Mensaje 47
Lectura bíblica: 12, Ro. 7:20-21; 5:21; 1 Jn. 3:14; Ro. 8:12; 16:20; 5:17; 7:24; 12:5
El propósito de Dios al crear al hombre fue que éste lo expresara conforme a Su imagen y lo representara con Su dominio, Su autoridad. Esto quiere decir que Dios tiene la intención de que el hombre le disfrute como vida y que reine en dicha vida. Según Génesis 1, el hombre ha de reinar sobre la tierra y en particular sobre todo lo que se arrastra, en especial sobre la serpiente. Génesis 1:28 dice que Dios le dio al hombre el encargo de sojuzgar la tierra, o sea, de conquistarla. Conquistar implica derrotar a un enemigo y apoderarse de sus posesiones. Cuando nosotros derrotamos al enemigo y nos apoderamos de sus posesiones, reinamos sobre él. Por lo tanto, en el principio, Dios se propuso que el hombre fuera un rey, uno que reinara en Su vida sobre Satanás, aquel que se arrastra.
Anteriormente, Satanás era el único enemigo de Dios. En cierto momento, este enemigo se inyectó como pecado en el hombre de una manera ilegal y maligna. Cuando Satanás inyectó su naturaleza maligna en el hombre, se convirtió en el pecado. El pecado es algo originado por Satanás; en realidad es Satanás mismo inyectado y encarnado en el hombre.
Es muy provechoso ver la diferencia que existe entre el pecado y el mal, los cuales se mencionan en Romanos 7. En Romanos 7:20 Pablo dice: “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. En nuestra carne mora algo llamado pecado. Luego, en el versículo 21 Pablo añade: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo”. En el versículo 20 Pablo habla del pecado, pero en el versículo 21 él habla del mal.
Para entender la diferencia entre el pecado y el mal, debemos darnos cuenta de que desde antes de que Dios creara al hombre, Satanás, el diablo, era Su único enemigo. El hombre, en los principios de su creación, era puro, limpio e inocente. Luego Satanás se inyectó en el hombre y se convirtió en el pecado que mora en el hombre. Como ya hicimos notar, el pecado es Satanás mismo encarnado en el hombre.
Romanos 5:21 habla del pecado, la gracia, la muerte y la vida: “Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. Según este versículo, el pecado reina en la muerte, y la gracia reina para vida eterna. Aquí podemos ver un contraste gráfico entre el reinado del pecado y el reinado de la gracia. Existe también un contraste entre la muerte y la vida. Como el pecado es Satanás encarnado, también la gracia es Dios encarnado. Esto se demuestra en Juan 1:14, donde dice que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y de realidad. Por consiguiente, la gracia es Dios encarnado en nosotros los hombres; es Dios mismo que viene a morar en el hombre. Si Dios hubiese permanecido fuera del hombre, no existiría la gracia. Aunque existen otros atributos divinos aparte de este hecho de que Dios entre en el hombre, si Dios no hubiera venido para encarnarse en el hombre, no existiría la gracia. La gracia se manifiesta cuando Dios y el hombre se unen al grado de mezclarse el uno con el otro. Es muy difícil encontrar un versículo en la Biblia que hable de la gracia como si fuera algo separado de la relación que se tiene entre Dios y el hombre. En efecto, hay muchos versículos que sí presentan la gracia como algo íntimamente envuelto en la relación que existe entre Dios y el hombre.
Según el mismo principio, cuando Satanás está separado del hombre, no existe el pecado. Sin embargo, una vez que Satanás entra en nosotros los hombres, el pecado está presente. Por lo tanto, el pecado es Satanás mismo relacionado con el hombre subjetivamente. ¡Cuán valioso es este entendimiento de la gracia y el pecado!
Si tenemos este entendimiento, podremos distinguir la diferencia que existe entre el pecado y el mal. Cuando el pecado permanece inactivo dentro de nosotros, es meramente el pecado. Pero cuando lo despertamos queriendo hacer el bien y cumplir la ley para agradar a Dios, el pecado se convierte en el mal. El mal es el pecado que actúa dentro de nosotros. Siempre que el pecado que mora en nuestro ser se activa, llega a ser el mal que está presente con nosotros. El pecado es aquel que mora en nosotros, pero el mal es aquel que está presente y es activo. El pecado es Satanás mismo que mora en nosotros, pero el mal es Satanás que está actuando dentro de nuestro ser. Por consiguiente, tanto el pecado como el mal son Satanás mismo. Al morar en nosotros, Satanás es el pecado, y al actuar en nosotros, Satanás es el mal. Satanás, el pecado y el mal denotan una sola cosa en tres aspectos.
Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Este versículo revela que el pecado trajo consigo la muerte. De acuerdo con Hebreos 2:14, el que tiene el imperio de la muerte es el diablo. Estos dos versículos indican que el pecado y la muerte están relacionados con Satanás. Satanás, el pecado y la muerte son los tres enemigos de Dios. En 1 Corintios 15:26 se declara que la muerte es el último enemigo. En Génesis 1 Dios tenía un sólo enemigo, Satanás, pero después de que el hombre cayó, el pecado y la muerte llegaron a ser también Sus enemigos.
Cuando yo era un cristiano joven, pensaba que la muerte era algo relacionado con el futuro; no lo consideraba como algo para el presente. Pero según 1 Juan 3:14, podemos estar en muerte ahora mismo: “El que no ama (a su hermano) permanece en muerte”. Este versículo no dice que el que no ama a su hermano, morirá; más bien, dice que el que no ama a su hermano permanece en muerte ahora mismo. Si no estamos en la esfera de la vida, entonces ciertamente estamos en muerte. Romanos 8:6 también afirma que podemos estar en muerte ahora mismo: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”.
Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. En este versículo tenemos la ley, el pecado y la muerte, en contraste con la ley, el Espíritu y la vida. Debemos ver que la vida es contraria a la muerte, y el Espíritu es contrario al pecado. El pecado es Satanás corporificado en nosotros, y el Espíritu es Dios que vive en nosotros. El Dios que está corporificado en nosotros es la gracia, pero el Dios que vive en nosotros es el Espíritu. Así que, la gracia presentada en Romanos 5 es el mismo Espíritu mencionado en Romanos 8. En el capítulo 5 se trata de la gracia en contraste con el pecado, pero en el capítulo 8 se trata del Espíritu en contraste con el pecado. Romanos 8:2 no habla de la ley de la gracia de vida, sino de la ley del Espíritu de vida. Cuando Dios está corporificado en nosotros, Él es nuestra gracia; pero cuando vive en nosotros, Él es el Espíritu. En Hebreos 10:29 el Espíritu es llamado el Espíritu de gracia. Así que, el Espíritu es el propio Dios que, corporificado en nosotros como la gracia, vive y actúa en nuestro interior.
En el libro de Romanos no podemos encontrar que Dios tenga otros enemigos aparte de Satanás, el pecado y la muerte. Romanos 16:20 dice: “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Después de declarar que Satanás será aplastado bajo nuestros pies por el Dios de paz, Pablo inmediatamente añade en el mismo versículo: “La gracia de nuestro Señor Jesús sea con vosotros”. Cuando Satanás es aplastado, la gracia está con nosotros.
En cierto sentido Satanás, el enemigo de Dios, opera hoy como pecado y como mal para introducir a las personas en la muerte y para encerrarlas allí. Ésta es la obra maligna del enemigo de Dios. Satanás no está satisfecho simplemente con provocarnos en asuntos tales como perder la paciencia. Su intención es introducirnos en la muerte. Pero Dios está operando como vida para vencer el pecado, la muerte y a Satanás y, como resultado, nosotros reinaremos en vida.
El capítulo 5 de Romanos nos provee una introducción al tema de reinar en vida. Según lo indica el versículo 17, nosotros los que recibimos la abundancia de la gracia reinaremos en vida. Los capítulos del 6 al 16 definen claramente el significado de reinar en vida: reinar en vida equivale a andar en novedad de vida (6:4). En el capítulo 7 tenemos una descripción de uno que es acosado por el pecado y el mal, y cautivo en la muerte. Éste clama desesperadamente: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (v. 24). Pero en el capítulo 8 este cautivo es librado de la ley del pecado y de la muerte mediante la ley del Espíritu de vida. En el capítulo 7 vemos una guerra, pero en el capítulo 8 tenemos tanto la victoria como el reinado. Aun en 6:14 se nos dice que el pecado no debe enseñorearse de nosotros, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Debido a esto, el pecado no debe regirnos como si fuera un rey. Ahora que Dios ha entrado en nosotros como gracia, el pecado no debe enseñorearse más de nosotros.
Hoy en día estamos en el proceso que nos convertirá en reyes. La santificación forma parte de este proceso, el cual también incluye la transformación, la conformación y la glorificación. Hoy nos encontramos en camino hacia el ámbito en el cual reinaremos como reyes en vida. Gradualmente el reinado saturará todo nuestro ser y será manifestado. En ese momento reinaremos en vida de una manera plena.
Reinar en vida no significa ejercer control sobre la esposa o los hijos. Usted puede reinar sobre sus hijos aun sin ser un rey. Reinar sobre otros es un concepto humano relacionado con los reyes. No obstante, el entendimiento apropiado en este respecto es que reinamos en la vida divina sobre el pecado, la muerte y Satanás, quien finalmente será aplastado bajo nuestros pies. A fin de reinar en vida de esta manera, necesitamos ser santificados, transformados, conformados y glorificados. La vida que reina está en nosotros, pero aún no ha sido liberada en todo nuestro ser. Por el contrario, está limitada a nuestro espíritu; nuestro hombre exterior aún no ha sido santificado. Para ser santificados, necesitamos primero ser saturados con la vida reinante que está ahora en nuestro espíritu. Nuestra alma y nuestro cuerpo serán santificados sólo cuando seamos completamente saturados con esta vida interior y reinante. Esta vida no sólo nos santifica, sino que también nos conforma a la imagen misma del Hijo primogénito de Dios. En esto consiste la conformación. Además, mientras somos saturados de la vida reinante, también somos transformados. La transformación es otra manera de referirse a la santificación. Gradualmente, nuestro cuerpo vil será transfigurado, es decir, será plenamente saturado e impregnado con la gloria de la vida reinante de Dios. Entonces todo nuestro ser estará saturado e impregnado de la vida reinante, la cual expresaremos plenamente cuando seamos manifestados como hijos de Dios. En ese tiempo, reinaremos no solamente por la vida interior, sino también por la gloria exterior.
El asunto de reinar en vida también está relacionado con el hecho de ser uno con los santos. La unidad no se trata meramente de celebrar reuniones durante la semana donde declaramos que somos uno. El tabernáculo presentado en el Antiguo Testamento es un cuadro de la unidad genuina por la que el Señor Jesús oró en Juan 17. Dicho tabernáculo estaba edificado con cuarenta y ocho tablas recubiertas de oro. Éstas estaban unidas mediante unas barras de oro que pasaban por los anillos de oro, los cuales estaban adheridos a las tablas. De esta manera las cuarenta y ocho tablas conformaban una sola edificación. Esta edificación corresponde a la edificación de la humanidad y la divinidad. Las tablas de madera representan la humanidad, y el oro que recubría las tablas representa la divinidad. Todas las tablas estaban recubiertas con oro y unidas por él. Esto representa la unidad genuina.
Si los cristianos hemos de ser verdaderamente uno, no debemos solamente reunirnos, sino también ser edificados conjuntamente en la vida divina. La verdadera unidad es la edificación. Es algo mucho más que simplemente amarnos los unos a los otros, pues para ser uno, no sólo necesitamos el amor mutuo, sino también el oro que nos recubre y las barras de oro que pueden mantenernos juntos en unidad. Es preciso que todos seamos edificados en el oro, en la naturaleza de Dios. Ésta es la unidad por la cual oró el Señor Jesús en Juan 17.
También es la unidad presentada en los capítulos del 12 al 16 del libro de Romanos. En 12:5 Pablo dice: “Así nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo y miembros cada uno en particular, los unos de los otros”. Las tablas del tabernáculo también ilustran cómo es que somos miembros los unos de los otros. La anchura de cada tabla era de un codo y medio. En la Biblia el tres es un número básico con relación a la obra edificadora de Dios. Por ejemplo, en las dimensiones del arca construida por Noé, se encuentra el número tres. El arca tenía tres pisos y era de trescientos codos de longitud. Ya que el tres es una unidad básica en la edificación, un codo y medio denota media unidad. Esto quiere decir que en la edificación nosotros no somos una unidad completa por nosotros mismos; cada uno de nosotros es solamente una mitad. Esto significa que usted necesita de alguien más, y que alguien más lo necesita a usted. Si verdaderamente somos miembros los unos de los otros, entonces seremos como las tablas del tabernáculo que estaban unidas la una con la otra. No importa cómo nos sintamos en algunas ocasiones con respecto a la “tabla” con la que estamos unidos, no debemos nunca separarnos de ella. Si nos separamos, esto es un indicio de que nunca fuimos conjuntamente edificados en la iglesia. Si en verdad hemos sido edificados en ella, nos será imposible separarnos.
El hecho de ser uno con los santos en términos de la edificación es un aspecto de reinar en vida. Es difícil vencer nuestro mal genio, pero es mucho más difícil vencer nuestra naturaleza, la cual es divisiva. Hace muchos años comprendí que si soy un hombre, debo ser un cristiano, y si soy cristiano, debo estar en la iglesia. Para mí ésta es simplemente la mejor manera de seguir adelante con el Señor. Por lo tanto, he tomado una firme decisión de que, aunque no me sienta siempre contento con la manera en que estén las cosas en la vida de iglesia, permaneceré en ella y seré uno con los santos. Mantener la unidad equivale a reinar en vida. Solamente en la vida divina, y no en nuestra naturaleza humana, podemos guardar la unidad genuina. En la vida divina tenemos la gracia, que es Dios corporificado en nosotros, y también al Espíritu viviente. En este Espíritu vivimos y reinamos en vida.