidad de Dios y, aun así, no estar en la gloria. Recordemos que el último paso de la obra de Dios en nosotros es la glorificación. Un día, todos seremos glorificados (8:30). Hemos sido justificados con Su justicia, estamos siendo santificados con Su santidad, y seremos glorificados con Su gloria. Todos nosotros seremos introducidos en la gloria. Seremos los hijos glorificados de Dios y, como tales, brillaremos con Su gloria. Ésta es la salvación completa otorgada a todo aquel que cree en Cristo. Todo aquel que cree en el Señor Jesús, finalmente llegará a ser un hijo glorificado de Dios y, como tal, tendrá la justicia de Dios exteriormente, será saturado con la santidad de Dios interiormente, y brillará en la esfera de Su plena gloria como uno de Sus hijos. El día de nuestra glorificación será el de la manifestación de los hijos de Dios (8:19). En aquel tiempo, todos entraremos a la libertad de la gloria de Dios (8:21). Entonces no habrá más cautiverio, limitación, depresión ni opresión. En lugar de eso, disfrutaremos la plena liberación y brillaremos con la gloria de Dios. Eso será la plena salvación.
Como hicimos notar en un mensaje anterior, después que Pablo nos muestra cómo obra la justicia de Dios, cómo Su santidad nos satura, y cómo Su gloria nos glorifica, él nos muestra el corazón de Dios (8:31-39). Dios hace tanto por nosotros simplemente porque nos ama. Nos ama con un amor eterno. Desde la eternidad pasada Él nos amó, y nos sigue amando hasta el día de hoy. Su corazón es nuestra base, nuestra seguridad, y Su amor es nuestra salvaguarda. Usted no debe dudar en absoluto de su salvación personal. Dios le ama a usted y Él le asegura que todo lo realizará a su favor. Si usted coopera con Él, Él lo hará fácilmente, pero si no coopera con Él, Él encontrará algunas dificultades; no obstante, finalmente conseguirá Su objetivo. Aunque usted le ocasione algunas dificultades, nunca podrá estorbarlo. Las dificultades no significarán mucho para Él. Tarde o temprano usted dirá: “Padre, te adoro porque Tú me amas, me escogiste, me predestinaste, me llamaste y me justificaste. Te alabo, Señor, porque Tú me has santificado y aun glorificado. Heme aquí, en Tu gloria”. Un día todos oraremos de esta manera. Dejaremos de alabar a Dios por cosas como carros y casas. En lugar de eso, le alabaremos por Su justicia, Su santidad, Su gloria y Su amor. Ésta es la estructura de los primeros ocho capítulos del libro de Romanos.