Mensaje 40
Lectura bíblica: Ro. 5:10, 5:18; 1:16-17; 8:2; 7:23; 6:22
Con este capítulo comenzamos una serie de mensajes acerca de la vida salvadora de Cristo. Romanos 5:10 dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Los creyentes prestan mucha atención a la muerte de Cristo, pero muy poca a la vida de Cristo. Es posible que conozcamos la expresión la vida de Cristo y que estemos familiarizados con los versículos del Evangelio de Juan donde el Señor dice que Él es vida y que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn. 11:25; 10:10), pero aun así debemos admitir que carecemos de la experiencia genuina de tal vida.
La revelación divina hallada en la Palabra santa es progresiva. Por eso, aunque el Evangelio de Juan es maravilloso, no contiene la revelación máxima. Después de Juan y del libro de Hechos, tenemos las Epístolas, las cuales son una continuación progresiva de los Evangelios. Las semillas sembradas en el Antiguo Testamento brotan en los Evangelios, pero crecen y se desarrollan más en las Epístolas. Por supuesto, la cosecha de todas las semillas se encuentra en el libro de Apocalipsis. La semilla de la vida fue sembrada en Génesis 2 cuando se hizo mención del árbol de la vida. Allí la vida no se refiere a la vida física o biológica (bíos), ni a la vida anímica o psicológica (psujé), sino a la vida divina, la vida de Dios (zoé). Si sólo tuviéramos el segundo capítulo de Génesis, nos sería difícil entender lo que es la vida. Salmos 36:9 revela más acerca de la vida: “Porque contigo está el manantial de la vida”. Esto indica que Dios, el Dios Triuno, es el fundamento de la vida. El capítulo 1 de Juan revela que la vida está en la Palabra, es decir, en Cristo (Jn. 1:1, 4). Cuando el Señor Jesús empezó a ministrar, dijo claramente que Él era la vida (Jn. 11:25; 14:6). Conforme a la revelación del Evangelio de Juan, la vida es una persona viviente, Cristo, quien es la corporificación misma de Dios. De manera que, el Evangelio de Juan es un libro acerca de la vida. La vida echa sus brotes en este evangelio.
Podemos ver el crecimiento de dicho brote en el libro de Romanos. En Juan 15 el Señor Jesús nos dice que debemos permanecer en Él. Sin embargo, como hicimos notar en el mensaje anterior, la manera de permanecer en Cristo no se halla en Juan 15 sino en Romanos 8, donde se revela que Cristo hoy es el Espíritu de vida. Como tal, Él está en nuestro espíritu. Por tanto, en este capítulo “el espíritu” se refiere al espíritu mezclado, es decir, al Espíritu divino mezclado con el espíritu humano. A fin de permanecer en Él, debemos poner nuestra mente, la cual representa a todo nuestro ser, en el espíritu mezclado. Esto da por resultado vida y paz. Por lo tanto, se necesita a Romanos 8 para experimentar a Juan 15 de una manera real y práctica. Juan 15 sin Romanos 8 es como el brote sin el crecimiento.
Según el mismo principio, muchos otros aspectos maravillosos de la vida presentados en el Evangelio de Juan son desarrollados en el libro de Romanos. En Juan tenemos una visión acerca de la vida; sin embargo, este Evangelio no nos muestra la manera definida de experimentar esta vida. Para esto, necesitamos el libro de Romanos. En Romanos la vida se revela de tal modo que no solamente podemos conocer la vida, sino también experimentarla.
En Romanos 1:16 Pablo dice que el evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Luego, en el versículo siguiente añade: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe tendrá vida y vivirá’”. La salvación que Dios nos otorga se efectúa mediante la justificación que proviene de la fe. A pesar de que todos los cristianos han oído esto, la mayoría no entiende el asunto esencial presentado en este capítulo. Este asunto no es ni la salvación, ni la justificación, ni la fe, sino la vida. Notemos que 1:17 dice que “el justo por la fe tendrá vida y vivirá”.
Dios nos salvó y nos justificó para que tengamos vida. La justificación da por resultado la vida. Por esto, en 5:18 Pablo habla de “la justificación de vida”. El hecho de que Dios nos justifica en Cristo depende de la vida. En otras palabras, la justificación trae como resultado la vida. El propósito de Dios al justificarnos es capacitarnos para que disfrutemos de Su vida. En Génesis 2 Adán no necesitaba ser justificado porque en ese tiempo el pecado aún no se había introducido en él. El hombre vivía en un estado de inocencia ante Dios. Por causa de la caída de Adán y su relación con el pecado, el acceso al árbol de la vida fue cerrado (Gn. 3:24) hasta que el Señor Jesús murió en la cruz, cumpliendo así los justos requisitos de Dios. Cristo mismo es nuestra justicia. Cuando creemos en Él, Él llega a ser nuestra justicia, y somos justificados por Dios. Mediante esta justificación somos devueltos al árbol de la vida. Por consiguiente, la justificación es de vida, para vida y da por resultado la vida.
Muchos cristianos se enfocan en la justificación, pero pasan por alto la vida. Por lo tanto, necesitamos subrayar una expresión de Romanos 5:18: la justificación de vida. La palabra clave aquí es vida. La justificación no es la meta en sí; la justificación tiene por objeto la vida. ¿Ha sido usted justificado por la fe en Cristo? Si éste es el caso, entonces usted debe proclamar enfáticamente que su justificación tiene por objeto la vida. El justo por la fe tendrá vida y vivirá.
En Romanos 5:10 Pablo dice que nosotros “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo”. La muerte de Cristo tiene como finalidad la redención, la justificación y la reconciliación, pero todos estos asuntos tienen como finalidad la vida. En el mismo versículo, Pablo continúa el tema, diciendo: “Mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Hemos disfrutado los beneficios de la muerte de Cristo; ahora necesitamos disfrutar de Su vida. Aquel que murió en la cruz por nuestros pecados ahora vive en nosotros y por nosotros como nuestra vida. Así como participamos de la muerte de Cristo, así también debemos experimentar Su vida. La vida de Cristo es Él mismo viviendo en nosotros.
Esta vida nos salva de todo tipo de cosas negativas. No obstante, no es la vida de Cristo la que nos salva del infierno o del juicio de Dios, porque ya fuimos salvos de estas cosas cuando Cristo murió en la cruz por nuestros pecados. Aunque éramos pecaminosos y estábamos destinados a ser condenados eternamente por Dios, la muerte de Cristo ya resolvió este problema. Por consiguiente, fuimos salvos del infierno y del juicio eterno de Dios por la muerte de Cristo. Él realizó esta salvación una vez y para siempre. No obstante, Pablo dice que “seremos salvos en Su vida”, indicando que aún necesitamos experimentar la vida salvadora de Cristo.
¿De qué somos salvos? Si hemos de responder esta pregunta completa y detalladamente, tendremos que mencionar cientos de factores, incluyendo el mal genio, nuestro modo de ser, el orgullo y los celos. Todos tenemos problemas con el mal genio, con nuestro modo de ser natural, con el orgullo o con los celos. Incluso podemos sentir envidia de alguien que da un buen testimonio en la reunión. ¡Cuánta necesidad tenemos de ser salvos en la vida de Cristo! Aunque necesitamos ser salvos de cientos de asuntos, en el libro de Romanos el apóstol Pablo se ocupa sólo de las cosas principales de las que tenemos que ser salvos. Entre éstas se incluyen el pecado, la mundanalidad, la vida natural, el individualismo y el ser divisivo.
Primeramente veamos que la vida nos salva de la ley del pecado. Romanos 8:2 declara: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. Este versículo no habla meramente del pecado, sino de la ley del pecado. Todas las cosas negativas, tales como el mal genio y el orgullo, se relacionan con dicha ley. La razón por la cual usted no puede vencer su mal genio es que éste está relacionado con la ley del pecado. Existe una ley que le incita a usted a enojarse, a ser orgulloso y a ser celoso. Por ejemplo, si lanzamos una pelota hacia arriba, no es necesario orar para que caiga a tierra. La ley de la gravedad automáticamente causará que la pelota caiga. De igual modo, no necesitamos ninguna ayuda para perder la paciencia; la perdemos espontáneamente conforme a la ley del pecado que opera en nuestro interior. Además, no necesitamos esforzarnos para ser orgullosos o celosos, porque la ley del pecado produce en nosotros orgullo y celos. El decir mentiras es también fruto de la ley del pecado. Los cristianos saben que no deben mentir, pero de una manera u otra, la mayoría de ellos han mentido, aun al mostrar una expresión o apariencia falsa. El decir mentiras, al igual que toda otra acción pecaminosa, no es algo que se nos tenga que enseñar; al contrario, proviene de la ley del pecado que está en nosotros.
Con el fin de impresionarle a usted con este hecho, quisiera usar la palabra ley como un verbo. La ley del pecado nos “leyea”; todos hemos sido “leyeados” por esta ley. Sencillamente no podemos escapar del “leyear” de la ley del pecado dentro de nosotros. Según Romanos 8:2, esta ley del pecado es también la ley de la muerte. Cuando esta ley nos “leyea”, nos involucramos no sólo con el pecado, sino también con la muerte. Solamente en la vida de Cristo podemos ser salvos de esta ley terrible.
Muchos grandes filósofos, en especial los pensadores éticos chinos, trataron de dominar esta ley. Ciertos filósofos chinos hablaron de la batalla que existe entre el principio y los deseos. Esto es exactamente a lo que Pablo se refiere en Romanos 7:23 cuando dice: “Pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Lo que los pensadores éticos chinos llaman “el principio”, es la ley del bien, y lo que llaman “los deseos” es la ley del pecado que nos introduce en la muerte. Por nuestros propios esfuerzos somos incapaces de vencer la ley del pecado. Se revela en Romanos 8:2 la única manera de ser libres de esta ley: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”.
Romanos 8:2 habla de la ley del Espíritu de vida. Dios no sólo es el Espíritu, sino también la vida. El propio Dios que es el Espíritu, es la vida que está en nosotros. Ya que esta vida es el Espíritu, dicho Espíritu es llamado el Espíritu de vida. Cada vida tiene una ley, y el Espíritu de vida también tiene su propia ley. La ley de la vida del ave es volar, la del perro es ladrar, la del gato es cazar ratones, la de la gallina es poner huevos, y la ley del manzano es producir manzanas. No hay necesidad de enseñar a un manzano a dar manzanas, porque en la vida del manzano se halla una ley que lo “leyea” haciéndolo producir fruto según su género. Nuestra vida caída también tiene una ley, la cual es la ley del pecado y de la muerte. Como creyentes en Cristo, tenemos la vida eterna, la vida divina, la vida que en realidad es Dios mismo. Debido a que esta vida es la vida más elevada, su ley también es la más alta. La ley del Espíritu de vida es la función espontánea de la vida divina. Así que, tenemos la vida más alta con la ley más elevada y la más alta función.
El Evangelio de Juan habla del Espíritu y también de la vida, pero no dice nada de la ley del Espíritu de vida. En cuanto a este asunto, Romanos 8 es una continuación progresiva del Evangelio de Juan. En Romanos 8 el concepto de la ley, la función espontánea de la vida, es añadido al Espíritu y a la vida. Ya que el Evangelio de Juan no habla de la función de la vida, no nos muestra la manera en que podemos aplicar la vida. Pero por medio de la ley del Espíritu de vida mencionada en Romanos 8:2, tenemos la forma de aplicar la vida divina.
La ley del Espíritu de vida nos libra de la ley del pecado y de la muerte. La manera de cooperar con la ley divina es poner nuestra mente en el espíritu. Cuando su mal genio o alguna otra cosa negativa se levante en usted, no intente suprimirlo. En lugar de eso, vuelva su mente, es decir, su ser, al espíritu mezclado, e invoque el nombre del Señor Jesús. La mente puesta en el espíritu es vida. Esta vida tiene una ley, una función espontánea, la cual nos libra de la ley del pecado y de la muerte. Al poner nuestro ser en el espíritu, espontáneamente aplicamos la vida divina a nuestra situación, y somos librados de ella. Al ser librados de la ley del pecado y de la muerte de esta manera, tendremos la sensación de estar en los cielos y de que el pecado se encuentra bajo nuestros pies.
Sin embargo, por naturaleza procuramos vencer los elementos negativos por nosotros mismos. A veces, aun los niños son tan obstinados que rechazan la ayuda de su madre y tratan de resolver los problemas por sí mismos. Sería mucho mejor si un niño simplemente disfruta de lo que su madre puede hacer por él. De igual modo, la forma de ser salvos de la ley del pecado es fijar nuestro ser en el espíritu y disfrutar la función espontánea de la vida divina.
Los filósofos se han agotado tratando de resolver el problema del pecado, y no han tenido éxito. Como hemos visto, la manera de hacerlo se revela en Romanos 8. ¡Alabado sea el Señor por la vida divina en nuestro espíritu! Nuestro espíritu hoy está mezclado con el Espíritu divino y ocupado por Él, y podemos poner nuestra mente en este espíritu mezclado. Al hacer esto, obtenemos la manera de ser librados de la ley del pecado y de la muerte. Nuestra responsabilidad es simplemente cooperar al fijar nuestra mente en el espíritu. Cuando ponemos la mente en el espíritu, la ley del pecado y de la muerte es vencida.
En la vida de Cristo somos salvos no solamente del pecado, sino también de la mundanalidad. Romanos 6:22 dice: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. En este versículo tenemos la santificación. Ninguno de los libros que he leído acerca de la santificación, relaciona la santificación con la vida. Por el contrario, la mayoría de ellos simplemente dice que la santificación es un cambio de posición realizado por medio de la sangre de Cristo. Sin embargo, Romanos 6:22 muestra que la santificación sí está relacionada con la vida y que gira en torno de la vida.
La santificación revelada en los capítulos de Romanos que hemos abarcado no es una santificación exterior relacionada con nuestra posición, sino una santificación interior, la cual cambia nuestro modo de ser. Ser santificados es ser salvos de una vida común y mundana. Por naturaleza todos somos comunes y mundanos; por tanto, no sólo nuestra conducta y nuestro comportamiento deben ser separados del mundo, sino también nuestro modo de ser, nuestro propio ser, debe ser separado también. Al comprar un par de zapatos podemos ser cuidadosos de no escoger un estilo mundano. No obstante, si consideramos sólo el estilo, tal vez seamos santificados al comprar zapatos, pero ésta no es la verdadera santificación interior que se obtiene por medio de la vida. Para ser santificados interiormente por la vida en lo que comprar zapatos se refiere, debemos poner nuestra mente en el espíritu, orar al Señor y preguntarle qué clase de zapatos le gustaría a Él llevar. Si tocamos al Señor de esta manera, la unción interior nos mostrará qué zapatos debemos comprar. Entonces compraremos el calzado no de acuerdo con los conceptos e instrucciones religiosas, sino de acuerdo con la vida interior. Si nuestra vida diaria es conforme a la vida interior, y no a enseñanzas y reglas, no seremos comunes ni mundanos al comprarnos zapatos. Pero el punto principal no consiste en que compremos los zapatos apropiados, sino que, aun en el proceso de comprar un par de zapatos, seamos santificados interiormente por la vida. De esta manera ni nuestros zapatos ni nuestra persona serán comunes. La santificación no es simplemente una conducta externa; al contrario, toca por completo nuestro ser interior, el cual es gobernado por la ley del Espíritu de vida.
La unción interior también afectará el estilo de nuestro cabello. En cuanto al largo y al estilo de nuestro cabello, deberíamos orar: “Señor Jesús, ¿cómo debo cortarme el cabello? Señor, te amo y quiero seguir la dirección de la ley del Espíritu de Tu vida. Señor, Tú vives en mi interior. En cuanto a mi cabello, quiero cooperar con la ley del Espíritu de vida”. Si oramos de esta manera, seremos santificados en nuestro modo de ser y sabremos cómo debemos cortarnos el cabello. No nos preocupemos por la aprobación o crítica de los demás. En cambio, sólo debe interesarnos lo que la ley del Espíritu de vida nos indique interiormente.
La santificación de nuestro modo de ser no sólo depende de la vida, sino que también nos imparte más vida. La mejor manera de crecer en vida es ser santificados en nuestro modo de ser por la vida. Cuanto más somos santificados interiormente por la vida, más vida es impartida a nosotros. Cuanto más cooperemos con el proceso de santificación interior, más vida disfrutaremos. Por esta razón Romanos 6:22 dice: “Tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. La santificación es producida por la vida y además produce más vida; es por completo un asunto efectuado por la vida y tiene como fin la vida. Cuanto más fijamos nuestro ser en el espíritu, más somos separados del mundo y de todo lo común. Tal santificación produce más vida con miras a nuestro crecimiento en vida.