Mensaje 58
Lectura bíblica: Ro. 11:5, 11; 9:12; Ef. 1:4-5, 15, Ro. 9:16; 11:6
En Romanos 1:9 Pablo dice que él servía a Dios en el evangelio del Hijo de Dios. Este evangelio incluye muchos elementos maravillosos: la filiación, la designación, la resurrección, la justificación, la santificación, la transformación, la conformación, la glorificación y la manifestación. En este mensaje tomaremos en cuenta un elemento adicional: la elección de la gracia. Si queremos conocer cabalmente el evangelio de Dios, debemos entender que la elección de Dios se incluye en Su evangelio. Ésta es la elección de la gracia. Como dice 11:5: “Así, pues, también en este tiempo ha quedado un remanente conforme a la elección de la gracia”.
En nuestra sociedad las personas son escogidas según su abolengo, su familia, su educación y el éxito que hayan obtenido en el mundo. Ciertamente, la manera en que Dios lleva a cabo Su elección es totalmente diferente. Él nos eligió aun antes de que naciéramos, de hecho, desde antes de la fundación del mundo. La selección humana, en cambio, se basa en lo que la persona es en sí. Aquellos que son buenos, prometedores o exitosos, tienen mayor probabilidad de ser seleccionados. No obstante, la manera en que Dios nos elige no depende de lo que somos, sino de Dios mismo y del deseo de Su corazón.
En el capítulo 9 Pablo se refiere al caso de Jacob y Esaú para mostrar la manera en que Dios nos elige. Antes de que ellos nacieran, Dios dijo a Rebeca: “El mayor servirá al menor” (9:12). La elección de Dios se determinó aun antes de que ellos nacieran, antes de que hicieran algo bueno o malo. Esto fue así “para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (v. 11). No obstante, cuando Jacob estaba en el vientre de su madre, luchaba por nacer primero. Fue la misericordia de Dios la que hizo que Jacob no tuviera éxito. Si hubiera tenido éxito, tal vez Dios no lo habría elegido.
De hecho, todos nosotros somos como Jacob en el sentido de que luchamos por ser los primeros. Desde el momento de nuestro nacimiento, hemos tenido el concepto de que debemos luchar si hemos de obtener algo para nosotros mismos. Aunque fracasemos una y otra vez, continuamos luchando. Somos iguales a Jacob, el suplantador, a quien Dios predestinó para ser el segundo, pero quien seguía luchando por ser el primero. ¡Alabado sea Dios porque la mano de Su misericordia, la cual siempre nos restringe, nos ha guardado de tener éxito en nuestros esfuerzos! Él nos restringe porque nos eligió mucho antes de que naciéramos.
La elección de Dios está relacionada con Su predestinación y con Su llamamiento. De los tres, la elección viene primero, luego la predestinación y finalmente el llamamiento. Primero Dios nos eligió y luego nos marcó, es decir, nos predestinó. Tanto la elección como la predestinación se llevaron a cabo antes de nuestro nacimiento. Por último, en cierto momento de nuestra vida, Dios intervino y nos llamó.
Efesios 1:4-5 demuestra que la elección y la predestinación de Dios se llevaron a cabo en la eternidad pasada: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor, predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. Antes de que el universo llegara a existir, Dios nos eligió y nos predestinó para filiación. Necesitamos ejercitar nuestro espíritu en fe para creer lo que la Escritura nos dice. Nosotros nacimos en un día señalado por Dios. Posteriormente, también en el tiempo señalado por Él, fuimos salvos. Aunque no tuviéramos ninguna intención de creer en el Señor Jesús, llegamos a creer en Él, porque habíamos sido elegidos y predestinados por Dios para ello. Ésta es la elección de la gracia en la cual la misericordia de Dios es manifestada. Como dice Pablo en Romanos 9:16: “Así que no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”.
Si reflexionamos sobre nuestro pasado, terminaremos por adorar al Señor, pues nos daremos cuenta que nuestros pasos no han dependido de nosotros mismos, sino de Él. Aun antes de que naciéramos, Él nos eligió, nos predestinó y dispuso todas las cosas relacionadas con nosotros, incluyendo el tiempo y el lugar de nuestro nacimiento. Más aún, Él ha señalado todos nuestros días y todos los lugares donde hemos de estar. Conforme al arreglo divino, yo nací en el siglo XX. Además, nací en una región donde era fácil tener contacto con cristianos. Esto fue en su totalidad previsto y dispuesto por Dios. También mi vida con el Señor demuestra que nuestro camino ha sido determinado por Él, y mi experiencia es un testimonio de que no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Todo lo que nos sucede depende de la misericordia divina.
No deseo entrar en un debate teológico acerca de la responsabilidad del hombre en relación con la soberanía de Dios. Simplemente deseo subrayar que sí existe la elección divina. Todos llegamos a ser cristianos gracias a esta elección. En primera instancia, muchos de nosotros no sabemos por qué llegamos a ser cristianos. Algunos incluso hemos intentado dejar de creer en el Señor, pero no hemos tenido éxito. Por un lado, es maravilloso ser cristiano, pero por otro, es algo extremadamente molesto y difícil. Nosotros los cristianos no sólo somos como Jacob, sino también como Job. Debido a la elección de Dios, no tuvimos otra opción más que convertirnos en cristianos. Ahora que hemos creído en el Señor Jesús, sencillamente no podemos escapar de Él. Esto demuestra que Dios sí nos eligió.
Hay algo en nosotros que nos hace creer en el Señor; queramos o no, creemos en Él. Esto proviene de la elección de la gracia. Aunque queramos “divorciarnos” del Señor, Él se niega a firmar el acta de divorcio. Dios no se preocupa por ningún intento que hagamos para escaparnos de Él; pues Él sabe que por más que lo intentemos, jamás podremos escapar. Ésta es la prueba más fuerte de que hemos sido elegidos por Dios. ¡Cuán maravillosa es la elección divina de la gracia!
La elección de Dios se ve de una manera práctica cuando predicamos el evangelio. Muchos incrédulos pueden asistir a la misma reunión y escuchar el mismo mensaje; sin embargo, sólo ciertas personas responden a dicho mensaje. Aunque esto es difícil de explicar, podemos atribuirlo sólo a la elección, predestinación y llamamiento de Dios.
Recuerdo una historia acerca de D. L. Moody. Cierto día un estudiante expresó su preocupación de que por medio de su predicación, alguien que no hubiera sido elegido por Dios pudiera ser salvo. Moody le dijo que no se preocupara por eso, que simplemente continuara predicando el evangelio. Le dijo además que siempre debía permitir que todo el que quisiera creer, recibiera al Señor. Moody añadió que sobre la entrada al cielo habría un letrero en el cual se escribirán estas palabras: “Todo el que quiera, venga”, pero que después de que una persona pasara por la entrada, vería otro letrero por la parte de adentro que dirá: “Escogidos desde antes de la fundación del mundo”.
Si hemos de servir a Dios adecuadamente en el evangelio de Su Hijo, debemos saber que el evangelio incluye la elección de la gracia. El evangelio depende totalmente de la misericordia soberana de Dios. Hace muchos años comprendí esto, pero hoy mi entendimiento es mucho más claro. A través de muchos años de experiencia, estoy firme y profundamente convencido de que todo lo que nos sucede proviene de Dios. Todo lo relacionado con nosotros depende de la misericordia de Dios. Cuanto más vemos esto, más llevaremos nuestra responsabilidad delante del Señor de manera espontánea.
Sin embargo, aun el hecho de que aceptemos nuestra responsabilidad depende de la misericordia de Dios. ¿Cuál es la razón por la cual algunos creyentes están dispuestos a llevar su responsabilidad, y otros no? La respuesta es que todo depende de la misericordia de Dios. En 9:15 Pablo cita las palabras del Señor: “Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia”. Debido a la misericordia de Dios en Su elección de gracia, nosotros respondimos al evangelio, aun cuando otros no lo hicieron; recibimos la palabra acerca de que Cristo quiere ser nuestra vida, mientras que otros la rechazaron; y tomamos el camino del recobro del Señor, mientras otros se alejaron de él. Algunos pueden dar testimonio de que aunque ellos están en el recobro del Señor hoy, aquellos que los guiaron a este camino no permanecieron en él.
Con respecto a Su recobro, Dios tiene misericordia del que tenga misericordia. No estamos en el recobro del Señor porque seamos más inteligentes que otros ni porque busquemos al Señor más que otros. El hecho de que estemos aquí se debe por completo a la misericordia de Dios. Si reflexionamos sobre la forma en que el Señor nos condujo a la vida de iglesia que disfrutamos en Su recobro, le adoraremos por Su misericordia. Yo creo que los que estamos en el recobro del Señor formamos parte del remanente conforme a la elección de la gracia (11:5). En cuanto al evangelio, el ministerio de vida y la vida de iglesia que disfrutamos en el recobro del Señor, Dios ha tenido misericordia de nosotros. ¡Cuánto le alabamos por Su misericordia soberana!
No debemos confiar en nosotros mismos, ni debemos pensar que estamos en el recobro del Señor debido a lo que somos o a lo que hacemos. En efecto, el hecho de que estemos en el recobro del Señor hoy en día, no depende de que nosotros lo hayamos querido o de cuánto hayamos corrido, sino de que Dios ha tenido misericordia de nosotros. ¡Qué gran misericordia es que nosotros hayamos sido salvos y que estemos dispuestos a seguir el camino del Señor! Además, se debe a Su misericordia el hecho de que estemos dispuestos a separarnos del presente siglo malo. El mundo es atractivo y atrayente. No obstante, puedo dar testimonio de que yo sencillamente no tengo apetito por las cosas mundanas. Me encuentro cubierto por cierta clase de aislamiento divino, el cual me protege del sistema mundial. Éste es otro aspecto de la misericordia de Dios.
Si hemos de servir al Señor, es menester que conozcamos al Espíritu, la vida que se tiene en el Espíritu y la justicia de Dios. Además, debemos conocer la misericordia de Dios en la elección de la gracia. En el pasado soñé tener una obra floreciente en el norte de la China, la cual extendía aun hacia el interior de Mongolia y Manchuria. Sin embargo, ese sueño nunca se cumplió; antes bien, por la misericordia del Señor me encuentro hoy en este país. Espero que el Señor nos impresione profundamente con el hecho de que Él nos eligió en virtud de Su misericordia. No confíe en lo que usted es ni en lo que piensa hacer; al contrario, póstrese ante el Señor y adórelo por Su misericordia. Cuanto más adoremos al Señor por Su misericordia, más nos sentiremos por encima de todo, y en lugar de afanarnos tratando de llevar la responsabilidad que nos corresponde, nos daremos cuenta de que el Señor, en Su misericordia, es quien nos sostiene. Todos tenemos que conocer al Señor de esta manera. ¡Qué misericordia que Él nos haya escogido, predestinado, llamado y traído a Su recobro! En cuanto a nuestro futuro, no confiamos en nosotros mismos, sino en Él y en Su maravillosa misericordia. Todo lo que se relaciona con nosotros ha sido iniciado por el Señor. Todo depende de Él, y nada de nosotros mismos. Puedo dar testimonio de que cuanto más adoramos a Dios por Su misericordia, más nos internamos en Su corazón y más nos hacemos uno con Él.
No es necesario luchar para cumplir con nuestra responsabilidad. En lugar de eso, debemos adorar a Dios por Su elección. Si hacemos esto, Él nos sostendrá mientras llevamos la responsabilidad. Cuanto más tratemos de ser responsables por nosotros mismos, más sufriremos internamente. Tendremos un sabor interno de amargura. Pero si adoramos al Señor por Su misericordia y lo experimentamos como Aquel que nos sostiene mientras nosotros llevamos la responsabilidad, nuestro sabor interior será dulce como la miel. Una de las razones por las cuales siempre estoy feliz es que he aprendido a confiar en la misericordia del Señor y adorarle por ella. Años atrás yo solía pedirle al Señor que hiciera muchas cosas por mí; pero ahora solamente oro dándole gracias por Su misericordia. Él dice que tendrá misericordia del que tenga misericordia y se compadecerá del que se compadezca. Si disfrutamos de la misericordia del Señor y lo adoramos por Su elección, estaremos en los lugares celestiales.
El hecho de que sigamos adelante con el Señor no depende de nuestro querer o correr, sino de la misericordia de Dios. Nuestro querer es inútil y nuestro correr es en vano. Sin embargo, la misericordia de Dios opera de una manera maravillosa. Nosotros somos muy inestables y fluctuantes. Parece que nuestra condición espiritual es tan variable como el clima; por lo tanto, necesitamos ver que la elección de la gracia no depende de nosotros, sino de que Dios nos haya elegido desde antes de la fundación del mundo. Lo que estamos experimentando hoy tiene que ver con la elección que Dios hizo en la eternidad pasada. Si vemos esto, volveremos nuestros ojos de nosotros mismos y de las circunstancias, y fijaremos nuestros ojos en Él.
El evangelio en el cual servimos a Dios es un evangelio de gracia, y no de obras. Romanos 11:6 dice: “Mas si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. No obstante, el hecho de que la elección de Dios sea un asunto que dependa totalmente de la gracia, no quiere decir que podamos hacer lo que queramos. Si ésta es nuestra actitud, entonces no hemos sido escogidos o nos hemos descarriado de la elección divina. Oh, que nos olvidemos de nosotros mismos y de nuestra situación y fijemos nuestros ojos en el Señor. Una y otra vez debemos decir: “Señor, te alabamos por Tu elección de gracia. Oh, Señor, te adoramos por Tu misericordia”. Éste es el evangelio revelado en el libro de Romanos.