Mensaje 44
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Lectura bíblica: Ro. 5:10; 8:14, 26, 29, 8:30; 1:3-4
El versículo clave del libro de Romanos es 5:10, que dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Ya fuimos reconciliados con Dios por medio de Cristo, pero ahora y cada día necesitamos ser salvos en Su vida de innumerables cosas negativas.
La muerte de Cristo en la cruz ya terminó con todas las cosas negativas, y por eso la llamamos una muerte todo-inclusiva. Dado que la muerte de Cristo terminó con las cosas negativas, ¿por qué aún necesitamos ser salvos en Su vida? Necesitamos tal salvación porque aún debemos experimentar lo que Cristo realizó por nosotros. Todo lo que Cristo efectuó en la cruz es un hecho objetivo, pero necesitamos experimentar ese hecho de modo subjetivo, lo cual es una experiencia que se tiene en la vida divina. Cristo murió en la cruz como nuestro sustituto, pero aún existe la necesidad de que seamos identificados con Él en Su muerte. Sólo al experimentar diariamente a Cristo como nuestra vida podemos nosotros aplicar de manera práctica lo que realizó Cristo, nuestro sustituto. Ésta es la identificación que nos introduce en la realidad de este hecho.
En los mensajes anteriores abarcamos cinco elementos de los cuales necesitamos ser salvos en la vida de Cristo; éstos son: la ley del pecado, la mundanalidad, el vivir conforme a nuestra propia naturaleza, el individualismo y el ser divisivos. En este mensaje hablaremos del sexto elemento, el cual es la manifestación de la semejanza del yo.
En Mateo 16 el Señor Jesús habló de negar el yo inmediatamente después de decirle a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!”. Aunque lo que Pedro estaba hablando obedecía a su amor hacia el Señor, en ese momento, a los ojos de Dios, Pedro era Satanás mismo. Según Mateo 16, Satanás es la realidad del yo, pues éste es la encarnación misma de Satanás. Así como Cristo es la corporificación y expresión de Dios, el yo es la corporificación y expresión de Satanás.
Todo ser humano es un yo. No solamente nacimos con el yo y en él, sino que así somos por haber nacido. Si somos naturales, lo único que expresaremos será nosotros mismos. Ya sea que amemos a otros o los odiemos, lo que expresamos es nuestro yo. Cierta persona puede ser muy buena, pero tal vez sólo de una manera natural; aunque esté llena de amor, su amor es natural. En esencia, él es igual a alguien que está lleno de odio. A los ojos de Dios, uno que por naturaleza es muy amoroso tiene la misma esencia que uno que por naturaleza está lleno de odio. No piense que su amor natural expresa a Cristo, y que su odio no lo expresa. Si usted vive por su propia naturaleza y en sí mismo, lo único que usted expresará será el yo, y no a Cristo. La expresión de Cristo emana únicamente de Su vida.
Cuando hablamos de ser salvos en la vida de Cristo y así librados de manifestar la semejanza del yo, nos referimos a ser salvos de nuestro yo. La semejanza del yo es la expresión y apariencia de nuestro yo. La expresión de nuestro yo es la manifestación externa de lo que somos. Necesitamos ser salvos en la vida de Cristo, de expresarnos a nosotros mismos. Cuando Cristo murió en la cruz, Él pronunció la sentencia de juicio sobre el yo, pero este juicio queda por ser ejecutado. Cristo juzgó al yo objetivamente, pero nosotros tenemos que aplicar este juicio llevándolo a cabo subjetivamente en nuestra experiencia.
Ser salvos del yo equivale a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios. Esto significa que ser salvos del yo equivale a ser hechos verdaderos hijos de Dios. Romanos 8 habla de los hijos de Dios, de Sus hijos maduros y de Sus herederos (vs. 16, 14, 17). En la etapa inicial somos hijos recién nacidos, en una etapa más avanzada somos hijos maduros, y en la etapa de plena madurez somos herederos. Romanos 8:14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. No es sino hasta que somos guiados por el Espíritu de Dios que somos considerados hijos maduros de Dios. Hasta ese entonces, somos simplemente niños, aquellos que claman “Abba, Padre” y que tienen el testimonio del Espíritu en su espíritu. Para ser hechos herederos, debemos alcanzar la madurez y ser aprobados. En este mensaje nuestro interés no se centra en los hijos recién nacidos ni en los herederos, sino en los hijos maduros. Romanos 8:29 no dice que seremos conformados a la imagen de los hijitos de Dios, ni a la imagen de los herederos de Dios, sino a la imagen del Hijo de Dios.
Mediante este proceso de conformación, el Hijo primogénito obtendrá muchos hermanos. Cristo, el Hijo de Dios, era único en Su género, el Unigénito; pero, mediante Su encarnación, crucifixión y resurrección llegó a ser el Primogénito, y los muchos hijos, quienes son Sus hermanos, son conformados a Su imagen. Romanos 1:3-4 dice: “Acerca de Su Hijo, que era del linaje de David según la carne, que fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor”. En estos versículos, Cristo, el Hijo de Dios, es el prototipo, mientras que en 8:29 los muchos hermanos son la producción en serie del prototipo. En 1:4 el Hijo único es designado, pero en 8:29 los muchos hijos son conformados. La designación del Hijo único se relaciona con el prototipo, y la conformación de los muchos hijos es la producción en serie a partir del prototipo. Dios, habiendo obtenido el prototipo, ahora procura producir en serie muchos hijos conformados a la misma imagen del Primogénito.
¿Parece usted un hijo maduro de Dios? Aunque es posible parecer un hijo maduro de Dios en algunos aspectos, lo más seguro es que en la mayoría de los aspectos no lo parezca. ¡Cuánto necesitamos ser salvos de nuestro yo a fin de que manifestemos la apariencia de hijos maduros de Dios! En la vida de iglesia estamos en el proceso de llegar a ser los hijos maduros de Dios.
Como hicimos notar en algunos de los mensajes anteriores, el concepto central del libro de Romanos no es la justificación por fe, sino lo siguiente: Dios hace de pecadores hijos Suyos, para formar con ellos el Cuerpo que expresará a Cristo. La meta de Dios no es la justificación, sino el Cuerpo de Cristo. En el libro de Romanos encontramos diferentes secciones que hablan de la justificación (3:2—5:11), de la santificación (5:12—8:13) y de la glorificación (8:14-39). También hallamos una sección que habla de la transformación (12:1—15:13). Romanos 8:30 dice: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. En este versículo Pablo no menciona ni la redención ni la reconciliación. En los capítulos 3, 4 y 5 sí se menciona la propiciación, la redención, la justificación y la reconciliación. La propiciación tiene como objetivo la redención, la redención tiene como fin la justificación, y la justificación da por resultado la reconciliación. En Romanos 8:30 Pablo no menciona la propiciación, la redención ni la reconciliación, porque éstas se encuentran incluidas en la justificación. Por consiguiente, en este libro no se hallan secciones específicas dedicadas a estos temas. Siguiendo el mismo principio, en Romanos 8:30 Pablo tampoco menciona la santificación ni la transformación, porque ambas están incluidas en la glorificación.
En este versículo Pablo dice que Dios nos predestinó y nos llamó. Antes de la fundación del mundo, Dios nos marcó conforme a Su presciencia divina; nos predestinó en la eternidad pasada. Luego, en el tiempo, nos llamó. Así que, llamó a los que de antemano conoció y predestinó. Cuando Dios nos llamó, nos justificó. Por medio de Su obra de justificación nuestros problemas con Él fueron resueltos. Sin embargo, esto no significa que la justificación sea el final de la obra que Dios lleva a cabo en nosotros, pues después de ser justificados todavía necesitamos ser santificados, transformados y finalmente glorificados. Así pues, la santificación y la transformación tienen como objetivo la glorificación. En 2 Corintios 3:18 se dice que somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen. Esto demuestra que la transformación tiene como objetivo la glorificación.
Muchos cristianos se afierran sólo a un concepto objetivo con respecto a la glorificación. Según ellos, un día todos aquellos que son salvos y regenerados repentinamente serán glorificados. Ellos afirman que la glorificación de los creyentes se llevará a cabo en forma instantánea cuando el Señor Jesús regrese. Algunas partes de la Biblia parecen indicar esto. Por ejemplo, Colosenses 3:4 dice que cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, entonces nosotros también seremos manifestados con Él en gloria. Sin embargo, en 2 Corintios 3:18 se nos dice que seremos transformados de gloria en gloria, es decir, de un grado de gloria a otro. En 1 Corintios 15:40-41 Pablo habla de diferentes clases o grados de gloria. En este capítulo Pablo también usa el ejemplo de una semilla, que si no muere, no se vivifica (v. 36). Pablo añade: “Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de algún otro grano; pero Dios le da el cuerpo como Él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo” (vs. 37-38). Tomemos una semilla de clavel como ejemplo. Antes de sembrarse, la semilla de clavel no tiene gloria; pero una vez sembrada, empieza a crecer de la tierra como un tierno brote. Ésta es la etapa inicial de gloria. Al crecer y desarrollarse más, pasa a otra etapa de gloria. Finalmente aparece la flor, la cual es la plena gloria de una semilla de clavel. Esta gloria no aparece de manera instantánea y repentina; por el contrario, crece poco a poco, pasando de una etapa de desarrollo a otra. En principio es lo mismo con nuestra glorificación. Aunque pueda parecer un hecho repentino, en realidad será la consumación de un proceso en el cual la vida divina en nosotros crece y se desarrolla gradualmente.
Después de ser justificados, necesitamos ser santificados. La santificación está relacionada principalmente con la transformación, la cual da por resultado la glorificación. Ser santificados equivale a ser transformados no sólo en la forma exterior, sino también en la naturaleza interior. La transformación denota un cambio interno, orgánico y metabólico.
Cristo, la semilla orgánica de vida divina, fue sembrado en nosotros. Ahora esta semilla debe desarrollarse en nuestro ser. De nacimiento somos personas naturales y comunes. Dios no quiere cambiarnos de malos en buenos, de impacientes en pacientes, ni de personas llenas de odio en personas llenas de amor. A Dios sólo le interesa hacer de pecadores hijos Suyos al introducir a Su Hijo como semilla en nosotros. ¡Aleluya, la semilla de la filiación ha sido sembrada dentro de nuestro ser! Aunque somos personas comunes, esta semilla producirá un cambio orgánico y metabólico en nuestro ser interior. Todo lo que es cambiado de esta manera, llega a ser santificado.
Una vez más podemos usar el té como ejemplo. Supongamos que tenemos una taza de agua simple, con el sabor, apariencia, esencia y características naturales del agua. El agua es natural, no porque esté limpia o sucia, sino simplemente porque es agua. Cuando deseamos un té, no nos satisface el agua simple, sino el “agua de té”. Para cambiar el agua natural en té, debemos poner hojas de té en el agua. Entonces la esencia del té se disolverá en el agua para “teíficarla”. Por medio del proceso de “teificación” el agua finalmente adquirirá la apariencia y el sabor del té. De hecho, una vez que el agua ha sido saturada con la esencia del té, no será llamada más agua, sino té.
Nosotros somos esa taza de agua simple y natural. Sin importar si estamos limpios o sucios, puros o impuros, somos naturales porque somos “agua”. Pero Dios ha puesto a Cristo, el “té” celestial, en nosotros, y el elemento orgánico de este “té” está haciendo que nuestra vida natural sufra un cambio metabólico. Día tras día Cristo nos transforma con Su esencia.
Dios no sólo obra en nosotros desde nuestro interior, sino también hace que “todas las cosas cooperen para bien” para aquellos que aman a Dios, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados. ¡Cuánto adoro a Dios porque Él hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien! Debido a esto, finalmente todos seremos conformados a la imagen del Hijo de Dios. En la Nueva Jerusalén todos tendremos la imagen de Dios. Ésta es la obra de Dios, y no la nuestra. Con el fin de lograr esto, Él hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien.
Los versículos 29 y 30 indican que toda la obra es de Dios. Fue Él quien nos conoció de antemano, nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó. Debemos notar que los verbos aquí están en tiempo pasado. De acuerdo con el versículo 30, incluso la glorificación ya ha sido efectuada. Aunque es fácil creer que hemos sido predestinados, llamados y justificados, tal vez nos parezca difícil creer que ya hemos sido glorificados. Sin embargo, para Dios no existe el factor del tiempo; para Él ya estamos glorificados.
Siempre que me desespera ver la situación actual, el Señor me consuela y me anima a quedarme tranquilo, porque es Él quien lleva a cabo todo el trabajo. De hecho, en cierto sentido, la obra ya se ha consumado. Según el libro de Apocalipsis, Satanás ya se encuentra en el lago de fuego, y la Nueva Jerusalén ya se ha edificado. El hecho de que el apóstol Juan viera a Satanás en el lago de fuego y a la Nueva Jerusalén descendiendo del cielo, de Dios, indica que a los ojos de Dios estas cosas ya tuvieron lugar. Por lo tanto, tengo la plena seguridad para afirmar que no importa si usted es perezoso o diligente para buscar al Señor, un día usted será conformado a la imagen del Hijo de Dios.
Todos nosotros estamos siendo santificados y transformados, sintamos o no que algo está sucediendo en nosotros. Si comparamos nuestra condición actual con la de hace varios años, ciertamente alabaremos al Señor y le agradeceremos por la obra de santificación que ha realizado en nosotros. Una vez que el Señor nos ha “teíficado”, no podemos ser los mismos aun si decidiéramos abandonar la vida de iglesia y regresar al mundo. Es posible volver al mundo, pero no podemos erradicar la obra de santificación y transformación que el Señor ha hecho en nosotros. Al tener contacto con Cristo y la iglesia, algo sucede orgánicamente dentro de nosotros. Día tras día el Señor nos santifica y nos transforma.
Aunque a nadie le agrada sufrir, cuanto más sufrimos, más somos santificados. Cuando estoy en la presencia del Señor y recuerdo a los santos, oro por ellos; a menudo pido que puedan tener gozo y paz. A veces no sé cómo orar y lo que hago es gemir ante el Señor, reconociendo que solamente Él conoce su verdadera necesidad. Romanos 8:26 dice: “De igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. En nuestros gemidos, el Espíritu intercesor ora para que los santos sean conformados a la imagen del Hijo de Dios.
Algunas veces es posible que no nos agrade la manera en que el Señor nos trata. Por ejemplo, un hermano puede estar inconforme con la esposa que él tiene, y puede pensar que otro hermano tiene una esposa mucho mejor que la suya. Pero la realidad es que todos tenemos el esposo o la esposa que más nos conviene. Lo que el Padre nos da es lo mejor; Él sabe lo que necesitamos. Aquellos que sufren están verdaderamente bajo Su bendición. Cada esposo, cada esposa y cada situación es lo mejor. Todo lo que nos sucede es lo mejor que Dios tiene para nosotros. Usted debe alabar al Señor no solamente cuando tiene un excelente trabajo, sino también cuando está desempleado. Puede haber ocasiones en que estar desempleado es más benéfico para usted que tener un buen trabajo. El Señor nunca se equivoca en la manera en que trata con nosotros. Él sabe lo que está haciendo.
¡Alabado sea el Señor porque Él está ahora santificándonos y transformándonos con el fin de glorificarnos! Mediante la obra de transformación, Él nos conforma a la imagen de Su Hijo. No debemos separar la santificación, la transformación y la conformación; las tres se relacionan y tienen como objetivo la glorificación. Hoy nos encontramos en el proceso de la glorificación. Pero un día, cuando este proceso se haya concluido, todos estaremos en la gloria.