Mensaje 61
Lectura bíblica: Ro. 3:24; Ro. 6:19; 8:11, 18, 21
Es muy importante que profundicemos en el libro de Romanos y que no lo leamos solamente de una manera superficial. En este mensaje estudiaremos el tema de la impartición del Dios Triuno, la cual se lleva a cabo en conformidad con Su justicia, mediante Su santidad y para Su gloria. Aquí tenemos cuatro palabras importantes: impartición, justicia, santidad y gloria. Hicimos notar en el mensaje anterior que, si bien la palabra impartición no es usada por Pablo en el libro de Romanos, el hecho de la impartición queda implícito en todo el libro. Sin embargo, él sí nos habla de la justicia, la santidad y la gloria explícitamente. La impartición de Dios se lleva a cabo en conformidad con Su justicia, es decir, se basa en Su justicia. Además, se lleva a cabo por medio de Su santidad. Esto quiere decir que Su impartición se efectúa por medio de Su propia santidad. Por último, esta impartición tiene como objetivo la gloria de Dios, es decir, redunda en Su gloria.
En el libro de Romanos hay muchos versículos que hablan de la justicia de Dios. En Romanos 1:17 Pablo dice que la justicia de Dios es revelada en el evangelio; en Romanos 3:21 él declara que la justicia de Dios ha sido manifestada, y en 3:25 y 26 Pablo habla de la demostración de la justicia de Dios. En Romanos 5:17 Pablo hace referencia al don de la justicia, y en 5:21 menciona que la gracia reina por la justicia. Finalmente, en Romanos 8:10 él dice que nuestro espíritu es vida a causa de la justicia.
Estos versículos indican que en el libro de Romanos la justicia es la zapata, el soporte, la base, de la impartición de Dios. En otras palabras, el hecho de que el Dios Triuno se imparta a nosotros se basa en Su justicia y está en conformidad con ella, y no con la ley ni con la virtud. Salmos 89:14 dice que la justicia y el juicio son el cimiento del trono de Dios. Así que, el trono de Dios se basa en Su justicia. Sin esta justicia, incluso el trono de Dios no tendría soporte. Por consiguiente, la justicia es muy crucial.
La justicia de Dios sirve de apoyo para todo el universo. Si repentinamente no hubiera justicia, el universo se derrumbaría. Además, la Biblia revela que el reino de Dios está edificado sobre la justicia (He. 1:8). El gobierno humano también se basa en ella, al menos hasta cierta medida. Por ejemplo, si no hubiera justicia en este país, el gobierno sería derrocado. Asimismo, si no hubiera justicia en la sociedad ni en nuestra vida personal, tanto la sociedad como nuestra vida personal se desmoronarían. La justicia es la base que sirve de soporte para todas las cosas. Los cielos, la tierra y todo lo que se halla en el universo se basan en la justicia de Dios.
El Dios Triuno en Su economía desea impartirse a Sí mismo en las tres partes del hombre, esto es, en su espíritu, en su alma y en su cuerpo. Sin embargo, Dios no puede impartirse en nosotros si no satisface los requisitos de Su propia justicia, ya que la impartición de Dios en el hombre tiene que llevarse a cabo en conformidad con Su justicia.
La Biblia revela que existe una relación entre Dios y el hombre, en la cual toman lugar varias transacciones. Éstas siempre deben basarse en la justicia. Por consiguiente, para que se realice la impartición de Dios, el primer requisito básico que se debe cumplir es el de Su justicia.
Tres de los atributos divinos —la justicia, la santidad y la gloria— imponen ciertos requisitos sobre nosotros. La justicia es contraria al pecado. Creo que todos nosotros ya sabemos cuáles son los requisitos de la justicia de Dios, pero es posible que no sepamos que la santidad y la gloria de Dios también exigen algo de nosotros. En Romanos 3:23 Pablo indica que todos hemos pecado y carecemos de la gloria de Dios, lo cual significa que no hemos cumplido los requisitos de Su gloria.
Génesis 3:24 indica que tan pronto como el hombre cayó, no pudo satisfacer los requisitos de la justicia, santidad y gloria de Dios. Este versículo dice que Dios colocó “al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Esta espada representa la justicia de Dios, la llama representa la santidad divina, y los querubines representan la gloria de Dios. La espada cumple la función de aniquilar; el fuego, la de consumir; y los querubines, la de observar. Debido a que el hombre cayó y se volvió pecaminoso, el camino que conducía al árbol de la vida fue bloqueado por la justicia, la santidad y la gloria de Dios. Alabado sea el Señor porque mediante la obra redentora de Cristo, fueron satisfechos los requisitos de la justicia de Dios, de Su santidad y de Su gloria, abriendo nuevamente el camino que conduce al árbol de la vida. Estos tres requisitos tenían que cumplirse para que el hombre pudiera tener una apropiada relación con Dios.
La justicia, santidad y gloria de Dios forman la estructura básica del libro de Romanos. Romanos puede dividirse en varias secciones. Después de la introducción (1:1-17) y la sección que trata de la condenación (1:18—3:20), encontramos las secciones que tratan de la justificación (3:21—5:11), la santificación (5:12—8:13) y la glorificación (8:14-39). Estas secciones están relacionadas respectivamente con la justicia de Dios, con Su santidad y con Su gloria. Por lo tanto, estos tres atributos divinos se relacionan con la estructura misma del libro de Romanos.
¿En cuál de estas tres secciones nos encontramos actualmente? La respuesta correcta es que estamos en la sección de la santificación. Ya hemos sido justificados, pero aún no hemos llegado a la glorificación. Además, se ha determinado que pasaremos nuestra vida cristiana aquí en la tierra en la sección de la santificación. Yo ya llevo más de cincuenta años en esta sección. No se desanime por el período de tiempo que debe pasar en esta sección. Tal vez le parezca a usted un tiempo largo, pero para el Señor no es así, pues para con el Señor un día es como mil años (2 P. 3:8).
A pesar de que aún no hayamos llegado a la etapa de la glorificación, hasta cierto grado podemos disfrutar de la glorificación mientras nos encontramos en la sección de la santificación. Podemos disfrutar el anticipo, las primicias, de la glorificación. En ocasiones cuando estoy a solas con el Señor, experimento un anticipo de la glorificación que ha de venir. Todo cristiano apropiado debe tener experiencias semejantes.
La impartición de Dios debe llevarse a cabo en conformidad con Su justicia. Si Cristo no se hubiera hecho un hombre de carne y sangre, y si no hubiera muerto en la cruz para quitar nuestros pecados, hubiera sido imposible que Dios se impartiera en nosotros. Es posible que al oír esto, algunos argumenten: “Decir esto es ser demasiado legal y estricto. ¿Acaso no sabe que Dios es amor? Él no es tan estricto ni legal. Debido a que Dios el Padre me ama, Él simplemente puede venir a mí e infundirse en mi interior, independientemente de cuán pecaminoso sea yo”. Tal concepto niega el hecho de que Dios es un Dios de justicia. Como tal, Él es más estricto y legal que cualquiera de nosotros.
Ciertamente Dios es nuestro Padre y sí nos ama. Sin embargo, según la parábola de Lucas 15, no se nos permite acercarnos a Él directamente. El hijo pródigo necesita que el pastor (el Hijo) lo busque hasta encontrarlo y necesita que la mujer (el Espíritu) lo ilumine para que pueda volver en sí, arrepentirse, y tomar la decisión de regresar a casa, al Padre. Solamente en virtud de que el Hijo busque a los pecadores y los encuentre y que el Espíritu los ilumine, pueden ellos volver al Padre. De no ser por la obra redentora del Hijo y por la iluminación que recibimos del Espíritu, no podríamos volver a casa, a nuestro Padre. Además, si el Hijo no hubiera muerto por nosotros, el Padre no tendría la base para recibirnos. Pero el Padre, gracias a la muerte redentora de Su Hijo, sí tiene la base y puede recibir a todo aquel que acuda a Él por medio de Cristo. Esto indica que el hecho de que el Padre nos reciba, tiene que concordar con Su justicia. Aparte de la encarnación y crucifixión de Cristo, el justo Dios no podría recibirnos ni impartirse a Sí mismo en nosotros. Si Dios se impartiera a Sí mismo en nosotros sin que se cumplieran los requisitos de Su justicia, se pondría en condiciones de injusticia. Es por esta razón que la impartición del Dios Triuno debe llevarse a cabo en conformidad con Su justicia.
La justicia de Dios requería que nosotros muriéramos por causa de nuestros pecados. Sin embargo, si hubiéramos muerto, habríamos perecido para siempre. Ya que Dios no desea que perezcamos, Él mismo nos proveyó a Cristo para que fuese nuestro Sustituto. Cristo murió por nosotros en la cruz en conformidad con la justicia de Dios a fin de satisfacer los requisitos de Dios. El propósito de la muerte de Cristo en la cruz no fue permitirnos ir al cielo al morir; más bien, el propósito fue satisfacer los justos requisitos de Dios, de tal manera que Él pudiera impartirse en nuestro ser.
Supongamos que usted quiere verter jugo en un vaso, pero descubre que el vaso no está limpio. Si usted vierte el jugo en el vaso sucio, el jugo no se podrá beber. Por eso, antes de verter el jugo en el vaso, tiene que limpiar el vaso. De igual modo, antes de que Dios pudiera entrar en nosotros, Su Hijo se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz y derramó Su sangre para limpiarnos de nuestros pecados. Esto nos hizo vasos limpios que estaban en condición de ser llenos del Dios Triuno. Así pues, antes de que Dios pudiera impartirse en nosotros, era necesario que nosotros fuésemos lavados con la sangre de Cristo, lo cual está en conformidad con la justicia de Dios.
Hemos indicado que Cristo murió en la cruz para satisfacer los justos requisitos de Dios. Ahora debemos ver algo más, a saber: Dios desea que también nosotros vayamos a la cruz y muramos. A menos que seamos personas crucificadas, los justos requisitos divinos no pueden ser cumplidos en nosotros de una manera práctica. A los ojos de nuestro justo Padre, nada sería más justo que nosotros muriéramos en la cruz. Si morimos, seremos justos en todos los aspectos. Sin embargo, si rehusamos morir, no habrá justicia de nuestra parte en nuestras relaciones con los demás, ni aun con las cosas materiales. Tal vez tratemos a otros injustamente, y es posible que no administremos de manera adecuada nuestros bienes materiales. Por lo tanto, para ser justos delante de Dios, no sólo necesitamos ser lavados, sino que también necesitamos morir. Cuando morimos, somos espontáneamente justificados. Un cristiano apropiado es uno que ha muerto con Cristo y que se conduce diariamente en conformidad con este hecho. Si un creyente vive de una manera natural, él será injusto, pero si experimenta la muerte de cruz, será justo en todas las cosas, para con todos y en todo sentido.
Hemos subrayado el hecho de que la justicia de Dios exige la muerte tanto de Cristo como de nosotros mismos. Nosotros estábamos incluidos en la muerte de Cristo. Cuando Él murió, nosotros también morimos, pues morimos en Él. Esta muerte todo-inclusiva se efectuó para satisfacer los justos requisitos de Dios. Puesto que los justos requisitos de Dios han sido satisfechos, Dios tiene una base justa para impartirse a Sí mismo en Su pueblo redimido y crucificado.
Dios no puede impartirse en las personas que siguen viviendo en su vida natural, sino sólo en aquellas que han muerto. Si usted aún vive de una manera natural, si sigue viviendo en el pecado y en el mundo, Dios no tiene base sobre la cual impartirse en usted. Solamente la muerte de Cristo y nuestra muerte con Cristo, satisfacen los requisitos de la justicia de Dios y le proveen a Dios una base justa sobre la cual impartirse en nosotros. Esto se aplica no sólo al momento en que fuimos salvos, sino también a nuestra experiencia diaria con el Señor. Si queremos experimentar la impartición del Dios Triuno, tenemos que presentarnos ante Él como personas crucificadas. Debemos creer y declarar el hecho de que morimos con Cristo en la cruz. Ya que morimos con Cristo de una manera práctica, Dios puede ahora impartir todo lo que Él es en nosotros junto con todas Sus riquezas. Ésta es la impartición de Dios conforme a Su justicia.
En Romanos 6:19 Pablo habla de “la justicia para santificación”. Esto indica que la justicia nos conduce a la santidad, a la santificación. La impartición del Dios Triuno se efectúa por medio de Su santidad. La santidad de Dios está relacionada con el proceso de Su impartición. Tal como la muerte de Cristo tenía como objetivo la justicia, Su resurrección tiene como objetivo la santidad. De hecho, el Cristo resucitado es el mismo elemento de santidad dentro de nuestro ser. Esta santidad nos hace germinar, nos genera y nos santifica. Todo esto depende absolutamente de la vida divina.
Leemos en 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Debemos notar que en este versículo Pablo primero menciona a Jesús y luego a Cristo. El nombre de Jesús tiene que ver con Su muerte, y el título Cristo se relaciona con la resurrección y la impartición de vida. Por consiguiente, el nombre Jesús tiene que ver con la muerte, y el título Cristo tiene que ver con la impartición de vida.
La muerte de Jesús tenía como fin satisfacer la justicia de Dios, pero la resurrección de Cristo tiene como objetivo la santidad de Dios. La justicia denota el proceder de Dios, es decir, la manera en que Él hace las cosas; mientras que la santidad denota Su naturaleza misma. El justo proceder de Dios se halla respaldado por la muerte de Cristo, pero la naturaleza de Dios nos es impartida mediante la resurrección de Cristo. Una vez que la justicia de Dios es respaldada mediante la muerte de Cristo, Dios está en posición de impartirse a nosotros por medio de la resurrección de Cristo. Al entrar en nosotros el Cristo resucitado, Él imparte la naturaleza de Dios en nuestro ser. Entonces, esta naturaleza santa nos hace germinar, nos genera y nos santifica. El Cristo resucitado que está en nosotros es el elemento de santidad que nos vivifica. Este elemento nos hace germinar, nos vivifica y luego nos santifica. En esto consiste la santificación. La santificación implica un largo proceso que comienza a partir del momento en que somos salvos y continúa a lo largo de nuestra vida cristiana. Mediante este proceso somos transformados e incluso conformados a la imagen del Hijo Primogénito de Dios.
La santificación se lleva a cabo mediante el proceso de resurrección. Tengo la seguridad de que el Cristo resucitado está en todos nosotros y que nos hallamos en el proceso de la santificación, la cual se lleva a cabo mediante la resurrección. Este proceso es realmente una persona, el Cristo resucitado mismo. Cristo en resurrección es tanto nuestra santidad como nuestra santificación. La diferencia entre la santidad y la santificación es que la santidad denota el elemento mismo de Cristo, mientras que la santificación denota la actividad realizada por dicho elemento. Así que, no sólo estamos bajo el proceso de santidad, sino también bajo el de la santificación. El elemento santo se mueve y actúa dentro de nuestro ser para santificarnos.
El libro de Romanos incluye no sólo los atributos de la justicia y la santidad, sino también el de la gloria. La glorificación comenzó en el momento de la ascensión de Cristo y alcanzará su consumación cuando Él regrese. La ascensión de Cristo se cumplió con miras a Su gloria. Por lo tanto, la muerte de Cristo se cumplió con miras a la justicia de Dios, Su resurrección se cumplió con miras a Su santidad, y Su ascensión se cumplió con miras a Su gloria. Cuando Cristo regrese, la glorificación de los santos será consumada.
Este pensamiento se encuentra en Romanos 8. En el versículo 17 Pablo dice que si sufrimos con Cristo, también seremos glorificados con Él. En el versículo 18 él añade: “Pues tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de revelarse”. Toda la creación aguarda con anhelo ser “libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (v. 21). En el versículo 30 Pablo afirma que aquellos a quienes Dios ha predestinado, llamado y justificado, también los ha glorificado. En tanto que estamos siendo santificados, también estamos siendo glorificados. Cuando estamos siendo santificados, disfrutamos un anticipo de la glorificación.
Hemos señalado que la glorificación comenzó con la ascensión de Cristo. Como creyentes en Cristo, nosotros hemos ascendido con Él y estamos sentados con Él en los lugares celestiales (Ef. 2:6). Cristo está tanto en nosotros subjetivamente como en los lugares celestiales objetivamente. Él nos ha introducido en los lugares celestiales y ha introducido los lugares celestiales en nosotros. Cuando comprendemos el hecho de que participamos en la ascensión de Cristo, no sólo experimentamos la santificación, sino también la glorificación. Estar en ascensión equivale a estar en la gloria.
Necesitamos la experiencia subjetiva de la justicia, santidad y gloria de Dios. Ser crucificado con Cristo equivale a experimentar la justicia, y tener a Cristo viviendo en nosotros equivale a experimentar la santidad. El Dios Triuno, en conformidad con Su justicia y por medio de Su santidad, se imparte en nosotros de una manera plena con miras a Su gloria. Esto significa que el fruto de la impartición de Dios es la gloria. Cuando las personas tienen contacto con nosotros o visitan nuestro hogar, deben percibir el hecho de que hemos muerto con Cristo, y que ahora Él está viviendo en nosotros. Si éste es nuestro caso, entonces exhibiremos la justicia de Dios, Su santidad e incluso Su gloria.
¡Cuánto alabo al Señor por abrir las profundidades de este libro a nosotros! En Romanos 3 y 4 vemos que Cristo murió por nosotros, y en Romanos 6, que nosotros morimos en Cristo. Vemos, además, que esta muerte fue efectuada en conformidad con la justicia de Dios y con miras a Su justicia. En Romanos 6 y 8 vemos que estamos siendo santificados por el Cristo resucitado que vive, actúa, se mueve y opera en nuestro ser. Después de que este Cristo resucitado nos hace germinar y nos genera, nos santifica. La santificación incluye la transformación y la conformación. Mientras estamos bajo el proceso de santificación, empezamos a experimentar la glorificación realizada por Dios. El fruto producido por la impartición del Dios Triuno en nosotros es la gloria. Si diariamente mantenemos nuestra posición como quienes hemos muerto con Cristo, ciertamente tendremos la experiencia subjetiva de la justicia. Luego si permitimos que Cristo viva en nosotros, obtendremos la experiencia subjetiva de la santidad. El resultado de todo esto será la gloria, esto es, Dios expresado desde el interior de nuestro ser.
Tal como la justicia es el procedimiento de Dios, y la santidad es Su naturaleza, así también la gloria es Su expresión. La meta final de la impartición del Dios Triuno es que Dios sea expresado por medio del Cuerpo de Cristo. Cuando el Cuerpo de Cristo haya llegado a ser la expresión de la gloria de Dios, será manifestada la plena glorificación. Según lo revela Romanos 8, todo el universo espera ansiosamente ese día, aguardando con anhelo entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. En esta gloria Dios será expresado de una manera plena. Éste será el resultado final de la impartición del Dios Triuno.
Cada iglesia local debe ser una réplica en miniatura de tal expresión gloriosa del Dios Triuno. Nosotros, los que estamos en las iglesias, debemos ser capaces de decir: “Satanás, mira la iglesia; en ella se halla la justicia de Dios así como Su santidad y Su gloria”. Cuando Satanás vea esto, será forzado a reconocer que esto es el resultado de la impartición del Dios Triuno. Ya que todos hemos muerto en Cristo y, por lo tanto, somos justos a los ojos de Dios, Satanás no tiene base para acusarnos ni condenarnos. Ahora Cristo está viviendo en nosotros con el fin de santificarnos, transformarnos y conformarnos a la imagen de Cristo. El fruto de este proceso será la gloria. Éste debe ser el testimonio de todas las iglesias en el recobro del Señor. En cada iglesia debe estar presente la justicia de Dios como base, la santidad de Dios como proceso, y la gloria de Dios como meta. En esto consiste la impartición del Dios Triuno, la cual se lleva a cabo en conformidad con Su justicia, por medio de Su santidad y para Su gloria, según se revela en el libro de Romanos.