Mensaje 5
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Lectura bíblica: Zac. 4
En este mensaje consideraremos la visión de consuelo y promesa presentada en el capítulo 4 de Zacarías.
El sacerdocio y el reinado constituyen dos cargos en la administración de Dios entre Su pueblo. Ambos cargos siempre van juntos y jamás están separados. Podríamos comparar el sacerdocio con la rama legislativa del gobierno, y el reinado, con la rama ejecutiva. En la administración divina, Dios mismo es quien tomaba las decisiones respecto a asuntos legislativos mediante el Urim y el Tumim que llevaba el sumo sacerdote. Las decisiones dadas a conocer mediante el sacerdocio eran cumplidas, llevadas a cabo, por el reinado.
En la vida de iglesia actual tenemos necesidad tanto del sacerdocio como del reinado. Mediante el ejercicio del sacerdocio, somos introducidos en la presencia de Dios. Mediante el ejercicio del reinado por parte de aquellos más avanzados y experimentados, la iglesia es guardada de la anarquía y mantenida en buen orden. Para practicar la vida de iglesia, nosotros, como pueblo de Dios con Su administración, requerimos ejercer tanto el sacerdocio como el reinado.
Una función que ejerce el sacerdocio consiste en enseñarnos cómo adorar a Dios y cómo recordar apropiadamente al Señor en Su mesa. No debiéramos adorar a Dios ni recordar al Señor conforme a nuestro concepto natural. En Juan 4:24 el Señor Jesús dice: “Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Este capítulo también nos muestra que la adoración que Dios desea es que le bebamos como agua viva. Cuanto más bebemos a Dios como nuestra agua viva, más le adoramos. Bebemos a Dios no al ejercitar nuestra mente, sino al ejercitar nuestro espíritu. En lo referente a recordar al Señor en Su mesa, también necesitamos recibir la instrucción del sacerdocio. Es crucial que comprendamos que la manera de recordar al Señor no consiste en ejercitar nuestra mente para acordarnos de todo lo que Él hizo en Su encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección; más bien, la manera de recordarle consiste en disfrutarle al comerle y al beberle. Al participar del pan y de la copa, recordamos al Señor y le adoramos.
Las visiones presentadas en Zacarías 3 y 4 atañen, respectivamente, al sacerdocio y el reinado. La visión presentada en el capítulo 3 con respecto a Josué tenía como finalidad fortalecer al sumo sacerdote Josué en el sacerdocio. Fortalecer a Josué equivalía a fortalecer el sacerdocio y establecerlo. La visión del candelero de oro y los dos olivos en el capítulo 4 tenía como finalidad fortalecer a Zorobabel, el gobernador de Judá, en el reinado. Zorobabel no era un rey, sino un gobernador en la posición de rey. Pese a que Zorobabel no era rey, él era un descendiente, un renuevo, de la familia real de David. En el capítulo 3, Josué fue medido, lo cual tuvo como resultado que él fuese fortalecido y establecido al haber sido purificado. En el capítulo 4, Zorobabel fue medido de modo que pudiera ser fortalecido y establecido. El fortalecimiento de Josué en el sacerdocio y el de Zorobabel en el reinado tienen por objetivo la reedificación del templo.
El sacerdocio de Josué representa el sacerdocio que ejerce la nación de Israel en pro de Dios ante las naciones. El candelero de oro representa el testimonio resplandeciente de la nación de Israel en pro de Dios ante las naciones. Dios escogió a Israel para que fuese una nación de sacerdotes (Éx. 19:6). La intención de Dios era usar a la nación de Israel como un sacerdocio que condujese las naciones a Dios para que éstas entrasen en la presencia de Dios a fin de ser iluminadas, ser puestas al descubierto, ser disciplinadas por Dios y ser transfundidas por Él con las riquezas divinas; más aún, los sacerdotes debían enseñar a las naciones cómo adorar a Dios y servirle. A fin de que los sacerdotes hicieran esto, ellos tenían que conocer cabalmente la ley de Dios y Sus reglamentos. Además de ser una nación de sacerdotes, Israel debía ser un testimonio en pro de Dios. Por tanto, en el capítulo 3 vemos el sacerdocio, y en el capítulo 4, el candelero.
El Ángel que habló con Zacarías lo despertó y le dijo: “¿Qué ves? Y respondí: He aquí, veo un candelero todo de oro, con su tazón encima, y sus siete lámparas sobre él, con siete tubos para cada una de las lámparas que están encima de él” (Zac. 4:2). El candelero aquí representa la corporificación del Dios Triuno.
La sustancia del candelero es oro, que representa al Padre como fuente y naturaleza.
La forma que tiene el candelero representa al Hijo como corporificación.
La expresión del candelero es las siete lámparas, que representan al Espíritu como expresión siete veces intensificada.
El suministro provisto para el candelero es los siete tubos para cada una de las siete lámparas, lo cual representa al Espíritu de Dios intensificado siete veces como abundante suministración (Fil. 1:19b).
Primero, Cristo es el candelero como testimonio de Dios (Éx. 25:31-39). Segundo, la nación de Israel es el candelero como testimonio de Dios. Tercero, las iglesias locales son los candeleros como testimonio de Cristo (Ap. 1:12, 20b).
Zacarías 4:3 dice: “Y junto a él hay dos olivos, uno a la derecha del tazón y el otro a su izquierda”. Estos dos olivos representan al sumo sacerdote Josué y a Zorobabel, el gobernador de aquel tiempo, quienes eran los dos hijos de aceite, llenos del Espíritu de Jehová para la reedificación del templo de Dios (vs. 3-6, 12-14). Los dos hijos de aceite también son los dos testigos, quienes durante los últimos tres años y medio de la era presente serán testigos de Dios en la gran tribulación a fin de fortalecer al pueblo de Dios, esto es, a los israelitas y a los creyentes en Cristo (Ap. 11:3-12; 12:17). Estos dos testigos son Moisés y Elías. Moisés, quien representa la ley, y Elías, quien representa a los profetas, ambos testifican en pro de Dios. La expresión la ley y los profetas (Lc. 16:16) se refiere al Antiguo Testamento. La ley se centra en Moisés, y los profetas se centran en Elías. Durante la gran tribulación, tanto Moisés como Elías apoyarán y suministrarán a los israelitas que padecen persecución y también a los creyentes.
La nación de Israel es el candelero, que representa el testimonio de Dios. El testimonio de Dios debe resplandecer. Para que el candelero resplandezca, se necesita fuego, y para que haya fuego, se necesita el suministro de aceite de oliva. Para que haya aceite de oliva, se necesitan los olivos. Los dos olivos a ambos lados del candelero son los dos hijos de aceite, Josué y Zorobabel.
En Zacarías 4:11, el profeta Zacarías le pregunta al Ángel: “¿Qué son estos dos olivos que están a la derecha del candelero y a la izquierda?”. Y en el versículo 12, Zacarías añade: “¿Qué son las dos ramas de olivo que están junto a los dos picos de oro, que vierten de sí el oro?”. En el versículo 11 hay dos árboles, y en el versículo 12, dos ramas. Las dos ramas forman parte de los dos árboles. Cuando el tazón del candelero está sin aceite, los dos olivos suministran el aceite al hacer que dicho aceite fluya por medio de las ramas a los dos picos. Luego, el aceite fluye de los picos al tazón, y desde el tazón fluye al candelero.
La expresión que vierten en el versículo 12 no se refiere a los picos, sino a las ramas. Estas ramas “vierten de sí el oro”. Verter oro es hacer que el oro fluya. Aquí la palabra oro se refiere al aceite. El aceite y el oro son uno. El aceite denota el Espíritu, y el Espíritu es Dios. Más aún, en tipología el oro representa a Dios. El oro que llena el tazón es el Espíritu; el Espíritu es Dios; y Dios es tipificado por el oro. Al aplicar esto a nuestra experiencia hoy en día, vemos que el Espíritu que fluye de nosotros es Dios mismo, y Dios es oro. Por tanto, cuando ministramos Cristo a otros, al suministrarles el aceite, en realidad les estamos suministrando a Dios mismo. Dios fluye de nosotros y es impartido en ellos. Todos debemos ser olivos que vertimos a Dios de nuestro ser y lo impartimos en otros. De esta manera, el aceite es suministrado a los necesitados por aquellos olivos desde los cuales fluye Dios.
Consideremos con más detalle por qué los dos olivos son llamados dos ramas. En Zacarías 3 y 4 una misma persona, Zorobabel, es representada por un renuevo (3:8), un árbol (4:3, 11) y una rama (v. 12). Esto indica que Zorobabel no es la fuente. Si él fuese un árbol completo en sí mismo, sería la fuente. Sin embargo, él es un árbol que, en realidad, es la rama de otro árbol, y ese árbol es la fuente. Más aún, Zorobabel también es el renuevo de ese otro árbol, y ese árbol es Cristo. Cristo es el único olivo, y tanto Zorobabel como nosotros somos ramas, vástagos, de Cristo. Ramificarse equivale a producir vástagos. Aunque Cristo es el único olivo, de Él han surgido muchos renuevos. El surgimiento de esos renuevos es la ramificación de Cristo. Esas ramas, o renuevos, ahora son los muchos olivos por toda la tierra. ¿No es usted acaso un olivo? Por ser verdaderos cristianos, somos olivos. Hablando estrictamente, no somos olivos en el sentido de ser árboles independientes, sino en el sentido de ser ramas de Cristo, quien es el único olivo. Por ser ramas, debemos suministrar aceite a los demás, esto es, el Espíritu, para que ellos sean vivificados. ¡Alabado sea el Señor que, en Cristo, somos olivos que suministran a otros el Espíritu siete veces intensificado!
“Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: “¿No sabes qué son éstos? Y dije: No, señor. Y respondió y me habló, diciendo: Ésta es palabra de Jehová para Zorobabel, diciendo: No por la fuerza ni por el poder, sino por Mi Espíritu, dice Jehová de los ejércitos. ¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel te convertirás en llanura, y él sacará la piedra cimera con gritos de: ¡Gracia, gracia a ella! [...] Las manos de Zorobabel han echado el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán” (vs. 5-7, 9a). Zorobabel, el gobernador de Judá, quien echó los cimientos para la reedificación del templo, será también quien sacará la piedra cimera, lo cual significa que él terminaría la reedificación del templo de Dios no por la fuerza ni por el poder, sino por el Espíritu de Jehová. El profeta Zacarías le dijo esto a Zorobabel para sustentarlo, alentarlo, fortalecerlo y para afirmar la mano de Zorobabel a fin de que éste pudiera continuar la edificación del templo hasta consumar la obra.
Mientras que el capítulo 3 se refiere a la muerte de Cristo, la cual tiene por finalidad la redención, el capítulo 4 habla sobre el Espíritu, cuya finalidad es llevar a cabo la economía de Dios. Según el Nuevo Testamento, la muerte de Cristo para efectuar la redención fue seguida por el Espíritu. Hoy en día no sólo debiéramos ministrar Cristo a otros, sino también suministrarles el Espíritu. El Cristo que ministramos es Aquel que fue crucificado, quien fue levantado de entre los muertos y quien, en resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Al hablarle a otros acerca de Cristo, debiéramos suministrarles el Espíritu.
La piedra cimera sacada con gritos de: “¡Gracia, gracia a ella!” representa a Cristo, quien es la gracia en calidad de piedra, sobre la cual están los siete ojos de Jehová, el Espíritu de Dios siete veces intensificado con miras a la compleción de la reedificación del templo de Dios (3:9; 4:7-10; Ap. 5:6). Sacará la piedra cimera equivale a completar la edificación. La piedra cimera tipifica a Cristo. Para el edificio de Dios, Cristo es una piedra en tres aspectos. Cristo es la piedra del fundamento que sostiene el edificio de Dios (Is. 28:16; 1 Co. 3:11), la piedra del ángulo que une a los miembros gentiles y judíos de Su Cuerpo (Ef. 2:20; 1 P. 2:6) y la piedra cimera que da consumación al edificio de Dios.
Los gritos de “¡Gracia, gracia a ella!” indican que la piedra cimera es, ella misma, la gracia. La piedra cimera es la gracia que proviene de Dios para nosotros, y dicha gracia es Cristo mismo. “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] llena de gracia y de realidad” (Jn. 1:14). Esto revela que Cristo, en Su encarnación, nos trajo primero a Dios como gracia, y luego, como realidad. La gracia es Dios en el Hijo como nuestro disfrute; la realidad es Dios hecho real para nosotros en el Hijo. Cuando disfrutamos a Dios, tenemos gracia. Cuando Dios es hecho real para nosotros, tenemos realidad. Tanto la gracia como la realidad son Cristo. Por consiguiente, la piedra cimera es Cristo, quien es la gracia de parte de Dios para nosotros a fin de ser la cubierta del edificio de Dios.
Zacarías 4:10 dice: “¿Quién menospreció el día de las pequeñeces? Porque estos siete se regocijan al ver la plomada en la mano de Zorobabel; son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra”. Estos siete, que son los ojos de Jehová, son los siete ojos de la piedra mencionada en 3:9. Apocalipsis 5:6 habla de un Cordero con “siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios”. Los siete ojos de la piedra son los siete ojos de Jehová y también los siete ojos del Cordero, Cristo. Es crucial comprender que la piedra, Jehová y el Cordero son uno. Cristo el Cordero es la piedra, y Él es también Jehová. Por tanto, los siete ojos de la piedra y los siete ojos de Jehová son los siete ojos de Cristo. Según Apocalipsis 5:6, estos siete ojos son los siete Espíritus, esto es, el Espíritu siete veces intensificado. Los siete Espíritus son los siete ojos de Cristo. Esto quiere decir que el Espíritu Santo es los ojos de Cristo. Esto indica que Cristo y el Espíritu Santo, aunque distintos entre Sí, no están separados. Del mismo modo en que los ojos de una persona son esencialmente uno con su cuerpo, así también el Espíritu Santo es esencialmente uno con Cristo.
Cristo es la piedra grabada por Dios el Padre (Zac. 3:9). Aquel que fue grabado es Cristo, y Aquel que lo grabó es el Padre. Aunque el Padre y el Hijo son distintos entre Sí, ellos son esencialmente uno en el cumplimiento de la redención eterna. Como resultado de dicha redención, ahora nosotros podemos disfrutar a Cristo como Espíritu, incluso como el Espíritu siete veces intensificado. Según lo que Pablo dijo en 2 Corintios 13:14, tenemos el amor de Dios el Padre como fuente, la gracia de Cristo como caudal y la comunión del Espíritu Santo como transmisión para nuestro disfrute. En todo esto vemos que la redención ha sido efectuada por el Hijo, y ahora el Espíritu nos es suministrado con miras al edificio de Dios. Es por el Espíritu que la edificación de la iglesia será consumada.