Mensaje 38
Lectura bíblica: Ro. 5:12, 14, 17, 21; 6:4-5, 11; 7:11, 24; 8:2, 6, 10, 11, 13
En los capítulos del 5 al 8 de Romanos, los cuales podrían ser llamados el meollo de la Biblia, se usan repetidas veces dos palabras claves: vida y muerte. Vemos en Génesis 2 que la vida es representada por el árbol de la vida, y la muerte, por el árbol del conocimiento del bien y del mal (v. 9). El producto del árbol del conocimiento del bien y del mal es en realidad la muerte, y no el conocimiento. De aquí que, podemos llamarlos respectivamente, el árbol de la vida y el árbol de la muerte.
El árbol de la muerte se manifiesta de forma muy sutil. Aunque produce la muerte, no es llamado el árbol de la muerte, sino el árbol del conocimiento del bien y del mal. Hay tres asuntos relacionados con este árbol: el conocimiento, el bien y el mal. Aunque todos valoramos el conocimiento y el bien, por lo general nos desagrada el mal. Comúnmente pensamos que el bien y el mal pertenecen a dos categorías distintas. Sin embargo, el concepto del bien y el mal que se presenta en la Biblia es muy diferente. La Biblia pone el bien y el mal en la misma categoría, lo cual indica que debemos ocuparnos de la vida, y no del bien y del mal. Según Génesis 2, el conocimiento y el bien están unidos al mal. Estos elementos son como tres hermanas de una misma familia que cooperan en producir la muerte, la cual es, obviamente, lo opuesto a la vida.
Algunos cristianos afirman que no debemos preocuparnos más ni por el árbol de la vida ni por el árbol del conocimiento presentados en Génesis 2. No obstante, la mayoría de los asuntos presentados en Génesis son semillas de verdades espirituales que se desarrollan en otras partes de la Biblia y, por tanto, no deberíamos desatenderlos. En Génesis 2 tenemos la semilla de la vida y la semilla de la muerte; pero al final del libro de Apocalipsis podemos ver la consumación de ambas semillas, a saber, la muerte, el último enemigo, es echada al lago de fuego (Ap. 20:14), y la vida abunda en la Nueva Jerusalén, porque ahí vemos el río de agua de vida en el cual crece el árbol de la vida (Ap. 22:1-2). Desde el centro hacia la circunferencia, la Nueva Jerusalén es una ciudad de vida. La semilla de la vida sembrada al principio de la Biblia tiene su consumación en la cosecha de la vida, y la semilla de la muerte, en la cosecha de la muerte. Debido a que las semillas de la vida y de la muerte crecen y se desarrollan a través de toda la Biblia, podemos trazar la línea de la vida y la de la muerte a lo largo de toda la Escritura. En este mensaje, consideraremos estas dos líneas en el libro de Romanos, del capítulo 5 al 8.
En Génesis 2 tenemos una situación triangular que incluye a Dios, al hombre y a Satanás. En este capítulo el hombre se encuentra ante dos fuentes distintas: Dios como fuente de la vida, y Satanás como fuente de la muerte. En Romanos del capítulo 5 al 8 vemos la continuación de esta situación. Finalmente, la situación triangular dará por resultado una consumación bilateral: las cosas negativas, juntamente con la muerte, serán arrastradas al lago de fuego, pero las cosas positivas, juntamente con todos los redimidos, fluirán hacia la ciudad del agua viva. Hoy en día, todos vamos en camino a esta última consumación: los creyentes hacia la Nueva Jerusalén y los incrédulos hacia el lago de fuego. Muchos creyentes en su experiencia diaria tienen un pie en la línea de la vida y el otro en la línea de la muerte. Muchos otros cristianos andan vacilando entre las dos. Tal vez ayer usted estuviera en la línea de la muerte, pero hoy, por la misericordia y la gracia del Señor, se encuentra una vez más en la línea de la vida.
Tracemos estas dos líneas a lo largo de los capítulos del 5 al 8 de Romanos. Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Aquí vemos la entrada del pecado y de la muerte. El versículo 14 dice: “Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés”. En estos dos versículos podemos ver la línea de la muerte. En el versículo 17 encontramos la línea de la vida: “Pues si, por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Y en el versículo 21 Pablo declara: “Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. El pecado trajo la muerte, pero la gracia, mediante la justicia, trae la vida. Por lo tanto, en el capítulo 5 vemos tanto el reinado de la muerte como el reinado de la vida con la gracia.
Romanos 6:4 dice: “Así también nosotros andemos en novedad de vida”. En lugar de permanecer bajo el reinado de la muerte, debemos andar en novedad de vida y permanecer en la línea de la vida. El versículo siguiente dice: “Porque si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. De la misma manera en que hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, esto es, en el bautismo mencionado en el versículo 4, así también creceremos juntamente con Él en la semejanza de Su resurrección, esto es, en la novedad de vida que se menciona en el mismo versículo. Crecer juntamente en la semejanza de la resurrección de Cristo equivale a estar en novedad de vida. Luego el versículo 11 nos dice que debemos considerarnos muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Estos versículos indican que también en el capítulo 6 se encuentran la línea de la vida y la línea de la muerte.
Ahora llegamos a un capítulo que a muchos cristianos les desagrada, es decir, al capítulo 7. Aquí, en lugar de la vida, encontramos aniquilación y muerte. El versículo 11 dice: “Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. El pecado es un asesino que usa la ley como su arma para darnos muerte. Esto debe ser una advertencia para que no acudamos a la ley. Si lo hacemos, el pecado surgirá como si estuviera diciendo: “¡Qué bueno es que hayas acudido a la ley! Lo único que has hecho con eso es darme una excelente oportunidad para usar la ley a fin de matarte”. Pablo clamó en el versículo 24, como uno que había sido aniquilado de esta manera: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. “Esta muerte” se refiere a la muerte causada por el pecado mediante el arma de la ley.
Al pasar del capítulo 7 al capítulo 8, nos damos cuenta de que en este capítulo la vida es lo esencial, y no la muerte. Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. ¡Aleluya por la ley del Espíritu de vida! El versículo 10 continúa el tema, diciendo: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Según el versículo 6, si ponemos la mente en el Espíritu, ésta también llegará a ser vida. Además, si el Espíritu vivificante mora en nosotros, es decir, si hace Su hogar en nuestro ser, Él incluso impartirá la vida divina a nuestro cuerpo mortal (v. 11). Por consiguiente, no únicamente nuestro espíritu y nuestra mente serán vida, sino que aun nuestro cuerpo mortal será vivificado. Según Romanos 8, las tres partes de nuestro ser —espíritu, alma, y cuerpo— pueden recibir vida. Nuestro espíritu es vida debido a que Jesucristo entró en él; nuestra mente también puede llegar a ser vida porque el Cristo que mora en nosotros se está extendiendo de nuestro espíritu a nuestra mente. Además, esta propagación de la vida divina llegará aun a nuestro cuerpo mortal y lo vivificará. ¡Alabado sea el Señor por la vida que encontramos en Romanos 8!
Ya hicimos notar que en este capítulo se presenta una vida cuádruple: la vida en el Espíritu divino, la vida en nuestro espíritu humano, la vida en nuestra mente, y la vida en nuestro cuerpo mortal. Si bien hay una vida cuádruple en Romanos 8, la muerte todavía está presente. Sólo al llegar a Apocalipsis 20, desaparece la muerte y sólo permanece la vida. En aquel entonces, la muerte, el último enemigo por vencer, será echada de la humanidad y arrojada al lago de fuego. Por lo tanto, en la Nueva Jerusalén sólo se encontrará el elemento de la vida, y no el de la muerte. No obstante, aun hasta ahora tenemos los dos elementos en nosotros: la vida y la muerte.
Todos los hermanos casados saben que el esposo debe amar a su esposa, y la esposa debe someterse a su esposo. Aunque en Génesis 2 no encontramos nada específico acerca de que el marido deba amar a su mujer y la mujer deba someterse a su marido, sí lo encontramos incluido en el versículo 17; está implícito en la palabra bien. El hecho de que un esposo ame a su esposa y una esposa se sujete a su esposo, es hacer el bien. Por el contrario, el hecho de que un esposo odie a su esposa, o el de que una esposa se rebele contra su esposo, significa hacer el mal. Al final de la Biblia encontramos de nuevo las palabras vida y muerte, pero no las palabras amor y sumisión. De manera que, tanto al principio como al final de la Biblia, tanto en Génesis como en Apocalipsis, tenemos la vida y la muerte. Sucede lo mismo en los capítulos del 5 al 8 de Romanos. En dichos capítulos Pablo no menciona nada acerca de que el esposo deba amar a su esposa, ni de que la esposa deba someterse a su esposo. Él trata ese tema en otros pasajes de la Palabra, pero no en estos capítulos, pues aquí da mucho énfasis a la vida y a la muerte, y no parece interesarse por el amor o el odio, ni por la sumisión o la rebelión.
Es posible ser muy cariñosos o sumisos, pero al mismo tiempo estar muertos. A Dios en Su economía no le interesa principalmente el hecho de que seamos buenos o malos, sumisos o rebeldes, sino únicamente de que estemos vivos o muertos. Toda esposa que se encuentre muerta y sepultada, ciertamente es sumisa, pues ella jamás expresa su opinión. Pero Dios no desea una sumisión de muerto; Su deseo es que todos estemos vivientes. Ésta es la razón por la cual en Romanos, del capítulo 5 al 8, Pablo no habla nada acerca de la sumisión o la rebelión, pero sí menciona la vida y la muerte. Romanos 8:6 no dice que la mente puesta en el espíritu sea sumisión, ni que la mente puesta en la carne sea rebelión. Cuando Pablo escribió esta parte de la Biblia, él estaba por completo en el Espíritu de Dios y en Su economía; por eso, no se preocupó por el bien y el mal, sino por la vida y la muerte.
El bien y el mal pertenecen al árbol del conocimiento, el cual es el árbol de la muerte. Lo correcto y lo incorrecto pertenecen también a este árbol. Así que, no debemos darle importancia a lo correcto y lo incorrecto, sino a la vida y a la muerte. En la economía de Dios no sería suficiente que simplemente hagamos el bien, pues es posible que aun haciendo el bien todavía estemos en muerte. La economía de Dios requiere que estemos en vida. Es posible estar correctos pero muertos, o equivocados pero vivientes. Un jardín de niños siempre está lleno de niños y niñas muy ruidosos pero muy vivientes. Aunque tales niños sean tan bulliciosos y a veces hasta traviesos, es preferible su condición a la quietud y orden que encontramos en un cementerio. Todos los que están sepultados en el cementerio no quebrantan ninguna ley, pero están muertos. ¿Qué prefiere usted? ¿Prefiere estar equivocado, pero lleno de vida, o prefiere tener la razón, pero al mismo tiempo estar lleno de muerte? Yo prefiero estar lleno de vida.
Es fácil pasar de la muerte a la vida o de la vida a la muerte. En otras palabras, es difícil no pasar de una esfera a otra. Por ejemplo, es tan fácil prender la luz eléctrica como apagarla. Lo mismo sucede con la vida y la muerte. Podemos conectarnos a nuestro espíritu y estar en vida, o desconectarnos del espíritu y regresar a la muerte.
La electricidad es un excelente ejemplo del Espíritu de vida. La electricidad es invisible, y no podemos entenderla cabalmente. Lo mismo sucede con el Espíritu de vida. Para poder aplicar la electricidad, primero debemos instalarla en nuestra casa, y entonces podremos usar el interruptor para aplicarla. Debemos dar gracias al Señor porque el Espíritu divino como la electricidad celestial ya ha sido instalado en nuestro espíritu. No importa cómo nos sintamos, pues el Espíritu, es decir, la electricidad divina, así como el interruptor, están en nuestro espíritu.
La vida está en nuestro espíritu, y la muerte está en nuestra carne. Cuando Adán estaba en el huerto, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento se encontraban fuera de él. Pero ahora estos dos árboles están dentro de nosotros; el árbol de la vida está en nuestro espíritu, y el árbol del conocimiento, en nuestra carne. En la Biblia el término carne denota no sólo nuestro cuerpo corrupto, sino también todo nuestro ser caído. Por eso, la Biblia usa el término carne para referirse al hombre caído (Ro. 3:20).
Romanos 8:6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Poner nuestra mente en lo que somos es ponerla en la carne. Poner nuestra mente en la carne no sólo significa ponerla en nuestro cuerpo, sino también en nuestro ser, es decir, en nuestro yo. Por ejemplo, es posible que uno, pensando que en el pasado era maligno, ahora decide esforzarse por ser bueno. Esto es poner la mente en la carne, esto es, el yo, el cual está ya desahuciado. Algunos creyentes piensan que si ponen su mente en los entretenimientos mundanos, están ocupándose de la carne. Ciertamente poner la mente en tales cosas es ponerla en la carne, pero ésta no es la única forma de poner la mente en la carne. Aun al tomar la decisión de amar a su esposa, usted pone su mente en la carne, pero de una manera sutil. Cuando somos tentados a tomar la decisión de hacer el bien, debemos orar: “Señor Jesús, ten misericordia de mí. Yo no soy capaz de hacer nada aparte de Ti”. Al orar de esta forma, ponemos nuestra mente en el espíritu, y no en nuestro miserable yo.
Además, no debemos poner nuestra mente en lo que puede suceder en el futuro. Dejemos el futuro en las manos del Señor. Supongamos que Abraham, después de ser llamado por Dios, le pidiera al Señor que le dijera a dónde debía ir el siguiente día. El Señor podía haberle contestado: “Abraham, debes estar en paz y disfrutarme. Deja que Yo me encargue del futuro”. Descansar en el Señor hoy y dejar el futuro en Sus manos es poner la mente en el espíritu.
Debido a que muchos cristianos no ven esto, a menudo exhortan a los demás y les aconsejan lo que deben hacer. Esto anima a la gente a poner su mente en la carne, lo cual da por resultado la muerte. Al principio de mi ministerio, yo no sólo aconsejaba a otros, sino que también me amonestaba a mí mismo, lo cual terminó trayéndome muerte a mí y a los demás también.
¡Alabado sea el Señor porque el Dios de la vida está en nuestro espíritu! Aunque podemos saber esto, aun nos falta aprender a vivir por este Espíritu vivificante que mora en nosotros. Lo importante no es cuánto conocimiento tengamos, sino cuánto vivamos por Cristo.
Quisiera relatar una historia que es útil para ejemplificar esto. En los tiempos de mi juventud, la mayoría de la gente en mi pueblo natal todavía usaba lámparas de aceite para alumbrarse, pues todavía no tenían electricidad. A mi corta edad, yo limpiaba las lámparas, las llenaba del combustible y las encendía. Aun después de que la electricidad fue instalada en nuestra casa, yo todavía acostumbraba usar las lámparas de aceite. A veces los demás se reían de mí cuando empezaba a preparar las lámparas y a encenderlas, y luego me recordaban que simplemente tenía que usar el interruptor de la luz. Aunque algo nuevo, la electricidad, ya había sido instalado, yo aún no tenía el hábito de usarlo.
En la vida cristiana el principio es el mismo. Hemos sido criados y educados a vivir por nosotros mismos. Éste es nuestro hábito. Aun después de que el Señor Jesús fue instalado en nosotros, continuamos con el hábito de vivir por nosotros mismos. No obstante, debemos desarrollar un nuevo hábito, el hábito de vivir por Cristo. Debido a que muchas personas salvas no tienen este nuevo hábito, existe la necesidad de Romanos 7. Necesitamos tener la visión de que Cristo como vida vive en nuestro espíritu. Ya que Él vive en nosotros debemos abandonar no sólo las cosas pecaminosas, sino también nuestra vieja manera de vivir. Debemos dejar de vivir por nosotros mismos y empezar a vivir por Cristo. Esto requiere que permanezcamos en el espíritu y que andemos conforme a él.
Tan pronto como perdemos contacto con el espíritu, la vida se interrumpe, e inmediatamente estamos en muerte. No es ni siquiera necesario que la muerte entre. Por ejemplo, tan pronto como apagamos las luces de una habitación, quedamos en tinieblas. No hay necesidad de que las tinieblas entren. Así como el simple hecho de apagar las luces nos pone en la oscuridad, así el hecho de separarnos del espíritu nos pone en muerte. La corriente eléctrica puede ser interrumpida hasta con un trozo insignificante de aislante. De la misma manera, incluso una cosa pequeña puede cortarnos de la vida en nuestro espíritu. Debido a que estamos en una situación triangular, que incluye a Dios como vida en nuestro espíritu y a Satanás como muerte en nuestra carne, debemos desarrollar el hábito de permanecer en el espíritu. En lugar de decidir hacer el bien, debemos simplemente volvernos a nuestro espíritu y permanecer ahí con Aquel que es viviente. No es tan sencillo desarrollar este hábito, pero debemos hacerlo.
Romanos 6:11 nos dice que debemos considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios. Sin embargo, la experiencia de esto la encontramos en Romanos 8. Cuando estamos en nuestro espíritu con el Señor, automáticamente estamos muertos al pecado y vivos para Dios. Si tratamos de considerarnos así sin estar en el espíritu, descubriremos que cuanto más intentamos contarnos en esta experiencia, más muerte experimentamos.
Hemos visto que perder contacto con el espíritu es estar en muerte. Por ejemplo, la razón por la cual usted pierde la paciencia es porque ya existe un aislamiento entre usted y su espíritu. No es que usted pierda la paciencia y como resultado sea cortado del espíritu, sino que primero hay un aislamiento del espíritu, y entonces surge el mal genio. Si no hay ningún aislamiento entre su espíritu y usted mismo, ninguna cosa negativa será capaz de vencerlo. Por el contrario, la vida divina en su espíritu sorberá toda muerte. Nuestra experiencia confirma esto. Cuando estamos en el espíritu, la vida divina en nuestro interior sorbe todo lo negativo; pero cuando estamos aislados y, por lo tanto, cortados de nuestro espíritu, estamos en muerte y no podemos vencer ni el más pequeño problema.
La economía de Dios no es un asunto relacionado con el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Tampoco es un asunto de ética. De acuerdo con los valores éticos, debemos hacer el bien, y no el mal. Sin embargo, la economía de Dios es por completo un asunto de vida o muerte. Estar en vida es expresar a Dios en nuestro vivir, y estar en muerte es expresar a Satanás en nuestro vivir. Nosotros somos un campo de batalla donde se está librando una batalla universal entre Dios y Satanás. El resultado de dicha batalla dependerá de dónde pongamos la mente. Si ponemos nuestra mente en el yo y, por consecuencia, somos aislados del espíritu, Satanás ganará terreno, pero si permanecemos en el espíritu y ponemos nuestra mente sólo en el espíritu, Dios obtendrá la victoria.
Esto es precisamente lo que se muestra en 8:13, donde Pablo dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Por medio del Espíritu que reside en nosotros, debemos hacer morir los hábitos del viejo hombre. Si hacemos esto, viviremos. Oremos acerca de esto, practiquémoslo y desarrollemos el hábito de permanecer en el espíritu. Cuanto más desarrollemos este hábito, más vivientes seremos y más nos alejaremos de la muerte.