Mensaje 48
Lectura bíblica: Ro. 6:23а; Ro. 7:10-11, 13, 24; 1 Co. 15:55-56; Ro. 8:2; Ef. 4:30; He. 4:16
En los dos mensajes anteriores vimos que por la gracia podemos reinar en vida sobre el pecado, la muerte y Satanás. En este mensaje estudiaremos lo que significa reinar en vida sobre la muerte.
Sin embargo, antes de hacer esto, debemos hacer un repaso acerca de la diferencia que existe entre el pecado y el mal, y la diferencia que existe entre la gracia y el Espíritu. El pecado es la naturaleza de Satanás inyectada en el hombre, y el mal es el pecado en acción. El pecado se originó cuando Satanás se inyectó en el hombre; pero este pecado, cuando está presente y activo en nosotros, es el mal. Según el mismo principio, la gracia es la entrada que Dios hace en el hombre así como Su misma corporificación en él; pero esta gracia, cuando está presente y activa, es el Espíritu.
La Biblia revela que la muerte procede del pecado. Romanos 6:23 dice que “la paga del pecado es muerte”, lo cual quiere decir que la muerte es el resultado del pecado. Es posible que nuestro entendimiento de la muerte sea meramente doctrinal. Cuando era joven me enseñaron que existían dos clases de muerte: la muerte física del hombre y el lago de fuego, que es la muerte segunda. No consideraba la muerte como algo en lo que estaba envuelto diariamente. Sin embargo, poco a poco descubrí que en la Biblia varios versículos indican que la muerte opera en nosotros hoy. La muerte es como un gusano que constantemente nos está comiendo. El pecado nos causa ruina, pero no se alimenta de nosotros. En cambio, la muerte es el “gusano” que nos devora día tras día.
La muerte tiene varios aspectos: el presente, el futuro, el subjetivo y el objetivo. Por ejemplo, después del milenio todos los muertos incrédulos serán levantados y comparecerán ante el trono blanco para ser juzgados (Ap. 20:12). Aquellos cuyos nombres no se encuentren en el libro de la vida serán echados al lago de fuego, que es la muerte segunda (Ap. 20:15). En este mensaje queremos centrarnos no en el aspecto futuro y objetivo de la muerte, sino en el aspecto subjetivo y presente. En este preciso momento, el elemento de la muerte se halla dentro de nuestro ser, buscando la manera de darnos fin.
En los capítulos del 5 al 8 de Romanos se trata a cabalidad el tema de la muerte. En Romanos 5 vemos que la muerte entró al mundo por medio del pecado y luego pasó a todos los hombres. Además, según aclara el versículo 14, la muerte también reina. En 6:21 y 23 Pablo dice que la muerte es el fin de las cosas de las cuales ahora nos avergonzamos, y que también es la paga del pecado. Romanos 7 es un capítulo que trata no sólo de la ley, sino también de la muerte. En los versículos 10 y 11 Pablo declara: “Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. Además, en el versículo 13 Pablo dice que el pecado está “produciendo en [él] la muerte por medio de lo que es bueno”. Por eso, en el versículo 24 él clamó: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. La muerte a la que Pablo se refiere en el capítulo 7 no es la muerte que nos sobrevendrá en el futuro, sino la que está operando ahora mismo en nosotros.
La situación de Pablo en Romanos 7 difiere mucho a la de David en el salmo 51. Este salmo trata del arrepentimiento que se siente después de haber cometido cierto pecado. En Romanos 7 Pablo no se arrepentía por pecados que hubiese cometido; en efecto, Romanos 7 no se refiere al arrepentimiento, sino a la muerte, a la muerte que continuamente operaba dentro de Pablo. El arrepentimiento le brindó a David gran ayuda en el salmo 51, pero no le hubiera servido de mucha ayuda a Pablo en Romanos 7, porque no lo habría podido librar de la muerte que operaba en el cuerpo mortal de Pablo.
En 1 Corintios 15:55-56 Pablo dice: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley”. La muerte es semejante a un escorpión, y el pecado es como el aguijón de dicho escorpión. De acuerdo con Hebreos 2:14, el que tiene el imperio de la muerte es el diablo. Una vez que el “escorpión” de la muerte nos clava su aguijón, el diablo ejerce su poder para darnos muerte. Así que, Satanás tiene el imperio de la muerte, y el pecado es el aguijón de la muerte. Siempre que el pecado nos clava su aguijón, el veneno de la muerte es inyectado a nosotros y, como resultado, hay un homicidio espiritual, una muerte espiritual.
Ahora, puede ser de provecho examinar el marcado contraste que existe entre el lado negativo y el lado positivo de esto. Satanás se opone a Dios. Cuando Satanás se inyecta a sí mismo en el hombre, su naturaleza se convierte en el pecado mismo en el hombre. Por el contrario, el Dios que se forja a Sí mismo en el hombre llega a ser la gracia en él. Por consiguiente, el pecado se opone a la gracia. Cuando el pecado está presente y activo dentro de nosotros, se convierte en el mal; pero cuando la gracia está presente y activa, llega a ser el Espíritu. El resultado de la actividad del mal es la muerte, mientras que el resultado de la actividad del Espíritu es la vida. De ahí que Satanás, el pecado, el mal y la muerte se oponen a Dios, a la gracia, al Espíritu y a la vida.
Romanos 8:2, que relaciona el Espíritu con la vida, habla del Espíritu de vida. Según el mismo principio podemos hablar de “el mal de la muerte”. La vida es el Dios que vive en nosotros. El propio Dios que vive en nosotros es el Espíritu. Cuando Dios, la fuente, está lejos de nosotros, Él es el Padre; pero cuando viene a vivir en nosotros de una manera práctica, Él es el Espíritu. Sin embargo, a menos que el Espíritu que mora en nosotros opere en nuestro interior, nosotros no podremos experimentar la vida. Como los creyentes que somos, todos sabemos que el Espíritu está dentro de nosotros, pero entre nosotros son pocos los que tienen una experiencia rica de la vida divina. Por lo tanto, aunque tenemos al Espíritu, podemos ver que aún estamos escasos de la vida divina, porque el Espíritu que mora en nosotros no tiene mucha oportunidad de vivir libremente en nuestro ser. Ciertamente el Espíritu está en nosotros, pero es posible que no le brindemos la atención adecuada. En algunas ocasiones estamos muy ocupados con nuestras actividades y no tenemos tiempo para nada más. De igual forma, es posible que nuestro ser esté ocupado por tantas cosas que no tenemos el tiempo ni el deseo de hacerlo. Pareciera que no tenemos la capacidad suficiente para permitir que el Espíritu que mora en nosotros tenga toda libertad en nosotros. Tal parece que dijéramos al Espíritu: “Yo comprendo que Tú eres muy querido para mí, pero simplemente no tengo mucho interés en Ti”.
Muchos creyentes sostienen el concepto equivocado de que si ellos descuidan al Espíritu, éste los dejará. Sin embargo, según la Biblia el Espíritu, una vez que ha entrado en nosotros, nunca nos abandona. Él no se considera a Sí mismo como un visitante que se aloje en nosotros, sino como el dueño que reside en Su morada.
Hace muchos años leí un libro en el cual se representaba la obra del Espíritu mediante dibujos. Una paloma que representaba al Espíritu, se presentaba descendiendo y entrando en aquellos que creían en el Señor, y alejándose de ellos cuando pecaban. Ya que este libro afectaba a muchos creyentes chinos que buscaban más del Señor, invertimos bastante tiempo para refutar la enseñanza incorrecta acerca de que el Espíritu abandone al creyente que peca. Efesios 4:30 dice: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. Puede ser que contristemos al Espíritu que mora en nosotros, pero aun así nunca nos dejará. El Espíritu permanece siempre en nosotros, aunque es posible que no le demos la oportunidad de moverse como la vida en nuestro ser, que es lo que Él desea hacer. Por lo tanto, tenemos al Espíritu, pero quizás no experimentemos mucho de la vida divina.
Cuando algunos nos oyen decir que podemos poseer al Espíritu sin experimentarle como la vida, argumentan que esto es imposible. Sin embargo, es un hecho que cuando no le permitimos al Espíritu vivir libremente en nosotros, no experimentamos la vida divina de una manera real y práctica, aunque de hecho tenemos la vida en cuanto a posición o en nombre. Por ejemplo, ¿acaso expresa usted la vida divina cuando se enoja? En dicha situación usted se encuentra en muerte, y no en vida. Hablando en términos doctrinales, todo creyente tiene la vida divina. Pero en realidad la vida es el Espíritu viviente. Así que, sólo cuando el Espíritu vive en nosotros, así como también mora en nuestro interior, podemos experimentar la vida de una manera práctica. Primeramente, Dios es la gracia para nosotros, y luego esta gracia empieza a operar como Espíritu de manera activa dentro de nuestro ser. Como resultado, nosotros experimentamos la vida. El principio es el mismo con Satanás, con el pecado, con el mal y con la muerte. Primero, Satanás es el pecado que reside en nosotros, y luego el pecado, al volverse activo, se convierte en el mal, lo cual da por resultado la muerte. Llegamos a este entendimiento de la vida y la muerte tomando como base nuestra propia experiencia.
Satanás, quien tiene el imperio de la muerte, inyectó su naturaleza maligna, el pecado mismo, en nosotros, de manera que aun los niños, quienes parecen ser tan inocentes y buenos, tienen la naturaleza del pecado. Debido a que un niño nace en pecado, éste se halla presente en su misma naturaleza. Sin embargo, se requiere tiempo para que el pecado se manifieste en la conducta del niño. Al paso de los años, mientras el niño crece, la naturaleza pecaminosa llega a manifestarse. Cuando el pecado se vuelve activo en su ser, se convierte en el mal, el cual da por resultado la muerte.
Es posible que diariamente esta muerte aun nos afecte a nosotros mismos, quienes hemos creído en Cristo. En nuestra experiencia, el pecado se convierte en el mal, y éste viene a ser la muerte. Por ejemplo, cuando chismeamos fácilmente entramos en muerte. Podemos reconocer los síntomas de la muerte y saber cuándo ella está obrando en nosotros. Algunos de los síntomas de la muerte son las tinieblas, la vaciedad, la inquietud y la sequía espiritual. Nosotros quienes ministramos la Palabra sabemos que sólo un poco de muerte dentro de nosotros puede impedir que proclamemos la Palabra. Si yo me enojo un poco antes de ministrar, puedo tener dificultad para hablar en la reunión. Ciertamente la sangre de Cristo me lava y me limpia, pero se requiere tiempo para que la muerte sea consumida. Siempre que sentimos la muerte dentro de nosotros, debemos acudir al Señor, solucionar completamente el problema de la muerte delante de Él, y experimentar no solamente la limpieza efectuada por la sangre, sino también la unción, la cual es el Espíritu que vive y se mueve en nuestro interior. El resultado de la unción es la vida. Entonces, si hablamos en conformidad con el Espíritu viviente, nuestras palabras estarán llenas de vida.
Muchas hermanas entran en una condición de muerte no sólo al chismear, sino también al ir de compras. Las hermanas que vencen en este asunto, verdaderamente reinan en vida por la gracia. Las tiendas representan una gran prueba para ellas. Por esta razón, sería difícil que durante tres meses una hermana se abstuviera de ir a las tiendas de departamentos. Pero si tan sólo dejaran de hacer viajes de compras innecesarios, se darían cuenta de la gran diferencia que esto haría en su experiencia de vida. Si las hermanas pueden vencer el chisme y las compras, rebosarán de vida en las reuniones de la iglesia.
Mi objetivo al darles estos ejemplos no es juzgar los chismes y el hábito de ir de compras; más bien, mi deseo es que evitemos la muerte. Moisés dio muchos reglamentos a los hijos de Israel. En contraste, Cristo no nos da ninguna regulación; al contrario, Él nos imparte la vida.
Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. En nuestra experiencia, a veces descubrimos que la ley del Espíritu de vida no siempre funciona tan eficazmente como lo indica Pablo en este versículo. Esto se debe a que hemos determinado que la ley de vida nos haga vencer ciertas cosas como por ejemplo nuestro mal genio, pero tal vez no le demos la oportunidad para hacer lo que se ha propuesto llevar a cabo en nuestro ser. Puesto que aborrecemos nuestra tendencia a enojarnos, deseamos que la ley de vida lo venza. Por lo tanto, le asignamos tal tarea a la ley de vida. Pero no debemos asignarle tareas específicas y al mismo tiempo prohibirle que haga otras cosas. Por el contrario, debemos darle plena libertad para actuar de la forma que desee. Aunque la ley del Espíritu de vida es sólo una, es capaz de gobernar miles de asuntos. Por ejemplo, tiene la capacidad de regirnos en cuanto a la manera en que cortamos nuestro cabello y a la forma en que vivimos en casa.
Si no cooperamos con la ley del Espíritu de vida que está en nosotros, inmediatamente entraremos en una condición de muerte. A los ojos de Dios la muerte es más detestable que el pecado mismo. En realidad, la muerte es abominable para Dios; Él la odia. Tal vez el chismear en sí no sea pecaminoso, pero debido a que nos conduce a la muerte, es abominable a los ojos de Dios. Así pues, el chisme es un insulto para el Dios viviente. Día tras día insultamos al Dios viviente, quien mora en nosotros. Debido a que muchos cristianos están sumidos en condiciones de muerte, les resulta imposible tener una continua experiencia de vida.
Si hemos de experimentar la vida divina, la cual es el Espíritu que vive en nosotros, tenemos que acudir a la fuente de la vida, quien es Dios, nuestro Señor, y recibir, con un corazón y un espíritu abiertos, la limpieza efectuada por la sangre redentora de Cristo. Si nos mantenemos abiertos a Él permanentemente y estamos dispuestos a que todo aislamiento sea eliminado para que no exista separación alguna, la corriente de la electricidad divina fluirá dentro de nosotros. De esta manera recibiremos la gracia. Según nos dice Hebreos 4:16, debemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. La gracia procede del trono de la gracia. Por consiguiente, para obtenerla debemos acudir a este trono. Si lo hacemos, la gracia fluirá dentro de nosotros y nos llenará. Gradualmente, la gracia se pondrá activa y empezará a manifestarse como Espíritu, y este espíritu vivirá en nosotros como vida. Entonces podremos reinar en vida sobre la muerte.
Lo único que es capaz de subyugar a la muerte es la vida de Dios, la vida que no fue creada. Nuestra vida, la vida creada, no puede resistir la muerte, pero la vida divina —representada por los huesos del Señor, los cuales no le fueron quebrados cuando Él estaba en la cruz— no puede ser vencida por la muerte, pues ésta no es capaz de vencerla. El hecho de que los soldados no quebraran las piernas del Señor, indica que Su vida increada es inquebrantable. Cualquier forma de vida creada, ya sea vegetal, animal o humana, puede verse afectada por la muerte. La vida increada es la única vida que no es afectada por la muerte.
Así como la luz disipa la oscuridad, la vida increada sorbe la muerte. Las tinieblas solamente pueden ser vencidas por la luz. Así que, nosotros no deberíamos tratar de echar fuera las tinieblas; lo que debemos hacer es simplemente prender la luz. Tan pronto como la luz viene, las tinieblas se desvanecen. Según el mismo principio, cuando la vida increada llega, la muerte desaparece. La muerte le teme a la vida increada de Dios. A fin de reinar en vida, necesitamos la abundancia de la gracia y del Espíritu viviente. En tanto tengamos la vida divina, todo indicio de muerte desaparecerá.
No debemos esforzarnos por vencer nuestro mal genio, nuestro hábito de ir de compras ni el de chismear. En cambio, debemos simplemente abrir nuestro ser a Dios y permitir que Su gracia fluya en nosotros y nos llene. Esta gracia que fluye se manifestará como Espíritu, el propio Espíritu que es la vida en nosotros. Entonces, esta vida subyugará a la muerte y la sorberá. Éste es el significado de reinar en vida sobre la muerte.