Mensaje 7
(1)
Lectura bíblica: Ro. 4:1-25; 2 Co. 4:4; Ro. 12:5; 14:17
El capítulo 4 de Romanos es muy profundo. No debemos entenderlo de manera superficial. Si profundizamos en este capítulo, veremos que en él se revela el hecho de que la justificación adecuada y viviente constituye una de las obras más profundas de Dios, la de llamar al hombre caído a salir de todo lo que no es Dios y a regresar a Él mismo. Dios creó al hombre para Sí, pero éste cayó. La caída del hombre significa que el hombre ha sido separado de Dios por haber seguido algo que no es Dios. El hombre que había sido creado para Dios, cayó y, alejándose de Dios, siguió otras metas. Por muy bueno o malo que sea cierta cosa, si ésta no es Dios, y si separa al hombre de Él, ella constituye una caída. En la obra justificadora de Dios, Él llama al hombre caído a dejarlo todo y a regresar a Él. Por lo tanto, cuando Dios llamó a Abraham, no le dijo a dónde debía ir, porque deseaba hacer que Abraham volviera a Él mismo. A cada momento y paso tras paso, el corazón de Abraham tenía que unirse a Dios. Necesitaba confiar en Dios para todo y no alejarse de Su presencia ni por un momento. En otras palabras, tenía que ser uno con Él.
Después que Dios llamó a Abraham a salir de Ur de los caldeos, lo adiestró a creer en Él. Como hemos visto, creer en Dios significa entrar en Él por fe y ser uno con Él. Creer de esta manera es admitir que no somos nada, que no tenemos nada y que nada podemos hacer. Al creer de esta manera, aceptamos la necesidad de llegar a nuestro fin. Así que, creer en Dios significa poner fin a nuestro yo y permitir que Él reemplace nuestro ser y que Dios sea todo lo que nosotros hemos de ser. Desde el primer momento en que creemos en Él, no debemos ser nada; debemos llegar a nuestro fin y permitir que Dios lo sea todo en nosotros. Éste es el significado preciso de la circuncisión. Incluso pedir al Señor que circuncide nuestro corazón es inadecuado, porque el significado más profundo y adecuado de la circuncisión es morir y permitir que Dios sea nuestro todo.
Cuando alguien ha sido llamado por Dios de esta manera, el Dios viviente se infunde a Sí mismo en él. La palabra infundir es importante porque describe lo que sucede en el llamamiento de Dios. El Dios viviente se infunde espontáneamente en aquél a quien Él llama. Como resultado de esto, aquel que fue llamado es atraído por Dios y hacia Dios. Inconscientemente, el elemento y esencia del Dios viviente es infundido en el interior del que ha sido llamado, y él reacciona o responde a Dios creyendo en Él. Esta reacción o respuesta es la fe.
Cuando usted oyó el evangelio de gloria respecto al Señor Jesús, usted se arrepintió, lo cual significa que Dios lo llamó a salir de todo lo que no fuera Él mismo. En ese momento, aun sin que usted lo supiera, el Cristo viviente se infundió en su ser mediante Su evangelio de gloria (2 Co. 4:4). El elemento de Cristo entró en su ser y usted fue atraído hacia Él. Por su parte, usted le respondió, y esa reacción espontánea fue un acto de fe. El Cristo que se había infundido en usted vino a ser su propia fe. Así que, la fe no se origina en nosotros, sino que viene de Dios. La fe no es algo aparte de Cristo, sino Cristo mismo infundido en nosotros, quien produce una reacción dentro de nuestro ser.
Nuestro acto de creer es un “eco”. ¿Cómo podría haber un eco si no hubiera primero un sonido? Sería imposible. Cristo es el sonido. Cuando este sonido llega a nuestro corazón y a nuestro espíritu, produce una reacción, un eco. Esta reacción es el aprecio que tenemos por Él y la fe que tenemos en Él. Esta fe es en realidad Cristo mismo quien responde al evangelio dentro de nosotros. Por lo tanto, Dios nos cuenta esta fe por justicia. Cuando Cristo se infundió en usted, hubo una reacción en su interior, o sea, usted creyó. Después de que usted creyó en el Señor Jesús, Dios reaccionó, contando por justicia la fe de usted, la cual es Cristo. Si leemos la Biblia superficialmente, no podremos encontrar esta experiencia, pero si entramos en las profundidades de las Escrituras, ciertamente la hallaremos. Es como si Dios dijera: “Pobre pecador, no tienes justicia en ti mismo. Sin embargo, Yo, el Dios viviente, al hablar contigo, infundo Mi esencia en tu ser. Ésta producirá en ti una reacción de fe hacia Mí, y Yo responderé a esa fe contándola por justicia”. Cuando Dios hace esto por nosotros, produce en nosotros una reacción de afecto y amor hacia Él. Dicha reacción es nuestra fe, la cual no se origina en nosotros, sino que es la esencia misma del Cristo viviente dentro de nuestro ser. Esta fe regresa a Dios y causa en Él otra reacción hacia nosotros, o sea que la justicia de Dios es contada como nuestra, de modo que obtenemos algo que nunca habíamos tenido antes. Esto es lo que experimentamos de Dios en la justificación.
Por consiguiente, tenemos la justicia de Dios, la cual es Cristo. Isaac era un tipo de Cristo. Abraham, nuestro padre de la fe, recibió la justicia de Dios y a Isaac. De igual forma, nosotros hemos recibido la justicia de Dios y a Cristo, quien es el Isaac de hoy. Con esto vemos que Dios llamó las cosas que no eran, como existentes. Cuando vinimos a Dios, el día en que fuimos salvos, no teníamos nada. No obstante, Dios se nos apareció y llamó las cosas que no eran, como existentes. Anteriormente no teníamos la justicia de Dios, pero en un instante la obtuvimos. Antes de ese momento no teníamos a Cristo, pero después de unos minutos, lo recibimos.
Una vez que llega a ser nuestra experiencia la justicia de Dios y de Cristo, la mantendremos como un tesoro sumamente valioso. Entonces proclamaremos: “Tengo la justicia de Dios. Tengo a Cristo”. Sin embargo, un día Dios vendrá a nosotros y dirá: “Ofrécemelo en el altar”. ¿Lo hará usted? De cada cien creyentes, ni uno solo está dispuesto a hacerlo. En cambio dicen: “Oh Señor, no me pidas que haga eso. Yo haría cualquier otra cosa, menos ésta”. No obstante, debemos recordar las reacciones que van y vienen entre el hombre y Dios. Tanto la justicia de Dios como Cristo son para nosotros, pues vinieron mediante la reacción de Dios hacia nuestra fe. Ahora debemos devolver esta reacción a Dios, ofreciéndola en sacrificio a Él. Si reaccionamos de esta manera, Dios volverá a reaccionar. La primera reacción de Dios era llamar las cosas que no son como existentes. Su segunda reacción es dar vida a los muertos. Este asunto es muy profundo.
Según Romanos 4, el resultado final de esta serie de reacciones es el Cristo resucitado. Este Cristo resucitado ahora está en los cielos, lo cual indica claramente que Dios está satisfecho y que nosotros fuimos justificados. El Cristo resucitado está sentado en el tercer cielo a la diestra de Dios como una evidencia definitiva de que todos los requisitos de Dios fueron satisfechos y de que nosotros fuimos total y adecuadamente justificados. Sin embargo, este Cristo resucitado no sólo está en los cielos, sino también en nosotros, impartiéndonos Su vida para que llevemos una vida de justificación. Por lo tanto, la justificación no está simplemente relacionada con nuestra posición ante Dios, sino con nuestra manera de ser. La muerte de Cristo nos dio una justificación en cuanto a nuestra posición, y la resurrección del Cristo que está en los cielos es una prueba de esto. Pero ahora el Cristo resucitado también vive en nosotros, reaccionando en nuestro interior y llevando una vida de justificación con respecto a nuestra manera de ser. Finalmente, somos justificados en términos de nuestra posición así como de nuestra manera ser. No sólo tenemos una justificación objetiva, sino también una justificación subjetiva. Ahora podemos vivir esta justificación.
Esta justificación es la circuncisión verdadera y viviente. ¿Qué es la circuncisión? La circuncisión consiste en que lleguemos a nuestro fin y entremos en Dios. La circuncisión nos da fin y hace germinar a Dios dentro de nosotros. Los judíos no se interesan por la realidad interior de la circuncisión; a ellos únicamente les interesa la forma externa, la práctica de cortar un pedazo de carne. Ante Dios esto no es la circuncisión. Para Dios la circuncisión significa cortarnos, morir y permitir que Dios germine en nosotros, para ser nuestra vida a fin de que tengamos un nuevo comienzo. Esta circuncisión es el sello exterior de la verdadera justificación interior.
Abraham experimentó al Dios que llama las cosas que no son como existentes. Mediante el nacimiento de Isaac, Abraham experimentó a Dios de esta manera. Además, por la resurrección de Isaac, Abraham experimentó al Dios que da vida a los muertos. Hay dos clases de Isaac: el Isaac que nació, y el Isaac resucitado. El Dios en quien Abraham creyó tuvo estos dos aspectos. Abraham creyó en el Dios que llama las cosas que no son como existentes, y en el Dios que da vida a los muertos.
No importa quienes somos ni cuál es la situación en la que nos encontramos, la condición humana en general no es real, lo cual significa que nada existe en realidad. La segunda condición general de todo el mundo y de todas las cosas, es la carencia de vida. Así que, la condición prevaleciente del hombre tiene dos aspectos: el hecho de que nada existe en realidad y que todo está lleno de muerte. Pero el Dios en quien nuestro padre Abraham creyó, y en quien nosotros también creemos es el Dios que llama las cosas a existir de la nada. Cuando nosotros decimos: “Nada”, Él dice: “Algo”. Cuando nosotros decimos: “No hay”, Él dice: “Sí, hay”. No diga que la iglesia en cierto lugar está deficiente. Tal vez lo sea según su opinión, pero no lo es a los ojos del Dios en quien Abraham creyó. Dios le dirá: “Tú dices que nada existe, pero después de un momento, Yo llamaré algo a existir”. Supongamos que la persona de James Barber no existiera. Pero si Dios quisiera que existiera un James Barber, Él simplemente llamaría: “James Barber”, y éste empezaría a existir. Esto quiere decir que Dios llama las cosas que no son, como existentes. Cuando Dios dijo a Abraham: “Tu descendencia será como las estrellas de los cielos”, en ese tiempo nadie existía como descendencia de Abraham. Abraham no tenía ni un solo descendiente. No obstante, Dios hizo tal declaración con relación a la descendencia de Abraham, y Abraham lo creyó. Aproximadamente un año después, el primer descendiente de Abraham llegó a existir, pues le nació un hijo llamado Isaac. Por medio del nacimiento de Isaac, Abraham experimentó al Dios que llama las cosas que no son, como existentes.
Sin embargo, ésta fue sólo la mitad de su experiencia con Dios, porque Abraham también experimentó al Dios que da vida a los muertos. Cuando Abraham recibió a Isaac después de ofrecerlo a Dios sobre el altar, él experimentó al Dios que da vida a los muertos. En cierta localidad puede ser que una iglesia se encuentre en una condición llena de la muerte, pero nunca debemos hacer un juicio rápido acerca de ella, porque Dios es poderoso para dar vida a los muertos. Cuando una iglesia está muerta, eso proporciona una excelente oportunidad para que el Dios en quien Abraham creyó intervenga e imparta vida en ella.
El entendimiento común de los creyentes con respecto a la justificación es el siguiente: somos pecadores, Dios es justo y santo, y no hay forma de tener contacto con Él ni de que Él tenga contacto con nosotros. Así que, Cristo murió en la cruz y realizó la redención mediante el derramamiento de Su sangre. Fuimos redimidos por Su sangre, y así Dios tiene una base para justificarnos. Todo esto es absolutamente correcto. Sin embargo, el apóstol Pablo no concluyó la sección acerca de la justificación con esto, o sea, al final del capítulo 3. Cuando estudié el libro de Romanos siendo un cristiano joven, pensé que el capítulo 4 era innecesario. Me parecía que el tema de la justificación había sido plenamente concluido al final del capítulo 3, que el capítulo 5 estaba íntimamente relacionado con el capítulo 3, y que el capítulo 4 debería de haber sido eliminado. Más tarde comprendí que el apóstol Pablo no era nada superficial. Su interés era más profundo que la redención; él se ocupaba del propósito de Dios. La redención en sí no es el propósito de Dios, sino el proceso por el cual Él realiza Su propósito. En Romanos 3 vemos que la redención produce la justificación, pero todavía no vemos el propósito de Dios. ¿Cuál era el propósito de Dios en la justificación? Para contestar esta pregunta Pablo utilizó la historia de Abraham como un ejemplo, un cuadro, que explica lo que el lenguaje humano no puede explicar. Si analizamos y estudiamos el cuadro presentado en el capítulo 4, nos daremos cuenta de que éste es más profundo y abarca mucho más que el capítulo 3.
Anteriormente teníamos el concepto de que la justificación estaba relacionada sólo con los pecados. Sin embargo, al leer Génesis 15, donde la fe de Abraham fue contada por Dios como justicia, no hallamos ninguna mención del pecado, pues el pecado no tenía nada que ver con ello. En Génesis lo crucial era la descendencia que llegaría a ser un reino para el cumplimiento del propósito eterno de Dios. Abraham no fue llamado por Dios a salir simplemente porque Dios tuvo misericordia de su condición pecaminosa. Dios no dijo: “Abraham, tú eres muy pecaminoso. No quiero que vayas al infierno. En Mi misericordia he venido a llamarte a salir de tu condición caída”. Éste no fue el caso en absoluto. En Génesis 1 se nos dice que Dios creó al hombre a Su propia imagen para que le expresara, y que éste era un hombre corporativo y no un hombre individual. Dios creó un hombre corporativo en el cual estaba incluido tanto el varón como la mujer. Según Génesis 5:2, tanto Adán como Eva fueron llamados Adán, lo cual indica que Dios creó un solo hombre corporativo para que le expresara y ejerciera Su dominio. En otras palabras, Dios quería tener un reino o esfera donde pudiera expresar Su gloria. Aunque éste era el propósito de Dios, el hombre cayó y se alejó de ello. Habiéndose alejado de Dios y desviado completamente del propósito divino al ocuparse de otras cosas, el hombre cayó en el pecado. No obstante, la implicación en Génesis 15 no es el pecado, sino la manera en que se llevaría a cabo el propósito de Dios. Este asunto no se relaciona con la salvación, sino con la realización del propósito de Dios. Con tal que usted tome parte en el cumplimiento del propósito de Dios, usted será salvo.
El cristianismo es muy superficial, pues le da más importancia a la salvación del hombre que al propósito de Dios. La obra justificadora de Dios no tiene por objetivo la salvación del hombre, sino el cumplimiento del propósito de Dios. ¿Cuál es la razón por la cual Dios le escogió a usted? No le escogió principalmente para la salvación, sino para Su propósito. ¿Para qué lo llamó Dios? No lo llamó para ir al cielo, sino para cumplir Su propósito. Cuanto más usted participe en el propósito de Dios, más segura estará su salvación. Sin embargo, si sólo se interesa por su salvación, puede errar el blanco del propósito divino. La salvación en sí misma no es la meta; más bien, la salvación tiene como fin el propósito de Dios. Así que, se puede decir que la finalidad de la justificación de Dios es el cumplimiento de Su propósito.
No encontramos ninguna mención del pecado en Génesis 15. Dios dijo a Abraham: “Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas ... así será tu descendencia”. Abraham creyó, y su fe le fue contada por Dios como justicia. La justificación que Dios le concedió a Abraham no tenía ninguna relación con el pecado, pero sí tenía que ver con el propósito de Dios, con obtener una descendencia con la cual producir un reino y cumplir el propósito divino. Es por esto que el apóstol Pablo, en Romanos 4, después de referirse a Génesis 15, donde la fe de Abraham le fue contada por justicia, mencionó la promesa dada a él y a su descendencia, de que heredarían el mundo (Ro. 4:13). ¿Qué relación tiene la justificación con heredar el mundo? ¿Por qué Pablo mencionó esto en el capítulo 4? Abraham y sus herederos deben heredar el mundo por el bien del reino de Dios, y la finalidad de éste es el cumplimiento del propósito de Dios. Romanos 4 nos dice que la justificación no se le da al hombre para que vaya al cielo o para que sea salvo. La justificación capacita a Abraham y a todos sus herederos creyentes para heredar el mundo y para ejercer el dominio de Dios sobre esta tierra, según se menciona en Génesis 1. Si únicamente tuviéramos Romanos 3, diríamos que la justificación, la cual se basa en la obra redentora de Cristo, es para nuestra salvación. Sin embargo, el capítulo 4 revela claramente que Dios justifica a Sus escogidos no simplemente para salvarlos, sino expresamente para que ellos hereden el mundo con el fin de que puedan ejercer el dominio de Dios sobre la tierra.
De acuerdo con Génesis 15:6, Abraham creyó la palabra de Dios acerca de que su descendencia sería como las estrellas de los cielos, y Dios contó la fe de Abraham por justicia. Aunque Abraham recibió la justicia de Dios en ese tiempo, no entendió mucho acerca de ella. Esta justicia era muy abstracta, no era sólida ni tangible. Es posible que para Abraham la justicia no fuese más que un término.
En Génesis 16 encontramos el nacimiento de Ismael. Aunque Dios le había concedido la justicia a Abraham, él no tenía nada en concreto. Así que, Sara sugirió que produjera un hijo por medio de Agar, y como consecuencia Abraham usó su propia fuerza y vigor para producir a Ismael. Abraham, con respecto a su posición, tenía la justicia de Dios, pero en su carácter, en su propio ser, no la poseía. Lo único que tenía era un Ismael. Por lo tanto, Dios intervino, y pareció decir: “Abraham, tú debes ser un hombre completo. Yo soy un Dios completo. Debes creer Mi palabra y confiar en Mí. Yo he contado tu fe por justicia. Así que, no debes hacer nada por tu propia cuenta esforzándose por producir un Ismael con la intención de cumplir Mi propósito. Ismael no es la justicia que Yo te he acreditado. Tienes que cesar todas tus propias obras. Para que recuerdes este hecho, te voy a circuncidar”. La circuncisión vino a ser necesaria simplemente porque Abraham, por esfuerzo propio, seguía obrando por su propia cuenta con el fin de cumplir la justicia de Dios. Gálatas 4 nos dice que Agar tipifica la ley. Producir un Ismael por medio de Agar significa valerse de las obras de la ley, las cuales no pertenecen a la justicia de Dios. Abraham tuvo que aprender que tenía que llegar a su fin, cesar de valerse de su propio vigor y ser circuncidado.
En Génesis 17 Dios le habló acerca de Isaac, prometiendo establecer Su pacto con él. En tipología Isaac representa a Cristo como la justicia que Dios les cuenta a los creyentes por la fe. En Génesis 15 Abraham obtuvo la justicia de Dios en cuanto a su posición. Cuando Isaac nació, él obtuvo una justicia en su carácter, él tuvo una experiencia verdadera de la justicia de Dios.
El entendimiento de muchos creyentes es demasiado superficial. Ellos razonan: “Somos pecadores. Cristo murió por nosotros. Si creemos en Él, por Su sangre Dios nos dará Su justicia y nos justificará”. De acuerdo con este concepto la justicia es meramente objetiva y tiene que ver sólo con nuestra posición. Sin embargo, basados en nuestra experiencia podemos entender que la justicia que nos fue contada en el momento en que creímos, es Cristo mismo. Isaac tipifica a Cristo. Por eso, podemos decir que Isaac representa nuestra justicia. De hecho, la justicia de Dios no es un simple término abstracto, sino una persona, el Cristo resucitado. Este Cristo resucitado llega a ser para nosotros nuestro Isaac actual. Aunque recibimos la justicia de Dios cuando creímos, no sabíamos que esta justicia era en realidad Cristo mismo, el Hijo de Dios.
Inmediatamente después de recibir a Cristo, decidimos hacer buenas obras para Dios, lo cual significa que nos casamos con Agar y produjimos un Ismael. Recordemos que Ismael tipifica las obras de la ley. Aunque nos esforzáramos por hacer buenas obras, Dios nos diría: “Echa fuera a Ismael, Yo no quiero eso. Debes ser anulado y puesto en la cruz. Debes llegar a tu fin. Tienes que ser circuncidado. Necesitas que Mi Hijo nazca en ti y brote de ti como la justicia viviente de Dios”. Es así que podemos tener una experiencia genuina de la justicia de Dios y que somos justificados en posición así como en carácter.
Después de que Abraham recibió a Isaac, estaba completamente satisfecho con él. De igual manera, cuando nosotros tenemos una experiencia personal de Cristo, nos sentimos muy satisfechos y decimos: “Hace unos años conocí la justicia de Dios, pero nunca tuve la experiencia de que dicha justicia era Cristo mismo. Pero ahora, experimento y disfruto a Cristo como la justicia de Dios”. Sin embargo, mientras usted está disfrutando a su Cristo individualmente, Dios aparece como lo hizo con Abraham y dice: “Ofréceme a tu Isaac”. Tal vez el Señor le pida que acuda a la iglesia y se ocupe sólo por ella. Esto lo incomoda, y usted contesta: “No me interesa la iglesia. Mientras tenga mi experiencia personal con Cristo, ¿no es suficiente con esto?” Esta clase de respuesta demuestra que usted no está dispuesto a ofrecer a su Isaac sobre el altar; pero si usted ofrece a su Isaac individual a Dios, Él reaccionará otra vez y le concederá como recompensa miles de Isaacs. Abraham ofreció un solo Isaac, pero él recibió a cambio miles de descendientes. Dichos descendientes formaron el reino, la nación de Israel, con el propósito de ejercer el domino de Dios. Ésta es la razón por la que Pablo dijo que Abraham y sus herederos heredarían la tierra.
El Cuerpo de Cristo está implícito aquí. En el capítulo 12 encontramos el Cuerpo: “Nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo”. En el capítulo 14 Pablo define el Cuerpo de Cristo como el reino de Dios, diciéndonos que debemos recibir a todos los hermanos por causa del reino de Dios. Romanos 14:17 dice que el reino es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. La vida práctica del Cuerpo es el reino de Dios y tiene como fin cumplir el propósito de Dios.
Un día el Dios de la gloria vino a nosotros por medio de la predicación del evangelio. Fuimos atraídos, convencidos y empezamos a apreciar a nuestro Dios. Durante ese tiempo, el Dios de gloria infundió cierto elemento de Su Ser divino en nosotros, y creímos en Él espontáneamente. Entonces dijimos: “Oh Dios, soy un pecador. Te doy gracias porque Tu Hijo Jesucristo murió en la cruz por mí”. Pudimos decir esto porque el Cristo vivo había obrado en nosotros a fin de producir la capacidad para creer. Después de eso, si alguien hubiera tratado de convencernos de que no creyéramos en Cristo, nos habría sido imposible dejar de creer en Él. Nada ni nadie puede lograr que dejemos de creer, porque en realidad nuestra fe es el Cristo viviente que obra en nosotros y reacciona hacia Dios de nuestro interior. Inmediatamente después de que reaccionamos hacia Dios de esta manera, Él reaccionó hacia nosotros justificándonos. Entonces tuvimos la sensación de que fuimos perdonados y justificados por Dios, pues experimentamos paz y gozo. En seguida, todos decidimos hacer el bien, es decir, comportarnos adecuadamente, amar a nuestra esposa, someternos a nuestro esposo. Pero todo lo que produjimos fue un Ismael. En aquel momento comprendimos que necesitábamos ser anulados, es decir, circuncidados, para que Dios tuviera la libertad de obrar en nosotros con el fin de producir al Isaac de hoy, que es Cristo, la realidad de la justicia de Dios. Una vez que tenemos a este Cristo, debemos ofrecerlo a Dios para poder recibirlo en resurrección. El resultado de esto es el reino, la vida de iglesia. Esto es el Cuerpo de Cristo.
Pablo escribió Romanos 4 porque quería mostrar que la meta de la justificación es cumplir el propósito de Dios, el cual consiste en obtener un solo Cuerpo, el reino, donde Él se exprese y ejercite Su dominio sobre la tierra. Por lo tanto, Romanos 4 es la base para los capítulos del 12 al 16 de Romanos, donde vemos la vida práctica del Cuerpo, la vida de la iglesia y la vida del reino.