Mensaje 63
Lectura bíblica: Gn. 1:26; Ro. 9:21, 23; Jn. 11:35; Ro. 7:4; 11:17-24; Jn. 14:20; 15:4; Ro. 6:57; Gá. 2:20; 1 Co. 6:17; 7:25, 40
La economía de Dios gira en torno a que la vida divina sea impartida en nuestro ser. Como resultado de esta impartición, nosotros, los escogidos de Dios, poseemos tanto la vida humana como la vida divina. Toda clase de vida, incluso la vida vegetal más primitiva, es un misterio. Ningún científico puede explicar plenamente cómo una pequeña semilla crece hasta transformarse en una bella flor. Dentro de la semilla se encuentra un elemento de vida capaz de producir una flor con una forma y color específicos. ¡Cuán maravilloso es esto!
Entre las diversas formas de vida creada, la más maravillosa es la vida humana. Contrariamente a lo que muchos creen, la vida angélica no es más maravillosa que la vida humana. Es erróneo pensar que la vida angélica es mejor que la vida humana. Dios no dispuso que la vida angélica contuviera la vida divina; antes bien, Él creó la vida humana como un vaso que había de contener la vida divina. Aunque tal vez usted se considere a sí mismo inferior a los ángeles, Dios lo considera a usted superior a ellos. A pesar de esto, puede ser que algunos de nosotros, especialmente las hermanas, inconscientemente deseen ser ángeles. Sin embargo, la Biblia no habla del amor que Dios tiene por los ángeles, pero sí revela el amor que tiene por el hombre. Los ángeles son simplemente servidores de Dios. A los ojos de Dios la vida más maravillosa de entre todas Sus criaturas es la vida humana.
Génesis 1:26 dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Esto indica que los ángeles no fueron creados a la imagen y semejanza de Dios; únicamente el hombre lo fue. ¿Comprende que usted fue creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza? Nosotros no descendemos de los monos, sino del hombre que fue creado a la imagen de Dios. Simplemente por tener la imagen de Dios y por llevar Su semejanza, nos parecemos a Él. Ésta es la revelación que se presenta claramente en la Palabra santa. Debido a que el hombre fue creado conforme a Dios, la vida humana es la mejor de todas las clases de vida creada. Por consiguiente, podemos jactarnos del hecho de que somos seres humanos. ¡Alabado sea el Señor por el hecho de que somos hombres y no ángeles!
Un día, por medio de la encarnación de Cristo, Dios mismo se hizo hombre; y de esta manera Dios se identificó a Sí mismo con el hombre. Jesús —el Dios encarnado— era tanto Dios como hombre. La encarnación de Cristo no sólo trajo a Dios al nivel del hombre, sino que también elevó al hombre al nivel de Dios. Mediante la creación el hombre obtuvo la imagen la y semejanza de Dios, pero aún no tenía la realidad de Dios. La encarnación introdujo la realidad de Dios en el hombre. El Señor Jesús no sólo tenía la imagen y la semejanza de Dios, sino que también era la corporificación misma de la realidad de Dios, ya que Dios estaba en Él. Bajo el mismo principio, esto se aplica a todo aquel que ha sido regenerado. Como personas regeneradas, no solamente tenemos la imagen y la semejanza de Dios, sino que también tenemos en nuestro interior la realidad misma de Dios.
La Biblia revela que el hombre fue creado como un vaso que había de contener a Dios. En Romanos 9:21 Pablo habla de los vasos de honra, y en 9:23, de los vasos de misericordia preparados para gloria. Ciertamente, Dios mismo es la verdadera honra y gloria. Por lo tanto, el hecho de que seamos vasos de honra preparados para gloria, quiere decir que fuimos diseñados para contener a Dios, nuestra propia honra y gloria.
Podemos usar un guante para ejemplificar en qué sentido el hombre es un vaso, un recipiente, cuyo fin es contener a Dios. Ya que el propósito del guante es contener la mano, el guante es hecho a la semejanza de la mano. La mano tiene un pulgar y cuatro dedos, y el guante también tiene un pulgar y cuatro dedos. Aunque el guante no es la mano, fue hecho conforme a la semejanza de ésta con el fin de contener la mano. Bajo este mismo principio, el hombre es un vaso cuyo fin es contener a Dios. Por esta razón, él fue hecho conforme a la semejanza de Dios.
Cuando usted se pone un guante diseñado con la forma de su mano, su mano se siente cómoda dentro del guante. De igual manera, Dios se siente cómodo en el hombre, pero Él no se sentiría cómodo dentro de un animal, ni siquiera dentro de un ángel. Únicamente dentro del hombre Dios puede sentirse a gusto y reposar. El cielo podrá ser la morada temporal de Dios, pero Su verdadero hogar es el hombre.
Todos nosotros somos “guantes” que fueron diseñados para contener a Dios, quien es la mano divina. Conforme a nuestra creación, poseemos la forma adecuada para ser el lugar de la morada de Dios. Dios tiene una mente, una voluntad y emociones, y nosotros también. Como seres humanos no debemos ser como las medusas, es decir, seres sin una voluntad fuerte. Un ser humano apropiado no sólo debe tener una mente y una voluntad, sino que también debe estar lleno de emoción. Nos debe ser fácil reír o llorar. No debemos ser como las estatuas que, por muy intensa que sea la situación, no son capaces de expresar ningún sentimiento. La Biblia revela que Dios abunda en emoción. Él odia, ama y se enoja. De acuerdo con Juan 11:35, el Señor Jesús, el Dios encarnado, lloró. Por lo tanto, cuando Dios creó al hombre como un vaso que iba a contenerle, le dio emociones. La emoción es extremadamente importante, ya que Dios mismo abunda en emoción; Él no es un Dios de piedra.
Todas las virtudes humanas fueron creadas en conformidad con los atributos de Dios. Por ejemplo, la bondad humana es una imagen de la bondad de Dios. Lo mismo se aplica a la apacibilidad. La apacibilidad del hombre es conforme a la semejanza de la apacibilidad de Dios.
Somos “guantes” hechos a la semejanza de la mano divina. Esto quiere decir que aunque no tenemos la realidad del pulgar, sí tenemos la semejanza de éste; tampoco tenemos la realidad de los dedos, pero sí su semejanza. Por ejemplo, nuestra apacibilidad es un recipiente cuyo fin es contener la apacibilidad de Dios. Nuestra apacibilidad es sólo la forma externa, mientras que la apacibilidad de Dios es la sustancia, la realidad misma. Ya que fuimos creados conforme a la semejanza de Dios, poseemos la capacidad para ser como Él. Los animales nunca pueden ser como Dios, porque ellos no fueron hechos conforme a Su semejanza y no pueden contenerle. Pero en nuestro amor, bondad y gentileza, nosotros podemos manifestar la piedad, la cual es ser como Dios.
Dios creó al hombre como un vaso que podría contenerle, con la intención de entrar en este vaso y llenarlo consigo mismo. Cuando Dios entra en los vasos que Él creó, encuentra que dichos vasos corresponden a Él. Por ejemplo, Él tiene emoción, y Su recipiente también la tiene. Por lo tanto, en este recipiente Dios encuentra un lugar donde puede verter, impartir, Su propia emoción. De esta manera, la emoción humana y la divina llegan a ser una. La emoción divina es el contenido, mientras que la emoción humana es el recipiente y la expresión.
A pesar de que esta revelación se encuentra en la Biblia, muy pocos la han visto. Alabamos al Señor porque en Su recobro esta revelación nos ha sido hecha muy clara. Ya no existe un velo sobre el hecho de que el hombre es un vaso cuyo fin es contener a Dios, y que Dios se siente en casa dentro de este vaso maravilloso. Si vemos esto, podremos entender el tema de este mensaje: No se trata de una vida intercambiada, sino de una vida injertada.
Hemos visto que cuando la vida divina entra en la vida humana, la vida divina llega a ser el contenido, y la vida humana, el recipiente y la expresión. Pero no se realiza un intercambio o trueque de vidas. Esto quiere decir que no intercambiamos la vida humana por la vida divina. En lugar de un intercambio, se efectúa una impartición: la mano llena el guante vacío. Usando otra figura retórica, podemos decir que el hombre es como una llanta que requiere ser llena de aire. El aire es impartido en la llanta y la llena, pero este aire no es intercambiado por la llanta. De igual manera, el aire divino, el pnéuma celestial, se imparte en nosotros y no se intercambia por nuestra vida humana. Por el contrario, como veremos, es impartida en nuestro ser y se mezcla con nosotros.
Algunos maestros cristianos consideran la vida cristiana como un intercambio de vida. Según este concepto, nuestra vida humana es muy pobre y la vida de Cristo es superior. Por lo tanto, el Señor nos pide que renunciemos a nuestra vida y que la cambiemos por la Suya; nosotros cedemos nuestra vida a Él, y Él la reemplaza con Su propia vida. Sin embargo, nuestra vida cristiana no es una vida intercambiada; más bien, ella depende totalmente de que la vida divina sea impartida e infundida en nuestra vida humana. Éste es un concepto básico presentado en las Escrituras.
En el libro de Romanos Pablo usa tres ejemplos para ilustrar en qué consiste la impartición de la vida divina en nuestro ser. En cada uno de estos ejemplos vemos que la vida cristiana no es una vida intercambiada. El primer ejemplo es el de los vasos. Cuando algo se vierte dentro de un vaso, no se efectúa ningún intercambio; por el contrario, tiene lugar una impartición, o sea, el contenido se imparte al vaso. Es posible que el vaso sea terrenal, nada honorable ni glorioso, mientras que el contenido sea totalmente honorable y glorioso. Cuando tal contenido se dispensa en el vaso terrenal, el vaso llega a ser un vaso de honra, un vaso de gloria. Esto no es un intercambio, sino una impartición.
El segundo ejemplo que usa Pablo es el de la vida matrimonial. El matrimonio no es un intercambio de vidas, sino una unión de vidas. En el matrimonio, el esposo llega a ser la propia persona de la esposa. Por esta razón, la esposa adopta el nombre de su esposo como el suyo propio.
En las bodas en todo el mundo, las novias acostumbran cubrirse la cabeza, lo cual indica que en la unión matrimonial debe haber una sola cabeza. Por consiguiente, el matrimonio es una unión de dos personas bajo una sola cabeza. En tal unión no se trata de un trueque o intercambio, sino de una identificación. La esposa ha de identificarse plenamente con su esposo. En esta unión, en dicha identificación, la esposa es uno con el esposo, y el esposo es uno con la esposa. Ésta es una unión de vidas, y no un intercambio de vidas.
En Romanos 7:4 Pablo menciona que nosotros nos casaremos con Cristo: “Así también a vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que fue levantado de los muertos”. Cristo es nuestro Esposo, y nosotros somos Su novia. Entre el Novio y la novia no se lleva a cabo ningún intercambio de vida; en cambio, se efectúa una unión maravillosa. Nosotros somos uno con Él en persona, en nombre, en vida y en existencia. Si un hombre y su esposa han de tener un matrimonio apropiado, tienen que aprender a ser uno de esta manera. De igual modo, nuestra vida cristiana es una vida de identificación con Cristo y de unidad con Él.
Debido a que ni el ejemplo del vaso ni el de la vida matrimonial describe el aspecto orgánico de la impartición de Dios, Pablo da un tercer ejemplo: el injerto que tiene lugar entre dos árboles. En Romanos 11:17-24 él usa el ejemplo de las ramas de un olivo silvestre injertadas en un olivo cultivado. Como resultado, las ramas del olivo silvestre y las del olivo cultivado crecen juntas orgánicamente. Cada árbol tiene su propia vida, pero ahora esas vidas crecen juntas orgánicamente y tienen un sólo producto.
Un cirujano puede hacer lo que llamamos un injerto de piel. Este procedimiento consiste en trasplantar una parte de piel sana del paciente a una herida o quemadura de su cuerpo, con el fin de que se forme piel nueva. Después de que el injerto es realizado, la piel trasplantada crecerá orgánicamente junto con el tejido en el que ha sido injertado. Este crecimiento es posible gracias a que tanto la piel como el tejido tienen vida. El elemento orgánico en esta vida los capacita para crecer juntos.
En Romanos Pablo usa los ejemplos de los vasos, la vida matrimonial y el injerto. El ejemplo de los vasos muestra que nosotros somos recipientes de Dios y que Dios mismo es nuestro contenido. El ejemplo del matrimonio muestra que un hombre y una mujer con diferentes mentes, emociones, voluntades, personalidades, carácteres y maneras de ser se unen formando así una sola entidad. El ejemplo del injerto muestra que dos vidas se unen y crecen juntas orgánicamente.
La estrofa de un himno escrito por A. B. Simpson (Himnos, #200) habla acerca del injerto:
El secreto de la siega, Muerto el grano vida da; Y el árbol injertado, Rica vida obtendrá.
No hay duda de que cuando el Señor Simpson escribió este himno tenía en mente Romanos 11. No creo que A. B. Simpson enseñara que la vida cristiana es una vida intercambiada. Según este himno, él comprendía que ésta era una vida injertada, una vida en la cual dos partes se unen para crecer juntas orgánicamente.
A fin de que una clase de vida sea injertada en otra, las dos vidas deben ser similares. Por ejemplo, no es posible injertar una rama de árbol de plátano en un árbol de durazno. Sin embargo, sí es posible injertar algunas ramas de un árbol de durazno de menor cualidad, en otro árbol de durazno sano y productivo, porque las vidas de estos dos árboles son muy similares. Podemos aplicar el mismo principio al hecho de que la vida divina se imparta en el hombre. La vida divina no puede ser injertada en la vida de un perro, porque no hay ninguna semejanza entre estas dos vidas. Pero nuestra vida humana sí puede ser unida a la vida divina, debido a que fue creada a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. Aunque nuestra vida humana no es la vida divina, es muy semejante a ella. Por lo tanto, estas vidas pueden ser injertadas y crecer juntas orgánicamente.
Según la estrofa del himno escrito por A. B. Simpson, el árbol injertado obtendrá una vida más dulce y rica. La vida del árbol de menor cualidad no desaparece; más bien, ella y la vida del árbol rico y dulce crecen como una sola entidad. Una vez más vemos que ésta no es una vida intercambiada, sino una vida injertada.
Además, conforme a la ley natural ordenada por Dios, no es la vida de menor cualidad la que afecta a la vida más rica, sino la vida más rica la que beneficia a la vida deficiente. De hecho, la vida más rica absorberá todos los defectos de la vida de menor cualidad y de esta manera la transformará. Bajo el mismo principio, cuando nosotros somos injertados en Cristo, Él absorbe nuestros defectos, pero no elimina nuestra propia vida. Por el contrario, mientras Él absorbe nuestros defectos, eleva nuestra humanidad. Él eleva nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra parte emotiva, así como todas nuestras virtudes.
En Juan 14:20 el Señor Jesús dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. El día al que se refiere este versículo es el día de la resurrección de Cristo. En este versículo el Señor decía que en el día de Su resurrección, Sus discípulos conocerían que Él estaba en el Padre, que ellos estaban en Él, y que Él estaba en ellos. Ésta no es una vida intercambiada por otra, sino una mezcla de vidas. El Señor está en nosotros, y nosotros estamos en Él. Ésta es la mezcla que se produce por la impartición e infusión de la vida del Dios Triuno en nosotros.
La mezcla mencionada en Juan 14:20 es semejante a la mezcla del aceite con la flor de harina en la preparación de la ofrenda de harina (Lv. 2). La flor de harina está en el aceite, y el aceite está en la flor de harina. En esto consiste la mezcla.
La mezcla produce el permanecer mutuo. Por lo tanto, en Juan 15:4 el Señor Jesús dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Cuando hablamos de la vida mezclada, nos referimos a este permanecer mutuo de nosotros en el Señor y del Señor en nosotros. Además, esta vida mezclada es una vida injertada.
Juan 6:57 dice: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. En este versículo el Señor dice que Él vive por causa del Padre, lo cual indica que estas dos personas viven por una misma vida y que tienen un mismo vivir. El Hijo y el Padre son dos, pero no tienen dos vidas diferentes ni viven dos vidas diferentes, sino que tienen una sola vida y un mismo vivir. El Hijo vive por el Padre, y el Padre vive a través del Hijo. En este versículo el Señor también dice que el que le coma, también vivirá por causa de Él. Esto indica que tal como el Hijo y el Padre son dos personas con una sola vida y un mismo vivir, así también nosotros y el Señor debemos tener una sola vida y un mismo vivir. Una vez más podemos ver que ésta es una vida injertada y no una vida intercambiada.
En Gálatas 2:20 Pablo habla de su propia experiencia cristiana, diciendo que él fue crucificado juntamente con Cristo y que ahora Cristo vive en él. De nuevo vemos dos personas, Pablo y Cristo, quienes tienen una sola vida y un mismo vivir.
Hemos indicado que la vida superior absorbe los defectos y las deficiencias de la vida inferior. Esto significa que la vida divina absorberá los defectos y las deficiencias de nuestra vida humana. Esto es posible ya que en la vida de Cristo se halla el poder aniquilador de Su crucifixión. Recordemos que la vida de Cristo fue procesada por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Ahora Su vida incluye todos estos elementos. Para ejemplificar esto podemos usar los antibióticos. Así como los antibióticos matan los microbios que causan la enfermedad, el elemento aniquilador que está en la vida de Cristo pone fin a las cosas negativas de nuestro ser.
Es posible que prefiramos simplemente ceder nuestra vida humana y permitir que sea reemplazada por la vida de Cristo; o tal vez sintamos que nuestra vida está llena de “microbios” y, por eso, deseamos que sea reemplazada por la vida divina. Ésta puede ser nuestra manera de actuar, pero Dios no procede así en Su economía. Él ha dispuesto que la vida de Cristo absorba todos los defectos, deficiencias y “gérmenes” que haya en nosotros. Cuanto más le digamos al Señor Jesús que le amamos y que queremos ser uno con Él, más experimentaremos el poder aniquilador de los antibióticos espirituales.
Todos los elementos que necesitamos se encuentran disponibles en la vida de Cristo. En Su vida se hallan el elemento aniquilador así como el elemento que nutre. Puede ser que usted se desanime por causa de su manera de ser. Pero la vida de Cristo aniquilará el elemento negativo en su manera de ser y entonces, en lugar de desecharla, Él la elevará y la usará.
Muchos de los que están en las denominaciones pentecostales o en el movimiento carismático, expresan sus llamadas profecías imitando a los profetas del Antiguo Testamento, quienes frecuentemente decían: “Así ha dicho Jehová”. Aunque esta expresión fue usada por los profetas del Antiguo Testamento, nunca fue usada por los escritores del Nuevo Testamento. Pablo escribió muchas epístolas, pero nunca dijo al final: “Así ha dicho Jehová”; en cambio, dijo: “La gracia sea con vosotros”, o: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”, o simplemente: “El Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”. La razón por la cual existe tal diferencia es muy significativa. En los tiempos del Antiguo Testamento la encarnación de Cristo aún no había sucedido. La encarnación gira en torno a que Dios entre en el hombre y sea uno con él. En el nacimiento de Jesús, Dios logró encarnarse en el hombre. Por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, nosotros los que creemos en Cristo podemos participar del principio de encarnación. Esto quiere decir que por medio de la regeneración, Cristo nace en nuestro ser y llega a ser uno con nosotros. Como Pablo dice en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Esto quiere decir que con tal que hayamos nacido de nuevo, somos un solo espíritu con el Señor. Ahora todos tenemos la debida posición para declarar que somos un solo espíritu con Cristo. El día en que creímos no sólo fuimos salvos, sino que también nos casamos con Cristo en el espíritu, y se efectuó así una unión entre nosotros y el Señor. Mientras sigamos teniendo contacto con Él, los elementos superiores de la vida divina absorberán los elementos inferiores de nuestra vida humana. Entonces lo que digamos y lo que hagamos será espontáneamente lo que dice Cristo y lo que hace. Por lo tanto, no es necesario que usemos la expresión: “Así ha dicho el Señor”. Debido a que hemos sido injertados en Cristo y estamos viviendo en unidad con Él, nuestras palabras son espontáneamente Sus palabras.
En 1 Corintios 7 se ejemplifica esto. El versículo 25 dice: “En cuanto a las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. Pablo no había recibido ningún mandamiento de parte del Señor con respecto a este asunto, pero él habló como uno que amaba al Señor y expresaba al Señor en su vivir de una manera práctica. Entonces él procedió a dar su opinión. Después de hacer esto, dijo: “Y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios” (v. 40). Hoy en día cuando leemos 1 Corintios 7, tomamos la totalidad de este capítulo como oráculo de Dios, como parte de Su Palabra santa. Así que, el hablar de Pablo llegó a ser el oráculo de Dios porque Pablo era uno con el Señor. Conforme al principio de encarnación, Cristo se había encarnado en Pablo, y como resultado Pablo vivía una vida injertada y no una vida intercambiada. Esto lo capacitó para hablar en unidad con el Señor.
Espero que nos impresione el hecho de que la vida cristiana no es cuestión de un intercambio, sino de un injerto. Una vida inferior, nuestra vida humana, es injertada en una vida superior, la vida divina. Tal vida superior absorbe todos los defectos y debilidades de la vida inferior. Mientras esto se lleva a cabo, la vida superior espontáneamente enriquece, eleva y transforma la vida inferior. ¡Cuán maravilloso es esto! Esto no es nuestra doctrina ni nuestra opinión, sino la revelación divina tal como se halla en la Palabra de Dios. Además, esta revelación puede ser respaldada por nuestra experiencia cristiana. Por lo tanto, de acuerdo con la revelación de Dios y conforme a nuestra experiencia, podemos ver que hoy nosotros los cristianos tenemos una maravillosa vida injertada.