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Mensaje 12

LAS TRES ESTACIONES EN EL CUMPLIMIENTO DEL PROPOSITO DE DIOS

  En este mensaje estudiaremos las tres estaciones en el cumplimiento del propósito de Dios como se mencionan en Éx. 3. Por medio del llamamiento de Dios, el pueblo escogido fue dirigido a tres estaciones distintas. El versículo 18 afirma que los hijos de Israel debían viajar durante “tres días” por el desierto. En el versículo 12, el Señor le dijo a Moisés; “Ve, porque Yo estaré contigo; y esto te será por señal de que Yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”. Finalmente, en los versículos 8 y 17, el Señor prometió a Moisés que El sacaría a los hijos de Israel de Egipto y que los llevaría a una “tierra donde fluye leche y miel”. Por tanto, las tres estaciones mencionadas en este capítulo son el desierto, el monte y la tierra.

I. AL DESIERTO

  Muchos maestros cristianos han recalcado la importancia de la experiencia de los hijos de Israel en el desierto. No obstante, ellos interpretan el desierto como un lugar de pruebas. Aunque en otras partes de la Biblia el desierto sí tiene este significado, éste no es su significado en 3:18. Aquí el desierto denota un lugar de separación del mundo. Según 3:18, los hijos de Israel debían viajar durante tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor su Dios. Era imposible que el pueblo de Dios le ofreciera sacrificios a El en Egipto. Para servir a Dios de esta manera, ellos debían estar en un lugar de separación.

  El desierto estaba separado de Egipto por el mar Rojo. El cruce del mar Rojo tipifica el bautismo. Después de creer en el Señor Jesús y de tomarlo como nuestra Pascua, fuimos bautizados. Por tanto, el agua bautismal nos separa del mundo y nos introduce en el desierto donde podemos servir a Dios. Sin embargo, muchos que han sido salvos todavía no han sido liberados y no han entrado en el desierto. Esto quiere decir que han sido salvos, pero no están separados del mundo.

  El desierto, el lugar de separación del mundo, es la primera estación en la liberación del pueblo escogido de Dios de Egipto. Nuestra experiencia lo testifica. Antes de ser salvos, estábamos muy ocupados con las cosas del mundo. Pero la salvación de Dios nos ha liberado de esta preocupación y nos ha introducido en el desierto. Toda persona que es salva correctamente debe tener esta clase de experiencia.

  Vemos esto tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. La única diferencia es que el Antiguo Testamento presenta la tipología, el cuadro, mientras que el Nuevo presenta la realidad espiritual en palabras. Puesto que nos resulta difícil captar las cosas espirituales en el Nuevo Testamento, Dios en Su sabiduría usa los cuadros del Antiguo Testamento para ayudarnos a entenderlas. La historia de los hijos de Israel describe la plena salvación de un creyente. Por ejemplo, la Pascua tipifica a Cristo. En 1 Corintios 5:7, Pablo dijo: “Porque nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada”. Además, en 1 Corintios 10:1 y 2, Pablo indica que el cruce del mar Rojo tipifica el bautismo. Además, el maná y el agua de la roca también tipifican a Cristo (1 Co. 10:3-4). No es difícil ver el significado de estas tipologías; no obstante, casi ningún cristiano se da cuenta de que la buena tierra también tipifica a Cristo. Por consiguiente, muchos consideran solamente la etapa inicial de la historia de los hijos de Israel como tipología. Cuánto le damos gracias al Señor por habernos mostrado que toda la historia de los israelitas describe nuestra salvación.

  Los hijos de Israel salieron de Egipto y entraron en el desierto por medio del disfrute de la Pascua (12:11, 31-41) y mediante el bautismo en el mar Rojo (14:21-30). Para ellos, la Pascua fue un disfrute; disfrutaron el cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas. El suministro que recibieron a través de este disfrute los fortaleció para salir de Egipto. Además, el bautismo en el mar Rojo los liberó de los egipcios. Esto indica que por medio de Cristo como Cordero pascual y por Su muerte, somos separados del mundo e introducidos en el desierto, la primera estación en el cumplimiento del propósito de Dios.

II. AL MONTE

  La segunda estación es el monte (Éx. 3:12; 19:1-2, 11; 24:16-18), donde los hijos de Israel recibieron revelación acerca de Dios y del tabernáculo. Durante siglos, habían estado bajo las tinieblas en Egipto donde no había luz, ni Palabra, ni el hablar de Dios. Pero ahora, bajo la iluminación, habían de vivir conforme a la revelación acerca de Dios, y debían construir el tabernáculo conforme al modelo revelado por Dios.

  Los hijos de Israel fueron llevados al monte por el árbol que hizo del agua amarga agua dulce (Éx. 15:23-25), las doce fuentes en Elim (Éx. 15:27), el maná del cielo (Éx. 16:14-15, 31-32, 35), el agua viva de la roca hendida (Éx. 17:6), y la victoria sobre Amalec (17:8-16). Cuando los israelitas llegaron a Mara, “no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas” (Éx. 15:23). El pueblo murmuró en contra de Moisés, y por esta razón él clamó al Señor: “y el Señor le mostró un árbol, y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron” (Éx. 15:25). Este árbol representa a Cristo con Su cruz. Los hijos de Israel siguieron hasta Elim, donde habían doce fuentes de agua (Éx. 15:27), y acamparon allí cerca de éstas. Cuando siguieron viajando desde Elim, volvieron a murmurar; esta vez porque no tenían comida. Dios satisfizo sus necesidades al mandarles maná, la comida celestial para sostenerlos. Asi mismo, cuando los hijos de Israel murmuraron por no tener agua, Dios produjo agua de la roca hendida (Éx. 17:1-6). Todas estas cosas representan varios aspectos de Cristo como nuestro suministro de vida, el suministro mismo que Dios usa para llevarnos al monte. Nosotros en las iglesias locales podemos testificar que hemos recibido el suministro por el agua dulce, las doce fuentes en Elim, el maná celestial, y el agua viva que fluye de la roca hendida.

  El pueblo escogido de Dios no debía permanecer en el monte ni en el desierto. La intención de Dios consistía en que siguieran adelante hasta la buena tierra. Del mismo modo, en la actualidad no debemos permanecer en el desierto ni en el monte. Por el contrario, debemos considerar ambos lugares como una parada temporal. Nuestro destino final es la buena tierra.

  Pocos cristianos han llegado, en su experiencia, al monte. Muchos de nosotros podemos testificar que antes de entrar en la vida de iglesia, no estábamos en el monte, el lugar de revelación. No obstante, la mayoría de los santos en el recobro de Dios han llegado al monte que está en el desierto. Por una parte, estar en el monte es una experiencia maravillosa; por otra parte el permanecer allí mucho tiempo causa sufrimientos. Entre los que han estado en Cristo durante muchos años, algunos no han ido más lejos que la estación del monte. En el día catorce del primer mes, los hijos de Israel celebraron la Pascua en Egipto, y durante el tercer mes llegaron al monte (19:1). Se quedaron allí durante aproximadamente nueve meses. En el primer día del siguiente año, el tabernáculo fue construido y fue llenado de gloria (40:17, 34). Esto indica que permanecer en el monte por mucho tiempo no es algo normal. Muchos de nosotros en el recobro del Señor hemos visto la revelación en el monte y hemos participado con otros en la construcción del tabernáculo. Esto es maravilloso, pero lo es sólo temporalmente.

  Si estudiamos el cuadro de los hijos de Israel en el desierto, vemos que entre los que salieron de Egipto, sólo dos personas: Josué y Caleb, entraron en la buena tierra. Todos los demás, incluyendo a Moisés, Aarón y María, murieron en el desierto. Para ellos, el desierto no fue solamente un lugar de separación, sino también un lugar de pruebas. Antes de que los hijos de Israel llegaran al monte, el desierto era positivo, pues era solamente un lugar de separación. Pero después del monte, el desierto llegó a ser un lugar de pruebas por la incredulidad de ellos.

  Cuando los israelitas estaban en el monte, recibieron la revelación acerca de lo que Dios es. No considere la ley solamente como algunos mandamientos. La ley era un testimonio, definición, descripción y explicación de lo que Dios es. Por la ley podemos conocer a Dios mismo. Dios exigía que Su pueblo escogido viviera conforme a esta revelación de El mismo. De esta manera, en el monte, Moisés recibió una revelación tanto de lo que Dios es, como de la clase de vida que debería llevar el pueblo de Dios. Puesto que Dios es santo, justo y amoroso, Su pueblo debe llevar una vida caracterizada por la santidad, la justicia y el amor. Los capítulo 20 al 24 de Exodo revelan que Dios es detallado en Su santidad, justicia y demás atributos divinos. Su pueblo debe llevar una vida que corresponde con los atributos detallados de Dios. Podremos ver esta revelación solamente en la cima del monte.

  Es en el monte donde el pueblo de Dios puede ver también la revelación del deseo del corazón de Dios. Aquí vemos que Dios desea que vivamos conforme a lo que El es porque el deseo de Su corazón es tener una morada en la tierra. El tabernáculo fue erigido para satisfacer temporalmente este deseo. Antes de la construcción del tabernáculo, Moisés recibió una revelación detallada acerca de todos los aspectos de ello en los capítulos 25 al 31. Los demás capítulos abarcan la experiencia de los hijos de Israel en el monte y nos hablan de la construcción del tabernáculo.

  En el monte tenemos la vida de iglesia representada por el tabernáculo. La vida de iglesia que llevamos actualmente no es la del templo; por el contrario, es la vida de iglesia portátil, el tabernáculo. El tabernáculo no tenía suelo ni fundamento, sino que fue erigido sobre la tierra. Por el contrario, el templo construido en la buena tierra tenía un fundamento firme. En el Nuevo Testamento, ningún versículo afirma que la iglesia es construida con madera. Por el contrario, tanto Pablo como Pedro afirman que es edificada con piedra (1 Co. 3:12; 1 P. 2:5). Esto indica que el tabernáculo, un tipo de la iglesia, era la morada temporal de Dios. Su morada permanente sería el templo construido en la tierra de Canaán. No obstante, muchos cristianos no han alcanzado la vida del tabernáculo, la vida de iglesia temporal, y mucho menos la del edificio sólido.

III. A LA BUENA TIERRA

  El tabernáculo es simplemente la morada temporal de Dios, y por esta razón no debemos estar satisfechos con la vida de iglesia en esta etapa. Debemos seguir adelante y llegar a la etapa representada por el templo en la buena tierra. En el Antiguo Testamento, el templo reemplazaba al tabernáculo. Finalmente, los objetos que se encontraban en el tabernáculo fueron colocados en un templo. Por tanto, el tabernáculo en el desierto fue el edificio temporal, pero el templo en la buena tierra fue el edificio final. Por consiguiente, los hijos de Israel debían seguir adelante y pasar del desierto a la buena tierra.

  Si yo hubiera estado entre los hijos de Israel en Exodo 40, habría estado plenamente satisfecho con la construcción del tabernáculo. Sin embargo, la meta final de Dios estaba muy lejos. Todavía quedaban aproximadamente tres cuartos del camino por recorrer. Por esta razón, los hijos de Israel debían viajar a la tercera estación y entrar en la buena tierra.

A. Por medio del arca con el tabernáculo

  Hemos visto los factores que llevaron a los hijos de Israel al desierto y de allí al monte. Ahora debemos estudiar el factor que los introdujo en la buena tierra. Este factor es el arca con el tabernáculo (Jos. 3:3, 6, 8, 13-17; 4:10-19). Cuando los hijos de Israel entraron en la buena tierra, el arca bajó al Jordán, y las aguas se detuvieron. Antes de eso, ellos tenían al arca como el factor, pero no tenían la fe para aplicarla. Pero al final de sus años de vagar en el desierto, aplicaron el arca de esta manera. Esto indica que en la vida de iglesia actual, Cristo como el arca debe ser el factor por el cual entramos en El como la buena tierra.

  ¿Qué clase de Cristo disfruta usted? ¿Cómo el Cordero pascual solamente, el pan sin levadura, el maná, la roca de la cual fluye el agua viva o disfruta usted de El cómo la buena tierra? Colosenses 2:6 afirma: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad en El”. Si nuestro Cristo es solamente el Cordero pascual, el maná y la roca con el agua viva, ¿cómo podemos andar en El? Si deseamos andar en Cristo, debemos experimentarlo como la tierra espaciosa. La experiencia de Cristo en la mayor parte de los cristianos es elemental; pocos lo experimentan como la buena tierra.

  Hemos visto que los hijos de Israel disfrutaron del Cordero pascual, del pan sin levadura, del maná y de la roca con agua viva. No obstante, Dios no le prometió a Abraham que daría esas cosas a sus descendientes. Dios prometió darles la buena tierra. Según Gálatas 3, la bendición de la tierra prometida a Abraham es el Espíritu. La bendición de la tierra, este Espíritu, es el Dios Triuno que ha sido procesado por medio de la encarnación, crucifixión y resurrección, para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Este Espíritu es la bendición prometida a los descendientes de Abraham por fe.

  Abraham tiene dos clases de descendientes: los carnales y los de la fe. Los descendientes carnales son la nación de Israel, y los descendientes por la fe son los que creen en Cristo. Para los descendientes carnales, la buena tierra es un lugar literal; no obstante, para los descendientes por fe, la buena tierra es una realidad espiritual, Cristo como el Espíritu todo-inclusivo.

  Estoy agradecido al Señor porque en todas las iglesias del recobro del Señor está el arca con el tabernáculo. El arca y el tabernáculo tipifican a Cristo con la vida de iglesia temporal y portátil. Cristo junto con esta vida de iglesia es el factor por el cual entramos en el Cristo todo-inclusivo representado por la tierra de Canaán.

  Las epístolas a los Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses nos muestran a Cristo y la iglesia en la buena tierra. No obstante, en 1 Corintios, tenemos a la iglesia en el monte. Este libro habla de la Pascua y del bautismo en el mar Rojo, por el cual somos sacados de Egipto y entramos en el desierto. También habla de beber de la roca espiritual, uno de los factores que nos lleva al monte. Esto indica que Cristo y la iglesia como se revelan en 1 Corintios está relacionado con el monte en el desierto. Muchos de nosotros hemos pasado por esta estación.

  En este mensaje, mi carga consiste en señalar que no necesitamos vagar a través del desierto con el arca y el tabernáculo. Hace años, algunos de nosotros fuimos separados del mundo y entramos en el desierto. Entonces ascendimos al monte donde recibimos la visión acerca de Dios, la vida del pueblo de Dios y la morada de Dios. También erigimos el tabernáculo al pie del monte. Por tanto, somos cristianos con la vida de iglesia, por lo menos en la forma temporal y portátil, el tabernáculo. Sin embargo, debemos seguir adelante, cruzar el río Jordán y entrar en la tierra de Canaán.

B. Al sepultar todo en el río Jordán

  El pueblo escogido de Dios tenía que cruzar dos tipos de agua: el mar Rojo, que vence al mundo, y el río Jordán, que vence al ego. Las fuerzas mundanas tipificadas por Faraón y su ejército fueron sepultadas en el mar Rojo. Pero doce piedras representando al viejo yo de los hijos de Israel fueron sepultadas en el Jordán (Jos. 4:1-9, 20). Lo que nos impide entrar en el Cristo todo-inclusivo no es el mundo, sino el yo. Este yo debe ser sepultado en el Jordán. El factor que sepulta al yo es el arca. Las doce piedras no fueron sepultadas en el río antes de que entrara el arca. Por el contrario, el arca entró primero en el agua. Esto indica que Cristo con la vida de iglesia portátil es el factor por el cual entramos en el Cristo todo-inclusivo. La vida de iglesia que llevamos hoy, no es el templo sino el tabernáculo, una vida de iglesia que todavía es portátil. Pero aún esta vida de iglesia es un factor que nos permite entrar en la buena tierra. Puedo testificar que Cristo en esta vida de iglesia movible me ha ayudado mucho a entrar en el Cristo todo-inclusivo.

C. Por medio de la circuncisión

  Después de entrar en la buena tierra al cruzar el Jordán, los hijos de Israel fueron circuncidados, es decir, su carne fue cortada (Jos. 5:2-4). Por tanto, el yo fue sepultado en el río y la carne fue cortada por la circuncisión. La vida de iglesia con Cristo nos ayuda a sepultar el yo y también a cortar la carne.

D. Para disfrutar de las riquezas de la buena tierra

  Después de la sepultura y la circuncisión, los hijos de Israel empezaron a disfrutar de las riquezas de la buena tierra (Dt. 8:7-10; Jos. 5:10-12). En aquel tiempo, el maná cesó, y éste fue reemplazado por el producto de la tierra. Mediante el rico disfrute de la tierra todo-inclusiva, el pueblo de Dios fue fortalecido para luchar en contra del enemigo de Dios y establecer Su reino. En ese reino el templo fue construido.

  El Antiguo Testamento revela dos etapas de la vida de iglesia: la etapa del tabernáculo y la etapa del templo. Nuestra vida de iglesia actual quizá todavía no esté en la etapa del templo, sino en la etapa del tabernáculo. La razón es sencilla: la mayoría de nosotros todavía no andamos en Cristo como la buena tierra. Podemos testificar que Cristo es nuestro cordero, nuestro pan sin levadura, nuestro maná o nuestra roca con el agua viva. Pero debemos seguir adelante y experimentar a Cristo como nuestra tierra extensa. No sólo debemos comerlo a El, sino que también debemos caminar en El.

  Los principales obstáculos que nos impiden entrar en el Cristo todo-inclusivo no son la mundanalidad ni el pecado, sino el yo y la carne. La mundanalidad y el pecado son terminados en las primeras dos estaciones. Pero todavía necesitamos una sepultura que venza al yo y una circuncisión que venza la carne. Si somos absolutos en seguir adelante con el Señor, finalmente estaremos dispuestos a vencer nuestro yo y nuestra carne. No obstante, esta disciplina cuesta trabajo. A los jóvenes les resulta particularmente difícil sepultar al yo y cortar su carne. En las reuniones, podemos declarar: “Para mí, el vivir es Cristo”. Pero después de la reunión, vivimos en el yo y en la carne. Podemos proclamar: “No más yo, sino Cristo vive en mi”. No obstante, esto puede ser una simple enseñanza, ya que en nuestro diario vivir estamos llenos del ego. El yo y la carne nos impiden experimentar la buena tierra.

  Mire nuevamente al cuadro del Antiguo Testamento y observe que los hijos de Israel no disfrutaron del producto de Canaán antes de que su yo fuese sepultado y la carne fuese cortada. Pero en cuanto fueron solucionadas estas cosas, los hijos de Israel empezaron a disfrutar del rico producto de la tierra. Fueron las riquezas de la tierra y no el maná en el desierto, lo que les permitió combatir a los enemigos en la buena tierra.

E. La guerra en la tierra

  Después de entrar en la buena tierra, los hijos de Israel tuvieron que vencer a los cananeos, los enemigos que ocupaban la tierra. Estos enemigos tipifican los principados y potestades en el aire que buscan impedirnos el disfrute del Cristo todo-inclusivo. En nuestro ser interior, somos perturbados por el yo y la carne, y encima de nosotros, en el aire, están las potestades malignas de las tinieblas. Cuando sepultemos el yo y circuncidemos la carne, las potestades de las tinieblas en el aire quedarán expuestas. El yo y la carne ayudan a las potestades malignas. En realidad, si todavía estamos en el yo y en la carne, los principados y las potestades no necesitan hacer nada para estorbarnos, pues ya estamos frustrados por el ego y la carne. No obstante, en cuanto venzamos el yo y la carne, las potestades de las tinieblas saldrán para luchar en contra de nosotros. Entonces debemos aprender a luchar la guerra espiritual. La guerra espiritual se hace en la buena tierra con el apoyo del rico producto de Cristo.

  Hemos señalado que la buena tierra para nosotros hoy es el Dios Triuno procesado para llegar a ser el Espíritu todo-inclusivo. El Dios Triuno no es solamente nuestro Creador, Redentor, Salvador, Maestro y Señor; El es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Mediante la encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección, Cristo, la corporificación del Dios Triuno, se ha procesado para convertirse en el Espíritu vivificante y morar en Su pueblo escogido. Por tanto, el Dios Triuno llega a nosotros en la actualidad como el Espíritu vivificante.

  Este Espíritu maravilloso está ahora en nuestro espíritu (Ro. 8:16). 1 Corintios 6:17 afirma que aquel que se une al Señor es un solo Espíritu con El. Por consiguiente, en el Nuevo Testamento se nos exhorta a andar en el Espíritu (Ga. 5:16, 25; Ro. 8:4). Este es el mandamiento final. El no andar en Cristo es el pecado más grande que un creyente puede cometer en contra de Dios. Si no andamos en Cristo, somos rebeldes, aún cuando tengamos muchas virtudes. Puesto que el deseo de Dios consiste en que expresemos a Cristo, aún nuestra virtud natural es una forma de rebelión en contra de Dios y Su economía.

  Todos hemos confesado nuestros pecados, faltas y carencias al Señor. Pero ¿ha pedido usted alguna vez al Señor que le perdonara por no vivirlo a El? Muy pocos cristianos han orado de esta manera: “Señor, perdóname por no tomarte a Ti como mi vida hoy. Mi comportamiento será muy bueno, pero no he vivido por Ti ni te he tomado como mi persona. Señor, perdóname por estar en rebelión en contra de Ti. Tú deseabas que yo te expresara, pero en lugar de eso viví conforme a algo que no eras Tú mismo. Viví por mi opinión, y no por Tú revelación. Según esta revelación, debería andar en Ti. Pero durante todo el día, Señor, no caminé en Ti en absoluto”. Puedo testificar que desde hace poco, a diario he hecho esta clase de confesión al Señor.

  Es fácil centrarse en muchas cosas que no son Cristo mismo. Podemos centrarnos en la religión, la ética, la moralidad o la virtud, sin estar centrados en Cristo. Si nuestro comportamiento no es bueno, nos lamentamos y nos arrepentimos. Pero si carecemos de un vivir por Cristo, quizá no tengamos ningún sentir al respecto y no sintamos la necesidad de confesarlo. Según Juan 16, el único pecado de un incrédulo es no creer en Cristo. Pero el pecado principal de un creyente es no andar en Cristo. El Nuevo Testamento no nos pide andar conforme a una enseñanza o doctrina particular. Pero nos exhorta a andar en Cristo o a andar en el Espíritu. En Gálatas 5:25, Pablo dice: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. En Romanos 8:4, Pablo afirma que los requisitos justos de la ley son cumplidos por aquellos que andan conforme al Espíritu. Este Espíritu en Romanos 8 es el Espíritu mezclado, el Espíritu todo-inclusivo mezclado con nuestro espíritu.

  No piense que la tierra de Canaán está lejos y que usted debe vagar durante años antes de poder entrar en ella. Por el contrario, la buena tierra está dentro de nosotros, pues es el Dios procesado quien es el Espíritu vivificante y todo inclusivo que mora en nuestro Espíritu. Así como Caleb en Números 13:30, debemos creer y declarar que podemos poseer esta buena tierra por medio de la vida de iglesia con Cristo.

  Recuerde que el arca con el tabernáculo es el factor por el cual podemos entrar en la buena tierra. Alabado sea el Señor porque hemos disfrutado de la Pascua, del agua dulce, del maná y del agua viva de la roca hendida. También le alabamos porque en el monte hemos recibido la visión acerca de Dios y Su economía y hemos construido el tabernáculo, la vida de iglesia temporal. Por tanto, todos nosotros tenemos el arca con el tabernáculo, Cristo con la vida de iglesia movible, como el factor por el cual entramos a la buena tierra. Debido a este factor, podemos tener el denuedo de entrar en nuestro espíritu y disfrutar del Espíritu todo-inclusivo como la buena tierra.

  Olvidémonos de la religión, la filosofía, la ética y aún de la búsqueda espiritual, e interesémonos en Cristo y en tener un contacto directo con El en nuestro espíritu. Debemos aprender a no hacer nada ni a decir nada fuera de Cristo. En Juan 15:4, el Señor dijo: “Permaneced en Mi, y Yo en vosotros”. En el versículo siguiente, El dijo: “Separados de Mi, nada podéis hacer”. Debemos tener una vida y todo nuestro ser en Cristo como la buena tierra. El es el centro y también la circunferencia. La centralidad y también la universalidad. Como la buena tierra, El lo es todo para nosotros. Nuestra meta final debe ser pasar por el desierto y el monte y llegar a la buena tierra. Entremos en esta tierra para poseer al Cristo todo-inclusivo y disfrutar de sus riquezas inescrutables a fin de que el reino de Dios sea establecido y el templo sea edificado.

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