Mensaje 6
Lectura bíblica: Ro. 4:1-25
Tengo gran aprecio por el libro de Romanos porque se escribió de una forma sólida y sustancial. Aunque este libro aborda muchas doctrinas, en realidad se escribió conforme a hechos y experiencias. La base del libro de Romanos es la experiencia. Por ejemplo, la justificación parece ser un asunto doctrinal, pero el apóstol Pablo, además de presentarnos la doctrina de la justificación, nos da un ejemplo viviente de ella: la persona de Abraham (Ro. 4:1-25). En este mensaje veremos en Abraham un ejemplo de la justificación. Él es nuestro modelo o patrón. El nombre de Abraham significa “padre de multitudes”. Según las Escrituras, Abraham fue el padre tanto de los creyentes judíos como de los creyentes gentiles (Ro. 4:11-12, 16-17; Gá. 3:7-9, 29). Todo aquel que pertenezca a la fe, sea judío o gentil, es descendiente de Abraham.
Abraham fue aquel que Dios llamó. Dios creó a Adán, pero llamó a Abraham. Existe una gran diferencia entre ser creado y ser llamado. El libro de Génesis se divide en dos secciones principales: la primera abarca los primeros diez capítulos y medio de Génesis y relata la historia del linaje creado, el cual tiene por padre y cabeza a Adán; la segunda, que comienza con la segunda mitad del capítulo 11 y termina al final del libro, narra la historia del linaje llamado, del cual Abraham es padre y cabeza. La historia del linaje creado, según la crónica de Génesis, culmina en la edificación de la torre y la ciudad de Babel, (del griego “Babilonia”). Sobre esta torre estaban escritos los nombres de los ídolos de aquella civilización, lo cual significa que el linaje creado se volvió totalmente a la idolatría. Ésta es la razón por la cual Pablo dice que el linaje humano había cambiado a Dios por los ídolos (1:23-25).
Pablo escribió el capítulo 1 de Romanos de acuerdo con la historia narrada en Génesis. A partir de Caín el hombre desaprobó tener en su pleno conocimiento a Dios y lo abandonó. La humanidad abandonó a Dios y edificó la ciudad de Enoc, la cual según el relato de Génesis 4 fue la primera cultura humana sobre la tierra. Mediante aquella cultura el linaje humano vino a degradarse más y más hasta que terminó en un estado de corrupción en el cual permaneció hasta el tiempo en que Dios lo juzgó con el diluvio. Por la misericordia de Dios, ocho personas fueron salvas por medio del arca, la cual tipifica a Cristo. El número ocho significa resurrección, lo cual indica que aquellas personas fueron salvas y preservadas en resurrección. En cierto sentido, Noé fue la cabeza de un linaje nuevo. Sin embargo, poco después, en Babel, los descendientes de Noé también abandonaron a Dios según consta en Génesis 11. Cuando ellos cambiaron a Dios por los ídolos, culminaron el abandono de Dios por parte del hombre. Antes del diluvio, el hombre no había abandonado por completo a Dios, pero después del diluvio, los descendientes de Noé lo abandonaron completamente al caer en la idolatría.
La fornicación vino después de la idolatría. Después de Babel, surgió Sodoma, una ciudad de fornicación. Las palabras sodomía y sodomita indican los más vergonzosos actos de fornicación. Los habitantes de Sodoma violaron su propia naturaleza, lo cual resultó en gran confusión. Durante los tiempos de Génesis 19, el linaje humano, el cual había abandonado a Dios y se había vuelto a los ídolos, cayó en la sodomía, trayendo como resultado toda clase de perversidad.
Todo esto constituye los antecedentes de Romanos 1. Este capítulo narra la historia de la caída del hombre, donde vemos que la humanidad no aprobó tener en su pleno conocimiento a Dios, se volvió de Dios a los ídolos, cayó en la fornicación, y practicó todo tipo de perversidad.
Durante el terrible proceso de la caída, la humanidad se volvió de Dios a los ídolos y lo abandonó por completo. Como consecuencia, Dios también abandonó a la humanidad. Es como si Dios hubiera dicho: “Ya que vosotros me habéis dejado, Yo también los abandonaré”. El linaje creado abandonó a Dios, y como consecuencia de ello, Dios también lo abandonó a él.
Sin embargo, Dios llamó a un hombre y a su esposa a salir de esa generación perversa. Dios no tuvo la intención de llamar a una tercera persona, sino sólo a una persona completa, esto es, a un hombre con su esposa. Si usted es soltero, está incompleto. Sin una esposa, usted es una persona incompleta; por eso, necesita su complemento. Una pareja es una entidad completa. Por lo tanto, Dios llamó a una persona completa: Abraham con su esposa.
Tal vez pensemos que nosotros no nos hemos entregado por completo a Dios. Sin embargo, Abraham, a quien tenemos por padre y modelo, tampoco se entregó a Dios de manera absoluta. Cuando fue llamado por Dios a salir de Ur de los caldeos, no sólo llevó con él a su esposa, sino también a otros parientes suyos.
Dios llamó a Abraham apareciéndose a él como el Dios de la gloria (Hch. 7:2-3). Dios no lo llamó mediante simples palabras; al contrario, lo llamó mostrándole Su gloria. Abraham fue atraído al ver la gloria de Dios.
Nuestra experiencia es la misma. En cierto sentido nosotros también vimos la gloria de Dios. Cuando escuchamos el evangelio y fuimos conmovidos en lo más profundo de nuestro ser, vimos la gloria de Dios. ¿No es verdad que cuando usted fue salvo, vio la gloria de Dios? Yo la vi cuando era un joven ambicioso. En ese entonces no tenía ninguna intención de recibir a Dios, pero cuando el evangelio irrumpió en mi interior, no pude menos que decir: “Dios, quiero recibirte”. No puedo negar que la gloria de Dios apareció ante mí. Tal experiencia es indescriptible. No existen palabras humanas capaces de describir lo que vimos cuando el evangelio entró en nuestro corazón. Sólo podemos decir que el Dios de la gloria se nos apareció, cautivándonos y llamándonos. Nosotros, al igual que Abraham, fuimos llamados por el Dios de la gloria.
Abraham era exactamente igual que nosotros. No debemos pensar que nosotros no somos iguales que él. No debemos apreciar a Abraham y menospreciarnos a nosotros, porque estamos en el mismo nivel que él. Todos somos Abraham. Él no era una persona superior o sobresaliente. Cuando escuché la historia de Abraham en mi niñez, pensé que era alguien extraordinario. Sin embargo, al leer la Palabra años más tarde, me di cuenta de que había muy poca diferencia entre Abraham y yo. Pude ver que prácticamente éramos iguales. Aunque Abraham fue llamado por Dios, no tuvo el suficiente valor para dejar aquella tierra idólatra, lo cual forzó a Dios a usar al padre de Abraham para sacarlo de Ur. Abraham fue llamado, pero en realidad su padre fue el que tomó la iniciativa para salir. Ellos salieron de Ur de los caldeos y moraron en Harán. Pero como Abraham aún no tenía el suficiente valor para seguir a Dios en forma absoluta, Dios se vio forzado a llevarse a su padre. Cuando su padre murió en Harán, Dios lo llamó por segunda vez.
El primer llamamiento de Abraham se halla en Hechos 7:2-4, y el segundo, en Génesis 12:1. Debemos notar la diferencia que existe entre estos dos llamamientos. De acuerdo con Hechos 7:2, Dios llamó a Abraham a salir de dos cosas: de su tierra y de su parentela. Conforme a Génesis 12:1 otro elemento le fue añadido a este llamamiento, la casa de su padre. En el primer llamamiento, se le pidió dejar su tierra y su parentela, pero en el segundo, se le requirió dejar su tierra, su parentela y la casa de su padre. Abraham y su esposa tenían que marcharse solos. Dios le quitó a su padre y no quería que llevara a ningún otro familiar con él.
Si analizamos lo que Abraham hizo, nos daremos cuenta de que no somos los únicos que no obedecemos el llamamiento del Señor en forma absoluta. Nuestro padre Abraham fue el primero que siguió a Dios pero con reserva. Abraham sentía nostalgia por lo que dejaba, y no quería salirse solo, así que llevó a su sobrino Lot con él. Esto constituyó una violación al llamamiento divino. Aunque Abraham respondió al llamamiento del Señor y salió, en cierto aspecto desobedeció ese llamamiento. De igual manera, la mayoría de nosotros hemos respondido al llamado que Dios nos ha hecho, pero todavía en nuestra respuesta actuamos en forma contraria a Sus palabras. Ninguno de nosotros ha respondido al llamamiento de Dios en forma absoluta. No obstante, Dios sigue siendo absoluto. A pesar de que nosotros no respondemos de manera absoluta, Dios cumplirá cabalmente lo que prometió al llamarnos.
Abraham amaba mucho a su sobrino Lot, y Dios usó a Lot para disciplinar a Abraham. Finalmente, Lot se separó de Abraham, y éste obedeció al llamamiento de Dios sin reserva alguna. Ya no estaba con él ni su padre ni su sobrino, sólo quedaron él y su esposa. Finalmente, él había dejado su tierra, su parentela y la casa de su padre. Sin embargo, le faltaba dejar una cosa más, o sea, le faltaba hacer a un lado a sí mismo. Abraham se aferraba a sí mismo.
Podemos ver que Abraham seguía aferrándose a sí mismo, por la manera en que reaccionó a la sugerencia de Sara de que procreara un hijo con Agar. Aunque esta proposición fue hecha con una buena intención, iba en contra del llamamiento de Dios. Abraham debía haber ejercitado su discernimiento y no haber escuchado a su esposa. La sugerencia de Sara fue un factor que demostró que Abraham permanecía en su viejo yo, esa parte de él aún pertenecía a la vieja creación. Dios quería llamar a Abraham a salir de cada parte de la vieja creación, no únicamente de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, sino también de sí mismo. Es como si Dios le dijera: “Tú no debes hacer nada, debes salir aun de tu yo. Yo haré todo por ti. Pero no puedo hacer nada mientras permanezcas en ti mismo”. No obstante, Abraham aceptó la sugerencia de Sara y, como resultado, nació Ismael. Ése fue un error tan serio que los judíos siguen sufriendo por ello. ¿Por qué cometió Abraham tal error? Porque él seguía actuando en sí mismo. Había abandonado muchas otras cosas, pero no había renunciado a su yo.
¿Cuándo renunció Abraham a sí mismo? Él dejó de aferrarse a sí mismo después de haber cumplido cien años, cuando ya se consideraba casi muerto. Ciertamente, toda persona muerta ha salido de sí misma. A la edad de cien años, Abraham se vio a sí mismo y dijo: “Estoy acabado, estoy prácticamente muerto”. Romanos 4:19 dice: “...consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años...” Esto indica que él finalmente había emergido de sí mismo. Entonces llegó a ser una persona llamada en todo aspecto. ¿Ha sido usted llamado? Aunque usted es una persona que ha sido llamado por Dios, aún no ha renunciado a su yo.
Como hemos visto, el linaje creado se había degradado hasta tal punto que había cambiado a Dios por los ídolos. Como consecuencia Dios no pudo hacer nada con ellos. Para Dios, el linaje creado, de quien Adán fue cabeza, estaba desahuciado, y por eso Dios lo abandonó por completo. Sin embargo, de entre el linaje creado y caído Dios llamó a Abraham para que saliera del mismo y fuese padre y cabeza de un nuevo linaje, el linaje llamado. ¿A cuál linaje pertenecemos nosotros, al creado o al llamado? Ciertamente pertenecemos al linaje llamado. No obstante, somos iguales que nuestro padre Abraham. Nosotros, al igual que él, vamos respondiendo al llamamiento del Señor poco a poco, y no de manera absoluta. Todos estamos en el proceso de responder a Su llamamiento. No importa cuán débiles seamos, estoy seguro de que finalmente le seguiremos completamente. Pero debemos estar dispuestos a cooperar con Su llamamiento y a abandonar todo lo que no sea Dios mismo. Cuanto más rápido lo obedezcamos, mejor. Le animo a usted a que se apresure y salga de todo lo que no es Dios.
El linaje llamado llegó a ser el linaje de los creyentes. Abraham fue primero alguien que había sido llamado y luego llegó a ser un creyente. Él lo había abandonado todo y no le quedó otra alternativa que seguir adelante, poniendo toda su confianza en Dios. Tuvo que confiar en Dios, pues no sabía ni siquiera a dónde se dirigía. Dios sólo le había dicho que saliera de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, pero no le dijo hacia dónde debía ir, forzándolo así a confiar en Él. Abraham aprendió a decir: “Yo simplemente confío en Dios, voy a dondequiera que Él me guíe”. Si estudiamos la historia de Abraham, descubriremos que durante toda su vida él siempre confió y creyó en Dios. Dios no esperaba que él hiciera nada. Es como si Dios le hubiera dicho: “Abraham, Yo te llamé. No tienes que hacer nada, pues Yo lo haré todo por ti. Sólo permanece conmigo. Cuando Yo me mueva, muévete. Debes ir a dondequiera que Yo vaya. No hagas nada por ti mismo ni para ti mismo”. Esto es lo que significa confiar en Dios.
Mucha gente tiene la idea equivocada de que creer en el Señor Jesús es simplemente decir: “Señor Jesús, creo en Ti. Te recibo como mi Salvador”. Esto es correcto, pero acarrea consecuencias transcendentales. Significa que debemos llegar a nuestro fin y admitir que no somos nada, que no tenemos nada, y que nada podemos hacer. En cada paso y a cada momento tenemos que confiar en Él. No sé cómo se deben hacer las cosas, lo único que sé es que debo confiar totalmente en mi Señor. He sido llamado a salir de todo lo que no es Dios, y ahora sólo creo en lo que Él es. Creo en Él y en todo lo que Él ha realizado por mí. Creo en lo que Él puede hacer y hará por mí. He depositado toda mi confianza en Él. Éste es el testimonio del linaje que ha sido llamado y que cree. Como hijos de Abraham, el padre de los creyentes, somos un pueblo creyente (Gá. 3:7-9).
¿En qué clase de Dios creyó Abraham? ¿Quién es el Dios en quien creemos nosotros? El Dios en quien Abraham creyó era el Dios que llama las cosas que no son, como existentes (Ro. 4:17). El Dios de Abraham llama las cosas que no son, como si fueran. Esto quiere decir que Él crea todo de la nada. Dios es el Creador. Abraham creyó en este Dios y lo aplicó a su situación. En un sentido, Abraham era incapaz de procrear un heredero. No obstante, Dios llamó a Isaac a existir. Aunque Isaac aún no existía, Dios declaró: “Habrá un Isaac”, e Isaac nació. Dios llamó algo que no era, como existente. Éste es el Dios en quien tenemos que creer, pues Él es el Creador todopoderoso, quien llama lo que no es, como existente.
El Dios en quien Abraham creyó es el Dios que da vida a los muertos (4:17). Esto significa que Dios puede resucitar a los muertos. Abraham experimentó este gran poder de resurrección cuando ofreció a Isaac en sacrificio, conforme al mandato de Dios. Abraham fue obediente y cuando ofreció a Isaac, creyó que Dios era poderoso aun para levantarlo de entre los muertos (He. 11:17-19). Él creía que Dios daría vida a su hijo y que él lo recibiría de nuevo en resurrección.
Debemos creer en el Señor Jesús de la misma forma. Creemos en Dios el Creador, quien llama las cosas que no son, como existentes, y también creemos en Aquel que da vida, que levanta a los muertos. Él puede crear algo de la nada y puede dar vida a los muertos.
Podemos aplicar esto a la vida de iglesia. Tal vez usted sienta que la situación en su iglesia local es muy pobre. No sólo es muy pobre, sino que de hecho, no es nada. Debemos decir al Señor: “Señor, ven a nuestra situación y llama las cosas que no son, y hazlas existir”. Puede ser que usted emigre a cierta localidad y descubra que es un lugar lleno de muerte. Precisamente ésa es la razón por la que Dios lo envía allí. Por lo tanto, usted debe creer en Aquel que da vida a los muertos.
En 1949 fui enviado a Taiwán. Yo tenía el concepto de que esa isla era una región muy atrasada. Había estado viviendo y laborando en Shangai, la ciudad más grande del Lejano Oriente, donde la obra del Señor era muy prevaleciente, y donde unos mil santos asistían a las reuniones. Teníamos diecisiete hogares en donde los santos se reunían y distribuíamos cuatro publicaciones periódicamente. Repentinamente se me pidió salir de la China continental y fui enviado a la pequeña isla de Taiwán. Cuando analicé la situación, me desanimé profundamente. No podía hacer nada, ni deseaba hacer nada. No tenía ningún ánimo para laborar en un país tan atrasado, cuyo pueblo era tan deficiente. Me dejé caer sobre la cama mirando fijamente hacia el techo y diciéndome: “¿Qué estoy haciendo aquí, por qué vine a este lugar?” Me volví hacia mi esposa y le hice esta pregunta: “¿Por qué vinimos a este lugar? ¿Qué podemos hacer aquí?” Yo me encontraba muy perturbado y mi esposa no sabía qué decirme. Pero un día, el Dios que llama las cosas que no son como existentes y que da vida a los muertos, tocó mi corazón y me dijo que no me desanimara. Después de eso sentí una gran carga por la obra en Taiwán. En menos de cinco años, crecimos mucho, y de trescientos cincuenta hermanos llegamos a ser veinte mil. Tan sólo durante el primer año tuvimos un incremento de casi treinta veces. Muchos de los que fueron salvos durante ese tiempo son ahora colaboradores en la obra del Señor.
Debemos creer en el Dios que llama las cosas que no son como existentes y que da vida a los muertos. No nos desanimemos por la situación de nuestra localidad, ni digamos que en ella todo es pobreza y muerte, porque dicho lugar es el lugar correcto para nosotros y para Dios. Si la situación es pobre, contemos con el rico y poderoso Dios, quien llama las cosas que no son, como existentes. Si la situación se halla en muerte, contemos con el viviente Dios, quien da vida a los muertos. Las circunstancias que nos rodean le dan a Dios la oportunidad para impartir vida en medio de la muerte. No debemos quejarnos, sólo debemos invocar al Señor y creer en Él. No debemos desanimarnos por la condición de nuestras familias. Uno no debe decir que su esposa es pobre espiritualmente, ni que su esposo está en muerte. Cuanto más hable de la pobreza de su esposa, más se empeorará su condición. Cuanto más se queje de que su esposo está en una situación de muerte, peor él estará. Lo que debe hacer es declarar: “Mi esposa tiene muchas carencias, pero mi Dios no. Mi esposo está en muerte, pero mi Dios no lo está. Mi Dios es el Dios que crea las cosas de la nada y que da vida a los muertos. Él no da vida a los vivos, sino a los muertos. Mi situación es una excelente oportunidad para que Dios se manifieste”.
Esta clase de fe es contada por Dios como justicia (Ro. 4:3, 22). Cuanto más creemos en Dios de esta forma, más sentimos que Él se agrada de nosotros. Ésta es la justicia de Dios puesta a nuestra cuenta como resultado de nuestra fe. Como vimos en el mensaje anterior, la fe es el propio Cristo que vive en nosotros. Cuando Cristo entra en nosotros como Aquel que cree, Él mismo viene a ser nuestra fe. Es entonces cuando Dios cuenta nuestra fe como justicia. Así que, tenemos tanto la fe como la justicia, lo cual significa que estamos ganando más de Cristo. Lo tenemos a Él como nuestra fe y justicia. Él mismo es la fe por la cual creemos en Él, y la justicia que Dios añade a nuestra cuenta. Él es nuestro todo. Cuanto más creemos en Él, más ganamos de Él, y más de Él Dios nos da.
La fe que le fue contada a Abraham por justicia no dependía del rito externo de la circuncisión, pues la circuncisión vino después. Abraham recibió la señal de la circuncisión como un sello de la justicia de la fe que era suya mientras aún estaba incircunciso (4:11). La circuncisión, como una forma externa, era sólo un sello de la realidad interior. Si carecemos de la realidad, las formas externas no significarán nada. Pero si tenemos la realidad, es posible que ocasionalmente necesitemos alguna forma externa como sello. La circuncisión fue este tipo de sello para Abraham. Además, fue un sello para los creyentes gentiles, los de la incircuncisión, de quien Abraham era también padre.
Por lo tanto, Abraham llegó a ser el padre de la fe (Ro. 4:16; Gá. 3:7-9, 29). Él fue el padre de los de la incircuncisión, quienes tienen la misma fe (Ro. 4:11), y de los de la circuncisión, quienes siguen las pisadas de esta fe (4:12). Abraham era el padre de ambos grupos: los creyentes judíos y los creyentes gentiles. Si usted cree en el Señor, es hijo de Abraham. Todos los creyentes son sus descendientes.
La promesa hecha a Abraham y a su descendencia consistió en que serían herederos del mundo (4:13). Éste es un asunto de gran importancia. Abraham y sus descendientes heredaron a Dios y también heredarán el mundo. Que todos los demás contiendan por controlar el mundo, de todos modos, el mundo será nuestro. Después de que las guerras terminen, Dios dirá: “Que Mi pueblo herede el mundo”. Esta promesa no fue hecha mediante las obras de la ley, sino por la justicia de la fe. ¿Quién heredará la tierra? Aquellos que han sido llamados y que han creído en el Señor Jesús, los que tienen a Cristo como su fe y su justicia. Tenemos la plena seguridad de que el mundo será nuestro. No es necesario pelear ni esforzarnos, sino sólo creer en los poderosos hechos de Dios. Todos los días leo las noticias internacionales para ver lo que Dios está haciendo, especialmente en el Medio Oriente. Es maravilloso vivir en esta era, en la cual Dios está obrando incesantemente. Dios no sólo está actuando a favor de los judíos, sino también a nuestro favor. Un día muy cercano, el mundo pertenecerá a los creyentes y herederos de Abraham.
¿Cree usted esto? Tengo la plena confianza de que un día heredaremos la tierra. Debemos estar seguros de este hecho, pues la Biblia lo afirma. Cristo mismo está ansioso por regresar y recobrar la tierra. Él tiene mucho más interés en la tierra que en los cielos. El Señor regresará a tomar posesión de la tierra, no sólo para Sí mismo, sino también para nosotros. Somos los herederos de la promesa y, sin lugar a dudas, heredaremos el mundo.
La evidencia de la justificación de Dios es el Cristo resucitado (4:22-25). Me gusta mucho el himno que dice:
Como nuestro substituto Aceptaste a Jesús; Fue juzgado siendo justo, ¿Cambiarías de actitud? Como prueba de justicia A Tu diestra se sentó; Pues Tus requisitos justos, Por completo Él cumplió.
Esto quiere decir que el Cristo resucitado, quien se sienta a la diestra de Dios, es la evidencia de que fuimos justificados. La muerte redentora de Cristo fue plenamente aceptada por Dios como la base sobre la cual Él nos justifica, y el hecho de que Cristo resucitara de entre los muertos constituye una prueba definitiva de ello. Ésta es la evidencia de la justificación que Dios nos ha dado.
La muerte de Cristo cumplió y satisfizo totalmente los justos requisitos de Dios, de modo que estamos justificados por Dios mediante Su muerte (3:24). Su resurrección comprueba que Dios queda satisfecho con la muerte de Cristo y que nos justificó por causa de la misma, y que en Cristo, el Resucitado, somos aceptados delante de Dios. Además, como Resucitado, Él también está en nosotros para vivir por nosotros una vida que pueda ser justificada por Dios y que siempre sea aceptable a Él. Por lo tanto, Romanos 4:25 dice que Él fue resucitado para nuestra justificación.