Mensaje 66
Lectura bíblica: Ro. 8:1-11
En este mensaje examinaremos Romanos 8:1-11. En el versículo 1 Pablo dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Sería fácil para nosotros subestimar la profundidad de este versículo y pensar que lo hemos entendido, suponiendo tal vez que la condenación a la que se refiere sea la misma que se menciona en el capítulo 3. Pero la condenación descrita en los capítulos 2 y 3 ya había sido eliminada antes de llegar al capítulo 8. Por consiguiente, la condenación a la que se refiere este versículo es de otra clase, es una condenación que opera en nuestro interior. La condenación en los capítulos 2 y 3 es una realidad que se encuentra delante de Dios, y no un sentir interno del cual estamos conscientes en nuestro ser interior, es decir, aquella condenación es una realidad objetiva que está en conformidad con la ley de Dios. Antes de ser salvos probablemente no sabíamos que delante de Dios ya estábamos condenados de acuerdo con Su justa ley. Cuando creímos en el Señor Jesús, tal condenación fue eliminada por la sangre redentora de Cristo. ¡Aleluya, esta condenación ha sido lavada, eliminada, por la sangre de Jesús! Por lo tanto, no estamos bajo dicha condenación.
No debiéramos confundir la condenación de los capítulos 2 y 3 con la condenación mencionada en Romanos 8:1. En este versículo se hace referencia a una condenación que es subjetiva, es decir, es una condenación que existe en nuestro interior y que responde al sentir interno que poseemos y a nuestra conciencia como cristianos. Esto resulta claro para nosotros cuando consideramos que 8:1 da continuación al capítulo inmediatamente precedente. Si nosotros leemos el capítulo 7 con el debido detenimiento, descubriremos que en él se describe una guerra entre las varias partes de nuestro ser. Sabemos que, como los seres humanos que somos, fuimos creados de tal manera que nuestro ser se conforma de diversas partes, y que, debido a la caída, éstas dejaron de armonizar entre sí.
En el capítulo 7 Pablo, el escritor del libro de Romanos, nos dice que entre las distintas partes de su ser se estaba librando una batalla. Una parte de su ser quiere guardar la ley de Dios de una manera completa y perfecta. Esta parte anhela deleitarse en Dios, agradarle y satisfacerle. Por ello, en 7:22 Pablo dice: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”. Sin embargo, cuando esta parte de nuestro ser se propone hacer el bien y cumplir la ley, otra parte se levanta para oponerse. Esta última siempre derrota a la parte que se deleita en la ley de Dios. Por tanto, en 7:23 Pablo dice: “Pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. La parte buena siempre es derrotada. Podemos tomar partido por esta parte buena y ponernos de su lado a fin de luchar contra la parte contraria, pero aun así, siempre seremos derrotados y perderemos tal batalla.
Hemos señalado que en 7:23 Pablo habla de ser llevado cautivo a la ley del pecado que está en sus miembros. Estar bajo tal clase de cautiverio, ¿no es acaso encontrarse en una situación lamentable en extremo? No obstante, es imprescindible que comprendamos que aún en nuestra condición de cristianos es posible para nosotros ser llevados cautivos a la ley del pecado todos los días. Quienes nos llevan en cautiverio no son enemigos gigantescos que son ajenos a nuestro propio ser, sino adversarios aparentemente pequeños que operan en nuestro interior, adversarios tales como nuestro mal humor. A menudo decimos que perdimos la paciencia, sería más acertado decir que fuimos hechos cautivos de la ley del pecado. En realidad, no es que simplemente perdemos nuestra paciencia, sino que somos hechos cautivos de la ley del pecado que está en nuestros miembros.
Romanos 7:24 dice: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. Este clamor se relaciona con la condenación mencionada en 8:1. Ésta no es la condenación objetiva delante de Dios, sino la condenación subjetiva, la condenación dentro de nosotros. Además, esta condenación no es un problema que aflija a Dios, sino un problema que nos aflige a nosotros.
Pocos incrédulos experimentan esta clase de condenación, pero todos los cristianos que buscan más del Señor son afligidos por ella. Mientras uno no busca al Señor, sino que en lugar de ello ama al mundo, no tiene este problema; pero en cuanto uno comienza a amar al Señor y a buscarle, espontáneamente se propone mejorar su carácter e incluso se esfuerza por alcanzar la perfección, así como amar al Señor al máximo. Esta decisión provoca la guerra descrita en el capítulo 7. Al determinar nosotros hacer el bien y procurar mejorarnos a nosotros mismos, instigamos la ley del pecado que está en nuestros miembros. Esto hace que todos los pequeños enemigos que operan en nuestro ser se levanten y peleen contra nosotros. En nuestro ser existen muchos de estos pequeños enemigos. Sin embargo, si un cristiano no ama mucho al Señor o si no se propone serle grato, no tendrá que enfrentar la oposición de estos enemigos. Pero en cuanto se proponga hacer el bien, estos enemigos se opondrán.
A continuación, en el versículo 25 Pablo dice: “Gracias sean dadas a Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Ésta es la conclusión del capítulo 7. Puesto que en este capítulo no se nos da la manera en que podemos ser librados de la condenación subjetiva, se hace necesario el capítulo 8.
Pablo comienza el capítulo 8 dándonos una palabra sobre la condenación: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Una vez más quisiera decir que la condenación a la que aquí se hace referencia, es una condenación interna. En este versículo el escritor de esta epístola puede alabar al Señor y declarar que ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Cuando algunos leen este versículo, pueden decir: “Yo estoy en Cristo Jesús, pero ¿por qué no puedo dar ese grito de victoria, sino que aún me encuentro suspirando y gimiendo?”. La razón para ello es que probablemente, en términos reales y prácticos, todavía estemos en 7:24 y no en 8:1. Es probable que mientras disfrutamos al Señor en una reunión de la iglesia tengamos el sentir de que somos victoriosos; entonces nos encontramos en 8:1, pero después de la reunión es posible que nuevamente nos sintamos derrotados y nos encontremos nuevamente viviendo la experiencia descrita en 7:24.
Debemos prestar atención al tiempo verbal de 8:1. Este versículo está en tiempo presente, y no en tiempo futuro. Pablo no dice: “No habrá condenación”; más bien, él dice: “Ninguna condenación hay”. Cuando surja un problema, simplemente debemos recordar esto y declarar: “Ahora, pues, ninguna condenación hay”. Por ejemplo, cuando usted vuelve a casa después de la reunión, y su cónyuge está por dirigir su atención a algún asunto problemático, en ese momento recuerde que no hay ninguna condenación. Si declaramos el versículo 8:1 en medio de nuestras situaciones diarias, comprobaremos cuán eficaz es la palabra de Dios.
Tenemos que proclamar la palabra de Dios al enemigo, a los demonios. A dondequiera que vayamos debemos proclamar la palabra de Dios. En particular debemos declarar que no hay ninguna condenación para los que están en Cristo. Satanás intentará engañarnos, diciendo que, aun estando nosotros en Cristo, somos derrotados. No aceptemos esa mentira ni la creamos. En cambio, declaremos la palabra de Dios que afirma que no hay ninguna condenación para los que están en Cristo.
El grito de victoria que da Pablo en 8:1 no es vano. Pablo tenía una base sólida, un fundamento, para hacer tal declaración. En el versículo 2 él dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. En el siguiente versículo él añade: “Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. De acuerdo con este versículo, Dios envió a Su propio Hijo no sólo en semejanza de carne de pecado, sino que también lo envió en cuanto al pecado.
En 8:3 el pecado no se refiere a hechos pecaminosos como robar, por ejemplo. Por supuesto, el robar es pecado, pero éste no es el pecado al que se refiere este versículo. Para entender la palabra pecado en este versículo debemos remitirnos al capítulo 7. Según el capítulo 7 el pecado debe ser una persona, porque es capaz de pelear contra nosotros, engañarnos, matarnos y hacernos cautivos. El versículo 11 dice: “Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. El hecho de que el pecado pueda engañar y matar indica que no sólo se trata de una personalización del pecado, sino que es en realidad una persona. De acuerdo con los capítulos 5, 6, 7 y 8 el pecado no es simplemente una cosa o un asunto, sino una persona viva y poderosa que puede hacernos sus cautivos y aun matarnos. Es cierto que este pecado es mucho más poderoso que nosotros. ¿Quién entonces es esta persona llamada pecado? ¿Quién es el pecado viviente capaz de engañarnos, hacernos cautivos y matarnos?
Fue en relación con este pecado que Dios envió a Su Hijo en semejanza, en forma, de carne de pecado. Esto indica que el pecado mora en cierto elemento, y dicho elemento es la carne del hombre. Así que, nuestra carne es la habitación del pecado, ya que el pecado mora en ella. Además, el pecado en realidad ha llegado a ser uno con la carne, haciendo de nuestra carne virtualmente la encarnación misma del pecado.
La mayoría de los cristianos conocen el significado de la palabra encarnación; se refiere a un elemento que anteriormente estaba fuera de otro elemento, pero que después entra en ese elemento y se hace uno con él. El Señor Jesús es Dios, pero un día Él se encarnó y vino como un hombre. De este modo el hombre llegó a ser la encarnación de Cristo. Bajo este mismo principio, el pecado se ha hecho uno con nuestra carne, haciendo de ella la encarnación misma del pecado. No podemos precisar cuándo se llevó a cabo esta encarnación, pero sí sabemos que esto es un hecho. Por lo tanto, nuestra carne es llamada “la carne de pecado”, debido a que el pecado se ha hecho uno con la carne.
Ahora debemos ver que cuando Dios el Padre envió a Dios el Hijo en cuanto al pecado para darle fin y abolirlo, Él envió al Hijo no en la realidad de la carne de pecado, sino únicamente en la semejanza o apariencia de la carne de pecado. Esto quiere decir que lo envió en semejanza de carne, la cual se había convertido en la encarnación misma del pecado. En resumen, Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado en cuanto al pecado para poner fin al pecado, para condenarlo.
A fin de entender el versículo 3, debemos diferenciar el sujeto del predicado. El sujeto es Dios y condenó forma parte del predicado. Este versículo nos dice que Dios condenó al pecado. Él condenó al enemigo que nos engaña, que pelea contra nosotros, que nos derrota, nos hace cautivos y nos mata. ¿Dónde condenó Dios a este pecado? Lo condenó en la misma carne. Ahora podemos hacer otra pregunta: “¿En qué carne condenó Dios al pecado?”. La respuesta es que Dios condenó al pecado en la carne de Jesucristo, Aquel que fue enviado en semejanza de carne de pecado. En esta carne Dios condenó al pecado. De acuerdo con Juan 1:1 y 14, el Verbo, quien es Dios, se hizo carne. En dicha carne, la encarnación misma del Verbo eterno, Dios condenó el pecado mediante la crucifixión. Cuando el hombre Jesús fue crucificado en la carne, ése fue el momento en que Dios condenó al pecado en la carne. Por lo tanto, en la carne de Jesucristo y por medio de Su muerte todo-inclusiva, Dios condenó al pecado.
Romanos 8:3 no termina con un punto, sino con una coma, lo cual indica que el versículo 4 es una continuación del versículo 3. De acuerdo con estos versículos, Dios condenó al pecado en la carne “para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”.
Romanos es un libro que habla tanto de la vida cristiana como de la vida de iglesia. Con respecto a la vida cristiana y a la vida de iglesia, el capítulo 8 de Romanos es crucial. Si no nos apropiamos de la experiencia revelada en este capítulo, nos será imposible tener una vida cristiana y una vida de iglesia apropiadas. Hoy en día, entre los millones de cristianos, muy pocos llevan una vida cristiana y una vida de iglesia adecuadas, porque muy pocos conocen el secreto tan crucial que se encuentra en el capítulo 8.
En el universo existen dos mundos, dos esferas, un mundo espiritual y uno físico. En el mundo espiritual se hallan los demonios, espíritus malignos y muchos otros elementos negativos que nos molestan. Pablo recibió una revelación de este mundo espiritual. En Colosenses 2:14-15 él señala que cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él despojó a los principados y potestades, y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos. Aquellos que crucificaron al Señor Jesús no se percataban de lo que estaba ocurriendo en el mundo espiritual mientras el Señor estaba clavado a la cruz. No obstante, los demonios y los ángeles malignos sí comprendían que estaban siendo derrotados por medio de la muerte del Señor Jesús en la cruz. Según Colosenses 2:15, Dios el Padre intervino para que nada impidiera que se consumara la crucifixión de Cristo. Por lo tanto, mediante la muerte de Cristo en la cruz, los principados y potestades fueron vencidos. Esto indica que durante Su crucifixión Cristo combatía contra los poderes malignos. Estos poderes malignos no pudieron prevalecer sobre Cristo en la cruz.
Después que el Señor Jesús murió, fue sepultado. En cierto sentido los ángeles malignos se alegraron de que fuera sepultado. Sin embargo, cuando estaba por levantarse de entre los muertos, tales enemigos de Dios una vez más intentaron impedírselo. Los poderes malignos hicieron todo lo posible por retenerlo en la muerte, pero, de acuerdo con Hechos 2:24, era imposible que la muerte lo retuviera. Él se levantó de entre los muertos y ascendió a los cielos. Cuando Él ascendió, despojó a las potestades malignas y las hizo cautivas. Les digo estas cosas a fin de hacerles notar que la vida cristiana no sólo se relaciona con el mundo físico, sino que también toca el mundo espiritual.
Los problemas que enfrentamos en la vida cristiana no provienen principalmente del mundo físico, sino del mundo espiritual. Incluso el pecado no es una realidad tangible y material, sino una realidad espiritual que existe en la esfera espiritual. Por lo tanto, si hemos de vencer el pecado, necesitamos el poder o fuerza espiritual. El poder mental, que en realidad se relaciona con el mundo físico, no puede liberarnos del poder del pecado. El pecado es un asunto espiritual y puede ser vencido únicamente por medio del poder espiritual. Romanos 8 es vital para conocer este poder espiritual.
En 8:4 Pablo se hace referencia tanto al mundo físico como al mundo espiritual. Él dice que “no andamos conforme a la carne sino conforme al espíritu”. La expresión “conforme a la carne” se refiere a la esfera física, pero la expresión “conforme al espíritu” se refiere al mundo espiritual. La vida del cristiano es compleja: por un lado, tenemos una parte física relacionada con el mundo físico y, por otro, tenemos una parte espiritual —nuestro espíritu— el cual se relaciona con el mundo espiritual. Debemos entender que la vida cristiana está relacionada con ambos mundos, y que estos dos mundos existen dentro de nosotros. Tenemos la carne, y también tenemos el espíritu. Debemos reflexionar sobre si estamos viviendo en la carne, en el mundo físico, o si estamos viviendo en el espíritu, en el mundo espiritual. ¿Andamos conforme a la carne o conforme al espíritu?
En 8:3 vemos que, en cuanto al pecado, Dios realizó una gran obra por medio de la encarnación del Hijo de Dios; Dios resolvió el problema del pecado, condenando al pecado en la carne. El versículo 3 incluye tanto la encarnación como la crucifixión. Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado; esto se refiere a la encarnación de Cristo. Luego Dios condenó al pecado en la carne; esto tiene que ver con la crucifixión de Cristo.
Dios condenó al pecado en la carne para que los justos requisitos de la ley pudieran ser cumplidos en nosotros. Debemos notar que en el versículo 4 Pablo usa la palabra cumplidos, y no guardados. Si él hubiera usado la palabra guardados en lugar de cumplidos, este versículo implicaría que debemos guardar la ley. Sin embargo, Pablo aquí no se refiere a guardar la ley, sino al cumplimiento de los justos requisitos de la ley en aquellos que andan conforme al espíritu. Esto quiere decir que los requisitos de la ley son cumplidos no por aquellos que guardan la ley, sino por los que andan conforme al espíritu.
Romanos 8 es un capítulo muy profundo y estrechamente vinculado con nuestra experiencia. Si nosotros carecemos de una adecuada experiencia espiritual, no podremos entender este capítulo. De acuerdo con los versículos 3 y 4, Dios envió a Su Hijo encarnado en cuanto al pecado. Dios condenó al pecado en la carne mediante la muerte de Su Hijo en la cruz. Su propósito al condenar al pecado fue que los justos requisitos de la ley de Dios pudieran cumplirse en nosotros, no por nuestros esfuerzos en procura de guardar la ley, sino por el hecho de que andemos conforme al espíritu. Así que, nosotros no somos personas preocupadas por guardar la ley, sino personas que andan conforme al espíritu.