Mensaje 68
Lectura bíblica: Ro. 8:3-9
Romanos 8:3 dice: “Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. La expresión Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado se refiere a la encarnación, el primer paso del proceso por el que el Dios Triuno pasó. Aquí en el versículo 3 el sujeto de la oración no es el Hijo de Dios, sino Dios mismo. En este versículo Pablo no dice que el Hijo de Dios vino en semejanza de carne de pecado; más bien, dice que Dios mismo envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado. Esto quiere decir que conforme a este versículo, es Dios quien hace esto. Él envió a Su Hijo por medio de la encarnación en la semejanza de la carne de pecado.
Después del primer paso de este proceso, la encarnación, Dios procedió a condenar el pecado mediante la crucifixión. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado en la forma, la semejanza, de la carne de pecado, Dios condenó al pecado en la carne. Por lo tanto, la muerte del Hijo en la cruz fue el acto por el cual Dios condenó al pecado.
Tanto el paso de la encarnación como el de la crucifixión tienen un solo objetivo, el cual se revela en el versículo 4: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. La expresión para que al principio de este versículo indica que se nos va a hablar del propósito de la acción descrita en el versículo anterior. Así pues, Dios envió a Su Hijo y condenó al pecado en la carne con un propósito definido. Esto significa que algo resultó de la encarnación y la crucifixión. El producto o resultado de estos dos pasos es que los justos requisitos de la ley son espontáneamente cumplidos en nosotros. No es necesario que nos esforcemos por cumplir lo que la ley requiere. El cumplimiento de los justos requisitos de la ley es resultado de la encarnación y la crucifixión de Cristo. Debido a que el Cristo encarnado fue crucificado, los requisitos de la ley pueden ser cumplidos en nosotros automáticamente.
En el versículo 4 Pablo dice que los requisitos de la ley son cumplidos “en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Esto indica que Dios envió a Su Hijo y condenó al pecado en la carne, con el fin de que los justos requisitos de la ley fueran cumplidos en un pueblo que no anda conforme a la carne, sino conforme al espíritu.
En la eternidad Dios se había propuesto llevar a cabo Su propósito. Podríamos decir que Dios tenía una vía abierta ante Él para poder avanzar y cumplir así Su deseo. Pero un enemigo llamado “pecado” apareció y bloqueó dicha vía. Por lo tanto, Dios envió a Su Hijo y condenó al pecado en la carne con el fin de quitar ese obstáculo del camino. Mediante la encarnación y la crucifixión de Cristo, Dios condenó al pecado y lo eliminó. Como resultado de ello, esta vía fue despejada de nuevo. El resultado de quitar el pecado y reabrir aquella vía es que los justos requisitos de la ley de Dios son cumplidos en nosotros.
Debemos notar que Pablo aquí no dice que los justos requisitos de la ley sean cumplidos en el Hijo de Dios. Al contrario, dice que son cumplidos en nosotros, en aquellos que han sido escogidos, redimidos, visitados, alcanzados y tocados por Dios. Aquellos designados por el pronombre nosotros en el versículo 4 son personas muy importantes, porque los justos requisitos de la ley son cumplidos en ellos. ¿Quiénes son éstos? Son los escogidos de Dios, aquellos que Él seleccionó.
¿Se da cuenta de que ha sido usted escogido por Dios? De entre millones de personas que han poblado esta tierra desde el tiempo de Adán, Dios lo seleccionó a usted. Podemos usar un ejemplo sencillo que nos ayudará a entender la selección de Dios. Cuando usted va al supermercado a comprar manzanas, se encuentra ante un montón grande de ellas. Usted escoge y compra sólo una docena de ellas de entre aquel gran lote de manzanas, seleccionando las que más le gustan. De una manera similar Dios nos ha elegido. En vez de considerarnos muy valiosos y creernos indispensables, tal vez despreciemos y aborrezcamos nuestro yo. Sin embargo, Dios no nos aborrece. En la eternidad usted le cayó bien, y Él lo seleccionó. Si usted le preguntara por qué le cae usted bien, Él contestaría, diciendo: “Simplemente me caes bien”. Nosotros somos el pueblo elegido de Dios. Además, somos aquellos que Él ha redimido, alcanzado y tocado. De acuerdo con los cuatro Evangelios, ser tocados por Dios reviste gran trascendencia. Ser tocados por Él nos hace diferentes. Puedo testificar que Él me tocó hace más de cincuenta años, y que inmediatamente me convertí en otra persona. Así pues, nosotros mismos estamos incluidos en el pronombre nosotros usado en el versículo 4, pues hemos sido tocados por Dios.
Debemos creer la palabra de Dios y no considerar nuestra situación ni mirarnos a nosotros mismos. Romanos 8:4 dice: “Se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Cuando leemos estas palabras podemos decir: “Pero yo la mayor parte del tiempo ando conforme a la carne y no conforme al espíritu”. Si alguien le preguntara si anda conforme al espíritu o conforme a la carne, tal vez usted no se atreva a afirmar que anda conforme al espíritu. Según su propia manera de pensar, usted carece del fundamento necesario para declarar con toda confianza: “Ando conforme al espíritu”. En lugar de eso, después de titubear probablemente usted confiese: “A veces ando conforme al espíritu, pero la mayor parte del tiempo ando conforme a la carne”.
Con respecto al asunto de andar conforme al espíritu, debemos recordar que hay dos mundos, dos esferas: la esfera física y la esfera espiritual. En la esfera espiritual Dios lleva a cabo todo por medio de Su hablar. Una vez que Dios dice algo, el asunto está solucionado. En 4:17 se nos dice que Dios llama las cosas que no son como existentes. Esto quiere decir que por medio de Su hablar, Él da existencia a las cosas. Por ejemplo, de acuerdo con Génesis 1:3, Dios dijo: “Sea la luz”, y la luz fue.
Como hijos de Dios que somos, debemos darnos cuenta de que cuando hablamos algo que brota de un corazón sincero, nuestra situación será conforme a nuestro hablar. Supongamos que alguien le pregunta si usted es salvo. Usted debe contestar definitivamente: “Sí, yo soy salvo”. No debe titubear y decir: “Permítame pensar acerca de esto por algún tiempo. Ciertos indicias me muestran que tal vez yo sea salvo”. Si usted dice que cree ser salvo, entonces tal vez usted sí sea salvo. Pero si contesta que ciertos indicios le muestran que es posible que usted no sea salvo, entonces podríamos dudar que usted es salvo. Ahora que somos hijos de Dios, debemos ser muy cuidadosos en nuestro hablar, porque nosotros somos lo que decimos ser. En un mensaje anterior dijimos que nosotros somos lo que comemos; pero ahora deseo afirmar que somos lo que decimos.
La Biblia se refiere a los creyentes como santos. ¿Es usted un santo? Si usted reflexiona sobre esta pregunta y dice: “Bueno, no soy tan santo como Teresa o Francisco. En verdad, no me considero muy santo. ¿Cómo entonces podría afirmar que soy un santo?”. Si usted habla de esta manera, entonces su condición sigue siendo la de un lastimoso pecador. Pero si usted contesta declarando: “¡Sí, soy un santo!”, entonces verdaderamente usted es un santo.
Debemos aprender a hablar no conforme a nuestra sinceridad natural, sino por fe. Pablo nos dice que hablamos porque tenemos un espíritu de fe: “Y teniendo el mismo espíritu de fe conforme a lo que está escrito: ‘Creí, por lo cual hablé’, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (2 Co. 4:13).
Nosotros los cristianos por lo general titubeamos, dudamos, reflexionamos y pensamos acerca de un asunto una y otra vez. Suponga que alguien le pregunta a usted si ama al Señor. Puede ser que usted sea muy lento para dar una respuesta. Tal vez reflexione sobre esa pregunta, no queriendo decir nada que no esté de acuerdo con lo que usted es en realidad. Tal vez piense que al hacer esto, está siendo cuidadoso y humilde, pero en realidad está siendo engañado por el enemigo y enredado por él. Por fe, debemos declarar con confianza que sí amamos al Señor.
Con respecto a estar en el espíritu y recibir al Espíritu, muchos de nosotros hemos sido educados erróneamente. Algunos enseñan que si un cristiano ha de recibir al Espíritu, debe primero arrepentirse, confesar sus pecados y orar con ayunos. Entonces, después de cierto período de tiempo, él repentinamente recibirá al Espíritu. Debido a la influencia de nuestro pasado religioso, es posible que vacilemos al responder cuando alguien nos pregunta si hemos recibido al Espíritu Santo. Si hemos sido instruidos apropiadamente acerca de las verdades espirituales, seremos capaces de contestar inmediatamente: “Sí, ya recibí al Espíritu Santo”.
Ahora me gustaría hacer tres preguntas. Primero: “¿anda usted conforme al espíritu?”. Segundo: “¿es usted según el espíritu?”. Y tercero: “¿está usted en el espíritu?”. Andar conforme al espíritu es hacer las cosas de acuerdo con el espíritu, pero ser según el espíritu implica que todo nuestro ser es conforme al espíritu. Además de andar conforme al espíritu y ser según el espíritu, debemos estar en el espíritu. ¿Tiene la confianza de decir que usted anda conforme al espíritu, que es según el espíritu y que está en el espíritu? ¿No es cierto que en ocasiones pierde la paciencia? ¿Cómo entonces puede usted declarar que está en el espíritu? Cómo puede declarar que anda conforma al espíritu y que usted es según el espíritu, cuando todavía tiene problemas con su mal genio? La forma de contestar tal pregunta es decir: “¡Sí, yo estoy en el espíritu! Sin embargo, cuando perdí la paciencia cometí un error momentáneo, pero inmediatamente me arrepentí y recibí el perdón de Dios. Así que, aún tengo suficiente confianza para declarar que estoy en el espíritu”.
En Romanos 8:4 Pablo habla de andar conforme al espíritu, y en el versículo 5 habla de ser según el espíritu. Para andar conforme al espíritu, es menester que primero todo nuestro ser sea según el espíritu. Esto quiere decir que andar conforme al espíritu es resultado de que nuestro ser es según el espíritu, pues lo que hacemos siempre es un resultado de lo que somos.
En el versículo 9 Pablo habla de estar en el espíritu. Una persona que es según el espíritu es una persona que está en el espíritu. Ser según el espíritu es resultado de estar en el espíritu. Por consiguiente, andar conforme al espíritu es resultado de ser según el espíritu, y ser según el espíritu es resultado de estar en el espíritu. Esto indica que nuestra necesidad básica es estar en el espíritu. Si no estamos en el espíritu, no podremos ser según el espíritu. Además, si no somos según el espíritu, no podremos andar conforme al espíritu. Una vez que estamos en el espíritu, seremos según el espíritu, y una vez que somos según el espíritu, andaremos conforme al espíritu.
Mi carga en este mensaje no radica en la necesidad de que andemos conforme al espíritu ni tampoco que debemos ser según el espíritu, sino que debemos estar en el espíritu. La pequeña palabra en es muy significativa. Repetimos que andamos conforme al espíritu porque somos según el espíritu, y que somos según el espíritu porque estamos en el espíritu. Todos nosotros debemos ser capaces de testificar: “Yo ando en el espíritu porque soy según el espíritu, y soy según el espíritu porque estoy en el espíritu”. Dondequiera que estemos y en cualquier cosa que hagamos, debemos estar en el espíritu. Si permanecemos en el espíritu, no perderemos la paciencia y ciertamente no mentiremos. ¡Oh, qué importante es estar en el espíritu!
¿Comprende usted que está en el espíritu? Romanos 8:9 nos permite declarar con absoluta confianza que estamos en el espíritu. “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él”. La expresión si es que es una traducción correcta. Sin embargo, la palabra si denota una condición, algo que es condicional. La expresión ya que también se refiere a una condición, pero a una condición que ya ha sido cumplida, la cual ahora es un hecho consumado. Por ejemplo, podría decir a un hermano: “Si usted viene, le daré una Biblia”. En este caso la palabra si indica una condición por cumplirse. Sin embargo, también podría decir: “Puesto que usted ha venido, le daré una Biblia”. En esta oración la expresión ya que indica una condición que ya ha sido cumplida y es un hecho consumado. Así que, al decir: “Si usted viene”, indico cierta condición por cumplirse, pero al decir: “Ya que usted ha venido”, doy a entender una condición que ha sido cumplida. En el versículo 9 el significado de la expresión si es que concuerda con el segundo caso, el de una condición ya cumplida. Así que, Pablo está diciendo que estamos en el espíritu ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Es un hecho que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Esto no es una condición por cumplirse, sino una condición ya cumplida que ha llegado a ser un hecho consumado. Por lo tanto, ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros, estamos en el espíritu.
Tengo la plena certeza de que, por ser nosotros creyentes, el Espíritu de Dios mora en nosotros. Éste es un hecho que nadie puede negar. De acuerdo con Romanos 8:9 podemos tener la plena certeza de que el Espíritu de Dios no sólo morará en nosotros, o simplemente ha morado en nosotros, sino que ahora mismo Él mora en nuestro ser. ¡Oh, es un hecho maravilloso que el Espíritu de Dios more en nuestro ser! Debido a este hecho, podemos declarar con toda confianza que estamos en el espíritu.
Aunque podemos fallar y cometer errores, el Espíritu de Dios continúa morando en nosotros. Por ejemplo, en ocasiones podemos perder la paciencia, pero esto no cambia el hecho de que el Espíritu de Dios more en nosotros. Él mora en nosotros de manera continua e ininterrumpida. Ahora, ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros, nosotros estamos en el espíritu. Esto también es un hecho. Así que, en el versículo 9 se nos presentan dos hechos cruciales: primero, el hecho de que el Espíritu de Dios mora en nosotros y de que tenemos al Espíritu; y segundo, el hecho de que estamos en el espíritu.
Por un lado, en el versículo 9 Pablo dice que nosotros estamos en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros; por otro, dice que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él. Suponga que decimos: “Ya que el Espíritu de Dios mora en mí, yo soy del espíritu”. Y suponga que añadimos: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no está en Él”. Estos cambios en las preposiciones harían una gran diferencia.
Es erróneo decir que ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros, somos del Espíritu. También es erróneo afirmar que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no está en Él. Aquí la preposición de se refiere a la posición, mientras que la preposición en se refiere a la condición. Si no tenemos al Espíritu de Cristo, no somos de Cristo, pues esto atañe a nuestra posición. Todo aquel que no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Cristo ni le pertenece. Como creyentes que somos no tenemos ningún problema con respecto a nuestra posición. Tenemos al Espíritu de Cristo y, por consiguiente, somos de Él. No obstante, puede ser que se suscite algún problema con respecto a nuestra condición, según se indica con la preposición en. Todos podemos declarar con confianza que somos de Cristo y que le pertenecemos a Él. Sin embargo, como hemos hecho notar, es posible que titubeemos antes de declarar que en este momento estamos en el espíritu.
Nuestra posición, según la cual pertenecemos a Cristo, es eternamente inmutable. Por esta razón sería erróneo decir que en algunas ocasiones somos de Cristo y que en otras ocasiones no lo somos. Mejor dicho, siempre somos de Cristo, así como siempre somos de la familia en la que nacimos. No importa dónde podamos ir, siempre perteneceremos a nuestra familia. Esto atañe a nuestra posición y no está sujeto a cambio alguno. Pero aunque somos siempre de una familia en particular, es posible que en ocasiones no estemos en esa familia. Tanto estar en una familia como estar en el espíritu son asuntos que atañen a la condición en la que nos encontramos. Debemos reconocer que en ocasiones tenemos problemas con respecto a la condición de estar en el espíritu. Repito, nunca tenemos problemas con respecto a nuestra posición, la cual consiste en ser de Cristo. Sin embargo, en ocasiones tenemos problemas con respecto a la condición de estar en el espíritu. En este mensaje estamos hablando de la condición en la que nos encontramos, y no sobre la posición que tenemos. Todo lo relativo a nuestra posición ya fue determinado de una vez por todas. ¡Aleluya porque todos nosotros somos de Cristo! Todos somos de Él. No obstante, la condición en la que nos encontramos, lo cual concierne a estar en el espíritu o no, puede no ser firme ni estable. Por lo tanto, en el próximo mensaje veremos cómo lograr estabilidad en lo referido a la condición de estar siempre en el espíritu.