Mensaje 39
Lectura bíblica: Ro. 8:6, 10, 34; Jn. 15:4-5; Ro. 8:2, 8:11; 7:21, 7:25
Romanos 8 es el meollo mismo no sólo del libro de Romanos, sino también de toda la Biblia. Por esta razón, la experiencia presentada en este pasaje de la Palabra debe llegar a ser nuestra experiencia diaria.
En este capítulo el Espíritu de Dios es llamado el Espíritu de vida así como el Espíritu de Cristo, términos que no encontramos en el Antiguo Testamento, en los Evangelios ni en el libro de Hechos. El término el Espíritu de Dios, sin embargo, fue usado en muchos otros pasajes de la Escritura antes que en Romanos, pero es en Romanos 8 donde se revela que el Espíritu de Dios es además el Espíritu de vida y el Espíritu de Cristo. En los versículos 9 y 10 las expresiones el Espíritu deDios, elEspíritu de Cristo y Cristo son usadas de modo intercambiable. Esto indica que el Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo, y que el Espíritu de Cristo es Cristo mismo. Hoy Cristo como Espíritu de vida mora en nuestro espíritu. Podemos experimentar este hecho cuando andamos conforme al espíritu, y no a la carne.
El versículo 6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Aquí vemos que el resultado de ocuparnos de la carne es muerte, y el resultado de ocuparnos del espíritu es vida y paz. En el comienzo de la Biblia el árbol de la vida representa la vida, y el árbol del conocimiento del bien y del mal representa la muerte. Los dos árboles representan dos fuentes diferentes que dan dos resultados opuestos. El árbol de la vida nos introduce en la vida, y el árbol del conocimiento, en la muerte. Además, la Biblia concluye con dos consumaciones: el lago de fuego, que es la segunda muerte, y la Nueva Jerusalén, que es la cuidad de la vida. Por consiguiente, la Biblia termina como empieza, con la muerte y la vida.
Romanos 8 se encuentra en medio del principio presentado en Génesis y de la consumación hallada en Apocalipsis. Entre las dos fuentes y las dos consumaciones se hallan dos líneas: la línea de la vida y la de la muerte. Como hicimos notar en el mensaje anterior, a veces podemos tener un pie en la línea de la vida y el otro en la línea de la muerte. En otras ocasiones es posible que estemos totalmente en una línea o en la otra. Romanos 8 se ocupa de estas dos líneas desde el punto de vista de nuestra experiencia.
En Juan 15 el Señor Jesús revela que Él es la vid y que nosotros somos los pámpanos. Él también nos dice que necesitamos permanecer en Él, y que si lo hacemos, Él permanecerá en nosotros. ¡Qué vida tan maravillosa es cuando nosotros y el Señor permanecemos el uno en el otro! Aunque Juan 15 nos dice que debemos permanecer en Cristo, no se nos muestra la manera de hacerlo. Veremos que la manera de permanecer en Cristo se encuentra en el capítulo 8 de Romanos, el cual es una continuación progresiva de Juan 15.
Por más de cincuenta años he considerado la manera en que podemos permanecer en Cristo, pues Él se encuentra muy lejos de nosotros, en el tercer cielo, y nosotros estamos en la tierra. ¿Cómo entonces podemos permanecer en Él? En los años pasados ninguno de mis maestros de la Biblia pudo darme una respuesta adecuada acerca de esta pregunta. Ellos únicamente pudieron decirme que podemos permanecer en Cristo por medio del Espíritu Santo; pero en Juan 15 Cristo no nos dice que debemos permanecer en Él por medio del Espíritu. Por ser un joven con deseos de conocer la Biblia de una manera lógica, y no según la superstición ni la tradición, yo pensé que no era lógico decir que permanecemos en Cristo por medio del Espíritu. ¿Cómo puede uno permanecer en una persona por medio de otra persona? Así que, en cuanto al permanecer en Cristo, primero necesitamos conocer la respuesta a esta pregunta: ¿Dónde está el Cristo en quien debemos permanecer?
La segunda pregunta es ésta: ¿Quién es la persona mencionada como “Mí”, en los versículos 4 y 5 de Juan 15? Antes de contestar debemos saber no sólo quién es Cristo, sino también qué es Cristo. Si queremos permanecer en Cristo, la vid, tenemos que contestar estas preguntas. ¿Cómo podemos permanecer en algo si no sabemos en qué vamos a permanecer? ¿Cómo puede Cristo ser Aquel en quien debemos permanecer? Podemos entender el significado de la expresión sígueme, pero es difícil entender las palabras permaneced en Mí. Seguir al Señor quiere decir que Él va delante de nosotros y que nosotros caminamos detrás de Él; pero ¿cuál es el significado de permanecer en Él? Podemos entender fácilmente lo que significa permanecer con Cristo, pero no lo que significa permanecer en Él.
La tercera pregunta es ésta: ¿Cómo podemos permanecer en Él? Aun si sabemos dónde está Cristo y qué significa el “Mí” en quien debemos permanecer, aún nos falta saber cómo permanecer en Él. La expresión permaneced en Mí ciertamente es muy misteriosa y nos deja perplejos. Como muchas otras de las frases del Evangelio de Juan, estas palabras son sencillas, pero su significado es muy profundo.
Para contestar todas estas preguntas relacionadas con el permanecer en Cristo, necesitamos acudir de nuevo a Romanos 8. La revelación divina hallada en la Palabra santa es progresiva; por lo tanto, para entender este asunto de permanecer en Cristo tenemos que proseguir de Juan 15 a Romanos 8. Supongamos que su padre le escribe a usted una carta muy larga compuesta de muchas páginas. Para entender el pensamiento de su padre revelado en dicha carta, usted necesita leer toda la carta, y no sólo las primeras páginas. El pensamiento de su padre le será revelado progresivamente a medida que avance en la lectura de su carta. De igual manera, al avanzar de Juan 15 a Romanos 8, vemos progresivamente el asunto de permanecer en Cristo.
Primero, es en Romanos 8 donde encontramos la respuesta a la pregunta relacionada con el lugar donde se halla Cristo hoy. Este capítulo revela que Cristo no está solamente en los cielos, sino también en nosotros. El versículo 34 dice que Cristo se encuentra a la diestra de Dios, mientras que el versículo 10 revela que Él está en nosotros. El propio Cristo que está sentado en el tercer cielo ahora vive en nosotros. ¡Qué maravilloso es esto! Así que, por medio de Romanos 8 sabemos dónde está Cristo hoy.
Ahora llegamos a la pregunta acerca de la persona a la cual se refiere el pronombre Mí en Juan 15:5, lo cual se trata de lo que Cristo es. La mayoría de los creyentes conocen a Cristo simplemente conforme a una doctrina objetiva relacionada con la Trinidad. Indudablemente creemos que Dios es triuno. Dios es tres-en-uno, pues Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu. Esto es un misterio celestial, divino y espiritual, y nadie puede explicarlo adecuadamente. No entendemos con cabalidad ni siquiera lo que somos nosotros mismos, mucho menos al Dios Triuno. En la Biblia el Dios Triuno no se presenta para que lo analicemos doctrinalmente, sino para impartirse a Sí mismo en nosotros.
El Evangelio de Juan revela que Dios el Padre está corporificado en Dios el Hijo y es dado a conocer por medio del Hijo. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Cuando Felipe le pidió al Señor Jesús que les mostrara al Padre a los discípulos, el Señor aparentemente se sorprendió de que le hiciera tal pregunta y le respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). El Señor respondió a Felipe de una manera misteriosa, diciéndole que por cuanto él había visto al Señor, había visto al Padre mismo. En Juan 14:10 el Señor reveló algo más: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. Aquí vemos que el Padre está corporificado en el Hijo y visto en Él.
Juan 14 revela aún más del Dios Triuno. En los versículos 16 y 17 el Señor Jesús habla de otro Consolador, el Espíritu de realidad. Si consideramos cuidadosamente los versículos 17 y 18, vemos que el Espíritu de realidad es el propio Señor Jesús. El Espíritu de realidad es el Hijo hecho real para nosotros. El Padre está corporificado en el Hijo, quien es hecho real para nosotros como Espíritu. Por tanto, en 1 Corintios 15:45 Pablo pudo decir: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”. El postrer Adán, Jesús en la carne, se transfiguró por medio de la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. Por eso, 2 Corintios 3:17 dice: “Y el Señor es el Espíritu”. Para experimentar al Dios Triuno, todos necesitamos saber que Dios el Padre está corporificado en Dios el Hijo, y Dios el Hijo es hecho real para nosotros como el Espíritu que da vida. Por eso, Romanos 8:2 habla del Espíritu de vida, quien es Cristo el Hijo de Dios experimentado como el Espíritu.
Debido a que el Espíritu es la realidad del Hijo, obtenemos al Espíritu cuando invocamos el nombre del Señor Jesús. Si llamo a cierto hermano por su nombre, él contestará, porque él, la persona, es la realidad de su nombre. De igual manera, cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, obtenemos al Espíritu, porque Él es la realidad del nombre del Señor Jesús. Ésta es nuestra experiencia. Cada vez que usted dice: “Señor Jesús, creo en Ti; te recibo y te amo”, recibe al Espíritu. Invocamos el nombre del Señor Jesús, pero experimentamos al Espíritu como la realidad de Cristo. Esto indica que el Espíritu vivificante es la realidad misma de Cristo.
Hemos visto que el Hijo es la corporificación del Padre y que el Espíritu es la realidad del Hijo. El Espíritu hoy está en nuestro espíritu. Por lo tanto, la totalidad del maravilloso Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— está en nuestro espíritu para que lo experimentemos. Esta persona maravillosa es todo lo que necesitamos; para nosotros Él es vida, alimento, agua viva, luz, fortaleza, bienestar, santidad, victoria, sabiduría, paz, humildad, sumisión, amor y todo. Esto no es una doctrina; ni siquiera es un método o un sistema. Por el contrario, es el disfrute y la experiencia del Dios Triuno viviente que mora en nuestro ser. El Dios Triuno viviente, después de realizar Su obra de creación y de pasar a través de la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, llega a nosotros y aun viene a morar en nosotros, en nuestro espíritu. Esta persona tan viviente, Cristo como Espíritu vivificante todo-inclusivo, es aquella persona a la cual se refiere el pronombre Mí. Él es Aquel en quien debemos permanecer.
¿Cómo podemos permanecer en el Señor? Romanos 8:6 nos muestra la manera: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Debido a que el Espíritu divino está mezclado con nuestro espíritu, es difícil determinar si este versículo se refiere a nuestro espíritu o al Espíritu divino. El espíritu aquí es el espíritu mezclado. Según se expresa en el versículo 16: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu”.
La carne, nuestro cuerpo corrupto, siempre se opone a este maravilloso espíritu mezclado. Dios creó el cuerpo del hombre sin ningún elemento pecaminoso; al contrario, el cuerpo humano era completamente puro y sin mancha. Sin embargo, por medio de la caída, Satanás, el maligno, se inyectó como pecado en el cuerpo del hombre cuando éste comió del fruto del árbol del conocimiento. Después de que Satanás entró en el cuerpo humano, éste se contaminó y se corrompió, convirtiéndose así en carne. Así que, nuestro espíritu está mezclado con el Dios Triuno, y nuestro cuerpo, el cual se convirtió en carne, está corrompido con el elemento pecaminoso de Satanás.
Esto hace que el creyente sea una miniatura del huerto de Edén. En el huerto, el hombre fue puesto frente al árbol de la vida y al árbol del conocimiento. Ahora, por ser los que fuimos representados por Adán en Génesis 2, nos enfrentamos con algo semejante, pero esta vez el árbol de la vida está en nuestro espíritu y el árbol del conocimiento está en nuestra carne. Nos toca a nosotros decidir si vamos a poner nuestra mente en la carne y así sufrir la muerte o si la vamos a poner en el espíritu y así disfrutar la vida y la paz. Al poner nuestra mente en el espíritu, permanecemos en Cristo, quien mora en nuestro espíritu como Espíritu vivificante.
Ninguna doctrina, método, o sistema puede subyugar al elemento satánico que está en nuestra carne. En todo el universo únicamente Dios es más poderoso que Satanás; ninguna doctrina puede prevalecer contra él. ¿Cree usted que puede derrotar a Satanás por medio de enseñanzas ortodoxas, métodos correctos o con un conocimiento amplio de las Escrituras? ¡Cuán absurdo es esto! Alabado sea el Señor porque el propio Dios Triuno, quien está ahora dentro de nosotros, ya ha vencido a Satanás. En lugar de seguir ciertos métodos, simplemente debemos depender constantemente del Señor. Aquí podemos aplicar lo dicho por el Señor en Juan 15:5: “Porque separados de Mí nada podéis hacer”. Simplemente necesitamos permanecer en Él poniendo nuestra mente en el espíritu.
Ahora tenemos la respuesta a las tres preguntas formuladas acerca de permanecer en Cristo. ¿Dónde está Cristo? Él está en nuestro espíritu. ¿Quién es Cristo? Él es el Espíritu vivificante que mora en nosotros. ¿Cómo podemos permanecer en Cristo? Podemos permanecer en Él poniendo nuestra mente en el espíritu. Poner la mente en el espíritu en realidad es permanecer en Cristo. Día tras día y momento tras momento, necesitamos poner nuestra mente, la cual representa a todo nuestro ser, en el espíritu mezclado, lo cual siempre dará por resultado la vida y la paz.
Romanos 8 ciertamente es una continuación progresiva de Juan 15 con respecto a permanecer en Cristo. Si no tuviéramos Romanos 8, todavía andaríamos a tientas buscando la manera práctica de permanecer en Cristo. Alabado sea el Señor porque no tenemos que andar más a tientas en la oscuridad. En lugar de eso, según lo que aprendimos en Romanos 8, todo lo que tenemos que hacer es volver nuestro ser a la persona viviente que mora en nuestro espíritu y permanecer ahí en unión con Él. Cuando nos volvemos a Él y ponemos nuestra mente en Él, obtenemos vida, paz, luz, bienestar, fortaleza y todo lo que necesitamos. Nuestra sed es saciada y nuestra hambre queda satisfecha.
Con el fin de poner nuestro ser en el espíritu mezclado, necesitamos orar. ¡Con cuánta facilidad somos distraídos del hecho de que el Espíritu divino more en nuestro espíritu! Nuestra mente fácilmente es distraída por otras cosas. Por esta razón debemos orar, no sólo para pedirle al Señor que haga cosas para nosotros, sino para mantener nuestra mente puesta en el espíritu. Usted puede estar completamente seguro de que el Señor tendrá cuidado de usted y lo hará todo para usted. Así que, al orar, no debe preocuparse de sus necesidades; más bien, debe pedir que mantenga usted contacto con la persona viviente que mora en su espíritu. Cuanto más usted se mantenga en contacto con Él, más lo disfrutará. No ore pidiéndole amor y paciencia. Nuestra experiencia demuestra que cuanto más oramos de este modo, más somos distraídos del espíritu mezclado y menos permanecemos en Cristo. Debemos simplemente alabar al Señor porque Él es nuestro amor, nuestra paciencia y nuestro todo. Si le alabamos así, declarando cuán bueno es Él, espontáneamente brotarán de nosotros el amor y la paciencia, ya sea que nos percatemos de ello o no. Todos se sorprenderán del cambio ocurrido en nosotros. Ellos no verán los resultados temporales de nuestros esfuerzos propios, sino a Cristo, al Espíritu vivificante, expresado en nuestro vivir. Cuanto más pongamos nuestra mente en la persona viviente que mora en nuestro espíritu, más Él vivirá a través de nosotros. En esto consiste la vida cristiana, y basándonos en esto llevamos una vida de santidad y victoria. Olvidémonos de los sistemas y de los métodos, y en vez de todo ello volvámonos a la persona viviente que vive dentro de nuestro ser, y pongamos la mente en Él. Él nos está esperando para que lo hagamos. Ésta es la manera de permanecer en Él.
A fin de que quede en nuestro ser una profunda impresión de cuánto necesitamos permanecer en Cristo al ocuparnos del espíritu, es preciso ver aun más claramente qué es lo que mora en nuestra carne y qué es lo que mora en nuestro espíritu. La palabra mora se usa en 7:17, 18 y 20. En los versículos 17 y 20 Pablo dice que el pecado mora en él, y en el versículo 18, dice que en él, esto es, en su carne, no mora el bien. En el libro de Romanos, del capítulo 5 al 8, el pecado se revela como la personificación de Satanás. En cierto sentido, el pecado que mora en nuestra carne, la cual es el cuerpo caído envenenado por la naturaleza del maligno, es la encarnación de Satanás. Satanás está en nuestra carne como pecado. En Romanos 7:21 Pablo dice: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo”. La palabra mal en este versículo denota la naturaleza maligna de Satanás. Por tanto, podemos ver que Romanos 7 revela que Satanás como pecado mora en nuestra carne.
La palabra griega traducida “mora” en estos versículos no es la misma palabra que en otras partes se traduce “permanece”. En cambio, es una palabra cuya raíz significa “casa”. La misma palabra se emplea en Efesios 3:17 con referencia a que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón. Por consiguiente, lo que aquí se quiere decir es que el pecado hace su hogar en nuestra carne. Sin embargo, nosotros podemos estar ciegos con respecto a este hecho. Pablo descubrió por medio de la experiencia que algo maligno, la naturaleza maligna de Satanás, vivía y moraba en su carne. Si recibimos la revelación de que el pecado mora en nosotros, nos daremos cuenta de que esta cosa tan terrible, la personificación misma de Satanás como pecado, hace su hogar en nuestra carne. ¡Cuánto alabamos al Señor por darnos esta revelación!
En contraste con Romanos 7, el cual pone de manifiesto el pecado que mora en nuestra carne, Romanos 8 revela que algo maravilloso mora en nuestro espíritu. Los versículos 10 y 11 dicen: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Si Cristo está en nosotros, el espíritu es vida a causa de la justicia, aunque el cuerpo caído permanece en muerte por causa del pecado. Así que, en el versículo 10 tenemos dos hechos: el primero es que nuestro cuerpo aún está en muerte, y el segundo, que nuestro espíritu es vida. En tanto que Cristo esté en nosotros, nuestro espíritu es vida. No existe otro requisito para que esto sea así. No obstante, nuestro cuerpo permanece en muerte por causa del pecado que mora en él.
La conjunción y al inicio del versículo 11 reviste mucho significado, pues indica que algo mejor vendrá. Este versículo afirma que el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en nosotros. Primero, Cristo está en nosotros. Ésta es la etapa inicial, el principio. El hecho de que Cristo como Espíritu more en nosotros, es decir, que haga Su hogar en nosotros, constituye la continuación progresiva. Debido a que Cristo está en nosotros, nuestro espíritu es vida, a pesar de que nuestro cuerpo permanece en muerte. Pero si Cristo, quien está en nosotros, realmente hace Su hogar en nosotros, el Espíritu que mora en nosotros impartirá vida aun a nuestro cuerpo mortal.
Nuestro cuerpo es vivificado por el Espíritu que mora en nuestro ser. El hecho de que nuestro cuerpo mortal sea vivificado o no, depende de que permitamos o no al Espíritu hacer Su hogar en nuestro interior. Ciertamente Cristo, quien es el Espíritu, está en usted, lo cual hace que el espíritu de usted sea vida. Pero la actitud de usted determinará si el Espíritu puede hacer Su hogar en usted o no. ¿Está usted dispuesto a que Él haga Su hogar en usted, o lo confinará a cierto rincón en su interior? Supongamos que cierto matrimonio me invite a hospedarme en su casa; sin embargo, una vez que llegue a su casa, ellos me limiten a un solo rincón; no me permitan moverme libremente ni sentirme como en mi casa. Eso significaría que no tengo la libertad de hacer nada en su casa. De igual manera, aunque Cristo está en nuestro espíritu, es posible que nosotros no le demos la libertad de extenderse a nuestro ser. Como resultado, el círculo interior de nuestro ser, esto es, nuestro espíritu, es vida, pero el perímetro exterior, nuestro cuerpo, permanece en muerte. Es menester que el Cristo que mora en nuestro ser tenga plena libertad de extenderse a todo nuestro ser; sólo así puede nuestro cuerpo mortal ser vivificado. Cristo debe tener la libertad de establecerse en todas las partes internas de nuestro ser y así hacer Su hogar dentro de nosotros. Si le permitimos hacer esto, la vida será impartida no sólo a nuestro espíritu, sino también a nuestro cuerpo.
En Romanos 7 y 8 vemos que dos elementos moran en los creyentes. En el capítulo 7 tenemos el pecado que mora en nuestra carne, que es la naturaleza misma de Satanás, y según el capítulo 8 tenemos al Espíritu que mora en nuestro espíritu, el cual es Cristo mismo. El pecado es la naturaleza personificada de Satanás que mora en nuestra carne, y el Espíritu es Cristo mismo que mora en nuestro espíritu. En medio de esto se encuentra nuestra mente, la cual representa a nuestra persona. Romanos 7:25 dice: “Yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios”. Por favor, preste atención a las palabras yo mismo con la mente, pues ellas indican que la mente representa al hombre mismo; es nuestro mismo yo. Cuando Pablo dijo que con la mente servía a la ley de Dios, él quería decir que él mismo trataba de guardar la ley, esforzándose por agradar a Dios al obedecer los mandamientos. Al intentar cumplir los requisitos de la ley, la mente estaba haciendo algo bueno; sin embargo, estaba actuando de forma independiente.
Romanos 8:6 nos presenta otro aspecto de la mente: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Hemos visto claramente que Satanás como pecado mora en nuestra carne, y que Cristo como Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu. Si determinamos hacer el bien, el pecado que mora en nuestra carne será activado y nos derrotará. La ley del pecado estará en guerra contra la ley de nuestra mente y nos cautivará por medio de la ley del pecado que está en nuestros miembros (7:23). Por esto, necesitamos recibir la revelación acerca de que el pecado mora en nuestra carne y que Cristo mora en nuestro espíritu. Luego debemos comprender que cuando dependemos de nosotros mismos, no somos capaces de vencer al pecado que está en nuestra carne. Si hemos de terminar con esto, debemos invocar al Señor Jesús mismo, quien mora en nuestro espíritu, y mantener nuestra mente puesta en el espíritu. Esto no es cuestión de seguir un método, sino de tocar al Cristo viviente. Una y otra vez debemos decir: “Amén, Señor Jesús, te amo”. Cuando hacemos esto, el pecado que mora en nosotros es subyugado, y Cristo llega a ser todo para nosotros. Entonces el Señor Jesús es forjado en nuestro ser, empapándonos y saturándonos con Su persona misma. Éste es el significado de ser santificados, transformados y conformados a la imagen de Cristo. Ésta es la experiencia de permanecer en Cristo ocupándonos del espíritu mezclado, según lo revelado en Romanos 8.