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Mensaje 13

La exigencia de Dios y la resistencia de Faraón

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  En este mensaje, comenzaremos a estudiar el asunto de la exigencia de Dios y de la resistencia de Faraón. La exigencia de Dios y la resistencia del faraón produjeron muchos conflictos, que están relatados en los Éx. 5 al Éx. 14. En este mensaje llegamos al primero de estos conflictos.

I. EL PRIMER CONFLICTO

A. La exigencia de Jehová, Dios de Israel, Dios de los hebreos, para con Faraón

  Leamos Exodo 5:1 “Después Moisés y Aarón entraron en la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a Mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto”. En este versículo, vemos un título importante de Dios: Jehová, el Dios de Israel. En el versículo 3, Dios se llama el Dios de los hebreos. Por consiguiente, la exigencia para con Faraón fue hecha por Jehová, el Dios de Israel, el Dios de los hebreos.

  Hemos señalado que en hebreo, el título Jehová es una forma del verbo ser. Esto indica que Jehová es el único que existe por Si mismo. El es Aquel que era, que es, y que será. El verbo ser puede aplicarse solamente a El en un sentido absoluto. Sólo Dios es; nosotros y todas las demás cosas no somos. En 6:3, Dios dice: “Y aparecí a Abraham, a Isaac, y a Jacob como Dios omnipotente, más en mi nombre JEHOVA no Me di a conocer a ellos”. Dios se reveló a Si mismo como Jehová por primera vez en Exodo 3. Abraham, Isaac y Jacob, no recibieron esta revelación de El.

  En 5:1, Dios es llamado también el Dios de Israel. Este título es diferente del título el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, un título que significa Dios como el Dios de resurrección. El título el Dios de Israel indica que Dios es el Dios de un pueblo transformado. Jacob era el nombre de un hombre natural, pero Israel era el nombre de un hombre transformado. Jacob no recibió el nombre Israel desde su nacimiento. Por el contrario, él fue llamado Jacob, que significa alguien que agarra el calcañar, un suplantador. Pero en el transcurso de su vida, Jacob fue transformado, y finalmente Dios cambió su nombre a Israel. Este nombre implica victoria y reinado. Por una parte, el pueblo transformado es un pueblo de triunfadores; por otra parte, de reyes. Aún cuando los hijos de Israel se encontraban en una situación lamentable en Egipto, Dios todavía no los consideraba como Jacob, sino como Israel. A los ojos de Dios, Su pueblo escogido ya había sido transformado en triunfadores y reyes.

  El mismo principio se aplica a la manera en que Dios mira a la iglesia hoy. A los ojos de Dios, la iglesia ya es gloriosa. No obstante, si ponemos nuestros ojos en nuestra condición espiritual, podríamos considerarnos como algo muy miserable. Podríamos vernos como Jacob, y no como Israel. No obstante, Dios nos ve, como Israel. En Sus tratos con Satanás, el perseguidor y el usurpador, Dios le dijo que El es el Dios de un pueblo transformado, victorioso y real.

  Todos debemos ver y creer que somos un Israel. Quizá usted no crea esto ahora, pero ciertamente lo creerá en el futuro, ya sea en la era venidera o en la eternidad. En la eternidad, todo el pueblo escogido de Dios será un Israel. No sea miope, con una visión limitada por su situación presente. Dios no lo considera a usted como alguien que todavía está en cautiverio bajo Faraón. Por el contrario, El lo ve a usted como alguien que ha sido liberado e introducido en el Cristo todo-inclusivo representado por la buena tierra.

  ¿Se atreve usted a creer que es Israel, victorioso y reinante? Todos debemos tener el denuedo suficiente para creer esto y declararlo. No se aferre a la opinión que tiene de sí mismo, sino crea en la palabra de Dios. Si Dios afirma que usted es un Israel, entonces usted es un Israel, ya sea que lo sienta así o no.

  Efectivamente, en el capítulo 5 de Exodo, los hijos de Israel todavía estaban en cautiverio en Egipto. No obstante, Dios sabía que pronto serían liberados de este cautiverio e introducidos en el desierto, en el monte, y finalmente en el país de Canaán. En la buena tierra, serían Israel, y Dios sería su Dios. Por consiguiente, al venir Dios a Faraón para negociar con él, El no estaba desilusionado por la condición de Su pueblo. El no les pidió a Moisés y a Aarón que le dijeran a Faraón que El era el Dios de Jacob. Por el contrario, El se dio a conocer a Faraón como Jehová, el Dios de Israel. Parece que Dios estaba diciendo: “Faraón, debes entender que Yo soy. Yo soy el que era, el que es, y el que será. Tu no me puedes cambiar. Además, a Mis ojos, Mi pueblo ha sido transformado en un Israel. Ellos también son hebreos, los que cruzan ríos. Puesto que ellos son hebreos, no intentes mantenerlos en este lado del mar Rojo. Yo soy Jehová, y todo lo que digo sucede. Digo que Mi pueblo es hebreo; por tanto, son hebreos. Tu no los puedes guardar en Egipto. Debes dejarlos ir”.

  Los títulos de Dios mencionados en el capítulo 5 son sumamente importantes. Aún en relaciones diplomáticas entre las naciones del mundo, los títulos tienen una gran importancia. Si un representante de cierta nación debe negociar con el gobierno de Estados Unidos, él debe tener un título apropiado. Si es simplemente un cónsul o un ministro, su posición no sería lo suficientemente elevada. El necesita llevar el título de embajador. Así él podría iniciar relaciones diplomáticas. Asímismo mientras Dios negociaba con Faraón, El se presentó a Sí mismo conforme al título apropiado: Jehová, el Dios de Israel, el Dios de los hebreos. El se dio a conocer a Faraón como el gran Yo soy. Como el Yo soy, El lo era todo, y Faraón no era nada. Además, El se reveló a Sí mismo ante Faraón como el Dios de Israel, el Dios de un pueblo transformado para ser victorioso y reinante. Como Aquel que tiene este título maravilloso, o sea, Dios presentó Su exigencia a Faraón.

1. Dejar que Su pueblo vaya a celebrarle fiesta en el desierto

  Vemos la exigencia de Dios para con Faraón en 5:1. Hablando de parte del Señor, Moisés y Aarón dijeron a Faraón: “Deja ir a Mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto”. La fiesta está en contraste con el cautiverio, con la labor rigurosa. Jehová pedía a Faraón que liberara a Su pueblo del cautiverio para que le celebraran una fiesta. La palabra “celebrarme” en este versículo indica que cuando el pueblo de Dios celebra, El está feliz. La fiesta es para El. Al parecer Jehová le decía a Faraón: “No estoy contento de ver a Mi pueblo bajo cautiverio en Egipto. Déjalo ir para que me celebren una fiesta y Yo esté contento. Me gusta ver a Mi pueblo festejar y regocijarse. Estoy contento cuando no hacen otra cosa que comer y regocijarse. Esta es una fiesta para Mi”.

  Esta fiesta para el Señor es una adoración dispensacional, es decir, es adorar a Dios conforme a lo que ha sido dispensado dentro de nosotros. Mientras comemos, bebemos, alabamos, cantamos, y nos regocijamos en la presencia de Dios, le celebramos fiesta. Como lo veremos, esta fiesta es también un sacrificio para el Señor. Sacrificar consiste en adorar. La adoración dispensacional es una adoración en la cual Dios es dispensado dentro de nosotros para nuestro disfrute a fin de que celebremos con El y para El en Su presencia. Esta es la adoración que Dios desea. Esto es revelado en el Nuevo Testamento, y está implícito en el Antiguo Testamento.

  Podemos considerar esta fiesta como un festival, unas vacaciones o un día santo, un tiempo para que el pueblo de Dios descanse con El y disfrute de Su provisión con El. Tres veces al año, Dios ordenó periodos especiales de fiesta para los israelitas. Los tres festivales principales eran la Pascua, incluyendo la fiesta de los panes sin levadura, la fiesta de las semanas (Pentecostés); y la fiesta de los tabernáculos. En aquellos tiempos, al pueblo no se le permitía hacer ninguna labor; todo aquel que laborara en esos días debería ser destituido del pueblo de Dios (Lv. 23:30). Esta fiesta le complacía al Señor porque era una adoración para El. Según el concepto humano, la gente debe trabajar siempre; pero según el concepto divino, el pueblo de Dios debía cesar su labor en los tiempos de fiesta para descansar de su trabajo y festejar con Dios en adoración a El.

  Celebrar al Señor significa adorarle. Según el concepto natural, adorar es arrodillarse, inclinarse, postrarse delante de Dios. No obstante, según Dios, la verdadera adoración es nuestro disfrute de Dios como nuestra provisión y luego nuestro descanso en lo que disfrutamos de El. Como lo revela Juan 4, la adoración que el Padre busca es el beber del agua viva. Cuanto más bebemos de Su Hijo como el Espíritu, más adoración recibe Dios el Padre. La verdadera adoración consiste en beber de la provisión de Dios, la cual es Dios mismo preparado para nuestro disfrute.

  La fiesta mencionada en 5:1 había de ser celebrada en el desierto. Aquí el desierto tiene un sentido positivo. Era el primer destino que Dios deseaba que Su pueblo alcanzara. En el día en que fui salvo, inmediatamente fui llevado por Dios al desierto. El desierto está en contraste con Egipto. En Egipto, un país lleno de cultura del mundo, había ciudades de almacenamiento. Dios deseaba rescatar a Su pueblo de las ciudades de almacenamiento y de la cultura humana y llevarlos a un lugar de separación en el desierto. Antes de ser salvos, nosotros nos encontrábamos en una de las ciudades en la orilla del Nilo. Pero, en la salvación de Dios, hemos sido sacados de estas ciudades al desierto, donde no hay ni cultura humana ni edificio mundano.

2. Dejarles ir tres días de camino por el desierto

  En el versículo 3, Moisés y Aarón dijeron a Faraón: “Iremos pues, ahora, camino de tres días por el desierto”. El hecho de que este versículo habla de tres días, y no de dos, ni cuatro, ni cualquier otro número, es algo bastante significativo. En la Biblia, el número tres, particularmente tres días, representa la resurrección. El Señor Jesús resucitó en el tercer día. Después de caminar tres días, los hijos de Israel pasaron a través del mar Rojo, en el cual fueron sepultadas las fuerzas egipcias. Después de pasar a través del mar, el pueblo de Dios estaba en resurrección. Ellos habían pasado a través de la muerte en la noche de la Pascua, y fueron sepultados en el mar Rojo. Por consiguiente, después de un viaje de tres días, el pueblo escogido por Dios y rescatado por El estaba en resurrección.

  Algunos se preguntarán cómo los hijos de Israel pudieron ser sepultados tanto en el mar Rojo como en el río Jordán. Eso no es difícil de entender si lo vemos a la luz de nuestra experiencia cristiana. El día en que fuimos salvos, fuimos salvos dentro de la muerte de Cristo. Desde aquel momento, hemos sido sujetos a la eficacia de la muerte de Cristo. Esto significa que en nuestra experiencia, somos sacrificados y sepultados continuamente. Yo no les puedo decir cuantas veces he pasado por esta crucifixión y sepultura. Esto indica que nuestra experiencia cristiana inicial y básica es igual en naturaleza que nuestra experiencia más adelantada. Todo lo que experimentemos en la madurez de nuestra vida espiritual será lo mismo en principio que nuestra experiencia inicial, en el día de nuestra salvación. Cuando fuimos salvos, fuimos colocados dentro de la muerte de Cristo. Fuimos sepultados, y fuimos resucitados. No podemos agotar la experiencia de esta muerte, sepultura y resurrección. Experimenté todo esto en el día de mi salvación, aunque en aquel tiempo no tuve ningún conocimiento de ello. Después de salir de la reunión del evangelio en la cual fui salvo, sentía que mientras caminaba en la calle, estaba en el desierto, estar en el desierto significa estar al otro lado del mar Rojo en resurrección. Estar en esta posición significa ser un hebreo, uno que cruza los ríos y que es resucitado y transformado. Esta es la experiencia normal de la salvación. Todo aquel que ha sido salvo de una manera normal ha caminado tres días por el desierto y ha experimentado la muerte, la sepultura, y la resurrección.

3. Para hacer sacrificio a Jehová su Dios

  Jehová también exigía de Faraón que permitiera a los hijos de Israel hacer sacrificio a Jehová su Dios (v. 3). Sacrificar es semejante a festejar. Para los hijos de Israel, la fiesta era una fiesta, pero para Dios era un sacrificio. Sin un sacrificio, no se podía festejar nada. Lo que los hijos de Israel habían de festejar era el sacrificio que ofrecerían a Dios. Un ejemplo de esto es la Pascua. El cordero sacrificado a Dios era alimento para los hijos de Israel. Esto revela que la fiesta y el sacrificio son dos aspectos de una sola cosa. Todo lo que sacrificamos a Dios se convierte espontáneamente en nuestra fiesta. Esto también es una adoración dispensacional. Esta clase de adoración no exige que nos postremos delante del Señor. Dios no dijo: “Deja que Mi pueblo vaya al desierto para que allí se postren delante de Mi”. Dios no quiere que Su pueblo haga eso. El desea que ellos le ofrezcan un sacrificio y lo festejen.

  En la exigencia que Dios puso sobre Faraón, vemos una salvación perfecta y completa para Su pueblo. Esta salvación incluye el rescate del pueblo por parte de Dios de las manos usurpadoras de Satanás y el llevarlos al desierto en resurrección para que lo festejen y le ofrezcan un sacrificio. ¡Qué salvación más maravillosa!

B. Faraón representa a Satanás usurpador y a nuestro ego poseído y usurpado por Satanás

  Ahora llegamos a la resistencia de Faraón (5:2,4-9). Faraón representa al Satanás usurpador y a nuestro ego poseído y usurpado por Satanás. Puesto que el yo es Faraón de una manera práctica, podemos ser un Faraón tanto para nosotros mismos como para los demás. Un marido y una esposa pueden ser un Faraón el uno para el otro, y los padres pueden ser un Faraón para sus hijos.

  Un Faraón es una persona que impide que el pueblo de Dios festeje al Señor. Por ejemplo, cinco hermanos pueden vivir juntos en una casa de hermanos. Tres de ellos quizá deseen asistir a la reunión de la iglesia como lo hacen de costumbre, pero los demás pueden restringirlos y alentarlos a quedarse en casa. Al hacer eso, estos dos hermanos se convierten en faraones. Cada vez que impedimos a los demás que le ofrezcan sacrificio al Señor o que lo festejen, somos un faraón. Por ejemplo, los padres pueden preocuparse por la educación de sus hijos y prohibirles asistir a las reuniones de la iglesia y requerir que dediquen un tiempo exagerado al estudio. Cuando los padres se comportan de esta manera, son faraones para sus hijos.

  A veces culpamos demasiado a Satanás. Efectivamente, el Satanás usurpador es Faraón de una manera objetiva. Pero nosotros somos Faraón de una manera práctica y subjetiva. Podemos ser un Faraón para nosotros mismos, impidiéndonos a nosotros mismos ir al desierto para festejar al Señor. Si usted considera su experiencia, verá que a menudo se ha frustrado a sí mismo y se ha impedido celebrar al Señor. Usted se ha mantenido alejado de las reuniones de la iglesia, quizá con el pretexto del cansancio para no asistir a la fiesta de la iglesia. Usted quizá haya pretendido estar muy cansado para no asistir a la reunión, pero está lleno de energía cuando habla por teléfono. No piense que en la actualidad solamente Satanás es Faraón. Todos pueden ser un Faraón. Cuando el ego es poseído por Satanás y usurpado por él, el ego se convierte en un Faraón subjetivo.

1. Negó a Jehová Dios e ignoró Su existencia, y no dejó ir a Israel

  El versículo 2 relata la resistencia de Faraón de una manera detallada: “Y Faraón respondió: ¿Quién es Jehová para que yo oiga Su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel”. Aquí vemos que Faraón negó a Jehová Dios, ignoró Su exigencia y rehusó dejar ir a Israel. Faraón se negó aún a reconocer a Jehová, negando prácticamente la existencia de Jehová. A menudo cuando frustramos a otros y les impedimos celebrar al Señor, negamos al Señor e ignoramos Su exigencia. Pasa lo mismo cuando nos impedimos a nosotros mismos festejar al Señor. De una manera muy práctica, esto significa que si nos alejamos de las reuniones de la iglesia, somos como Faraón que negó al Señor.

  Para nosotros los cristianos, el reunirse es un asunto muy serio. Cuando nos reunimos según la disposición del Señor, celebramos una fiesta al Señor y presentamos sacrificio a nuestro Dios. Supongamos que nosotros los cristianos no tuviésemos una reunión adecuada. ¿Qué podría hacer el Señor en esta tierra? El Señor no podría hacer nada y El no recibiría ninguna adoración verdadera. Así vemos que la reunión adecuada entre los cristianos es de vital importancia.

  Quizá algunos hijos de Israel hayan pensado que siempre que fueran liberados de las manos de Faraón y de Egipto, todo estaría bien. Pero eso no era correcto. El pueblo escogido de Dios no sólo debía salir de Egipto, sino que también debía celebrar una fiesta al Señor en el desierto y presentarle sacrificio. Por su naturaleza, una fiesta es un asunto corporativo. Nadie puede celebrar una fiesta por sí mismo. Para celebrar una fiesta, debemos estar juntos con muchos otros. Cuanto más gente haya, mejor. Supongamos que se prepara una cena con muchos platos y se presenta sobre la mesa en casa y que usted se sienta para comer solo. ¿Es ésta una fiesta? ¡Ciertamente no! Para que sea un fiesta, usted debe invitar a mucha gente a comer con usted. Si pocas personas le acompañan, esta comida todavía no es una fiesta. Usted necesita muchas personas. Del mismo modo, ningún cristiano puede celebrar una fiesta para el Señor estando solo o únicamente con unos pocos creyentes. El debe asistir a una reunión apropiada de cristianos.

  Perderse una reunión de la iglesia significa perderse una fiesta y perder el disfrute. La pérdida que sufrimos de esta manera no es tan grave como la pérdida que Dios sufre. Si no asistimos a la fiesta, Dios no tiene ninguna fiesta y no recibe el sacrificio. Que todos quedemos impresionados profundamente por la importancia de esto.

2. Incrementó la labor de ellos con mucho rigor

a. No les dio más paja

  En el versículo 7, Faraón mandó a sus capataces y a los que tenía a su cargo: “De aquí en adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo, como hasta ahora; que vayan ellos y cojan por sí mismos la paja”. En lugar de dejar ir a Israel, Faraón en realidad incrementó su labor con mucho rigor. El aún pidió que no se les diera más paja. Pasa lo mismo en nuestra experiencia. Cuando Dios está a punto de rescatar cierta persona del mundo actual, Satanás retira la “paja” de esta persona, es decir, lo despoja del suministro del mundo. Esto obliga a esta persona a trabajar con más rigor para poder vivir.

b. Requirió de ellos el mismo número de ladrillos

  En el versículo 8, Faraón dijo: “Y les impondréis la misma tarea de ladrillo que hacían antes, y nos les disminuiréis nada”. Aquí vemos que aunque Faraón cortó el suministro de paja, y aún requería de ellos el mismo número de ladrillos. Esto indica que al pueblo de Dios le resultaba mucho más difícil cumplir su labor cotidiana. Muchos cristianos han experimentado algo parecido. Después de ser llamados por Dios, les cuesta más trabajo ganarse la vida que antes de ser salvos. Por el solo hecho de que fueron tocados por Cristo, Satanás les quitó su “paja” sin disminuir sus exigencias. Por consiguiente, les resultó más difícil ganarse la vida.

c. Los tildó de ser ociosos

  Además, Faraón dijo de los hijos de Israel: “Porque están ociosos, por eso levantan la voz diciendo: vamos y ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios” (v. 8). Según Faraón, los israelitas querían ir al desierto a ofrecer sacrificio a su Dios porque estaban ociosos. A los ojos de los faraones de hoy, particularmente a los ojos de los que se oponen a nosotros y de los incrédulos, nosotros en el recobro del Señor estamos ociosos. Nos acusan de ocio porque venimos al local de reunión muy seguido o por asistir a las reuniones del ministerio de la Palabra. Nos condenan diciendo que no queremos trabajar, estudiar ni cuidar nuestros hogares y familias. Según su manera de entender, usamos las reuniones como pretexto para estar ociosos.

d. Para que no atendieran a “palabras vanas”

  En el versículo 9, Faraón dijo: “Agrávese la servidumbre sobre ellos, para que se ocupen en ella, y no atiendan a palabras vanas”(heb.). Faraón no quería que el pueblo de Dios pusiera atención a lo que él consideraba “palabras vanas”. No obstante, estas “palabras vanas” eran en realidad la Palabra de Dios. Pasa lo mismo en la actualidad. Los faraones actuales consideran la palabra de Dios como palabras vanas. En cuanto a ellos, los que escuchamos la palabra de Dios como es proclamada en las reuniones de la iglesia y en las reuniones del ministerio estamos escuchando palabras vanas.

  Lo que hacemos en la vida de iglesia puede parecer ocio a los ojos de la gente mundana, pero lo que ellos hacen es vanidad a los ojos de Dios. Egipto está lleno de ocupaciones. Cualquier persona que se encuentra todavía bajo el cautiverio de Egipto está muy ocupada. Pero en cuanto alguien es rescatado de Egipto y es llevado al desierto, él se hará ocioso. ¿Qué prefiere usted: estar ocupado o estar ocioso? Yo prefiero esta clase de ocio. Ciertamente yo no soy una persona perezosa, pero yo deseo estar en lo que Faraón llama ocio. Por ejemplo, disfruto limpiar mi casa y me gusta trabajar en el jardín. Pero después de pasar cierto tiempo limpiando o trabajando de esta manera, quizá necesite decir: “Satanás, basta. No haré ningún trabajo ahora. Más bien, estaré ocioso delante del Señor”. ¡Qué bueno es estar ocioso de esta manera!

  Hay momentos en que todos nosotros deberíamos decir: “Satanás, basta. Ahora es tiempo de que yo esté ocioso”. Estar ocioso en este sentido significa festejar al Señor y presentarle sacrificio. A los ojos de la gente mundana, la vida de iglesia es una vida de ocio. En realidad, no estamos ni ociosos ni ocupados: estamos festejando y presentando sacrificios. Delante del Señor, ésta es la clase de vida humana apropiada.

  La salvación de Dios consiste en rescatarnos de las ocupaciones e introducirnos en el ocio. Hoy la gente está demasiado ocupada cuidando las cosas de esta vida. Algunos son tan industriosos que no tienen tiempo de festejar al Señor. Debemos ser liberados de estas ocupaciones a fin de tener más tiempo para el ocio. Una persona perezosa debería ser adiestrada a estar ocupada. No obstante, alguien que está demasiado ocupado debe ser adiestrado a estar ocioso, es decir, a pasar algún tiempo con los santos en las reuniones de la iglesia. La vida cristiana no es una vida de ocupaciones mundanas, sino una vida de ocio apropiado. No debemos estar ocupados con las cosas de esta vida hasta el punto de descuidar la palabra de Dios. ¡Cuánto disfrutamos el estar ociosos y prestar atención a las “palabras vanas” de Dios en las reuniones de la iglesia!

  Nuestra existencia tiene como propósito vivir para Cristo. Sin nuestra existencia humana, no podemos vivir a Cristo. Pero actualmente los que están en el mundo caído sólo cuidan de su existencia; no se preocupan por el propósito de su existencia. Existir es un cosa, pero existir para el propósito divino es otra. El propósito ordenado por Dios para nuestra existencia es vivir a Cristo, expresar a Dios, y tener el testimonio de Dios. Pero la gente de este mundo tiene solamente su existencia; no tiene ningún propósito. Finalmente, hacen de su propia existencia el propósito de su existencia. No conocen nada más que la existencia. Satanás aprovecha la existencia de los seres humanos o del vivir humano y usa esta existencia para usurpar a la gente para que hoy el mundo entero cuide solamente la existencia, y no el propósito de Dios en la existencia.

  Todas las cosas necesarias a nuestra existencia humana deben estar bajo una limitación divina. Todo lo que exceda nuestra necesidad se convierte en algo mundano, algo “egipcio”, algo de Faraón, y nos impide cumplir la economía del propósito de Dios. En todas las cosas, la economía de Dios debe ser el factor decisivo. Nuestro vivir no debe parecerse al de los “egipcios”, la gente mundana. Necesitamos un lugar para vivir, y debemos mantener nuestra casa limpia, pero si seguimos con nuestra limpieza cuando es tiempo de ir a la reunión, nuestra limpieza se hace “egipcia”, algo fuera de la economía del propósito de Dios. No estamos en la tierra para limpiar sino para festejar al Señor. Aún el tiempo que pasemos con nuestros hijos debe ser decidido por la economía de Dios. Otros cristianos pueden actuar como la gente del mundo, pero debemos ser un pueblo santo, un pueblo separado.

  Nuestro vivir y nuestra existencia dependen de nuestra provisión de la fuente celestial, y no del suministro del mundo. Por esta razón, necesitamos la visión y el ejercicio de nuestra fe. Moisés fue un hombre de mucha fe que sacó a dos millones de personas de Egipto y las llevó al desierto, donde no había ningún suministro terrenal para su existencia humana.

C. El resultado del conflicto

1. Israel sufrió más crueldad

  Ahora llegamos al resultado del conflicto causado por la exigencia de Dios y la resistencia de Faraón. El primer aspecto del resultado fue que Israel sufrió más crueldad (5:10-21). Cuanto más grande era el conflicto, más sufría el pueblo escogido de Dios. Esta es la estrategia del enemigo. No obstante, no se imagine que el sufrimiento aumentado es una señal negativa. En realidad, es una señal positiva, pues indica que la negociación de Dios con el enemigo se está produciendo y que somos afectados por ella. Nuestro sufrimiento es una señal de que Dios está en proceso de liberarnos.

2. Moisés es perturbado y desanimado

  Los versículos 22 y 23 indican que Moisés estaba perturbado y desanimado. Moisés hasta le preguntó al Señor porque El lo había mandado. Además le dijo: “Y Tú no has librado a Tu pueblo”. Muchos de nosotros tuvimos experiencias similares. Cuanto más ministramos Cristo a los demás, más sufren ellos. Esto nos perturbó y nos desanimó. Nuestro concepto es que si suministramos de una manera correcta, los demás serán bendecidos. Esperamos que los muertos sean resucitados, los enfermos sanados, los débiles fortalecidos y los pobres enriquecidos. No obstante, la situación a menudo es lo opuesto de lo que anticipamos.

  Puedo testificar firmemente de esto con mi propia experiencia. A menudo he estado desanimado, así como lo estuvo Moisés. A veces fui al Señor y dije: “Señor, ¿qué pasó? Me pediste que ministrara este asunto a Tu pueblo. Me parece que Tú debes bendecirlos y poner Tu sello sobre mi ministerio. Pero cuanto más ministro a la gente, más dificultades tienen. ¿Señor, en qué estoy mal? No entiendo lo que está pasando.

3. Jehová Dios volvió a confirmar Su nombre y Su pacto

  Después de que Moisés expresara su desaliento y desconcierto al Señor, Jehová Dios vino y volvió a confirmar Su nombre y Su pacto (6:1-8). Dios dijo a Moisés: “Soy Jehová. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios omnipotente, más en Mi nombre JEHOVA no me di a conocer a ellos. También establecí Mi pacto con ellos, de darles la tierra de Canaán, la tierra en que fueron forasteros, y en la cual habitaron” (6:2-4). ¿Qué es más precioso que la reconfirmación del nombre de Dios y de Su pacto? Con esto, Moisés fue fortalecido y alentado a volver a Faraón y hablar nuevamente a los hijos de Israel.

  En resumen, el nombre del Señor y lo que El es son lo mismo, y Su pacto es Su palabra pronunciada con una promesa y confirmada con un juramento. Una palabra pronunciada de una manera ordinaria no es un pacto, pero una palabra pronunciada con una promesa y confirmada con un juramento se convierte en un pacto (véase el Estudio-vida de Hebreos, mensaje 36). Dios habló a Abraham; luego El habló con una promesa acerca de la buena tierra, una promesa que fue confirmada repetidas veces. Finalmente, hubo un juramento, para que haya un acuerdo, un contrato, hecho por Dios entre Dios mismo y Abraham; la palabra prometedora de Dios se hizo pacto (Gn. 15). La circuncisión fue una muestra de este pacto (Gn. 17).

  En la actualidad podemos experimentar el hecho de que Dios vuelve a confirmar Su nombre y Su pacto. A veces, después de que yo me he quejado al Señor, El me ha confirmado Su nombre recordándome que El es el Yo soy, el único que existe por Si mismo. En aquellos tiempos de reconfirmación, el Señor parece decir: “Nunca podría fracasar. Todo lo que digo, lo digo en serio. Yo soy, pero los sufrimientos no son. No creas en tu situación. Cree en lo que Yo soy”. En ese momento, Dios también reconfirma Su convenio con nosotros.

4. Israel no escuchó a Moisés

  En 6:6-8, el Señor le dio a Moisés algunas palabras bastante alentadoras que él debía hablar a los hijos de Israel. El deseaba que Moisés les dijera que El los sacaría del yugo de los egipcios, y los redimiría con Su brazo extendido, que los tomaría por pueblo, y que los llevaría a la tierra que El había prometido a Abraham, Isaac, y Jacob. No obstante, el versículo 9 afirma: “De esta manera habló Moisés a los hijos de Israel; pero ellos no escuchaban a Moisés a causa de la congoja del espíritu y de la dura servidumbre”. El espíritu de ellos estaba agotado por los sufrimientos. Por consiguiente, no querían considerar la palabra que Dios dio a Moisés. En su carencia de espíritu, el pueblo de Dios se parecía a un carro sin gasolina. Cuando nosotros carecemos de espíritu, no podemos soportar ninguna clase de cautiverio ni de sufrimiento. Por tanto, debemos orar para que nuestro espíritu sea preservado y suministrado. Debemos pedir al Señor que nos guarde de carecer de espíritu.

  En este mensaje, hemos visto el conflicto entre Dios y el enemigo de Dios, Faraón, que representa a Satanás objetivamente y el yo poseído y usurpado por Satanás de manera subjetiva. Dios desea que caminemos tres días por el desierto para que le celebremos una fiesta y le presentemos un sacrificio. Pero Satanás y el yo se levantan para negar a Dios y rehusar dejarnos ir. No obstante, debido a la plena salvación del Señor, muchos de nosotros hemos sido liberados del cautiverio en Egipto y estamos ahora en el desierto disfrutando de la fiesta y ofreciendo un sacrificio a nuestro Dios.

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