Mensaje 52
Lectura bíblica: Ro. 1:1, 3; Jn. 1:18; Ro. 8:29; 6:5, 22
Al leer el libro de Romanos, podríamos prestar atención principalmente a la condenación, la justificación, la santificación y la glorificación y al mismo tiempo pasar por alto otros temas, tales como la filiación, la transformación, la conformación y la vida del Cuerpo. El pensamiento central de Romanos no es la condenación ni la justificación; ni aun es la santificación ni la glorificación. En Romanos 1:1 y 3 Pablo dice que él fue apartado para el evangelio de Dios, el cual trata del Hijo de Dios; esto indica que el concepto central del evangelio de Dios está relacionado con el Hijo de Dios. El propósito de Dios es introducir muchos hijos en la gloria.
De acuerdo con la Biblia, el significado espiritual de la filiación es que un hijo es la expresión del padre que lo engendró. El deseo de Dios consiste en producir muchos hijos, porque Su intención es obtener una expresión corporativa de Sí mismo. Él no desea simplemente obtener una expresión individual en la persona de Su Hijo unigénito, sino el Cuerpo, una expresión corporativa compuesta por Sus muchos hijos. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Aunque la expresión que Dios tiene en el Hijo unigénito es maravillosa, Dios aún desea expresarse en muchos hijos. Su propósito es hacer que el Hijo unigénito sea el Primogénito entre muchos hermanos. Antes de la resurrección de Cristo, Dios tenía un solo Hijo; en otras palabras, Él tenía una sola expresión individual. Pero por medio de la resurrección de Cristo, ahora Él tiene una multitud de hijos, es decir, una expresión corporativa.
A muchos de nosotros se nos enseñó que nosotros éramos pecadores, que Dios nos amaba y que envió a Su Hijo a morir en la cruz para redimirnos. Además, se nos dijo que por ser cristianos, debíamos vivir para la gloria de Dios y procurar tener comunión con Él. También nos enseñaron que finalmente seríamos llevados al cielo. Muy pocos creyentes hemos oído que la meta de Dios es producir muchos hijos para Su expresión corporativa. Por la eternidad, Dios será expresado por medio del Cuerpo, una entidad corporativa compuesta de Sus muchos hijos glorificados. Éste es Su propósito.
El evangelio de Dios, según el libro de Romanos, es un evangelio de filiación cuyo objetivo principal es producir muchos hijos conformados a la imagen del Hijo de Dios (8:29). El Hijo unigénito de Dios es el modelo según el cual se producen los muchos hijos de Dios. Romanos 1:3-4 describe este modelo, mientras que Romanos 8 revela la producción en serie de dicho modelo. Finalmente el Hijo unigénito, el modelo, llegará a ser el Primogénito entre muchos hermanos, quienes son la producción en serie del modelo.
Cristo, el modelo, tiene dos naturalezas: una que es conforme a la carne y otra que es conforme al Espíritu de santidad. En el versículo 4 santidad se refiere a la esencia o sustancia de Dios. Antes de encarnarse, Cristo no tenía humanidad, es decir, la naturaleza según la carne; sin embargo, por medio de la encarnación, Él se vistió de la naturaleza humana. No obstante, cuando se vistió de la naturaleza humana no perdió Su naturaleza divina. Así que, cuando Él estuvo en la tierra, era un verdadero misterio. Conforme a Su apariencia externa, era íntegramente un ser humano. Sin embargo, mucho de lo que Él dijo e hizo fue extraordinario, pues realizó lo que ningún ser humano podría hacer ni decir. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan el Señor dijo que Él era la vida y la verdad (14:6). También dijo: “Yo soy la luz” (8:12) y “Yo soy el pan de vida” (6:35). Además, dijo que el que no creyera en Él, no tendría vida eterna (3:36). Ningún filósofo se atrevería a hacer tal declaración. Debido a que Cristo es divino y humano, cuando Él estaba en la tierra la gente se preguntaba acerca de Su identidad. Conocían a Su familia, pero no podían explicarse cómo Él podía hacer ciertas cosas (Mt. 13:54-56). Su perplejidad se debía a que el Hijo de Dios se había vestido de humanidad.
Aquellos que crucificaron a Cristo no comprendieron que la crucifixión le proporcionó la mejor manera de ser designado y de ser glorificado. Podemos usar el ejemplo de una semilla de clavel para demostrar esto. Si la semilla llega a su fin al ser enterrada, gradualmente retoñará, crecerá y florecerá. Asimismo Cristo, mediante Su muerte y resurrección, “floreció” como Hijo de Dios. Satanás pensaba que la crucifixión sería el fin de Cristo, pero el Señor Jesús sabía que en realidad esto era el comienzo y que ello lo conduciría a ser designado Hijo de Dios según el Espíritu de santidad y por la resurrección de entre los muertos. Sin muerte no podría haber resurrección. ¡Aleluya que en resurrección Cristo fue designado el Hijo de Dios con poder!
Cristo, el Hijo de Dios designado, todavía tiene dos naturalezas: la divina y la humana. Pero la humanidad que Él tiene ahora no es natural, sino que ha sido elevada en resurrección. Aun Su carne misma ha sido designada el Hijo de Dios; Él ha sido designado el Hijo de Dios con ambas naturalezas: la divina y la humana. Como esta persona tan maravillosa, Él ha llegado a ser el modelo, el patrón, según el cual se conforman todos aquellos que están siendo designados hijos de Dios, pues un hijo de Dios debe tener tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana resucitada, glorificada y elevada.
La intención de Dios no consiste en que nosotros perdamos nuestra humanidad. Por el contrario, tendremos nuestra humanidad por la eternidad. Pero la humanidad que tendremos por la eternidad no será la humanidad natural, sino una humanidad que ha sido resucitada, glorificada y elevada. Esto se demuestra en 1 Corintios 15 donde vemos el contraste que existe entre el cuerpo natural y el cuerpo espiritual, el cual es el cuerpo en resurrección. Hoy nuestro cuerpo físico es como una semilla, pero un día esta “semilla” será resucitada y glorificada.
¿Cómo podemos obtener la divinidad? La obtenemos al ser regenerados en nuestro espíritu por el Espíritu de Cristo. Al encarnarse, Cristo se vistió de humanidad y, desde ese momento ha tenido dos naturalezas: la divina y la humana. Al resucitar y entrar en nosotros como Espíritu, Cristo introdujo Su divinidad en nuestro ser. Por consiguiente, nosotros también tenemos dos naturalezas: la humana y la divina. Por el hecho de haber nacido del Espíritu, fuimos hechos participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Bien podemos decir: “Señor, como Tú tienes dos naturalezas, también nosotros tenemos dos naturalezas. Así como Tú eres divino y humano, también nosotros somos humanos y divinos. ¡Aleluya, nosotros somos iguales a Ti! Señor, Tú tienes nuestra naturaleza, y nosotros tenemos la Tuya. Tú eres la Cabeza del Cuerpo, y nosotros somos los miembros del Cuerpo. Señor, Tú eres el Hijo de Dios, y nosotros somos hijos de Dios también”. Al Señor le agrada que le hablemos de esta manera. Él disfruta cuando declaramos el hecho de que Dios ya no tiene un solo Hijo, Su Unigénito, sino muchos hijos: Cristo el Primogénito y nosotros los muchos hijos. Cristo ya ha sido designado el Hijo de Dios, pero nosotros nos encontramos aún en el proceso de la designación. Un día este proceso será completado, y por la eternidad seremos iguales a Cristo, el Hijo primogénito de Dios. Podemos encontrar muchas palabras claves en Romanos 1:3-4. El versículo 3 incluye la frase según la carne, y el versículo 4, la frase según el Espíritu. En Romanos 8:4 Pablo habla acerca de andar “conforme al espíritu” y no “conforme a la carne”. Éste es un ejemplo de la forma en que el apóstol Pablo vuelve a usar más adelante en este libro estas mismas palabras claves.
Una palabra especialmente maravillosa de Romanos 1:4 es resurrección. Cristo fue designado Hijo de Dios “por la resurrección de entre los muertos”. En 6:5 Pablo dice que ciertamente “seremos en la semejanza de Su resurrección”. Cristo fue designado por la resurrección, y nosotros seremos en la semejanza de esta resurrección. Al participar de la resurrección de Cristo, pasamos por el mismo proceso de ser designados hijos de Dios. De hecho, somos designados por la resurrección.
Designar algo es señalarlo, y no meramente rotularlo. Nosotros somos hijos de Dios y, como tales, somos designados por la resurrección, es decir, por medio de un cambio de vida. Volvamos al ejemplo de la semilla de clavel. La mayoría de la gente no puede diferenciar entre una semilla de clavel y cualquier otra semilla parecida. Algunos podrían decir que la única manera de reconocer cuál es una semilla de clavel entre muchas otras semillas similares, es rotular las semillas de clavel. Sin embargo, la vida tiene otra manera de distinguirla. La semilla de clavel, conforme a la vida contenida en ella, es designada por el proceso de siembra, crecimiento y florecimiento. Cuando una planta de clavel es todavía un brote pequeño, es muy difícil reconocer que es un clavel, porque se parece a muchos otros brotes de plantas; pero cuanto más crece, más es designada clavel. Finalmente, por su flor todos podemos reconocer que es una planta de clavel. Al florecer es plenamente designada clavel.
Según este principio, nosotros somos designados hijos de Dios por un cambio en vida mediante el proceso de resurrección. El día viene cuando llegaremos a la etapa del “pleno florecimiento”. Ése será el momento de la redención, la glorificación, de nuestro cuerpo, lo cual será la plena filiación (8:23). Ciertamente, la vida misma del Hijo de Dios ha sido implantada en nuestro espíritu. Ahora nosotros, al igual que la semilla de clavel que es sembrada en tierra, debemos pasar por el proceso de la muerte y la resurrección. Este proceso consume al hombre exterior, pero permite que la vida interior crezca, se desarrolle y finalmente florezca. Esto es la resurrección. Alabado sea el Señor porque somos llevados a la muerte diariamente para poder participar de la resurrección de Cristo de manera práctica. ¡Aleluya! ¡Por la resurrección nosotros seremos designados hijos de Dios!
Puede ser que muchos de nosotros no tengamos la plena confianza de decir que somos hijos de Dios. No tenemos ni siquiera la apariencia ni la expresión que son propias de hijos de Dios. Somos como la planta de clavel que aún no ha producido flores. No obstante, estamos en el proceso de ser designados por la resurrección y, con el tiempo, después de que hayamos sido plenamente procesados, todo el mundo sabrá que somos hijos de Dios. Toda la creación gime a una esperando esto. Nosotros también gemimos porque aún no tenemos la apariencia que debemos tener. Sabemos que seguimos siendo deficientes en muchos aspectos, y que todavía cometemos muchos errores y sufrimos fracasos. Sin embargo, bajo la soberanía del Señor, incluso nuestros fracasos son usados como parte de este proceso. El Señor permite que fallemos una y otra vez para que podamos ser procesados. Por medio de nuestros fracasos, nuestro detestable yo es derribado, y el Señor tiene más oportunidad de trabajar en nosotros.
¡Alabado sea el Señor por este proceso divino! Estamos en camino a la resurrección. No sólo fuimos injertados en Cristo para entrar en una unión vital con Él en Su muerte, sino que también disfrutamos de Su resurrección. Ahora todos nos encontramos en el proceso de ser designados hijos de Dios por medio de la resurrección.
En este proceso de resurrección hay cuatro aspectos: la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación. En 6:22 Pablo dice: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. La santificación, el proceso en el cual somos hechos santos, nos introduce en el disfrute de la vida eterna. Así que el fin, el resultado, de la santificación es la vida eterna.
En 12:2 Pablo habla de la transformación, diciendo que no debemos amoldarnos a este siglo, sino transformarnos por medio de la renovación de nuestra mente. En 8:29 Pablo habla de la conformación y en el versículo siguiente aborda la glorificación. Nuestra glorificación futura será la última etapa de la resurrección; es la resurrección que se aplica a nuestro cuerpo. Debido a que nuestros cuerpos aún están sujetos a la muerte, en algunas ocasiones nos debilitamos y aun enfermamos físicamente. Por consiguiente, necesitamos que nuestros cuerpos sean redimidos; necesitamos que la resurrección sea aplicada a nuestros cuerpos. Nosotros los que estamos en el proceso de la resurrección, tenemos por último paso la transfiguración, que es la glorificación de nuestros cuerpos.
Ya vimos que la santificación forma parte de la resurrección. Cuanto más somos santificados, más experimentamos la resurrección. Cuando hablamos de la santificación, no nos referimos a alcanzar un estado de perfección en la cual estamos libres del pecado, ni siquiera nos referimos a un simple cambio de posición. Algunos, argumentando en contra del concepto de que la santificación equivalga a un estado de perfección en el que uno está libre del pecado, hacen notar que en Mateo 23 el oro es santificado por el simple hecho de ser introducido en el templo, y que las ofrendas son santificadas al ser colocadas sobre el altar. Así que, ellos enseñan que la santificación no tiene relación alguna con el pecado, sino sólo con un cambio de posición. Por ejemplo, cuando el oro se encontraba de venta en las vitrinas, era un oro común y mundano, pero al ser puesto en el templo, fue santificado. No obstante, la santificación significa mucho más que esto, pues incluye no solamente un cambio de posición, sino también un cambio del modo de ser de uno. La santificación mencionada en el libro de Romanos es una santificación del modo de ser. Necesitamos ser santificados con respecto a nuestra posición así como a nuestro modo de ser.
El té es un buen ejemplo de esta clase de santificación. Cuando colocamos un sobre de té en una taza llena de agua, el té “teifica” el agua, o sea, cambia el agua en cuanto a color, apariencia y sabor. Podemos decir que el agua experimenta un cambio de modo de ser. Cuanto más el sobre de té permanece en el agua, más el agua es “teificada”. Esta “teificación” es un cuadro que muestra nuestra experiencia subjetiva de la santificación. Cristo es el “té” celestial, y nosotros somos el “agua”. Cuanto más de Cristo se nos añade, más somos santificados en nuestro modo de ser.
No sólo somos santificados, sino también transformados. La santificación tiene que ver con la sustancia, mientras que la transformación, con la forma, es decir, con un cambio de una forma a otra. Ser santificados significa que más de Cristo se nos añade. Ser transformados equivale a ser moldeados a cierta forma al recibir más de la sustancia divina. La transformación es el segundo aspecto de la resurrección. Cuanto más somos transformados, más experimentamos la resurrección.
El tercer aspecto del proceso de la resurrección es la conformación, la cual está estrechamente relacionada con la transformación. Mediante este proceso somos conformados a la imagen de Cristo. Romanos 8:29 lo expresa así: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”.
Hemos indicado que el último paso del proceso de resurrección es la glorificación, esto es, la transfiguración de nuestro cuerpo. La vida divina que está en nosotros finalmente será expresada plenamente por medio de nuestro cuerpo físico y lo transfigurará en un cuerpo glorioso. De esta manera, lo mortal será consumido por la vida divina que está en nosotros. Entonces seremos completamente santificados, transformados, conformados y glorificados, o sea, estaremos absolutamente en resurrección, y la vida y la naturaleza divinas habrán impregnado todo nuestro ser. En esto consiste la plena filiación (8:23).
Todos tenemos el sentir interior de que nuestra filiación aún no ha llegado a su plenitud. Sin embargo, irá creciendo más y más hasta que llegue a su plenitud en el momento de nuestra glorificación, cuando seamos plenamente resucitados y así designados los hijos de Dios tanto en naturaleza como en aspecto. En espíritu, alma y cuerpo seremos los hijos de Dios no sólo en nombre, sino también en realidad. De la manera en que una semilla de clavel crece desde que es una simple semilla hasta ser una planta madura en pleno florecimiento, así también nosotros seremos procesados mediante la resurrección hasta que seamos plenamente glorificados y así designados los muchos hijos de Dios. Ahora mismo nos encontramos en el proceso de resurrección con el fin de ser santificados, transformados, conformados y glorificados. Este proceso continuará hasta que seamos hijos de Dios en plenitud. Éste es el objetivo central del evangelio.